Soldado de Cristo
He pasado toda mi vida queriendo ser militar, desde joven era mi ilusión. Estudié varios años en academias para preparar el acceso a la Academia Militar y sin embargo nunca conseguí sacar la nota suficiente que exigían para entrar. Me quedé con las ganas.
Ante esta desilusión, estudié otra carrera y me puse a trabajar, pero siempre estuvo en mi interior ese deseo incumplido de ser militar.
Cuando aprobaron la Ley de la Reserva Voluntaria, vi la oportunidad de cumplir mis sueños y me presenté. Saqué plaza de Sargento de la Armada y me destinaron en el Cuerpo de Guardia del Arsenal de Cartagena. Estuve 6 años destinado allí, pero apenas me activaron para cumplir servicio. Desilusionado, pedí cambio de destino a la Flotilla Aero-transportable de helicópteros en la Base Naval de Rota, pensando que tal vez allí me activarían más, pero en 3 años nunca me activaron.
Finalmente, hastiado y desilusionado, solicité la baja de la Reserva Voluntaria. Mis anhelos de ser militar quedaban nuevamente frustrados. Yo quería ser un soldado al servicio de mi Patria y no lo conseguí, era sargento de la Armada pero sólo de BOE y de uniforme.
Ahora me doy cuenta que el Señor tenía reservado para mí otro tipo diferente de milicia, no una milicia al servicio de hombres o de territorios, no una milicia con armamento de muerte y destrucción.
El Señor quería que yo fuese militar de su ejercito celestial, una milicia del Amor, de la Bondad, del Bien, al servicio del Rey de reyes, al servicio de Jesucristo nuestro Señor.
Hoy me doy cuenta que mi vocación militar no había quedado frustrada como yo pensaba, sino que lo que el Señor tenía preparado para mí era otra forma de ser militar. Es la misma vocación pero al servicio de diferente bandera, esta no es una bandera humana, sino la bandera de Dios.
Las batallas de este ejército son totalmente diferentes, se ganan con otras armas, con las armas del amor a Dios y al prójimo, con las armas de la oración, con las armas del arrepentimiento y la penitencia, con las armas de la caridad, con las armas de la mortificación, con las armas del servicio a los demás.
Mi vida ahora es ser soldado, un soldado de Dios al servicio del hombre. Voy a formarme en la batalla espiritual. Voy a aprender a manejar las armas que Dios me da. Voy a comenzar como soldado raso, y poco a poco, paso a paso, con caídas y vueltas a ponerme en pie, con heridas de guerra, pero siempre de la mano de Jesús y de la Virgen María, iré aprendiendo y haciéndome experto, iré ascendiendo en mi carrera militar, y espero, algún día si Dios quiere, llegar a ser uno de los generales de Dios en el país del Amor eterno.
Por lo demás, buscad vuestra fuerza en el Señor y en su invencible poder. Poneos las armas de Dios, para poder afrontar las asechanzas del diablo, porque nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos del aire. Por eso, tomad las armas de Dios para poder resistir en el día malo y manteneros firmes después de haber superado todas las pruebas. Estad firmes; ceñid la cintura con la verdad, y revestid la coraza de la justicia; calzad los pies con la prontitud para el evangelio de la paz. Embrazad el escudo de la fe, donde se apagarán las flechas incendiarias del maligno. Poneos el casco de la salvación y empuñad la espada del Espíritu que es la palabra de Dios. Siempre en oración y súplica, orad en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con constancia, y suplicando por todos los santos. (Efesios 6, 10-18)