Lucas 13,10-17 – Evangelio comentado por los Padres de la Iglesia

10 Un sábado, enseñaba Jesús en una sinagoga. 11 Había una mujer que desde hacía dieciocho años estaba enferma por causa de un espíritu, y estaba encorvada, sin poderse enderezar de ningún modo. 12 Al verla, Jesús la llamó y le dijo: «Mujer, quedas libre de tu enfermedad». 13 Le impuso las manos, y enseguida se puso derecha. Y glorificaba a Dios. 14 Pero el jefe de la sinagoga, indignado porque Jesús había curado en sábado, se puso a decir a la gente: «Hay seis días para trabajar; venid, pues, a que os curen en esos días y no en sábado». 15 Pero el Señor le respondió y dijo: «Hipócritas: cualquiera de vosotros, ¿no desata en sábado su buey o su burro del pesebre, y los lleva a abrevar? 16 Y a esta, que es hija de Abrahán, y que Satanás ha tenido atada dieciocho años, ¿no era necesario soltarla de tal ligadura en día de sábado?».

17 Al decir estas palabras, sus enemigos quedaron abochornados, y toda la gente se alegraba por todas las maravillas que hacía.

Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)

 

San Ambrosio

10. Indicó en seguida lo que había dicho de la sinagoga y manifiesta que había venido a ella, puesto que predicaba en ella. Por esto dice: «Estaba un sábado enseñando en una sinagoga…»

11. «Había una mujer a la que un espíritu tenía enferma hacía dieciocho años; estaba encorvada, y no podía en modo alguno enderezarse.» La higuera representa también a la sinagoga. Además, en la mujer enferma se encuentra la figura de la Iglesia, que cumplido que sea el tiempo de la ley y de la resurrección, se erguirá sublime y brillante en una paz perpetua y no podrá ya agobiarla la debilidad de nuestra enfermedad. Y esta mujer no hubiera podido curarse, si no hubiese cumplido con la ley y con la gracia. Porque la perfección está en los diez preceptos de la ley y la plenitud de la resurrección en el número ocho.

15. Finalmente, hasta Dios descansó de las obras de la creación, no de las obras santas, que hace siempre en abundancia, como dice el Hijo de Dios (Jn 5,17): “Mi padre trabaja hasta ahora y yo trabajo”, demostrando que, como Dios nos enseña, deben cesar nuestros trabajos materiales, pero no los espirituales. Por esto el Señor le respondió de este modo: «¡Hipócritas! ¿No desatáis del pesebre todos vosotros en sábado a vuestro buey o vuestro asno para llevarlos a abrevar?»

El trabajo del sábado significa lo que habrá de suceder cuando cada uno, después de haber cumplido con la ley y con la gracia, será libertado por la misericordia de Dios de las molestias de la debilidad humana. Pero, ¿por qué no indicó otro animal sino porque quiso dar a conocer que el pueblo judío y el gentil serán un día librados de la sed del cuerpo y de los ardores de este mundo por la abundancia de la fuente del Señor? Y de este modo indicó que la Iglesia será salva por la vocación de estos dos pueblos.

Crisóstomo, in Cat. Graec

10. «Estaba un sábado enseñando en una sinagoga…» Enseña, pues, no en cualquier lado, sino en las sinagogas, con firmeza, sin manifestar duda en nada y sin contradecir la ley de Moisés y en el sábado porque los judíos descansaban en él conforme a la ley.

15. «Replicóle el Señor: “¡Hipócritas! ¿No desatáis del pesebre todos vosotros en sábado a vuestro buey o vuestro asno para llevarlos a abrevar?”» Con mucha propiedad el Salvador llama hipócrita al príncipe de la sinagoga, porque aparentaba obrar bajo el influjo de la ley, cuando interiormente estaba lleno de malicia y de envidia. No se disgusta porque se quebrante el sábado, sino porque Jesucristo es alabado. Considera también que cuando ordenó alguna cosa, como cuando mandó al paralítico tomar su camilla, hizo más solemne su palabra haciendo ver que esto lo hacía por la dignidad de su Padre, cuando dice (Jn 5,17): “Mi Padre obra hasta ahora y yo obro también”. Aquí, donde todo lo hace por la palabra, no añade otra cosa para contestar a la calumnia que ellos mismos hacían.

