Moral Social y Doctrina Social (3/6)

El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia

¿Qué es y qué no es la Doctrina Social de la Iglesia?

No es una doctrina política ni una doctrina económica, no se puede asimilar al programa de ningún partido político, su cometido es clarificar las implicaciones de los distintos proyectos políticos y económicos, para que sean conformes a la dignidad de la persona humana.

No es un cuerpo de doctrina estática o inmutable, se propone iluminar e interpretar las situaciones históricas cambiantes.

No tiene una palabra única que decir ante los problemas sociales, una misma fe puede llevar a soluciones concretas distintas.

Es un patrimonio de enseñanzas que se organizan sistemáticamente como respuesta histórica a los problemas económicos y sociales. Esta enseñanza se presenta en documentos de diverso rango: encíclicas, exhortaciones apostólicas, radiomensajes, cartas apostólicas, pastorales.

Abarca todos los campos en los que se desarrolla la convivencia humana y condicionan la vida de la persona humana dentro de la sociedad.

Hunde sus raíces en la Historia de Salvación, en la Palabra de Dios, en la predicación del Reino de Jesús, en la experiencia y testimonio de las primeras comunidades cristianas.

Tiene su fundamento en la dignidad de la persona humana, haciendo opción preferente por el pobre, las necesidades de los más débiles, los más necesitados, las víctimas de la injusticia.

Más que una teoría, se orienta a la acción, a la vida, está hecha para practicarla.

Orienta la vocación de cada uno a la lucha por la justicia, no se queda en el enunciado de principios o en la interpretación de la sociedad, sino que su fin es orientar la conducta de las personas como consecuencia del compromiso por la justicia.

Principios generales de la Doctrina Social de la Iglesia

Se denominan principios generales a todas aquellas orientaciones que son universales, permanentes y constantes.

Hay dos grupos: los principios originarios o de primer grado, que expresan realidades fundamentales y constituyen la base inamovible de la Doctrina Social de la Iglesia, y los principios derivados, que proceden de los anteriores: la solidaridad, el bien común, la subsidiariedad, la participación, la vida social y la justicia social.

Principios generales originarios:

  • El principio teológico: afirma a Dios como realidad primera y suprema. Dios ha creado el universo y la persona humana, y él es principio originario con su acción creadora y providente. De aquí brota el origen divino de la dimensión social de la persona en todas sus manifestaciones correctas. Dios es la causa primera, el fundamento último y la finalidad de toda forma social. Dios actúa en la historia, dirige soberanamente la historia porque la creación es obra de sus manos, su acción histórica es una acción liberadora que culmina en la plena revelación de Dios como Padre de todos. Esta fe en Dios como padre de todos desencadena una corriente de fraternidad, de ahí que el compromiso por la justicia, la paz, el bien común. Crear un mundo de hermanos supone un compromiso serio para el creyente.
  • El principio cristológico: Jesucristo, rostro humano de Dios, al entrar en la historia de la humanidad ha redimido definitivamente a la persona humana. La fe en la primacía de Cristo nos lleva a la convicción de que todo lo comunitario, y toda la historia tiene su fundamento y origen en la misión salvífica y liberadora de Jesucristo. Él es la revelación plena del padre, y el Reino la expresión de su voluntad. Jesús y Reino son puntos obligados de referencia en toda mentalidad que quiera ser cristiana y la proclamación de la Buena Noticia a los pobres, la liberación de los oprimidos es referencia obligada en la tarea evangelizadora.
  • El principio antropológico: afirma la primacía total de la persona por encima de todo el orden material y en todas las formas y ámbitos de la convivencia humana. La dignidad de la persona humana, creada a imagen de Dios, implica también un uso responsable de todos los bienes de la creación, y una administración solidaria de los mismos, para lograr un auténtico humanismo y una justa convivencia social.
  • El principio del derecho natural: afirma la existencia de un orden en la naturaleza, de la ley natural, y de su origen divino. De este principio se deriva el tema básico del destino universal de todos los bienes materiales creados para todas las personas y para todos los pueblos.

A partir de estos cuatro principios originarios, que son la base de cimentación de toda la mentalidad social, tomamos conciencia de que:

  • La promoción de la caridad, y con ella de la justicia, son dimensiones constitutivas de la fe, por tanto de la evangelización.
  • La búsqueda del Reino de Dios, que tendrá una plenitud escatológica, comienza aquí y ahora, en la historia concreta, y es aquí y ahora donde debe construirse y realizarse.
  • La importancia y dignidad de toda persona humana nos lleva al empeño de liberar y liberarnos de toda esclavitud, como parte del designio de salvación integral querida por Dios.
  • La presencia activa de los cristianos en la construcción de un mundo para todos respetuoso con la creación, es exigencia de la fe que supone caminar por los senderos de la liberación integral.

