Parábola de la oveja perdida

Esta parábola de “La oveja perdida” aparece en los evangelios de san Mateo y san Lucas:

¿Qué os parece? Suponed que un hombre tiene cien ovejas: si una se le pierde, ¿no deja las noventa y nueve en los montes y va en busca de la perdida? Y si la encuentra, en verdad os digo que se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían extraviado. Igualmente, no es voluntad de vuestro Padre que está en el cielo que se pierda ni uno de estos pequeños. (Mt 18, 12-14)

Jesús les dijo esta parábola: «¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento;  y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos, y les dice: “¡Alegraos conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido”. Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse. (Lc 15, 3-7)

 
La parábola de la oveja perdida forma pareja con la del dracma perdido, ilustrando ambas que Dios se complace de la conversión de los pecadores y de los pequeños que llevan mal camino con riesgo de perderse.

El acento de la parábola no está en la búsqueda de la oveja, sino en la celebración de haberla encontrado. La alegría por el pecador recuperado es enorme, de tal manera que es como si fuera mayor que la que producen los noventa y nueve justos que no necesitan la conversión, pero realmente no se trata de que para Dios tenga más valor un pecador que se convierta que noventa y nueve justos, Dios no ama más al pecador que al justo, sino que la alegría es tan grande, que hablando en términos humanos, oscurece la alegría por los noventa y nueve justos.

También la comunidad eclesial estamos llamados a mostrar una gran interés por los pequeños, por las personas de condición humilde, pobres e indefensas, y más expuestas al riesgo de alejarse de la fidelidad al Evangelio. Todos estamos llamados a convertirnos en el «Buen Pastor» que sale de casa y va en busca del que no consigue encontrar el camino.

¿Quién no tiene alguna persona querida que está perdida? Son demasiadas las emboscadas que nos presenta el maligno y demasiado frágiles las personas para conseguir resistir al choque de tantas seducciones del mundo. Tal vez nosotros mismos hemos experimentado lo fuertes que son las tentaciones y, por eso, podemos comprender lo que significa ser la oveja perdida buscada con amor y reconducida al redil.

El evangelio nos dice claramente que quien da siempre el primer paso, incluso mil pasos de amor, es el Buen Pastor y no la oveja perdida. La oveja, eso sí, debe dejarse rescatar, debe confiar en la voz del Buen Pastor.

El amor de Dios es verdaderamente algo serio, nos ama con todo su ser de forma gratuita, y porque nos ama con todo su ser, somos para él su bien, su riqueza, su alegría. Por eso no puede ser indiferente a nuestra respuesta de amor. Aunque Dios no puede sufrir en su naturaleza divina, en el amor que nos tiene, al hacerse hombre, se pone en condiciones de poder sufrir verdaderamente «hasta la muerte, y una muerte de cruz» por todos nosotros. Es un Dios que sufre y que muere por amor y de amor por cada uno nosotros.

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