Parábola de los niños sentados en la plaza

Esta parábola de “Los niños sentados en la plaza” aparece en los evangelios de san Mateo y san Lucas:

¿A quién compararé esta generación? Se asemeja a unos niños sentados en la plaza, que gritan diciendo: “Hemos tocado la flauta, y no habéis bailado; hemos entonado lamentaciones, y no habéis llorado”. Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: “Tiene un demonio”. Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: “Ahí tenéis a un comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores”. Pero la sabiduría se ha acreditado por sus obras». (Mt 11, 16-19)

«¿A quién, pues, compararé los hombres de esta generación? ¿A quién son semejantes?  Se asemejan a unos niños, sentados en la plaza, que gritan a otros aquello de: “Hemos tocado la flauta y no habéis bailado, hemos entonado lamentaciones, y no habéis llorado”. Porque vino Juan el Bautista, que ni come pan ni bebe vino, y decís: “Tiene un demonio”; vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: “Mirad qué hombre más comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores”. Sin embargo, todos los hijos de la sabiduría le han dado la razón». (Lc 7, 31-35)

 
Jesús pone esta parábola para explicar la reacción de algunos ante su palabra, siempre poniendo excusas, buscando pegas a todo lo que él dice.

En ella Jesús alude a dos tipos de juegos infantiles, uno de tipo alegre, jugar a bodas, y otro de tipo triste, jugar a funerales, ambos son rechazados por los niños caprichosos que no quieren jugar a nada. Esto lo aplica al pueblo de Israel que, a Juan, que fue un asceta, aislado de la convivencia humana, se le rechazó como endemoniado y loco; y a Jesús, que comparte la vida con los hombres, sin excluir a los pecadores, se le rechaza como mundano, comilón y borracho. Cualquier excusa es buena para rechazar la palabra de Dios, la Sabiduría, sea la que sea la forma de ofrecérsela. Su actitud ante Juan y ante Jesús se asemeja al caprichoso comportamiento de los niños.

Aunque no todos se muestran así. Los hay que están abiertos a la acción de Dios, son capaces de reconocer sus caminos y acogen su plan de salvación, que se manifiesta primero en Juan y después en Jesús.

El reproche de Jesús a “esta generación” se dirige hoy también a nosotros. ¿Como es nuestra acogida a la Sabiduría de Dios? ¿Cuántas veces criticamos si el papa dice eso o aquello o lo contrario? ¿Nos reconocemos en esos niños caprichosos y rebeldes atrincherándonos detrás de nuestros pretextos para no seguir la Sabiduría de Dios? A veces sentimos la tentación de dejar caer su Sabiduría en saco roto, de no aceptar lo que dice: al papa Francisco porque es demasiado moderno, al papa Benedicto XVI porque es demasiado anticuado,…

Unas veces nos llama al arrepentimiento y otras a la alegría, pero siempre nos invita a reconocer la infinita Sabiduría de Dios, la revelación plena del amor del Padre por nosotros.

La Sabiduría de Dios nos pide una respuesta y no todo puede estar siempre en línea con lo que querríamos nosotros que fuese. En el fondo, quizá inconscientemente, queremos justificar nuestra pereza y falta de deseo de una verdadera conversión, justificar nuestra comodidad y falta de docilidad.

Se trata de apoyarnos en la Sabiduría de Dios en vez de apoyarnos en nosotros mismos o en nuestras opiniones. Acojamos su invitación a la conversión y aprendamos a contemplar en Jesús y en nuestros papas la Sabiduría de Dios.

Hemos de dejar que la Sabiduría de Dios llegue a nuestro corazón y nos convierta, dejar cambiarnos, transformarnos con su fuerza. Pero para eso hemos de pedir el don de la humildad. Solamente el humilde puede aceptar la Sabiduría Dios.

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