San Cirilo, in eadem Cat. Graec

11. Se verificó la encarnación del divino Verbo para contrarrestar la corrupción, la muerte y la envidia del diablo contra nosotros, lo que se deja conocer en los mismos sucesos. Sigue pues: «Y había una mujer a la que un espíritu tenía enferma hacía dieciocho años…» Dice espíritu de enfermedad, porque esta mujer sufría por la malicia del diablo. Había sido abandonada de Dios por sus propias culpas, o por el pecado de Adán, en virtud del cual el cuerpo humano ha quedado sujeto a la enfermedad y a la muerte. Da, pues, el Señor poder al demonio sobre el cuerpo, para que los hombres, oprimidos por el peso de la adversidad, aspiren a vivir mejor. Manifiesta la clase de enfermedad, cuando dice: “«Estaba encorvada, y no podía en modo alguno enderezarse.»

12-14. Manifestando el Señor que su venida al mundo destruía todas las pasiones de los hombres, curó a aquella mujer, por lo que sigue: «Al verla Jesús, la llamó y le dijo: “Mujer, quedas libre de tu enfermedad”.» Expresión muy propia de Dios, llena de suprema majestad. Ahuyenta la enfermedad con su palabra soberana. También le impuso las manos, como dice a continuación: «Y le impuso las manos. Y al instante se enderezó, y glorificaba a Dios.» En lo cual debemos conocer que la naturaleza humana de Jesucristo estaba revestida del poder divino. Era, pues, la carne del mismo Dios y no de ningún otro, como si el Hijo del hombre existiera separado del Hijo de Dios, según han creído algunos falsamente. Pero el jefe de la sinagoga ingrata, en cuanto vio que la mujer se enderezó con sólo el tacto del Salvador y que publicaba su magnificencia dando gloria a Dios, se llenó de envidia y reprendió el milagro, con el pretexto de defender la observancia del sábado. Por eso sigue: «Pero el jefe de la sinagoga, indignado de que Jesús hubiese hecho una curación en sábado, decía a la gente: “Hay seis días en que se puede trabajar; venid, pues, esos días a curaros, y no en día de sábado.”» Exhorta a que en los demás días vean y admiren los milagros del Señor, cuando los hombres estén repartidos y consagrados a sus propias ocupaciones y no en el sábado, cuando descansan, para que no crean. Pero di, ¿ha prohibido la ley abstenerse de obras manuales en día de sábado, incluso de las que se hacen con la palabra y la boca? Entonces, no comas, ni bebas, ni hables, ni salmodies en sábado. Y si no lees la ley, ¿de qué te aprovecha el sábado? Además, si la ley ha prohibido las obras manuales, ¿es acaso obra de mano enderezar a una mujer por medio de la palabra?

15-17. «Replicóle el Señor: “¡Hipócritas! ¿No desatáis del pesebre todos vosotros en sábado a vuestro buey o vuestro asno para llevarlos a abrevar?”» El príncipe de la sinagoga es reprendido como hipócrita, porque mientras lleva las bestias a beber agua en sábado, no cree digna a una mujer -hija de Abraham por la fe más que por la especie- de ser libertada del lazo de la enfermedad. Por esto dice: «Y a ésta, que es hija de Abraham, a la que ató Satanás hace ya dieciocho años, ¿no estaba bien desatarla de esta ligadura en día de sábado?» Quería más bien que la mujer continuase mirando a la tierra, como los cuadrúpedos, que el que recobrase la estatura humana, con tal que Jesucristo no fuese alabado. No les quedó, pues, qué responder y fueron, por tanto, irrebatible reprensión de sí mismos. Por lo cual sigue: «Y cuando decía estas cosas, sus adversarios quedaban confundidos.» Mas se gozaba el pueblo, al cual favorecían estos milagros, por lo que sigue: «Mientras que toda la gente se alegraba con las maravillas que hacía.» La evidencia de las obras del Señor respondía a toda clase de dudas, respecto de los que no le seguían con mala intención.

San Basilio

11b. «Estaba encorvada, y no podía en modo alguno enderezarse.» La cabeza de los brutos, inclinada hacia el suelo, mira a la tierra, pero la cabeza del hombre está levantada hacia el cielo y sus ojos ven las cosas de arriba. Conviene, pues, buscar las cosas del cielo y no mirar las cosas de la tierra (homil. 9, in Hexameron).

15. «Replicóle el Señor: “¡Hipócritas! ¿No desatáis del pesebre todos vosotros en sábado a vuestro buey o vuestro asno para llevarlos a abrevar?”» Se llama hipócrita el que en un teatro representa la persona de otro. Así sucede en esta vida, que algunos llevan en su corazón lo contrario de lo que manifiestan exteriormente a los demás hombres (homil. 1. De jejunio).

