Parábola del siervo fiel

Esta parábola de “El siervo fiel” aparece en los evangelios de san Mateo y san Lucas:

¿Quién es el criado fiel y prudente, a quien el señor encarga de dar a la servidumbre la comida a sus horas? Bienaventurado ese criado, si el señor, al llegar, lo encuentra portándose así. En verdad os digo que le confiará la administración de todos sus bienes. Pero si dijere aquel mal siervo para sus adentros: “Mi señor tarda en llegar”, y empieza a pegar a sus compañeros, y a comer y a beber con los borrachos, el día y la hora que menos se lo espera, llegará el amo y lo castigará con rigor y le hará compartir la suerte de los hipócritas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. (Mt 24, 45-51)

Y el Señor dijo: «¿Quién es el administrador fiel y prudente a quien el señor pondrá al frente de su servidumbre para que reparta la ración de alimento a sus horas? Bienaventurado aquel criado a quien su señor, al llegar, lo encuentre portándose así. En verdad os digo que lo pondrá al frente de todos sus bienes.  Pero si aquel criado dijere para sus adentros: “Mi señor tarda en llegar”, y empieza a pegarles a los criados y criadas, a comer y beber y emborracharse, vendrá el señor de ese criado el día que no espera y a la hora que no sabe y lo castigará con rigor, y le hará compartir la suerte de los que no son fieles.  El criado que, conociendo la voluntad de su señor, no se prepara ni obra de acuerdo con su voluntad, recibirá muchos azotes; pero el que, sin conocerla, ha hecho algo digno de azotes, recibirá menos. Al que mucho se le dio, mucho se le reclamará; al que mucho se le confió, más aún se le pedirá. (Lc 12, 42-48)

 
Jesús, con esta parábola, responde a los discípulos indicando que el día y la hora de los últimos tiempos, llegarán de una manera absolutamente inesperada. De ahí la necesidad de la vigilancia y de estar preparados ante lo imprevisible de la venida del Señor.

Vigilar es tomarse en serio la tarea que nos ha encomendado el Señor, ya que, cuando vuelva, habrá que darle cuentas. El que haya sido buen administrador de los dones recibidos, como premio, compartirá toda la hacienda del dueño, pero el que haya abusado de sus consiervos y los haya maltratado en vez de alimentarlos, compartirá la suerte de los malvados.

Seremos juzgados de acuerdo a las oportunidades y entendimiento que hayamos sido dotados. Algunos tienen más habilidades que otros, y por lo tanto, mayores responsabilidades. Si alguien no utiliza sus talentos, o los derrocha, se hace merecedor de la condenación de Dios. Al que tiene la habilidad de cinco talentos, se esperará que utilice los cinco talentos. Al que tiene habilidad de un solo talento, se le hará responsable si no lo utiliza. Al que mucho se le haya confiado, mucho se le exigirá. El que desobedeció por ignorancia, será castigado, pero no tanto como el que conocía la voluntad de Dios y no la hizo.

El día y la hora, será para cada uno de nosotros el instante de nuestra muerte, cuando salgamos de este mundo para entrar en la eternidad. No cabe duda que habrá un día y una hora, que sólo el Padre conoce.

Unos, prefieren pensar que esto no tiene que ver con su existencia personal, y otros, aunque si lo creen, el retraso del retorno del Señor les induce al abandono y se aprovechan de ello. Unos y otros llevan su vida sin importarle esta llegada: “carpe diem”. Sin embargo, la última hora de la historia tiene que ver con todos. Es verdad que el Señor parece tardar, pero puede llegar de un momento a otro.

Con retraso o sin él, la actitud responsable sigue siendo la vigilancia continua. Los cristianos, debemos prepararnos con la fidelidad y la prudencia de una vida conforme a la voluntad del Señor y entregada al bien de los demás: “Bienaventurado aquel criado a quien su señor, al llegar, lo encuentre portándose así”.

“Despertémonos, por fin, del sueño y elevemos al cielo nuestros corazones junto con nuestras manos, a fin de que, cuando el Señor se acerque de improviso a la morada, nos encuentre vigilantes al venir. Seamos fieles en la oración, para no vivir en el temor. Purifiquemos nuestros corazones de la iniquidad, para ver al Altísimo en su gloria. Seamos misericordiosos como está escrito, a fin de que Dios tenga misericordia de nosotros. Reine la paz entre nosotros, a fin de que nos llamen hermanos de Cristo. Construyamos nuestro edificio sobre la roca, para que no lo derriben los vientos y las olas. Seamos vasos dignos de honor, a fin de que el Señor nos busque para su servicio. Volvámonos extraños al mundo como Cristo no fue del mundo. Participemos en su pasión, para que después podamos vivir en la resurrección. Imprimamos su signo en nuestros cuerpos, para ser liberados de la ira que va a venir; en efecto, es terrible el día en el que vendrá ¿Quién lo podrá resistir?” (San Afraates).

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