Mateo 5, 1-12 – Evangelio comentado por los Padres de la Iglesia

1 Al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; 2 y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo:
3 «Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. 4 Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra. 5 Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. 6 Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. 7 Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. 8 Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. 9 Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. 10 Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. 11 Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. 12 Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo, que de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.

 

Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)

Isaac de Stella
Sermón: ¿Quieres ser feliz?
Sermón 1, para la fiesta de Todos los Santos

«Bienaventurados los pobres en el espíritu» (Mt 5,3)

Todos los hombres, sin excepción, desean la felicidad, la dicha. Pero referente a ella tienen ideas muy distintas; para uno está en la voluptuosidad de los sentidos y la suavidad de la vida; para otro, en la virtud; para otro, en el conocimiento de la verdad. Por eso, el que enseña a todos los hombres, comienza por enderezar a los que se extravían, dirige a los que se encuentran en camino, y acoge a los que llaman a su puerta… Aquel que es «El Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14,6) endereza, dirige, acoge y comienza por esta palabra: «Dichosos los pobres en el espíritu».

La falsa sabiduría de este mundo, que es auténtica locura (1C 3,19), pronuncia sin comprender lo que afirma; declara dichosa «la raza extranjera, cuya diestra jura en falso, cuya boca dice falsedades» porque «sus silos están repletos, sus rebaños se multiplican y sus bueyes vienen cargados» (Sal 143, 7-13). Pero todas sus riquezas son inseguras, su paz no es paz (Jr 6,14), su gozo, estúpido. Por el contrario, la Sabiduría de Dios, el Hijo por naturaleza, la mano derecha del Padre, la boca que dice la verdad, proclama que son dichosos los pobres, destinados a ser reyes, reyes del Reino eterno. Parece decir: «Buscáis la dicha, y no está donde la buscáis, corréis, pero fuera del camino. Aquí tenéis el camino que conduce a la felicidad: la pobreza voluntaria por mi causa, éste es el camino. El Reino de los cielos en mí, ésta es la dicha. Corréis mucho pero mal, cuanto más rápidos vais, más os alejáis del término…»

No temamos, hermanos. Somos pobres; escuchemos al Pobre recomendar a los pobres la pobreza. Podemos creerle pues lo ha experimentado. Nació pobre, vivió pobre, murió pobre. No quiso enriquecerse; sí, aceptó morir. Creamos, pues a la Verdad que nos indica el camino hacia la vida. Es arduo pero corto; la dicha es eterna. El camino es estrecho, pero conduce a la vida (Mt 7,14).
Hilario de Poitiers
Sobre el Evangelio de san Mateo: Cristo promulga el código de la vida celestial
«¡Bienaventurados» (Mt 5,1-12)
Cap. 4, 1-3. 9: PL 9, 931-934
PL

Habiéndose congregado en tomo a Jesús un gran gentío, sube a la montaña y se pone a enseñar; es decir, se sitúa en la soberana elevación de la majestad paterna, y promulga el código de la vida celestial. No hubiera, en efecto, podido entregarnos estatutos de eternidad, sino situado en la eternidad. A continuación, el texto se expresa así: Abriendo la boca, se puso a enseñarles. Hubiera sido más rápido decir simplemente habló. Pero como estaba instalado en la gloria de la majestad paterna y enseñaba la eternidad, por eso se pone de manifiesto que la articulación de la boca humana obedecía al impulso del Espíritu que hablaba.

Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. El Señor había ya enseñado con su ejemplo que hay que renunciar a la gloria de la ambición humana, diciendo: Al Señor, tu Dios, adorarás y a él sólo darás culto. Y como por boca del profeta había advertido que estaba dispuesto a elegirse un pueblo humilde y que se estremece ante sus palabras, puso los fundamentos de la dicha perfecta en la humildad de espíritu.