San Gregorio in homil. 31, in Evang

11. «Había una mujer a la que un espíritu tenía enferma hacía dieciocho años; estaba encorvada, y no podía en modo alguno enderezarse.» En sentido espiritual representa lo mismo la higuera infructuosa que la mujer encorvada. Porque la naturaleza humana, cayendo voluntariamente en pecado porque no quiso dar el fruto de obediencia, perdió el estado de rectitud y esto lo dan a conocer tanto la higuera estéril cuanto la mujer enderezada.

De otro modo: El hombre fue criado en el sexto día y en aquel día todas las obras del Señor se completaron. El número seis multiplicado por tres, que son los ángulos del triángulo, hace dieciocho. Y como el hombre -que fue hecho en el sexto día, no quiso hacer obras perfectas y ha estado enfermo antes de la ley, bajo la ley y en el principio de la gracia- aquella mujer estuvo encorvada dieciocho años.

Todo pecador que piensa en las cosas de la tierra y no se ocupa de las del cielo, no puede mirar hacia arriba, porque mientras sigue sus bajos deseos vive encorvado de cuerpo y de alma y ve siempre aquello en que piensa sin cesar. El Señor la llamó y la enderezó porque la iluminó y la ayudó. Algunas veces llama el Señor, pero no endereza. De modo que iluminados con frecuencia por la gracia, conocemos lo que debemos hacer, pero por la culpa no obramos como debemos, acostumbrados al pecado. Este doblega nuestra alma y la incapacita de poder enderezarse ya. Se esfuerza y sucumbe, porque cae a pesar suyo allí en donde permaneció voluntariamente por tanto tiempo.

San Agustín

11. «Había una mujer a la que un espíritu tenía enferma hacía dieciocho años; estaba encorvada, y no podía en modo alguno enderezarse.» Lo mismo que representaban los tres años del árbol, representan los dieciocho años de aquella mujer, porque tres multiplicado por seis, hacen dieciocho. Estaba encorvada y no podía mirar hacia arriba, porque oía en vano las palabras elevad a lo alto vuestros corazones (De verb. Dom., serm. 31).

El Señor compara a esta mujer encorvada desde hacía dieciocho años al animal que es desatado para ser llevado a abrevar. La mujer, encorvada por la enfermedad, incapaz de enderezarse, es figura del alma debilitada por los deseos terrestres, la cual, como encorvada, ya no puede ocuparse de las cosas del cielo (qu. Évangiles 2029, trad. del francés).

Vosotros lo sabéis, hermanos, Cristo ha resucitado, subió al cielo y vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos. Por lo tanto, que aquel que esté encorvado, con su mirada fija en la tierra, aferrado a la felicidad terrestre y creyendo que no hay otra vida en la cual pueda ser dichoso, que se enderece, y si no puede enderezarse por sí mismo, que implore la ayuda divina. ¿Acaso esta mujer encorvada pudo enderezarse por sus propias fuerzas? No, ciertamente. En efecto, su desgracia habría continuado si Dios no le hubiese tendido la mano (Serm. 110, trad. del francés).

El número seis representa en su triple división la cifra de los siglos pasados, porque contamos la era antes de la ley, la era de la ley y la era de la gracia. Es en ésta última que el hombre ha recibido el sacramento de la reconciliación, para que la resurrección general, que coincide con el último día del universo, el hombre sea completamente renovado en la belleza de su alma y en la enfermedad de su cuerpo.

Podemos pues reconocer una figura de la Iglesia en esta mujer curada por Jesucristo de la enfermedad por medio de la cual Satanás la tenía encorvada. Pues es de ese género de enemigos escondidos y secretos que se queja el salmista cuando dice: “Han encorvado mi alma” (Sal 57,7). Esta mujer estaba enferma desde hacía 18 años, es decir, 3 veces 6 años. El total de meses que comprenden este período, forma un total de 216 y ese mismo total es el producto de 6 multiplicado por 36… (De Trinitate 407, trad. del francés)

Beda

15-16. «¿No desatáis del pesebre todos vosotros en sábado a vuestro buey o vuestro asno para llevarlos a abrevar?. Y a ésta, que es hija de Abraham, a la que ató Satanás hace ya dieciocho años, ¿no estaba bien desatarla de esta ligadura en día de sábado?» La hija de Abraham es toda alma fiel, o la Iglesia reunida de uno y otro pueblo por la fe. Así, en sentido espiritual, el buey o el asno soltados del pesebre para ser llevados al abrevadero, son lo que la hija de Abraham, libertada de los vínculos de nuestra inclinación.

