Parábola de la lámpara encendida

Esta parábola de “La lámpara encendida” aparece en los tres evangelios sinópticos, de san Mateo, san Marcos y san Lucas, incluso en el evangelio de san Lucas se repite en dos ocasiones:

Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. (Mt 5, 15)

Les decía: «¿Se trae la lámpara para meterla debajo del celemín o debajo de la cama?, ¿no es para ponerla en el candelero? (Mc 4, 21)

Nadie que ha encendido una lámpara, la tapa con una vasija o la mete debajo de la cama, sino que la pone en el candelero para que los que entren vean la luz. (Lc 8, 16)

Nadie enciende una lámpara y la pone en un lugar oculto o debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que los que entran vean la luz. (Lc 11, 33)

 
Con esta parábola, Jesucristo nos hace una exhortación a vivir el don recibido como testigos, subrayando el carácter misionero del don.

Los discípulos de Jesús, y por tanto también nosotros los cristianos, hemos recibido un don de Dios y debemos manifestarlo iluminando con él al mundo, debemos ofrecer ese don a los demás. Debemos ser un foco de luz en medio de la noche oscura.

La forma concreta de ser luz es vivir el don mediante las buenas obras, viviendo en clave misionera, mostrando con nuestra vida la presencia salvadora de Dios, la filiación y la fraternidad.

A pesar de la situación de incredulidad de nuestro mundo y del pesimismo que nos pueda crear. Debemos ser conscientes de que son incontables los que andan por la vida perdidos y desconcertados porque no conocen a Cristo. Nuestro deber es que la fe y la doctrina que hemos recibido la comuniquemos. Cristo nos dejó su doctrina y su vida para que los hombres encuentren sentido a su existencia y hallen la felicidad y la salvación. Es nuestra obligación como cristianos compartir este don recibido.

Los cristianos debemos proclamar el Evangelio. En primer lugar porque es un mandamiento que nos dio Jesús “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación.” (Mc 16,15) y en segundo lugar, porque el don de la fe es un regalo de Dios, no es nuestro, sino para compartirlo. Debemos ser conscientes que aunque los tiempos sean malos, tal vez Dios quiera que seamos instrumentos suyos, ahora y en este lugar, para así llegar al que menos nos lo esperamos.

El cristiano no debe quedarse en la letra, el conocimiento de la fe, leer las Sagradas Escrituras, saberse el Catecismo,… sino que tiene que descubrir en ella su espíritu y su finalidad, con ánimo de acatarla, interpretándola a la luz de la vida nueva recibida en Cristo, y de ponerla en práctica. La fe no es fe si no se lleva a la práctica, eso se puede llamar conocimiento intelectual del cristianismo, pero no fe. La luz, el buen ejemplo, ha de ir por delante.

La caridad que mostremos a nuestro alrededor, en las circunstancias más diferentes, será un testimonio que atraerá a muchos a la fe de Cristo. Las normas más corrientes de convivencia, la manifestación de aprecio y de interés por los demás, la educación, la cortesía y los modales, la caridad,… “Predica el Evangelio en todo momento y si es necesario usa las palabras.” (San Francisco de Asís).

Que nuestra vida hable por sí sola del Evangelio, que sepa a Evangelio, que desprenda el olor agradable del Evangelio… Y si fuera preciso, usar las palabras para dar razón nuestra fe y de las maravillas que Dios hizo y hace en nosotros. “El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los testigos que a los maestros o si escucha a los maestros es porque son testigos.” (Pablo VI).

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