Lucas 3,10-18 – Evangelio comentado por los Padres de la Iglesia
La gente le preguntaba: «Entonces, ¿qué debemos hacer?». Él contestaba: «El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo». Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron: «Maestro, ¿qué debemos hacer nosotros?». Él les contestó: «No exijáis más de lo establecido». Unos soldados igualmente le preguntaban: «Y nosotros, ¿qué debemos hacer?». Él les contestó: «No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino contentaos con la paga». Como el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, Juan les respondió dirigiéndose a todos: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego; en su mano tiene el bieldo para aventar su parva, reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga». Con estas y otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo el Evangelio. (Lucas 3, 10-18)
Orígenes, presbítero
Homilía: Seamos un edificio sólido, que ninguna tormenta consiga derribar
Homilía 26 sobre el evangelio de san Lucas, 3-5: SC 87, 341-343.
«Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego» (Lc 3,16).
El bautismo de Jesús es un bautismo en Espíritu Santo y fuego. Si eres santo, serás bautizado en el Espíritu, si pecador, serás sumergido en el fuego. Un mismo e idéntico bautismo se convertirá para los indignos y pecadores en fuego de condenación, mientras que a los santos, a los que con fe íntegra se convierten al Señor, se les otorgará la gracia del Espíritu Santo y la salvación.
Ahora bien, aquel de quien se afirma que bautiza con Espíritu Santo y fuego, tiene en la mano la horca para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga.
Quisiera descubrir la razón por la que nuestro Señor tiene la horca y cuál es ese viento que, al soplar, dispersa por doquier la leve paja, mientras que el grano de trigo cae por su propio peso en un mismo lugar: de hecho, sin el viento no es posible separar el trigo de la paja.
Pienso que aquí el viento designa las tentaciones que, en el confuso acervo de los creyentes, demuestran quiénes son la paja, y quiénes son grano. Pues cuando tu alma ha sucumbido a una tentación, no es que la tentación te convierta en paja, sino que, siendo como eras paja, esto es, ligero e incrédulo, la tentación ha puesto al descubierto tu verdadero ser. Y por el contrario, cuando valientemente soportas las tentaciones, no es que la tentación te haga fiel y paciente, sino que esas virtudes de paciencia y fortaleza, que albergabas en la intimidad, han salido a relucir con la prueba: «¿Piensas –dice el Señor– que al hablarte así tenía yo otra finalidad sino la de manifestar tu justicia?». Y en otro lugar: Te he hecho pasar hambre para afligirte, para ponerte a prueba y conocer tus intenciones.
De idéntica forma, la tempestad no permite que se mantenga en pie un edificio construido sobre arena; por tanto, si te dispones a construir, construye sobre roca. La tempestad desencadenada no logrará derrumbar lo cimentado sobre roca; pero lo cimentado sobre arena se tambalea, demostrando así que no está bien cimentado. Por consiguiente, antes que se desate la tormenta, antes de que arrecien los vientos, y los ríos salgan de madre, mientras aún está todo en calma, centremos toda nuestra atención en los cimientos de la construcción, edifiquemos nuestra casa con los variados y sólidos sillares de los divinos preceptos, de modo que, cuando se cebe la persecución y arrecie la tormenta suscitada contra los cristianos, podamos demostrar que nuestro edificio está construido sobre la roca, que es Cristo Jesús.
Y si alguien –no lo quiera Dios– llegare a negarlo, piense éste tal que no negó a Cristo en el momento en que se visibilizó la negación, sino que llevaba en sí inveterados los gérmenes y las raíces de la negación: en el momento de la negación se hizo patente su realidad interior, saliendo a la luz pública.
Oremos, pues, al Señor para que seamos un edificio sólido, que ninguna tormenta consiga derribar, cimentado sobre la roca, es decir, sobre nuestro Señor Jesucristo, a quien corresponden la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
San Francisco de Sales, obispo y doctor de la Iglesia
Sermón: Sermón del 13 de diciembre de 1620. Tomo IX, 425, 426, 430, 431.
«Viene Otro más fuerte que yo, a quien no soy digno de soltarle la correa de las sandalias» (Lc 3,18).