San Gregorio Magno, papa y doctor de la Iglesia

Homilía: Era incapaz de mirar hacia lo alto.

Homilías sobre el evangelio n. 31.

«Mujer, quedas libre de tu imperfección» (Lc 13,12).

“Jesús enseñaba en la sinagoga un sábado. Había allí, una mujer poseída, desde hacía dieciocho años, de un espíritu que la tenía invalida»… “estaba curvada, y no podía mirar hacia arriba.» El pecador, preocupado por las cosas de la tierra y no buscando las del cielo, es incapaz de mirar hacia lo alto: como sigue deseos que le llevan hacia abajo, su alma, perdiendo su rectitud, se curva, y no ve más que lo que piensa sin cesar.

Volveos hacia vuestros corazones, hermanos muy queridos, y examinad continuamente los pensamientos a los que no dejáis de dar vueltas en vuestro espíritu. Uno piensa en honores, otro en dinero, otro en aumentar sus propiedades. Todas estas cosas son bajas, y cuando el espíritu se invierte, se desvía, perdiendo su rectitud. Y porque no se levanta a desear los bienes de alto, es como esta mujer curvada, que sencillamente no puede mirar hacia lo alto…

El salmista ha descrito muy bien nuestra curvatura cuando dijo de sí mismo, como símbolo de todo el género humano: «Estoy encorvado y encogido hasta el extremo» (Sal. 37,7). Se consideraba que el hombre, aunque creado para contemplar la luz de lo alto, fue arrojado fuera del paraíso a causa de sus pecados, y que en consecuencia, las tinieblas que reinan en su alma, le hacen perder el apetito de cosas de lo alto y prestar toda su atención a las de abajo… Si bien el hombre, perdiendo de vista las cosas del cielo, pensaba sólo en las cosas de este mundo, sería sin duda curvado y humillado, pero no «en exceso». Ahora bien, como no sólo las cosas de este mundo hacen bajar sus pensamientos…, sino, el placer defendido que hunde, no está sólo curvado, sino «curvado en exceso».

San Ireneo

Tratado: Jesús perfeccionó la Ley

Tratado contra las herejías, Libro 4, cap. 6

«¿No estaba bien desatarla de esta ligadura en día de sábado» (Lc 13,16).

8,2. El Señor actuó en defensa de su descendencia, la liberó del cautiverio y la llamó a la salvación, (994) como dejó claro en la mujer curada (Lc 13,10-13), diciendo a quienes no tenían una fe semejante a la de Abraham: “¡Hipócritas! ¿Acaso alguno de vosotros no desata su buey o su asno en día de sábado y lo lleva a beber? Y a esta hija de Abraham, a quien Satanás tuvo atada durante 18 años, ¿no era conveniente librarla de sus ataduras en sábado?” (Lc 13,15-16). Queda, pues, claro que él libró y devolvió la vida a quienes creían con una fe semejante a la de Abraham, y nada hizo contra la Ley al curarla en sábado. La Ley, en efecto, no prohibía curar a los seres humanos, si incluso se les podía circuncidar en ese día (Jn 7,22-23); más aún, ordenaba a los sacerdotes realizar en ese día su ministerio, y ni siquiera vetaba que se curara a los animales.

La piscina de Siloé con frecuencia curó en sábado, y por eso muchos enfermos se sentaban en sus orillas. En cambio la ley sabática mandaba abstenerse de toda labor servil; es decir, de todo trabajo que se emprende por negocio y con deseo de lucro, o por otro fin terreno. En cambio exhortaba a llevar a cabo las obras del alma, que se realizan por el pensamiento o las buenas palabras para ayudar al prójimo. Por eso el Señor reprendió a quienes injustamente lo acusaban de curar en sábado. De este modo no rompía sino cumplía la Ley, actuando como Sumo Sacerdote que en favor de los seres humanos vuelve propicio a Dios, limpiando a los leprosos, curando a los enfermos y dando su vida, a fin de que el hombre exiliado escape de la condena y sin temor regrese a su heredad.

