Parábola de la higuera estéril

Esta parábola de “La higuera estéril” aparece sólo en el evangelio de san Lucas:

Y les dijo esta parábola: «Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: “Ya ves, tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a perjudicar el terreno?”. Pero el viñador respondió: “Señor, déjala todavía este año y mientras tanto yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto en adelante. Si no, la puedes cortar”». (Lc 13, 6-9)

 
Isaías y David usan una parábola parecida para describir al pueblo de Israel (Is 5; Sal 70: 5). Jesús enseña la misma lección con esta higuera que fue plantada en un terreno bien cultivado, limpiado y protegido, pero que de todas maneras no produce fruto. Manifiesta la paciencia de Dios con su pueblo judío y, de alguna manera, la advertencia de que esta paciencia va a acabarse en algún momento como no lleguen a convertirse.

Aunque la viña se refiere primordialmente a la nación judía, también se aplica a todo pecador que tiene la oportunidad de obtener la salvación, pero que no la aprovecha. Jesús estaba ofreciéndoles la oportunidad para que se arrepintieran.

Esta parábola es una llamada a la conversión en el viaje misionero de los discípulos y nos quiere mostrar la faceta de la misericordia. Los compañeros de Jesús en el camino misionero deben comprender la actitud paciente y misericordiosa de Dios. La conversión no es nunca repentina, necesita tiempo, cultivo, cuidados.

Los cristianos convertidos debemos ser testimonios vivos de la misericordia divina y, a su vez, debemos ser misericordiosos con nuestros hermanos y saber comprender el tiempo de espera necesario para que ellos también se conviertan.

Tenemos que tener en cuenta, que la conversión es un don que debemos invocar humildemente, reconociendo que tenemos necesidad de la ayuda de Dios, no es una iniciativa que podamos realizar partiendo de nosotros mismos.

El Señor nos ha colocado en el mejor lugar, donde podemos dar más frutos según las propias condiciones y gracias recibidas, y hemos sido objeto de los mayores cuidados del más experto viñador, desde el momento mismo de nuestra concepción: recibimos, a los pocos días de nacer, el Bautismo, se nos da Él mismo como alimento en la Sagrada Comunión, hemos tenido la oportunidad de recibir una formación cristiana,… Sin embargo, es posible que el Señor encuentre a veces pocos frutos en nuestra vida, y quizá, en alguna ocasión, frutos amargos.

A pesar de todo, Dios vuelve una y otra vez con nuevos cuidados: es la paciencia de Dios. Él no se desanima ante nuestras faltas de correspondencia, sabe esperar, no da nunca a nadie por perdido, confía en nosotros, aunque no siempre hayamos respondido a sus esperanzas.

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