Principios generales derivados:

  • La primacía de la persona humana: la dignidad de la persona es el principio sobre el cual se organiza toda la Doctrina Social de la Iglesia. Ninguna persona es más digna que otra, y no hay ningún proyecto político, económico, cultural o social válido si no tiene como base ética común el principio de la dignidad de la persona. Las estructuras sociales y las instituciones sólo tienen razón de ser en la medida que se orientan a la promoción y desarrollo integral y solidario de la persona humana. Todos los bienes de la tierra deben ordenarse en función de la persona humana, centro y cima de todos bienes. Los derechos fundamentales de cada persona no son concesión de los Estados, sino de cada hombre y mujer en virtud de su dignidad de persona. Son universales, de todos. Renunciar a ellos, negarlos o restringirlos constituyen una violación a la dignidad humana. Los Estados deben garantizar, promover y defender el conocimiento y ejercicio efectivo de los derechos de todos los ciudadanos. En toda convivencia humana bien ordenada hay que establecer como fundamento el principio de que todo hombre y mujer es persona, naturaleza dotada de inteligencia, de libre albedrío y que por tanto tiene por sí mismo derechos y deberes que dimanan directamente de su propia naturaleza. Estos derechos y deberes son por tanto universales e inviolables.
  • El principio de solidaridad: de la dignidad de la persona se deriva el principio de solidaridad, regulador de la vida social. La naturaleza de la persona humana es social. La solidaridad es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común, es decir por el bien de todos y de cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos. Por solidaridad vemos al otro, ya sea persona, pueblo o nación, como un semejante nuestro. La práctica de la solidaridad para con los pobres es la forma de vencer los mecanismos perversos que mantiene las sociedades insolidarias. La solidaridad es una virtud personal y social capaz de crear energías y condiciones para la justicia social. Esta virtud es la firme determinación de cada uno de introducir en la organización social, política y económica la lógica de la solidaridad frente a la lógica del individualismo, la competitividad, los beneficios de unos pocos a consta de la mayoría. En virtud del principio de solidaridad, la Doctrina Social de la Iglesia se opone a todas las formas de individualismo social o político. La solidaridad nacional e internacional se consolida como uno de los principios básicos de la concepción cristiana de la organización social o política. Y los pueblos desarrollados tienen la obligación de ayudar a los países en vías de desarrollo.
  • El principio de subsidiariedad: complementa a la solidaridad e impide que las personas y grupos intermedios pierdan su legítima autonomía. Este principio es uno de los más dinámicos para organizar la sociedad, es aplicable a todos los ámbitos y tiene una doble significación. Las instancias superiores no deben sustituir a las inferiores, sino actuar sólo cuando éstas sean incapaces de hacerlo, deben ayudar a las inferiores para que puedan conseguir mejor sus objetivos. De aquí se sigue que a todo aquel que desea realizar obras buenas, orientadas al bien común, los poderes públicos deben concederle libertad para que las realice y prestarle la ayuda necesaria. El deber de justicia y caridad se cumple cada vez más contribuyendo cada uno al bien común según la propia capacidad y la necesidad ajena promoviendo y ayudando a las instituciones así públicas como privadas, que sirven para mejorar las condiciones de vida del hombre.
  • El derecho-deber a la participación democrática: la participación se fundamenta en la igualdad fundamental de todos los hombres. La democracia es el sistema político que mejor garantiza la participación económica, política, cultural, religiosa, recreativa, legislativa, … de todos los ciudadanos. No puede existir verdadera sociedad que parta sólo de arriba, creada por la imposición o la manipulación de un Estado, padre o benefactor, que todo lo prevé lo planifica y dirige. Tanto los pueblos como las personas individualmente deben disfrutar de igualdad que es el fundamento del derecho de todos a la participación en el proceso de desarrollo pleno. De la concepción cristiana de la persona se sigue necesariamente la justa visión de la sociedad. La sociabilidad del hombre no se agota en el estado sino que se realiza en diversos grupos intermedios, comenzando por la familia y siguiendo por los grupos económicos, sociales, políticos, culturales, … La iglesia aprecia el sistema de la democracia en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes o bien la de sustituirlo oportunamente de manera pacífica.
  • El bien común, ligado a la cuestión ecológica: el bien común es el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección. El bien común abarca a toda la persona humana, es decir, tanto a las exigencias del cuerpo, como a las del espíritu. También la vida económico-social deben respetarse y promoverse la dignidad de la persona humana, su entera vocación y el bien de toda la sociedad por que el hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económico-social. El desarrollo no se reduce al simple crecimiento económico, debe ser integral, promover a todas las personas y a toda la persona. El desarrollo integral del hombre no puede darse sin el desarrollo solidario de la humanidad. El verdadero desarrollo es el paso para cada uno y para todos de condiciones de vida menos humanas a condiciones más humanas. En relación a la cuestión ecológica, la naturaleza es un bien común, propiedad de toda la humanidad, y la práctica de la salvaguarda de la creación es también una responsabilidad común. La persona, impulsada por el deseo de tener y gozar, más que de ser y de crecer, consume de manera excesiva y desordenada los recursos de la tierra y de su vida misma. Hay que señalar igualmente la mayor conciencia de la limitación de los recursos disponibles, la necesidad de respetar la integridad y los ritmos de la naturaleza y de tenerlos en cuenta en la programación del desarrollo.
