Las tentaciones de Jesús
Las tentaciones de Satanás a Jesús son relatadas en los evangelios de san Marcos, san Mateo y san Lucas:
A continuación, el Espíritu lo empujó al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás; vivía con las fieras y los ángeles lo servían. (Mc 1, 12-13)
Entonces Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre. El tentador se le acercó y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes». Pero él le contestó: «Está escrito: “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”». Entonces el diablo lo llevó a la ciudad santa, lo puso en el alero del templo y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: “Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras”». Jesús le dijo: «También está escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios”». De nuevo el diablo lo llevó a un monte altísimo y le mostró los reinos del mundo y su gloria, y le dijo: «Todo esto te daré, si te postras y me adoras». Entonces le dijo Jesús: «Vete, Satanás, porque está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”». Entonces lo dejó el diablo, y he aquí que se acercaron los ángeles y lo servían. (Mt 4, 1-11)
Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y el Espíritu lo fue llevando durante cuarenta días por el desierto, mientras era tentado por el diablo. En todos aquellos días estuvo sin comer y, al final, sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan». Jesús le contestó: «Está escrito: “No solo de pan vive el hombre”». Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: «Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me ha sido dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo». Respondiendo Jesús, le dijo: «Está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”». Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: “Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti, para que te cuiden”, y también: “Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece contra ninguna piedra”». Respondiendo Jesús, le dijo: «Está escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios”». Acabada toda tentación, el demonio se marchó hasta otra ocasión. (Lc 4, 1-13)
El desierto es un lugar habitual de prueba y de verificación en la tradición bíblica, es un lugar donde históricamente se producen muchos fracasos del pueblo de Israel: impaciencia por el futuro proyecto de Dios, añoranza de Egipto y de la situación anterior de esclavitud, rebelión contra Moisés.
En analogía con la experiencia de su pueblo, Jesús se dirige, enviado por el Espíritu, al desierto para cumplir la voluntad de Dios y se queda allí cuarenta días, una referencia concreta a los cuarenta años que estuvieron en el desierto los judíos.
Jesús debe ser sometido a la tentación como todos los hombres, y nos enseña a afrontarla con el ayuno y a vencerla con la humilde obediencia a la Palabra de Dios. Él no rechazó al diablo con su poder divino, sino con la adhesión de su voluntad humana a la Palabra de Dios. Jesús podía haber evitado al diablo, pero entonces, no nos habría enseñado como vencerle cuando nosotros fuésemos tentados.
El demonio trabaja siempre para separarnos de la comunión con Dios, de su voluntad y del camino que él nos traza para cumplirla. Pero lo hace de una forma disimulada, insinuando al corazón humano la duda y la desconfianza hacia Dios. Y una vez que ya ha conseguido entrar, como si fuese por una brecha en un muro, entonces remata la faena abriendo un boquete.
Seguro que alguna vez has pensado que la voluntad divina está en contradicción con la razón humana. Entre dos alternativas que tienes delante, tú sabes distinguir la que es buena de la que es mala, y sin embargo eliges hacer la mala porque te resulta más cómoda. San Pablo nos dice en la carta a los Romanos: “Realmente, mi proceder no lo comprendo; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco… no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero”.
El camino del diablo es siempre ancho y fácil, pero muy amargo. Así, sutilmente el demonio actúa en nosotros, se aprovecha de nuestra debilidad humana. Por eso, como nos enseña Jesús, debemos mirar sin miedo qué esclavitudes nos tienen atados y necesitamos ser liberados de ellas.
Debemos rezar para que la gracia de Dios nos haga fuertes ante las dificultades y salgamos victoriosos en nuestras tentaciones. Orar es entrar en un diálogo de confianza y amor con el Señor, descubrir su voluntad y tener la fortaleza para ponerla en práctica, por eso hace falta hacer desierto en nuestra vida y lograr el silencio interior ante tantas palabrerías y ruidos de nuestro mundo.
Debemos ayunar y mortificarnos asumiendo un estilo de vida sobrio y esencial, ante la mentalidad consumista de la sociedad de hoy, para que nuestra voluntad aprenda a conformarse a la voluntad de Dios.
Igual que los ángeles que servían a Jesús, debemos ser también nosotros ángeles y ponernos al servicio de los más necesitados compartiendo con ellos lo que Dios nos ha dado.
Estas son las herramientas que nos ha dejado Jesús: la oración, el ayuno y la mortificación y la caridad, con ellas seremos vencedores de las tentaciones, con la Gracia de Dios.