Parábola de la moneda perdida

Esta parábola de “La moneda perdida” aparece sólo en el evangelio de san Lucas:

¿Qué mujer que tiene diez monedas, si se le pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas y les dice: “¡Alegraos conmigo!, he encontrado la moneda que se me había perdido”. Os digo que la misma alegría tendrán los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta». (Lc 15, 8-10)

 
Esta parábola de “La moneda perdida” se encuentra junto con la que ya vimos anteriormente de “La oveja perdida”, donde san Lucas nos presenta una serie de actitudes positivas de la comunidad en camino con Jesús. El acento no deberíamos ponerlo en la cosa perdida, sino en los sujetos que pierden algo y en la celebración por haberlo encontrado.

Todo el afán de la mujer por encontrar sólo una moneda parece desorbitado ¿no?, ¿por qué la mujer comenzó a buscar desesperadamente una simple moneda que se le había perdido? En la época de Jesús, cuando un novio pagaba la dote por su mujer, entre lo que aportaba estaban una serie de monedas de plata (dracmas), la cantidad dependía de lo rico que fuese el novio. La costumbre era que estas monedas de plata se las quedase la mujer. Eran cosidas en hileras como una diadema en el velo nupcial para el día de la boda y luego las usaban como ornamento en señal de estar casadas (algo así como el anillo de matrimonio actual). Por lo que no sólo tenía un valor económico, sino también un valor sentimental, además era un símbolo público de honor, ya que el juego completo de monedas representaba a una esposa fiel. Si se hallaba a una mujer infiel el esposo podía quitarle algunas monedas (o incluso todas) para su desgracia. Así que perder una sola de las monedas se consideraba una gran vergüenza. No se trataba de buscar una simple moneda perdida, lo importante era tener todas las monedas en su ornamento, y así recuperar su honor. Por ello su desesperación de encontrarla lo antes posible y la alegría al recuperarla, reuniendo a sus amigas y vecinas para celebrarlo.

Esta parábola habría que interpretarla como una lección dirigida a los escribas y fariseos que murmuraban y reprochan a Jesús que acogiese a publicanos y pecadores (personas perdidas) y comiese con ellos. Jesús, les muestra con estas parábolas que Dios, y la comunidad en camino con Jesús hacia el Reino, se alegran y celebran, que uno de estos pecadores se incorpore también al camino, se conviertan.

La parábola, nos muestra la alegría de Dios por la salvación de cada pecador que se convierte. Esto no significa que Dios se complace más en un pecador que se convierte que en un santo. Hay que tener en cuenta que Jesús está hablando de los publicanos arrepentidos, que son despreciados por los fariseos y escribas arrogantes que están murmurando de Jesús. Dios no se complace en los pecadores, ni publicanos ni fariseos y escribas. El asunto es que los fariseos y escribas se consideraban justos, santos, y menospreciaban a los publicanos porque los consideraban pecadores, y Jesús les dice que Dios se complace más en estos supuestos pecadores que se arrepienten y se convierten, que de ellos que realmente son también pecadores pero su orgullo les impide reconocerlo y por eso no se arrepienten y se convierten.

Otro aspecto a tener en cuenta es cómo encuentra esta mujer la moneda. Ella enciende una lámpara y barre la casa, es decir, lleva la luz a donde antes había oscuridad y limpia la suciedad que hay.

Como en la parábola ¿nosotros estamos llevando luz allí donde hay oscuridad y barriendo la suciedad? Día tras día nos encontramos con personas que no tienen interés en la religión, que no creen, con cristianos que están alejados de la Iglesia, con personas que no conocen a Jesús porque nadie les ha hablado de él ¿conversamos con ellos? ¿mostramos interés en su bienestar espiritual? ¿les presentamos a Cristo como el Salvador que perdona sus pecados? ¿les hablamos acerca de ese amor que Dios tiene hacia ellos?

Tal vez esto sea lo que el Señor nos quiere decir a nosotros hoy: ser cristianos, además de ir a Misa y rezar, es evangelizar, es llevar luz al mundo que está en oscuridad, es barrer la suciedad de un mundo sin Dios, es recuperar a muchos hermanos que están perdidos, es ayudarles a recuperar su honor de ser hijos de Dios. Y también es celebrarlo después juntos en comunidad, en el banquete de la Eucaristía, dando gracias a Dios por su amor y por su infinita misericordia con nosotros.

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