San Juan Pablo II, papa

Catequesis, Audiencia general (03-08-1988): Liberación del pecado

3. En los Hechos de los Apóstoles leemos que Jesús “pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Act 10, 38). En efecto, se ve por los Evangelios que Jesús sanaba a los enfermos de muchas enfermedades (como por ejemplo, la mujer encorvada, que “no podía en modo alguno enderezarse” (cf. Lc 13, 10-16). Cuando se le presentaba la ocasión de “expulsar a los espíritus malos”, si le acusaban de hacer esto con la ayuda del mal, Él respondía demostrando lo absurdo de tal insinuación y decía: “Pero si por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el reino de Dios” (Mt 12, 28; cf. Lc 11, 20). Al liberar a los hombres del mal del pecado, Jesúsdesenmascara a aquél que es el “padre del pecado“. Justamente en él, en el espíritu maligno, comienza “la esclavitud del pecado” en la que se encuentran los hombres. “En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es un esclavo. Y el esclavo no se queda en casa para siempre; mientras el hijo se queda para siempre; si, pues, el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres” (Jn 8, 34-36).

7. […] El pecado constituye una profunda alienación, en cierto sentido “hace que se sienta extraño” el hombre en sí mismo, en su íntimo “yo”. La liberación viene con la “gracia y la verdad” (cf. Jn 1, 17), traída por Cristo.

8. Se ve claro en qué consiste la liberación realizada por Cristo: para qué libertad El nos ha liberado. La liberación realizada por Cristo se distingue de la que esperaban sus coetáneos en Israel. Efectivamente, todavía antes de ir de forma definitiva al Padre, Cristo era interrogado por aquellos que eran sus más íntimos: “Señor, ¿es en este momento cuando vas a restablecer el reino de Israel?” (Act 1, 6). Y así todavía entonces ―después de la experiencia de los acontecimientos pascuales― ellos seguían pensando en la liberación en sentido político: bajo este aspecto se esperaba el mesías, descendiente de David.

9. Pero la liberación realizada por Cristo al precio de su pasión y muerte en la cruz, tiene un significado esencialmente diverso: es la liberación de lo que en lo más profundo del hombre obstaculiza su relación con Dios. A ese nivel, el pecado significa esclavitud; y Cristo ha vencido el pecado para injertar nuevamente en el hombre la gracia de la filiación divina, la gracia liberadora. “Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre!” (Rom 8, 15).

Esta liberación espiritual, esto es, “la libertad en el Espíritu Santo”, es pues el fruto de la misión salvífica de Cristo: “Donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad” (2 Cor 3, 17). En este sentido hemos “sido llamados a la libertad” (Gál 5, 13) en Cristo y por medio de Cristo. “La fe que actúa por la caridad” (Gal 5, 6), es la expresión de esta libertad.

10. Se trata de la liberación interior del hombre, de la “libertad del corazón”. La liberación en sentido social y político no es la verdadera obra mesiánica de Cristo. Por otra parte, es necesario constatar que sin la liberación realizada por Él, sin liberar al hombre del pecado, y por tanto de toda especie de egoísmo, no puede haber una liberación real en sentido socio-político. Ningún cambio puramente exterior de las estructuras lleva a una verdadera liberación de la sociedad, mientras el hombre esté sometido al pecado y a la mentira, hasta que dominen las pasiones, y con ellas la explotación y las varias formas de opresión.

11. Incluso la que se podría llamar liberación en sentido psicológico, no se puede realizar plenamente, si no con las fuerzas liberadoras que provienen de Cristo. Ello forma parte de su obra de redención. Solamente Cristo es “nuestra paz” (Ef 2, 14). Su gracia y su amor liberan al hombre del miedo existencial ante la falta de sentido de la vida, y de ese tormento de la conciencia que es la herencia del hombre caído en la esclavitud del pecado.

12. La liberación realizada por Cristo con la verdad de su Evangelio, y definitivamente con el Evangelio de su cruz y resurrección, conservando su carácter sobre todo espiritual e “interior”, puede extenderse en un radio de acción universal, y está destinada a todos los hombres. Las palabras “por gracia habéis sido salvados” (Ef 2, 5), conciernen a todos. Pero al mismo tiempo, esta liberación, que es “una gracia”, es decir, un don, no se puede realizar sin la participación del hombre. El hombre la debe acoger con fe, esperanza y caridad. Debe “esperar su salvación con temor y temblor” (cf. Flp 2, 12). “Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar, como bien le parece” (Flp 2, 13). Conscientes de este don sobrenatural, nosotros mismos debemos colaborar con la potencia liberadora de Dios, que con el sacrificio redentor de Cristo, ha encontrado en el mundo como fuente eterna de salvación.

