Parábola del Buen Pastor

Esta parábola de “El Buen Pastor” sólo aparece en el evangelio de san Juan:

En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ese es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A este le abre el guarda y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz: a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños».

Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús: «En verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estragos; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante. Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo las roba y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el Buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo Pastor. (Jn 10,1-16)

 
El Antiguo Testamento denomina a Yahvé el “Pastor de Israel”. Con la afirmación de que él es la puerta de las ovejas y el Buen Pastor, Jesús nos dice que el que cree en él como Hijo del hombre y enviado por el Padre, entra a través de la puerta, que es Cristo, en el redil de Dios, que es la Iglesia. La comunidad de los creyentes es el nuevo Israel guiado por Jesús-pastor. Cristo es el Buen Pastor, el salvador de las ovejas que conduce a los suyos hacia los pastos celestiales en la casa del Padre.

En el extremo opuesto hay que colocar a los falsos mesías que vinieron antes que él, que en vez de guiar a su rebaño hacia Dios, intentaron alejarlo de la fuente de la vida.

Las ovejas oyen al pastor y conocen su voz. Los hombres conocemos la llamada de Jesús en nuestro interior y deberíamos responderle. Pero yo ¿realmente oigo su llamada y le sigo? o ¿oigo más fuerte la llamada de otros?.

Dios nos ha creado con libertad para decidir, y aunque nos dio medios naturales para oír, no se trata de eso, sino de escuchar, y esto ya es un acto voluntario que podemos negarnos a hacerlo. Por eso, los adversarios con los que debe combatir el Buen Pastor no son exclusivamente los otros que luchan contra él, sino nosotros mismos, que no le permitimos entrar. El mayor enemigo de nuestra redención somos nosotros mismos. Contra nosotros ha de luchar, en nuestro favor, el Buen Pastor.

Para el seguimiento más básico de Jesús, es vital el reconocimiento de su voz y la distinción de su voz de todas las que nos llevarían en otras direcciones. Hoy vivimos en un mundo con tanto ruido que se hace cada vez más difícil distinguir la voz de Jesús entre todas las demás voces. No debemos esperar que la voz del Buen Pastor sea siempre la más fuerte. A veces necesitamos callarnos para escuchar su voz.

Hay voces que son abiertamente hostiles a cualquier cosa relacionada con Jesús y son más fáciles de discernir y superar, sin embargo, hay otras voces más sutiles que pueden ser más difíciles de discernir. Nuestro trabajo, nuestras posesiones, la comida, las fistas, incluso nuestras relaciones, pueden llegar a volverse tan poderosos que ahogan la voz del Buen Pastor. Cualquiera de estas cosas buenas puede distorsionarse y hacernos adictos a las voces que llaman a lo peor de nosotros mismos, en lugar de a lo mejor.

Es normal que cuanto más tiempo pase conversando con una persona, más llegue a conocerle y reconocer su voz. Lo mismo ocurre con nuestra relación con el Buen Pastor. Cuanto más tiempo pase con él conversando, es más probable que pueda distinguir su voz entre el ruido de fondo. Por ello es muy importante para un cristiano desarrollar una vida de oración, participar en la vida de la Iglesia, estudiar, pasar tiempo con otros cristianos, invocar al Espíritu Santo y leer el Escrituras, etc.

A veces, solo necesitamos apagar el ruido que nos rodea y callarnos, escuchando la voz del Buen Pastor en lo más profundo de nuestro corazón. Cuando aprendemos a reconocer la voz del Buen Pastor, él promete llevarnos a una vida más abundante.

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