Hallándose el pueblo en ansiosa expectación y pensando todos entre sí de Juan si sería él el Mesías, Juan respondió a todos diciendo: “Yo os bautizo en agua, pero está Otro más fuerte que yo, a quien no soy digno de soltarle la correa de las sandalias.” Lc 3, 10-18
La ley prometía al pueblo judío que se le iba a enviar un gran profeta. Y había diversas opiniones sobre quién sería ese gran personaje; la más común pensaba que no era otro que el Hijo de Dios. San Juan se dio perfecta cuenta de que no le estaban preguntando simplemente si él era profeta, y que si afirmaba que lo era, le creerían el gran Profeta prometido y le reconocerían como tal; y por eso lo negó, pues comprendió que, sin mentir, podía muy bien responder que no lo era.
Si me preguntaseis sencillamente quién soy, yo os respondería sencillamente: “me han enviado para preparar los caminos del Mesías.” Ahí tenéis cómo San Juan rechazó esa tentación de orgullo y de ambición; y cómo la humildad le procuró recursos e ideas admirables para no admitir ni recibir el honor que se le quería otorgar, disimulando y negando ser lo que verdaderamente era…
¿Queréis saber quién soy yo? yo os digo que no soy nada más que una voz… San Juan no hubiera podido rebajarse más al decir que era sólo una voz. “Creéis que soy el Mesías y yo os aseguro que no soy más que una simple voz.” En resumen, nuestro Señor nos propone a san Juan como modelo a imitar para toda clase de personas.
No solamente deben copiarlo los prelados y predicadores, sino también los religiosos y religiosas tienen que considerar su humildad y su mortificación, para ser ejemplo suyo, voces los unos para los otros, voces que clamen que hay que preparar y allanar los caminos del Señor para que, recibiéndole en esta vida, gocemos de Él en la otra…
San Máximo de Turín, obispo
Sermón: Sermón 85: PL 57, 733-736.
«Viene el que puede más que yo» (Lc 3,18).
Juan no tan sólo habló en su tiempo anunciando el Señor a los fariseos, diciendo: «Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos» (Mt 3,3). También hoy clama en nosotros, y su voz de trueno estremece el desierto de nuestros pecados. Incluso enterrado en el sueño del martirio, todavía resuena su voz. Hoy nos sigue diciendo: ««Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos».
Juan Bautista ordenó preparar el camino al Señor. Veamos cuál es ese camino preparado al Salvador. De un cabo al otro ha trazado y ordenado perfectamente su camino para la llegada de Cristo, porque en todo fue sobrio, humilde, austero y virgen. Por eso al narrar éstas virtudes suyas, el evangelista dice: «Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero en la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre» (Mt 3,4). ¿Hay signo más grande de humildad en un profeta que el desprecio de sus vestidos mullidos y vestirse con pelos ásperos? ¿Hay una señal más profunda de fe que estar siempre a punto para cualquier servicio, con un simple taparrabo atado a la cintura? ¿Hay una señal más esplendorosa de abstinencia que renunciar a las delicias de esta vida y alimentarse de saltamontes y miel silvestre?
Según mi parecer, todas estas actitudes del profeta eran proféticas en sí mismas. Cuando el mensajero de Cristo llevaba un vestido áspero, de piel de camello, ¿no significaba todo ello simplemente que Cristo, en su venida, se revestiría de nuestro cuerpo humano, hecho de un tejido espeso, áspero por sus pecados?… El cinturón de piel significa que nuestra frágil carne, que antes de la venida de Cristo estaba orientada hacia el vicio, él la conduciría a la virtud.
Nos pide que preparemos la venida del Señor construyendo un camino sólo con la pureza de nuestra fe. El Señor no recorre los caminos de la tierra sino que penetra en el secreto del corazón. Si este camino es rugoso en sus costumbres, duro en nuestra brutalidad, sucio en nuestra conducta, nos pide que lo limpiemos, lo allanemos, lo nivelemos. Así el Señor, cuando venga, en lugar de tropezar, encontrará un camino barrido por la castidad, allanado por la fe, embellecido por las limosnas. El Señor está acostumbrado a andar sobre semejante camino, puesto que el profeta dice: «Alfombrad el camino del que avanza por el desierto, su nombre es el Señor» (Sal 67, 5).
Texto extraído de http://www.deiverbum.org