Eusebio de Alejandría

Homilía: El Sábado llega a ser el primer día de la nueva creación.

Serm. atribuido (finales del siglo V) .

«Era sábado» (cf. Lc 13,10).

La semana se compone, evidentemente, de siete días: de ellos Dios nos ha dado seis para trabajar, uno para orar, descansar y liberarnos de nuestros pecados. Si hemos cometido faltas durante los seis días, podemos repararlas el domingo reconciliándonos con Dios.

Voy a exponerte las razones por las cuales se nos ha transmitido la tradición de guardar el domingo y de abstenernos de trabajar ese día. Cuando el Señor confió el sacramento a los discípulos, “Tomó el pan, pronunció la bendición, lo rompió y lo dio a sus discípulos, diciendo: ‘Tomad, comed: esto es mi cuerpo roto por vosotros para remisión de los pecados’. De la misma manera les dio la copa diciendo: ‘Bebed todos de él: esto es mi sangre, la sangre de la Nueva Alianza, derramada por vosotros y por la multitud en remisión de los pecados. Haced esto en memoria mía`” (Mt 26,26s; 1Co 11,24).

El día santo del domingo es, pues, aquel en el que se hace memoria del Señor. Por eso se le llama “el día del Señor”. Y es como el señor de los días. En efecto, antes de la Pasión del Señor no se le llamó “día del Señor” sino “primer día”. En este día, el Señor estableció el fundamento de la resurrección, es decir, que inició la creación; en este día dio al mundo las primicias de la resurrección; en este día, como lo hemos dicho, ordenó celebrar los santos misterios. Este día, pues, para nosotros ha sido el comienzo de toda gracia: comienzo de la creación del mundo, comienzo de la resurrección, comienzo de la semana. Este día, que en sí encierra tres comienzos, prefigura la primacía de la santa Trinidad.

Dirígete, pues, de buena mañana a la iglesia de Dios, acércate al Señor para confesarle tus pecados, ofrécele tu oración y el arrepentimiento de un corazón contrito. Estate atento durante la santa liturgia, acaba tu oración y no salgas antes de la despedida de la asamblea. Contempla a tu Señor mientras se parte el pan consagrado y se distribuye sin que se destruya. Y si tu conciencia es pura, acércate y comulga del cuerpo y de la sangre del Señor. Si, al contrario, la conciencia te acusa por tus malas acciones, no vayas hasta que no te purifiques de tus culpas por el arrepentimiento.

Este día, se nos ofrece como ocasión para la oración y el descanso. “Este es el día que hizo el Señor, hagamos fiesta y alegrémonos en él.” (Sal 117,24) Demos gloria a aquel que resucitó en este día, y al Padre en el Espíritu Santo, ahora y por los siglos de los siglos.

Catecismo de la Iglesia Católica

La libertad del hombre

1730 ;1739-1742.

«Esta mujer, una hija de Abraham a la que Satanás tenía aprisionada…el la ha desatado» (Lc 13,16).

La libertad del hombre: Dios ha creado al hombre racional confiriéndole la dignidad de una persona dotada de la iniciativa y del dominio de sus actos. “Quiso Dios dejar al hombre en manos de su propia decisión (Si 15,14), de modo que busque a su Creador sin coacciones y, adhiriéndose a El,llegue libremente a la plena y feliz perfección”; “El hombre es racional, y por ello semejante a Dios, fue creado libre y dueño de sus actos” (San Ireneo).

La libertad del hombre es finita y falible. De hecho el hombre erró. Libremente pecó. Al rechazar el proyecto del amor de Dios, se engañó a sí mismo y se hizo esclavo del pecado. Esta primera alienación engendró una multitud de alienaciones. La historia de la humanidad, desde sus orígenes, atestigua desgracias y opresiones nacidas del corazón del hombre a consecuencia de un mal uso de la libertad…Al apartarse de la ley moral, el hombre atenta contra su propia libertad, se encadena a sí mismo, rompe la fraternidad con sus semejantes y se rebela contra la verdad divina.