  • La primacía del trabajo sobre los beneficios del capital: el trabajo de la persona hace que ésta sea creadora y legítima consumidora de los bienes producidos. Es intrínsecamente perverso explotar a los trabajadores en beneficio del capital. El trabajo es la clave de la correcta interpretación del problema social. Los cristianos deben ponerse al frente de la defensa de los derechos de los trabajadores y de sus familias: salario justo, descanso, garantías sociales, seguridad social, empleo digno, etc. Mediante su trabajo, la persona se compromete no sólo en favor suyo, sino también a favor de los demás y con los demás: cada uno colabora con el trabajo y en el bien de los otros. El problema clave de la ética social es el de la justa remuneración por el trabajo realizado, en tal remuneración debe estar presente también las prestaciones familiares y ayudas sociales: prestaciones que deben corresponder a las necesidades efectivas, al número de personas a su cargo durante todo el tiempo en que no estén en condiciones de asumir dignamente la responsabilidad de la propia vida. Otro derecho es el de asociación, a formar asociaciones o uniones que tengan como finalidad la defensa de los interesas vitales de las personas empleadas en las diversas profesiones. Estas uniones llevan el nombre de sindicatos. La empresa no puede considerarse solamente como una sociedad de capitales, es, al mismo tiempo, una sociedad de personas, en la que entran a formar parte, de manera diversa y con responsabilidades específicas los que aportan el capital necesario para su actividad y los que colaboran con su trabajo.
  • El destino universal de los bienes: todos los bienes del universo son de todas las personas, porque son creación y don del Creador y padre común de todos los hombres. El derecho a la propiedad privada no es un derecho absoluto, está subordinado al destino universal de los bienes. Cuando se utiliza para concentrar bienes en las manos de unos pocos, crea injusticias y viola el derecho fundamental de todos los hombres a una vida digna. Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos. En consecuencia, los bienes creados deben llegar a todos en forma equitativa bajo la guía de la justicia y con la compañía de la caridad. Jamás debe perderse de vista este destino universal de los bienes. Por tanto, el hombre, al usarlos, no debe tener las cosas exteriores que legítimamente posee como exclusivamente suyas, sino también como comunes, en el sentido de que no le aprovechen a él solamente, sino también a los demás. La tierra ha sido dada para todo el mundo y no solamente para los ricos. La propiedad privada no constituye para nadie un derecho incondicional y absoluto. El bien común exige, algunas veces, la expropiación, si por el hecho de su extensión, de su explotación deficiente o nula, de la miseria que de ello resulta a la población, del daño considerable producido a los intereses del país, algunas posesiones sirven de obstáculo a la prosperidad colectiva. Existe otra forma de propiedad, concretamente en nuestro tiempo, que tiene una importancia no inferior a la de la tierra: es la propiedad del conocimiento, de la técnica y del saber.
  • La lucha por la justicia: los cristianos no pueden cruzarse de brazos esperando que la justicia caiga, por encanto, de las manos de Dios. No es una lucha contra alguien, sino a favor de la mayoría de los pobres y sencillos del pueblo. Dios ilumina y fortalece a quienes se comprometen y dan la cara, a quienes tienen hambre y sed de justicia. El amor por el hombre y, en primer lugar, por el pobre, en el que la Iglesia ve a Cristo, se concreta en la promoción de la justicia. No se trata solamente de dar lo superfluo, sino de ayudar a pueblos enteros que están excluidos o marginados a que entren en el círculo del desarrollo económico y humano. Esto será posible no sólo utilizando lo superfluo que nuestro mundo produce en abundancia, sino cambiando sobre todo los estilos de vida, los modelos de producción y de consumo, las estructuras consolidadas de poder que rigen hoy la sociedad.
  • El ejercicio de la libertad y la liberación de las estructuras de pecado: la libertad no es algo dado sin más, la libertad se construye y crece. Hay que superar el concepto individualista de libertad, somos libres cuando las libertades son compartidas por todos. La construcción de la libertad es un proceso solidario de liberación: liberación del egoísmo sociopolítico, económico, cultural… Liberación del pecado individual y social y de las consecuencias del pecado en las personas y las estructuras de la sociedad. La suma de factores negativos, que actúan contrariamente a una verdadera conciencia del bien común universal y de la exigencia de favorecerlo, parece crear, en las personas e instituciones, un obstáculo difícil de superar. Se debe hablar de «estructuras de pecado», las cuales se fundan en el pecado personal y, por consiguiente, están unidas siempre a actos concretos de las personas, que las introducen, y hacen difícil su eliminación. Y así estas mismas estructuras se refuerzan, se difunden y son fuente de otros pecados, condicionando la conducta de los hombres.
  • La paz fruto de la justicia: la paz es la base de la convivencia social y política. Pero la paz de una sociedad, reconciliada y fraterna, no existe sin justicia. La injusticia es la gran fuerza destructora de la paz. La paz y la justicia caminan juntas abrazadas. No hay que olvidar tampoco que en la raíz de la guerra hay, en general, reales y graves razones: injusticias sufridas, frustraciones de legítimas aspiraciones, miseria o explotación de grandes masas humanas desesperadas, las cuales no ven la posibilidad objetiva de mejorar sus condiciones por las vías de la paz. Por eso, el otro nombre de la paz es el desarrollo. Igual que existe la responsabilidad colectiva de evitar la guerra, existe también la responsabilidad colectiva de promover el desarrollo.

