Parábola de la apariencia del cielo
Esta parábola de “La apariencia del cielo” aparece en los evangelios de san Mateo y san Lucas:
Les contestó: «Al atardecer decís: “Va a hacer buen tiempo, porque el cielo está rojo”. Y a la mañana: “Hoy lloverá, porque el cielo está rojo oscuro”. ¿Sabéis distinguir el aspecto del cielo y no sois capaces de distinguir los signos de los tiempos? (Mt 16, 2-3)
Decía también a la gente: «Cuando veis subir una nube por el poniente, decís enseguida: “Va a caer un aguacero”, y así sucede. Cuando sopla el sur decís: “Va a hacer bochorno”, y sucede. Hipócritas: sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, pues ¿Cómo no sabéis interpretar el tiempo presente? ¿Cómo no sabéis juzgar vosotros mismos lo que es justo? (Lc 12,54-57)
Los adversarios de Jesús se reúnen para ponerle a prueba. Como no están dispuestos a creer, los milagros que Jesús realiza no les bastan para probar su identidad mesiánica y le exigen una señal del cielo, le exigen que le pida a Dios su intervención con un acontecimiento extraordinario.
No se pueden pedir signos a la carta ni poner condiciones para creer, por eso Jesús les invita a reconocer el tiempo presente, la presencia del Reino de Dios. El movimiento de las nubes y el soplar del viento permiten prever si lloverá o si hará calor ¿Por qué, entonces, no somos capaces de discernir el tiempo presente favorable para la conversión y la salvación?
Jesús, a lo largo de toda su existencia terrena, chocará con la incredulidad de su pueblo, sobre todo de los dirigentes. Al comienzo de su vida pública, cuando es llevado por el Espíritu al desierto, ya será probado allí por Satanás y le pedirá señales «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes» (Mt 4,3), y al finalizar su vida terrena, mientras cuelga de la cruz se le pedirá también que de una señal: «A otros ha salvado y él no se puede salvar. ¡Es el Rey de Israel!, que baje ahora de la cruz y le creeremos» (Mt 27,42).
Incluso hoy, todavía seguimos pidiéndole que nos dé pruebas de que es Dios, de que Dios existe.
«¿Aún no entendéis?» (Mt 16,9), nos pregunta Jesús a nosotros, gente de poca fe. Con excesiva frecuencia, en efecto, no comprendemos las innumerables señales que él pone ante nuestros ojos. Todo nos habla de su amor, pero es preciso prestar atención a su presencia y leer en cada acontecimiento de nuestra vida personal y de la historia universal con los ojos iluminados por la fe, porque cabe el peligro de que en alguna ocasión no le reconozcamos.
Jesús se hace presente en la Palabra, en los sacramentos, en la Iglesia; en la enfermedad y en la tribulación, que nos purifica si sabemos aceptarla y amarla; en las personas que trabajan con nosotros y necesitan ayuda, en aquellas que cada día encontramos en nuestro caminar; está detrás de esa buena noticia, esperando a que vayamos a darle las gracias;…¡Qué pena si no supiésemos reconocerle por ir excesivamente preocupados o distraídos!