Parábola del hombre que se marcha de viaje

Esta parábola de “El hombre que se marcha de viaje” aparece sólo en el evangelio de san Marcos:

Estad atentos, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el señor de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!». (Mc 13, 33-37)

 
Jesús en su discurso escatológico a los discípulos, insiste en que deben velar, vigilar, estar despiertos, permanecer alerta, ser responsables, hasta que llegue el momento de su venida gloriosa. Esto significa ocuparse con amor, custodiar con esmero, convertirse en guardián del Evangelio, de la gracia recibida, para no perderla.

Jesús, no pretende pintar de rosa el futuro que les espera a sus discípulos, y tampoco el que nos espera al resto de los futuros cristianos, hasta su segunda llegada. Él quiere que seamos perfectamente conscientes de la situación, de los peligros que vamos a correr, que no seamos ingenuos. Por eso nos pide insistentemente que velemos, que estemos vigilantes, para no dejarnos inducir a engaño.

Debemos vigilar para no adormecernos, para no ser indiferentes, para no abandonar la fe ni olvidarnos de las enseñanzas de Cristo y de sus exigencias. El Señor nos pide vigilancia, porque si nos descuidamos, buscaremos la recompensa de aquí abajo, y dejaremos de hacer el bien por cobardía, por respetos humanos, por miedo a la opinión de los demás.

El diablo, está al acecho como un León hambriento que nos quiere devorar, nos dice san Pedro (1 Pe 5,8). Pero el diablo sólo nos puede causar verdadero daño si libremente le permitimos hacérnoslo, consintiendo en el mal y alejándonos de Dios. Demás, junto al diablo están aliados el mundo y nuestras propias pasiones, que nos acompañarán siempre.

El Señor viene a nosotros y debemos aguardar su llegada con espíritu vigilante, no asustados como quienes son sorprendidos en el mal, ni distraídos como aquellos que tienen el corazón puesto únicamente en los bienes de la tierra, sino atentos y alegres como quienes aguardan a una persona querida y largo tiempo esperada. Si permanecemos así, vigilantes, podremos reconocer la voz del Señor y distinguir su tono amigo que nos pide a cada instante que le dejemos entrar en nuestro corazón, en nuestra vida.

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