Hemos, pues, de aspirar a la sencillez, esto es: recordar que somos hombres, hombres a quienes se les ha dado posesión del reino de los cielos, hombres conscientes de que, siendo el resultado de una combinación de gérmenes pobrísimos y deleznables, son procreados en orden a este hombre perfecto y para comportarse —con la ayuda de Dios— según este modelo de sentir, programar, juzgar y actuar.

Nadie piense que algo es suyo, que es de su propiedad: a todos se nos han dado, por donación de un padre común, unos mismos cauces para entrar en la vida y se han puesto a nuestra disposición idénticos medios para disfrutar de ella. A ejemplo de ese óptimo Padre, que nos ha dado todas estas cosas, debemos nosotros convertirnos en émulos de esa bondad que él ha derrochado en nosotros, de manera que seamos buenos con todos y estemos firmemente convencidos de que todo es común a todos; que no nos corrompa ni la provocativa fastuosidad del siglo ni la codicia de riquezas ni la ambición de la vanagloria, sino estemos más bien sometidos a Dios y, en razón de la comunión de vida, estemos unidos a todos por el amor a la vida común, estimando además que, desde el momento en que Dios nos ha llamado a la vida, nos tiene preparado un gran premio, premio y honor que nosotros hemos de merecer con las obras de la presente vida. Y así, con esta humildad de espíritu, por la que esperamos alcanzar de Dios tanto un indulto general en el presente y mayores dones en el porvenir, será nuestro el reino de los cielos.

Dichosos los perseguidos por causa de la justicia. En último término, recompensa con la perfecta felicidad a quienes, por causa de Cristo, están dispuestos a soportarlo todo por él: pues él es la justicia.

A éstos, además de reservárseles el reino, se les promete una sustanciosa recompensa, es decir, a los pobres de espíritu en su desprecio del mundo, a los marginados por la pérdida de los bienes presentes u otras desventuras, a los confesores de la justicia celeste contra las maldiciones de los hombres, finalmente, a los gloriosos mártires de las promesas de Dios, en una palabra, a todos los que han gastado su vida como testimonio de su eternidad.

Francisco de Sales
Conversaciones: Santa indiferencia

Conversación 8ª. VI, 120

«Bienaventurados los pobres…» (Mt 5,1)
«Al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó y se puso a hablar enseñándoles: Bienaventurados los pobres…» Mt 5, 1-12

Las pequeñas aficiones, como lo tuyo y lo mío, son todavía restos del mundo, donde nada hay que más valga que eso. La soberana felicidad del mundo es tener muchas cosas de las que se pueda decir: «Es mío.» Y lo que nos hace aficionarnos a lo que es nuestro es la gran estima que tenemos de nosotros mismos; nos tenemos por tan excelentes que cuando una cosa nos afecta la estimamos más, y la poca estima que tenemos hacia los demás hace que llevemos de mala gana lo que a ellos les ha servido.

Si fuéramos muy humildes y despojados de nosotros mismos, ya no valoraríamos lo que nos es propio y miraríamos como gran honor el servirnos de lo que otros han usado antes.

Eso nos pasa porque no hemos puesto todo lo nuestro en común y sin embargo es una cosa que se debe hacer al entrar en religión; cada Hermana debería dejar su propia voluntad fuera de la puerta de clausura, para no tener ya sino la de Dios.

Feliz la que no tenga otra voluntad sino la de la comunidad; y que todo lo que necesita, siempre lo toma de la bolsa común.

Quien esto haga, jamás tendrá disgustos, pues allí donde está la verdadera indiferencia no puede haber penas ni tristeza.

Pero es una virtud que no se consigue en cinco años; hacen falta al menos diez, por tanto no hay que asombrarse de que nuestras Hermanas todavía no la tengan, ya que tienen el buen deseo de conseguirla.

Si alguna pensara aún en «lo tuyo y lo mío», debería hacerlo al otro lado de la puerta, pues dentro de casa no se habla de eso.

 

 

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