Criterios de juicio

Son las normas, siempre válidas, para juzgar sistemas, estructuras, instituciones y situaciones sociales concretas. De este juicio se pretende un discernimiento recto de las situaciones sociales y de las realidades temporales a la luz del evangelio.

Los criterios de juicio nos han de ayudar a encontrar caminos para transformar las realidades que atentan contra la persona humana y su dignidad.

  • El conocimiento cierto del objeto o situación social que se pretende enjuiciar. Para llegar a este conocimiento es preciso tener en cuenta y conocer la identidad cultural de cada comunidad, pueblo o agrupación social que es objeto de nuestro estudio o juicio. Instrumento necesario para llegar a este conocimiento es la capacidad personal de observación objetiva y la ayuda de las ciencias humanas y sociales.
  • La capacitación profesional y la experiencia correspondiente para juzgar con serio conocimiento la materia respectiva. Esta capacitación se requiere principalmente en los agentes de evangelización o sujetos activos de las realidades que se tratan.
  • Formación correcta de la conciencia social a la luz del Evangelio, de los documentos del magisterio y el cultivo serio de una sensibilidad social cristiana. La responsabilidad de la formación es de todo cristiano, pero en este sentido hay una responsabilidad mayor sobre los pastores y responsables de grupos, familias cristianas y asociaciones que pretenden estar presentes en el campo de la actuación social.
  • Vigilancia, cautela e inventiva: con ello lo que se requiere es evitar que en el proceso de formación de criterios se introduzcan elementos contrarios a la razón y a la fe, y a la vez creatividad para inventar o abrir nuevas vías de solución o proyectos nuevos de vida social. Aquí es importante no cerrarse al apego inmovilista del pasado ni a una ciega pasión por lo nuevo.

Directrices para la acción

Son las orientaciones prácticas que nos ayudan a aplicar los principios de reflexión para vivir la fe en la vida diaria. Al ir encaminadas a determinar las pautas para la acción, constituyen también el cuerpo de la Doctrina Social de la Iglesia.

Por su universalidad son aplicables a todos los sectores de la vida en sociedad.

  • El respeto a la persona: a toda persona sin discriminaciones y sin reduccionismos deformadores y unilaterales. En cualquier medio o situación. Este respeto no se limita a adoptar una actitud meramente pasiva inoperante, sino que incluye un esfuerzo personal diario para promover la total dignidad del prójimo, sea individuo o colectividad
  • El ejercicio del dialogo: que debe caracterizarse por el respeto y la coherencia, la lealtad y el realismo, y ha de darse intra y extra eclesialmente. En este diálogo hay que tener la capacidad de captar cuando sistemas, instituciones e ideologías utilizan un léxico común con el pensamiento cristiano, pero con términos de significación totalmente contraria. En el ejercicio de este diálogo debe distinguirse siempre entre el error y el sujeto que lo profesa. También hay que distinguir los sistemas ideológicos en su estadio inicial puro y los movimientos históricos nacidos de estas ideologías que pueden no tener la rigidez de aquellos. El cristiano en todo caso debe saber combinar la dialéctica de la asimilación de los valores positivos del interlocutor y el rechazo de aquello contrario a sus principios
  • La lucha por la justicia: Aquí se trata de la lucha noble y razonada por la justicia social y la solidaridad, lo que exige una ascética a la luz de la razón y sobre todo de la fe para superar dos tentaciones: la cobardía y en su polo opuesto el impulso desordenado.

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