Virtudes teologales: fe, esperanza y caridad


Virtud no es una costumbre, ni una tendencia a obrar de manera automática y repetitiva. Virtud es una inclinación permanente que me mueve a obrar de manera pronta, agradable, voluntaria y firme, en una determinada dirección, conduciendo mis actos y mi vida a un determinado fin que es el bien. Crea una disposición en mi que me lleva a actuar de forma virtuosa para hacer el bien y además de manera agradable.

Una virtud es una acción buena que me hace bueno, mientras que un vicio es una acción mala que me va degradando y me hace malo.

Se llaman teologales porque son virtudes que vienen de Dios, es decir, son dones de Dios, regalos gratuitos de Dios; y también porque nos llevan a Dios, es decir, el fin al que nos conducen es a Dios, la comunión con Dios. Son dones de Dios que transforman la vida humana, la une a Dios, introducen en nosotros un principio de vida sobrenatural. Nuestros afectos, sentimientos, tendencias se orientan al Bien, a Dios.

El Catecismo dice lo siguiente: “Las virtudes teologales se refieren directamente a Dios. Disponen a los cristianos a vivir en relación con la Santísima Trinidad. Tienen como origen, motivo y objeto a Dios Uno y Trino” (CIC 1812).

La fe, la esperanza y la caridad tienden a un encuentro inmediato con Dios. Estas virtudes no pueden separarse unas de otras, ya que brotan de la misma fuente y tienden a un mismo fin, Dios. Pero cada una acoge y considera a Dios desde una perspectiva diferente:

  • La fe busca crear una nueva relación a través de Cristo. La fe es mucho más que decir “Dios existe”, no se queda en los enunciados de la fe, ni se agota con las expresiones intelectuales por las que nos llega el conocimiento de Dios. La fe está en relación con Cristo, que quiere darse a conocer a la humanidad. Es Dios que se revela a través de su Hijo y, por lo tanto, esta revelación es superior a cualquier otra revelación que uno pueda imaginar. El Hijo muestra la riqueza de Dios. La fe tiene una dimensión afectiva e intencional. Esto no quita que haya que tener una buena formación, pero no para quedarse en ella sino para con ella llegar a unirnos a Dios.
  • La esperanza quiere suscitar una orientación en la vida cristiana, la certeza de que la salvación se ha cumplido ya y que se cumplirá definitivamente. Da una certeza distinta a la de la fe, porque va dirigida en orden a la acción, al actuar. La desesperanza lleva a no hacer nada, le falta la certeza de que lo que está haciendo tiene un sentido y que puede alcanzar la salvación. Al demonio no le importa tanto que peques, sino que te desesperes. El pecado realmente supone una desesperanza. El demonio siembra la duda sobre Dios y al sembrar la duda sobre Dios, entonces viene el odio y el rechazo a Dios, que es el pecado, y con el pecado viene la desesperación. Pero Dios busca, va al encuentro del hombre, y les promete un Salvador, una nueva esperanza.
  • La caridad nos manifiesta el ser íntimo de Dios, que es amor. Este amor de Dios es la fuente del amor derramado en nuestros corazones y en la comunidad eclesial. Por lo tanto, la caridad es el amor de Dios, que con su caridad transforma el corazón humano, en sus sentimientos, deseos, pensamientos, etc. para poder amar a los demás con la caridad de Dios. Todo amor auténtico dimana de la fuente del amor que es Dios.

La fe engendra la esperanza y la caridad es engendrada por ambas. Pues no se puede no amar aquello que crees y que esperas. Las tres son infundidas en el alma por el Espíritu Santo a la vez en el Bautismo, no hay una que sea primera. Esa mutua relación no impide que cada una de ellas tenga unas características propias distintas a las demás.

Podríamos decir que desde el punto de vista de la perfección, la caridad es la más importante. Desde el punto de vista psicológico sería la fe que es la que nos da noticia de Dios y nos lleva a conocerlo. Desde el punto de vista espiritual o moral sería la caridad, porque es el amor de Dios el que nos pone en movimiento y enciende en nosotros el amor hacia Él.

Pero la caridad choca con nuestra capacidad humana de percibir a Dios, de tocarle en nuestra vida cotidiana. Dios es mucho más grande y se nos escapa, es inaccesible a nuestra capacidad. Esto nos trae la desesperanza y hace que la tendencia a unirnos con Dios que nos da la caridad desaparezca. Entonces es cuando aparece la esperanza para darnos fuerzas, para que nos demos cuenta de que a pesar de nuestras limitaciones humanas, Dios viene siempre a nuestro encuentro y nos ayuda. Sin la esperanza, dada nuestra realidad humana, la caridad sería imposible. La esperanza es el motor de la vida cristiana.

Cuando uno está en pecado aparece una falta de comunión con Dios, por lo tanto, no está la caridad como virtud teologal, y en ese momento pensamos que es imposible unirnos a Dios y aparece la desesperanza. En el pecado, Dios desaparece y sólo quedo yo.

Pero la fe y la esperanza pueden pervivir, de modo informe. Esa fe informe es la fe que cree en Dios, en los enunciados de la fe, pero es una fe que no une a Dios. Y esa esperanza informe es una esperanza que no se apoya en Dios, sino que espera que Dios se apiade, que tenga misericordia de mí.

Al confesarnos y ser perdonados nuestros pecados volvemos a estar en gracia y se recupera la vida de caridad, Entonces, la fe y la esperanza adquieren otra vez su carácter pleno de virtudes formadas que nos unen otra vez a Dios.

La fe y la esperanza nos dirigen a Dios en cuanto que todavía no lo vemos ni lo poseemos plenamente, nos llevan a las puertas de la vida eterna. La única que permanecerá será la caridad que nos une plenamente con Dios. La «Lumen fidei» (luz de la fe) se convertirá en «Visio Dei» (visión de Dios) y la esperanza ya no será necesaria porque ya poseeré a Dios plenamente.

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