Parábola del rico y del pobre Lázaro

Esta parábola de “El rico y del pobre Lázaro” aparece sólo en el evangelio de san Lucas:

Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas,  y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico. Y hasta los perros venían y le lamían las llagas. Sucedió que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán. Murió también el rico y fue enterrado. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritando, dijo: “Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”. Pero Abrahán le dijo: “Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado. Y, además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que los que quieran cruzar desde aquí hacia vosotros no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de ahí hasta nosotros”. Él dijo: “Te ruego, entonces, padre, que le mandes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también ellos vengan a este lugar de tormento”. Abrahán le dice: “Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”. Pero él le dijo: “No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán”. Abrahán le dijo: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”». (Lc 16, 19-31)

 
Jesús prosigue con la enseñanza sobre la fidelidad en la administración de los bienes temporales, en donde contrapone el buen uso y el mal uso de las riquezas. Los dos personajes de la parábola encarnan posturas opuestas ante la vida: una que lleva a la muerte y otra que conduce a la vida.

Del primero, el hombre rico, no se nos dice su nombre ¿tal vez para que podamos ponerle nosotros nuestro propio nombre?. Es una persona centrada en ella misma y en su riqueza, se demuestra en el vestir y en el comer. Representa justo las cosas por las que Jesús decía que no debían andar preocupados sus seguidores: «no andéis preocupados por vuestra vida, pensando qué comeréis, o por vuestro cuerpo, discurriendo con qué os vestiréis» (Lc 12,22). Este hombre rico es la negación del discípulo de Jesús.

Al segundo, sí le pone nombre, se llama Lázaro, cuyo significado es probablemente “ayuda de Dios”. Lázaro duerme junto al portal de la casa del rico, está cubierto de llagas, hambriento… Es lo más opuesto al rico, tanto en el vestir como en el comer. Ni siquiera le daban la comida que caía de la mesa o que echaban a los perros. Los perros eran los únicos que aliviaban al pobre lamiéndole las llagas. Lázaro, para su época, era un hombre impuro, una persona separada de las relaciones sociales de su tiempo.

Entra luego en escena un tercer personaje, Abrahán, que encarna la enseñanza pretendida por el evangelista. Fue el primer “discípulo” de Dios, que lo dejó todo: riquezas, tierras, seguridades,… Se desinstaló de su vida y se puso en marcha tras la Palabra de Dios.

El tema de la parábola se centra en lo que les ocurre a estas personas después de la muerte. La suerte de cada uno después de la muerte depende de lo que haya hecho en vida, el rico ya gozó de sus bienes en vida; en cambio Lázaro sólo recibió desgracias.

En nuestro mundo hay muchos “Lázaros”, no tenemos que ir a buscar muy lejos, los hay en nuestro país y por su puesto en los países denominados “del tercer mundo”. Mientras nosotros somos ricos, hay muchos “Lázaros” sufren cerca de nosotros.

Nosotros vivimos en un país donde tenemos de todo, donde estamos seguros,… y sin embargo nos quejamos de pagar tantos impuestos, de la falta de libertad,… pero no miramos a otros países donde la vida no vale nada, donde se mata por placer, por un par de dólares, donde la policía más que proteger abusa de los ciudadanos,… Nosotros tenemos un techo donde dormir, agua corriente, electricidad, camas, neveras, armarios con ropa, duchas,… Hay tantos hermanos que duermen en la calle, que no saben lo que es abrir un grifo y que salga agua y mucho menos caliente, que llevan todas sus pertenencias a cuentas todos los días,… Nosotros tenemos familia y amigos con los que compartir nuestra vida, que nos visitan si estamos enfermos, que nos llaman para salir a cenar,… Pero cuantas personas a nuestro alrededor están solas, sin hablar con nadie día tras día, sin saber si les encontrarán muertos en sus casas al cabo de una semana,…

Lo que Jesús nos está pidiendo es que comprendamos que todo se juega «en el umbral» de nuestra casa, de nuestra vida en la tierra, de nuestro planeta, que es donde yace Lázaro. Debemos ser conscientes de ello, mirarlos a la cara y compadecernos, tener misericordia, actuar para cambiar su vida. Jesús nos dice: «Os aseguro que cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis […I. Os aseguro que cuando dejasteis de hacerlo con uno de estos pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo» Mt 25, 40.45). Los “Lázaros” a los que no veo son Jesús a quién no miro. Si no les amo, tampoco amo al Señor.

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