Parábola de la levadura de los fariseos

Esta parábola de “La levadura de los fariseos” aparece en los tres evangelios sinópticos: san Mateo, san Marcos y san Lucas:

Al pasar a la otra orilla, a los discípulos se les había olvidado tomar pan.  Jesús les dijo: «Estad atentos y guardaos de la levadura de los fariseos y saduceos». Discutían entre ellos diciendo: «Es porque no hemos cogido panes».  Dándose cuenta Jesús dijo: «¡Gente de poca fe!, ¿por qué andáis discutiendo entre vosotros que no tenéis panes? ¿Aún no entendéis? ¿No os acordáis de los cinco panes para los cinco mil?, ¿cuántos cestos sobraron? ¿Ni de los siete panes para los cuatro mil?, ¿cuántas canastas sobraron? ¿Cómo no comprendéis que no me refería a los panes? Guardaos de la levadura de los fariseos y saduceos». Entonces comprendieron que no hablaba de guardarse de la levadura del pan, sino de la enseñanza de los fariseos y saduceos. (Mt 16, 6-12)

A los discípulos se les olvidó tomar pan y no tenían más que un pan en la barca. Y él les ordenaba diciendo: «Estad atentos, evitad la levadura de los fariseos y de Herodes».  Y discutían entre ellos sobre el hecho de que no tenían panes. Dándose cuenta, les dijo Jesús: «¿Por qué andáis discutiendo que no tenéis pan? ¿Aún no entendéis ni comprendéis? ¿Tenéis el corazón embotado?  ¿Tenéis ojos y no veis, tenéis oídos y no oís? ¿No recordáis cuántos cestos de sobras recogisteis cuando repartí cinco panes entre cinco mil?». Ellos contestaron: «Doce». «¿Y cuántas canastas de sobras recogisteis cuando repartí siete entre cuatro mil?». Le respondieron: «Siete». Él les dijo: «¿Y no acabáis de comprender?». (Mc 8, 14-21)

Mientras tanto, miles y miles de personas se agolpaban hasta pisarse unos a otros. Jesús empezó a hablar, dirigiéndose primero a sus discípulos: «Cuidado con la levadura de los fariseos, que es la hipocresía, pues nada hay cubierto que no llegue a descubrirse, ni nada escondido que no llegue a saberse. Por eso, lo que digáis en la oscuridad será oído a plena luz, y lo que digáis al oído en las recámaras se pregonará desde la azotea. (Lc 12, 1-3)

 
El Señor advierte a sus discípulos que estén alerta y se guarden de la levadura de los fariseos, saduceos y de Herodes. No se refiere aquí a la levadura buena que les dijo que debían ser, que mezclada con la harina la hace fermentar dando el pan de la vida, sino a otra levadura, capaz también de transformar la masa, pero para mal, para corromperla.

La hipocresía de los fariseos y saduceos y la vida desordenada de Herodes, sólo les movía por ambiciones personales, se caracterizaban por el actuar de cara a los demás y no de cara a Dios. Los fariseos y saduceos eran unas poderosas comunidades de líderes que afirmaban ser más fervientes y justos que el resto de la sociedad judía, sin embargo, para Cristo eran un mal fermento que contagiaba a la masa de Israel, corrompiéndola, haciendo cosas espirituales en público para recibir gloria y la alabanza del pueblo.

Jesús hoy, nos está diciendo también a nosotros que no seamos como los fariseos y saduceos, enseñando en público lo buenos que somos y luego en privado, en la intimidad, siendo de manera diferente.

Cuando nos encontremos ante situaciones quizá escandalosas, debemos hacer examen de conciencia y preguntarnos: ¿siembro yo la buena doctrina?, ¿cómo es mi conducta en el cumplimiento de mis deberes profesionales?, ¿y en mi vida familiar, con mi pareja, mis hijos, mis hermanos, mis amigos? ¿soy levadura de la buena que día a día va transformando, poco a poco, a quienes viven conmigo? o ¿soy un fariseo que no tengo una vida recta ante los ojos de Dios, pero muestro públicamente mi mejor imagen? ¡Es tan grande el daño que produce en las almas la mala levadura del mal ejemplo de los cristianos!.

Por eso, no digamos que un buen cristiano debe tener caridad, sino demostrémoslo y lo verán por nuestras obras; no digamos que un buen cristiano debe rezar, sino que se nos vea los primeros ante el sagrario rezando; no digamos que la Iglesia somos todos, sino participemos, colaboremos en las tareas de nuestra parroquia; no digamos que un buen cristiano debe ser simpático, agradable, sociable, que sonría, sino seámoslo transmitiendo a los demás con nuestra actitud el amor que viene del Padre; no digamos que un buen cristiano nunca debe juzgar a nadie, ser comprensivo, receptivo, acogedor, pacificador, mediador en situaciones difíciles, sino seámoslo con los inmigrantes, con las personas que viven en la calle, con los que están en las cárceles.

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