Por su Cruz gloriosa, Cristo obtuvo la salvación para todos los hombres. Los rescató del pecado que los tenía sometidos a esclavitud. “Para ser libres nos libertó Cristo” (Ga 5,1). En El participamos de la “verdad que nos hace libres” (Jn 8,32). El Espíritu Santo nos ha sido dado, y, como enseña el apóstol, “donde está el Espíritu, allí es´tá la libertad” (2Co 3,17). Ya desde ahora nos gloriamos de la “libertad de los hijos de Dios” (Rm 8,21).

La gracia de Cristo no se opone de ninguna manera a nuestra libertad cuando ésta corresponde al sentido de la verdad y del bien que Dios ha puesto en el corazón del hombre. Al contrario, como lo atestigua la experiencia cristiana, especialmente en la oración, a medida que somos más dóciles a los impulsos de la gracia, se acrecientan nuestra íntima verdad y nuestra seguridad en las pruebas, como también ante las presiones y coacciones del mundo exterior. Por el trabajo de la gracia, el Espíritu Santo nos educa en la libertad espiritual para hacer de nosotros colaboradores libres de su obra en la Iglesia y en el mundo.

San Juan Pablo II, papa

Carta: Nueva creación.

Carta apostólica “Dies Domini”, 24-25.

«Curado en sábado, signo del día de la nueva creación» (cf. Lc 13,16).

El día de la nueva creación: la comparación del domingo cristiano con la concepción sabática, propia del Antiguo Testamento, suscitó también investigaciones teológicas de gran interés. En particular, se puso de relieve la singular conexión entre la resurrección y la creación. En efecto, la reflexión cristiana relacionó espontáneamente la resurrección ocurrida « el primer día de la semana » con el primer día de aquella semana cósmica (cf. Gn 1,1-2,4), […]. Esta relación invita a comprender la resurrección como inicio de una nueva creación, cuya primicia es Cristo glorioso, siendo él, «primogénito de toda la creación» (Col 1,15), también el « primogénito de entre los muertos » (Col 1,18).

El domingo es pues el día en el cual, más que en ningún otro, el cristiano está llamado a recordar la salvación que, ofrecida en el bautismo, le hace hombre nuevo en Cristo. « Sepultados con él en el bautismo, con él también habéis resucitado por la fe en la acción de Dios, que resucitó de entre los muertos » (Col 2,12; cf. Rm 6,4-6). La liturgia señala esta dimensión bautismal del domingo, sea exhortando a celebrar los bautismos, además de en la Vigilia pascual, también en este día semanal «en que la Iglesia conmemora la resurrección del Señor», sea sugiriendo, como oportuno rito penitencial al inicio de la Misa, la aspersión con el agua bendita, que recuerda el bautismo con el que nace toda existencia cristiana.

Carta (15-08-1988): La mujer según Cristo

Mulieris dignitatem, sobre la dignidad y la vocación de la mujer.

13. Recorriendo las páginas del Evangelio pasan ante nuestros ojos un gran número de mujeres, de diversa edad y condición. Nos encontramos con mujeres aquejadas de enfermedades o de sufrimientos físicos, como aquella mujer poseída por «un espíritu que la tenía enferma; estaba encorvada y no podía en modo alguno enderezarse» (Lc 13, 11)…

… En las enseñanzas de Jesús, así como en su modo de comportarse, no se encuentra nada que refleje la habitual discriminación de la mujer, propia del tiempo; por el contrario, sus palabras y sus obras expresan siempre el respeto y el honor debido a la mujer. La mujer encorvada es llamada «hija de Abraham» (Lc 13, 16), mientras en toda la Biblia el título de «hijo de Abraham» se refiere sólo a los hombres. Recorriendo la vía dolorosa hacia el Gólgota, Jesús dirá a las mujeres: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí» Lc 23, 28). Este modo de hablar sobre las mujeres y a las mujeres, y el modo de tratarlas, constituye una clara «novedad» respecto a las costumbres dominantes entonces.

… Estos episodios representan un cuadro de gran transparencia. Cristo es aquel que «sabe lo que hay en el hombre» (cf. Jn 2, 25), en el hombre y en la mujer. Conoce la dignidad del hombre,el valor que tiene a los ojos de Dios. El mismo Cristo es la confirmación definitiva de este valor. Todo lo que dice y hace tiene cumplimiento definitivo en el misterio pascual de la redención. La actitud de Jesús en relación con las mujeres que se encuentran con él a lo largo del camino de su servicio mesiánico, es el reflejo del designio eterno de Dios que, al crear a cada una de ellas, la elige y la ama en Cristo (cf. Ef 1, 1-5 ). Por esto, cada mujer es la «única criatura en la tierra que Dios ha querido por sí misma», cada una hereda también desde el «principio» la dignidad de persona precisamente como mujer. Jesús de Nazaret confirma esta dignidad, la recuerda, la renueva y hace de ella un contenido del Evangelio y de la redención, para lo cual fue enviado al mundo. Es necesario, por consiguiente, introducir en la dimensión del misterio pascual cada palabra y cada gesto de Cristo respecto a la mujer. De esta manera todo tiene su plena explicación.

