Anviento (3ª semana)


DOMINGO DE LA TERCERA SEMANA DE ADVIENTO

Este Domingo manifiesta una gran alegría por la proximidad de la solemnidad de Navidad: «Estad alegres siempre en el Señor; os lo repito: estad alegres. El Señor está cerca» (entrada: Flp 4,4-5). Por eso la Iglesia exhorta en la comunión: «Decid a los cobardes de corazón: sed fuertes, no temáis, mirad a vuestro Dios, que va a venir a salvaros» (Is 35,4).

En la oración colecta (Rótulus de Rávena), al Señor que ve cómo su pueblo espera con fe el Nacimiento de su Hijo, le pedimos nos conceda llegar a la Navidad, fiesta de gozo y salvación, de modo que podamos celebrarla con alegría desbordante.

En el ofertorio (Veronense) pedimos al Señor que, al presentarle nuestras ofrendas, lleve a cabo en nosotros las obras de salvación que ha querido realizar por el sacramento eucarístico. Y lo mismo se suplica en la postcomunión (Gregoriano): «que la comunión que hemos recibido nos prepare a las fiestas que se acercan, purificándonos del pecado».

La liturgia de la palabra constituye hoy, en relación con otros textos litúrgicos de este domingo, un pregón de alegría evangélica, cifrada para el creyente, en el gozo íntimo de ser de Cristo, por vocación predestinada y por el don de la fe. Es, además, la alegría de quien se sabe destinado al encuentro con Jesucristo en su segunda venida.

La próxima Navidad nos proclamará el misterio del Emmanuel –Dios con nosotros– y la posibilidad que el misterio de Cristo nos ofrece: la alegría de vivir ahora en la más entrañable intimidad con Él en su Iglesia a través de su liturgia.

Primera lectura

Sofonías 3,14-18: El Señor se alegrará en ti. En los días amargos de la cautividad de Babilonia, el Espíritu puso en los labios de Sofonías un mensaje de esperanza para su pueblo: Dios mismo habitará entre sus elegidos.

El profeta subraya la responsabilidad de los dirigentes del pueblo: sacerdotes y profetas son acusados severamente, pues se les atribuye la corrupción en las diversas clases del pueblo. Pero también el pueblo es culpable. Solo hay, pues, un remedio: la conversión, que se traduce en la observancia de las normas de la ley. Justicia para con todos, que no se oprima a los débiles, sino que se preste ayuda a los pobres, respeto a los extranjeros, puntual cumplimiento de los deberes del culto para con Dios.

De este modo se restablecerá la amorosa relación entre Dios y su pueblo, como en los años más felices de la historia de Israel. El tono de estas palabras hace resaltar más la alegría que Dios prepara a su pueblo elegido. El Señor nos ama infinitamente y nos ayuda en todas nuestras necesidades. El Señor está cerca.

Pues bien, éste es el mismo Redentor que nació en Belén hace unos dos mil años. Es el mismo que esperamos hoy como Libertador en su segunda venida, al fin de los tiempos. Es el mismo que «transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa» (Flp 3, 21).
«¡Ven, Señor Jesús!» (Ap 22, 20), suplicaban los cristianos de los primeros siglos y ahora lo hacemos también nosotros siempre en la celebración la Eucaristía, después de la consagración. Y hoy, concretamente, hemos de estar preparados a esa venida ante la proximidad de la Navidad. Hemos de revestirnos de una cordial y santa bondad para con todos y cada uno de nuestros hermanos, todos los hombres.

Salmo

Como Salmo, cantamos con el profeta Isaías: «El Señor es mi Dios y Salvador; confiaré y no temeré, porque mi fuerza y mi poder es el Señor… Dad gracias al Señor, invocad su nombre, contad a los pueblos sus hazañas» (Is 12).

Segunda lectura

Filipenses 4,4-7: El Señor está cerca. Vivir en la cercanía de Dios, en la intimidad del Verbo encarnado, constituye la raíz más profunda de la alegría cristiana y la clave de una vida destinada a la eternidad. Comenta San Agustín: 35 «¿Qué es gozarse en el mundo? Gozarse en el mal, en la torpeza, en las cosas deshonrosas y deformes. En todas estas cosas encuentra su gozo el mundo… Por lo tanto, hermanos, “alegraos en el Señor”, no en el mundo, es decir, gozaos en la verdad, no en la maldad; gozad con la esperanza de la eternidad, no con la flor de la vanidad. Sea ése vuestro gozo dondequiera, y cuando os halléis así, “el Señor está cerca; no os inquietéis por nada”» (Sermón 171,4-5).

Lectura del Santo Evangelio

Lucas 3,10-18: ¿Qué hemos de hacer? La alegría de ser de Cristo nos da a todos una actitud de sinceridad para adaptar nuestra vida incondicionalmente a la voluntad amorosa de Dios: ¿Qué tenemos que hacer?

El Adviento, en cuanto tiempo de preparación para Navidad, es decir, para el encuentro salvífico con Cristo, entraña profundas actitudes penitenciales: disponibilidad por la renuncia, disponibilidad por la esperanza, disponibilidad por la alegría.

La Virgen María es el modelo perfecto. Su Fiat decisivo y total es la actitud de conversión más perfecta alcanzada por una criatura humana en la historia de la salvación. «¡Alegraos en el Señor!» Él purificará y elevará vuestros pensamientos, curará vuestra desmedida afición a lo terreno y orientará hacia Dios vuestros afanes, vuestras preocupaciones, vuestro amor y toda vuestra vida. «Olvidad vuestras preocupaciones».

No os angustie el tener que renunciar a las cosas terrenas y caducas. Depositad en Dios todas vuestras inquietudes. Abrid de par en par las puertas de vuestro corazón al Señor, que viene, que está en medio de nosotros, y decidle: «¡Muestra, Señor, tu poder y ven a salvarnos!»

Puedes leer las homilías de los Santos Padres sobre este Evangelio de Lucas:

MANUEL GARRIDO BONAÑO, O.S.B. Año litúrgico patrístico: Adviento-Navidad, Fundación GRATIS DATE. Pamplona, 2001

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