Necesitamos cristianos valientes (2ª parte)

El tema de que necesitamos cristianos valientes, no sólo es un problema de laicos, es también un problema del clero.

San Gregorio Magno, en sus homilías sobre los evangelios ya decía: «… para una mies abundante son pocos los trabajadores; al escuchar esto, no podemos dejar de sentir una gran tristeza, porque hay que reconocer que, si bien hay personas que desean escuchar cosas buenas, faltan, en cambio, quienes se dediquen a anunciarlas … el mundo está lleno de sacerdotes, y, sin embargo, es muy difícil encontrar un trabajador para la mies del Señor; porque hemos recibido el ministerio sacerdotal, pero no cumplimos con los deberes de este ministerio … rogad también por nosotros, para que nuestro trabajo en bien vuestro sea fructuoso y para que nuestra voz no deje nunca de exhortaros, no sea que, después de haber recibido el ministerio de la predicación, seamos acusados ante el justo Juez por nuestro silencio. …Y hay aún, amados hermanos, otra cosa, en la vida de los pastores, que me aflige sobremanera … que nos vemos como arrastrados a vivir de una manera mundana… Descuidamos, en efecto, fácilmente el ministerio de la predicación … contemplamos plácidamente cómo los que están bajo nuestro cuidado abandonan a Dios, y nosotros no decimos nada; se hunden en el pecado, y nosotros nada hacemos para darles la mano y sacarlos del abismo … Entregados a las cosas de este mundo, nos vamos volviendo tanto más insensibles a las realidades del espíritu, cuanto mayor empeño ponemos en interesarnos por las cosas visibles.».

Esto sigue siendo perfectamente aplicable a nuestros días, por desgracia. Como nos pide San Gregorio Magno, tenemos que rezar mucho por ellos pidiéndole al Señor que les ilumine y les de fuerza para que vuelvan a ser esos sacerdotes comprometidos y valientes que seguro fueron alguna vez.

El último mandamiento que dio Jesús a los apóstoles antes de su ascensión a la derecha del Padre fue «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación.» (Marcos 16, 15).

Creo que este mandato que les da a los apóstoles, y por ser cristianos también a todos nosotros, está muy claro, no nos está diciendo “id a Misa y luego olvidaros de que sois cristianos” o “rezad el rosario y luego seguir vuestra vida mundana”, sino que lo que nos manda es que “proclamemos el Evangelio a toda la creación”.

Tal vez los dos mandamientos más importantes que Jesucristo nos deja son «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros. » (Juan 13, 34) y «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación.» (Marcos 16, 15). Aunque en el fondo es un solo mandamiento, porque cuando amas a alguien, siempre le deseas lo mejor y quieres mostrarle lo bueno que tú has encontrado en la vida, lo que te ha hecho ser muy feliz, lo que te ha dado la salvación eterna, lo que te ha hecho ser hijo de Dios. Por tanto proclamar el Evangelio es un acto de amor al prójimo.

Necesitamos cristianos valientes y apasionados por Cristo y su Evangelio, orgullosos de ser sus discípulos, capaces de trabajar por su Reino hasta dar la vida por él, como los mártires, motivados por la verdad, la admiración y el amor sincero hacia el Señor.

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