25. […] Meditando todo lo que los Evangelios dicen sobre la actitud de Cristo hacia las mujeres, podemos concluir que como hombre —hijo de Israel— reveló la dignidad de las «hijas de Abraham» (cf. Lc 13, 16), la dignidad que la mujer posee desde el «principio» igual que el hombre. Al mismo tiempo, Cristo puso de relieve toda la originalidad que distingue a la mujer del hombre, toda la riqueza que le fue otorgada a ella en el misterio de la creación. En la actitud de Cristo hacia la mujer se encuentra realizado de modo ejemplar lo que el texto de la Carta a los Efesios expresa mediante el concepto de «esposo». Precisamente porque el amor divino de Cristo es amor de Esposo, este amor es paradigma y ejemplo para todo amor humano, en particular para el amor del varón.

Discurso (11-05-1990): La enfermedad como pilar de la evangelización

Viaje Apostólico a México y Curaçao.
Ceremonia de Bendición de la Catedral de Villahermosa, Tabasco (México)

4. El Evangelio nos ha transmitido numerosos ejemplos del trato de Jesús con los enfermos: el ciego que pedía junto al camino (cf. Mc 10, 46 ss), la hemorroisa (cf. Lc 8, 40 ss), el hombre que tenía una mano paralizada (cf. Mt 12, 9 ss), la mujer encorvada (cf. Lc 13, 11 ss), los leprosos cf. ibíd., 17, 12 ss). Son muchos los que se acercan a Cristo con motivo de su enfermedad: quizás no hubieran acudido a El si hubieran estado sanos.

Hermanos y hermanas, queridos enfermos, vosotros lo sabéis, vosotros habéis tenido esta experiencia: la enfermedad, cuando se acepta, nos acerca a Cristo.

La enfermedad consigue a veces que el hombre caiga de su pedestal de arrogancia y se descubra tal y como es: pobre, desvalido, necesitado de la ayuda de Dios. La enfermedad conduce con frecuencia a cambios radicales en la vida de relación con Dios de una persona: “¡Animo!, hijo, tus pecados te son perdonados” (Mt 9, 2) son las primeras palabras que escucha el paralítico de Cafarnaún: “Mira, estás curado; no peques más, para que no te suceda algo peor” (Jn 5, 14), dirá el Señor al enfermo paralítico de la piscina Probática. Son muchos los milagros que el Señor realiza en los cuerpos de esos enfermos, pero son más y más importantes los que realiza en sus almas.

5. Estas curaciones sirven a Cristo para señalar la llegada del Reino: “Id y contad a Juan lo que oís y veis: Los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva” (Mt 11, 4-6). Los enfermos del Evangelio son signo del Reino cuando son curados: también vosotros sois signos del Reino y, aún en mayor medida, cuando, aceptando la voluntad del Dios, vivís con alegría vuestra enfermedad.

6. ¿Comprendéis por qué la Iglesia os mira con predilección?

¿Comprendéis por qué la Iglesia se apoya especialmente en vosotros? ¿Comprendéis por que el Papa os pide el tesoro de vuestro dolor para realizar la nueva evangelización… del mundo entero? En vuestros cuerpos enfermos, en vuestro sufrimiento, en vuestra debilidad, y sobre todo en vuestra alegría, allá donde estéis, unidos a Cristo, la Iglesia encontrará la fuerza para extender la acción evangelizadora que El mismo le ha confiado.

Antes de concluir deseo manifestar mi profundo aprecio a cuantos en los hospitales, sanatorios, centros de asistencia y en los hogares… dedican su capacidad profesional y sus desvelos a aliviar y curar a los hermanos que sufren.

A vosotros, los enfermos aquí presentes, y a cuantos siguen este encuentro a través de la radio y la televisión os encomiendo al cuidado maternal de Nuestra Señora de Guadalupe, mientras os imparto con afecto una especial Bendición Apostólica.

 

 

 

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