Parábola de el buen samaritano

Esta parábola de “El buen samaritano” sólo aparece en el evangelio de san Lucas:

Respondió Jesús diciendo: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje llegó a donde estaba él y, al verlo, se compadeció, y acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: “Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva”. ¿Cuál de estos tres te parece que ha sido prójimo del que cayó en manos de los bandidos?». Él dijo: «El que practicó la misericordia con él». Jesús le dijo: «Anda y haz tú lo mismo». (Lc 10,30-37).

 
En esta parábola, podemos ver un fuerte contraste entre la indiferencia de los hombres «piadosos» (el sacerdote y el levita) y la compasión que demuestra un extranjero, al que normalmente se le consideraba enemigo de los judíos (el samaritano).

Jesús ha querido mostrarnos una historia que ilustra que el amor a Dios y al prójimo van de la mano. Y que el amor al prójimo está por encima de la observancia de las leyes; y por encima de cualquier consideración racial o territorial.

El viajero es un ser humano sin más detalles. No dice el texto que sea judío o que no lo sea. Es el “hombre” universal que se va a encontrar en una situación en la que necesita ayuda.

Los salteadores son anecdóticos en la parábola, no hay que buscar en ellos ningún significado concreto. Son elementos literarios para describir a un ser humano necesitado de una ayuda urgente.

El sacerdote y el levita encarnan la fidelidad a la Ley. Pasan por el camino después de desempeñar sus funciones en el templo regresando a la “ciudad sacerdotal” (Jerusalén). Realmente estos dos personajes no son en sí malos, dan un rodeo para no contaminarse con un cadáver, para salvar su pureza legal. Esto es lo que la Ley les exigía y ellos eran cumplidores de la Ley al máximo nivel.

El samaritano es el contrapunto de los anteriores. Un samaritano era, para los judíos, un hereje.  Es lo más opuesto a los personajes que encarnan la religiosidad judía.

San Ambrosio, a cada elemento parabólico, le ha buscado un referente: el hombre que descendía de Jerusalén a Jericó representa a Adán arrojado del paraíso; Jerusalén al paraíso; Jericó al mundo; los ladrones a las fuerzas del mal, los ángeles de la noche y de las tinieblas; el sacerdote a la Ley Mosaica; el levita a los profetas; el Samaritano a Cristo; las heridas a la desobediencia; la montura al cuerpo del Señor; la posada a la Iglesia; los hosteleros son los sacerdotes católicos; la promesa de volver, hecha por el samaritano, a la segunda venida del Señor,… Este Samaritano lleva nuestros pecados y sufre por nosotros. El lleva al moribundo y lo conduce a un albergue, es decir dentro de la Iglesia, que está abierta a todos, no niega sus auxilios a ninguna persona invitada por Jesús.

Resulta muy didáctico para entender cuál es el mandamiento principal y qué hay que hacer para tener vida eterna, comparar las actitudes del sacerdote y levita con la del viajero de Samaría. La enseñanza de la parábola está clara: prójimo es todo el que ama, atiende y hace el bien a quien lo necesita, con generosidad. Prójimo es hacerse próximo a quien se encuentra en necesidad, sea quien sea, sin exclusiones, no es el necesitado, sino aquel a quien se le conmueven las entrañas por los que sufren.

Esta parábola es la ejemplificación concreta del corazón de la Palabra de Dios: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo».

Pero no seamos fariseos juzgando al sacerdote y al levita, ya que podríamos actualizar esta parábola y hacerla todavía más concreta para nosotros sustituyendo los personajes por otros sujetos, podríamos hacer discurrir ante nuestros ojos todas las circunstancias en las que alguien ha podido tener necesidad de nuestra ayuda o simplemente un poco más de atención por nuestra parte (en el interior de nuestras familias, en la escalera en que vivimos, en el trabajo, …).

Adquiramos nosotros también la caridad y la misericordia del samaritano, ayudémonos los unos a los otros, permanezcamos unidos los unos a los otros, porque cuanto más unido se está al prójimo, más unido se está a Dios.

El Cardenal Paul Poupard, en una homilía suya, cuenta: “En cierta ocasión un rabino estaba instruyendo a sus discípulos. En el curso de su lección, les preguntó: ¿Cuándo comienza el día?». Uno le contestó: «Cuando se alza el Sol y sus blandos rayos besan la Tierra que reverbera como el oro, entonces comienza el día». Pero su respuesta no complació al rabino. Entonces otro discípulo apuntó: «Cuando los pajarillos empiezan a cantar a coro, y la naturaleza misma despierta a la vida después del sueño nocturno, entonces comienza el día». Pero tampoco esta respuesta gustó al rabino. Y así, uno tras otro, todos los discípulos fueron dando sus respuestas. Pero ninguna de ellas agradada al rabino. Por último, se rindieron todos, y le preguntaron excitados: «Ahora, ¡díganos usted mismo la respuesta correcta! ¿Cuándo comienza el día?» Y el rabino contestó sin alterarse: «¡Cuando ves a un extraño en la oscuridad, y reconoces en él a tu Hermano, entonces despunta el día! Si no reconoces en el extraño a tu hermano o hermana, ya puede alzarse el Sol, ya pueden cantar los pájaros, ya puede despertar a la vida la misma naturaleza, que en tu corazón sigue siendo noche y oscuridad».

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