Parábola del árbol y el fruto

Esta parábola de “El árbol y el fruto” aparece en los evangelios de san Mateo y san Lucas:

Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos? Así, todo árbol sano da frutos buenos; pero el árbol dañado da frutos malos. Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos. El árbol que no da fruto bueno se tala y se echa al fuego. Es decir, que por sus frutos los conoceréis. (Mt 7,16-20)

Pues no hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos. (Lc 6,43-44)

 
Esta parábola de Jesús nos está hablando de falsos profetas. En tiempos de Jesús había abundantes personajes que se lanzaban a predicar y se aprovechaban de las esperanzas del pueblo de Israel. Hay que entender que el pueblo se encontraba invadido y sometido por el Imperio Romano y que los últimos profetas importantes (Isaías, Ezequiel) habían dicho que vendría un profeta especial, el Mesías, que les sacaría de la esclavitud. Ellos anhelaban esta llegada y cualquier mensaje de esperanza era para ellos un regalo.

No hay acuerdo sobre la identidad de estos falsos profetas a los que se refiere Jesús, pero en general hay que decir que son los que enseñan una religiosidad diferente a la expuesta en el Sermón de la Montaña. Tal vez eran predicadores itinerantes que enseñaban que lo importante era el saber, el conocimiento (gnosticismo) y descuidaban o negaban la necesidad de las obras, o tal vez eran personajes que negaban toda ley, tal vez legalistas.

También puede ser que Mateo y Lucas estén elaborando esta catequesis de cara a los responsables de la enseñanza o transmisión del mensaje de Jesús, en las diferentes comunidades cristianas nacientes, ya que no siempre fuera patente la coherencia entre el decir y el obrar.

En cualquier caso, Jesús nos invita a fijarse en los frutos para distinguir el verdadero del falso profeta. Todo árbol debe dar su propio fruto y éste debe corresponder a la naturaleza del árbol, si es árbol bueno, producirá frutos buenos.

También tenemos falsos profetas hoy en día, siempre han existido. Jesús nos dice que por sus frutos los conoceremos.

El papa Benedicto XVI dijo que a lo largo de la historia “muchos profetas, ideólogos y dictadores” se autoproclamaron Mesías e instauraron sus imperios, sus dictaduras y sus totalitarismos, que cambiaron el mundo de un modo destructivo. “Hoy sabemos que de esas grandes promesas no ha quedado nada más que un gran vacío y una gran destrucción”. Por ello debemos preguntar a Cristo: ¿Eres tú?, a lo que el Señor responderá: “Veis qué he hecho yo. No he hecho una revolución cruenta, no he cambiado el mundo con la fuerza, sino que he encendido tantas luces que forman un gran camino de luces en el milenio”.

También el papa Francisco, nos invita a preguntarnos ¿qué formas asumen los falsos profetas de hoy en día? Y no duda en responder que “son como encantadores de serpientes”, que “se aprovechan de las emociones humanas para esclavizar a las personas y llevarlas adonde ellos quieren”. De ahí su exclamación ante los tantos hijos de Dios que “se dejan fascinar por las lisonjas de un placer momentáneo, al que se lo confunde con la felicidad”. O acerca de cuántos hombres y mujeres que “viven como encantados por la ilusión del dinero, que los hace en realidad esclavos del lucro o de intereses mezquinos”; sin olvidar a quienes “viven pensando que se bastan a sí mismos y caen presa de la soledad”. Son “charlatanes”, que ofrecen soluciones sencillas e inmediatas para los sufrimientos, remedios que sin embargo resultan ser completamente inútiles. Pensemos en los numerosos jóvenes “a los que se les ofrece el falso remedio de la droga, de unas relaciones de ‘usar y tirar’, de ganancias fáciles pero deshonestas; o que “se dejan cautivar por una vida completamente virtual”, en que las relaciones parecen más sencillas y rápidas pero que después “resultan dramáticamente sin sentido”.

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