Filiación divina del hombre


La séptima catequesis de san Cirilo trata sobre Dios Padre: la paternidad divina, los errores de los judíos, Padre-Hijo, hijos adoptivos por la gracia, María, la ingratitud humana, libertad para el bien y para el mal, el cuarto mandamiento.

Todo ser humano es hijo de Dios, en cuanto de Él procede y a Él se asemeja, ya que fuimos creados a imagen y semejanza suya. Dios está en el origen de la existencia de toda criatura, y es Padre de modo singular de cada ser humano. Por la gracia santificante, recibimos una nueva relación con Dios: la filiación divina sobrenatural.

San Ireneo en su Tratado contra las Herejías escribía que el Hijo de Dios se hizo Hijo del hombre para que el hombre, unido íntimamente al Verbo de Dios, se hiciera hijo de Dios por adopción.

Cantamos en el tiempo de Navidad (Prefacio III): así es como el pobre ser humano se hace partícipe de la naturaleza divina, es divinizado, deificado, verdadero hijo de Dios, ya que, injertado en Cristo, de Él recibe su vida divina, que es vida filial.

El cristiano es incorporado a Cristo en su humanidad. Dios, en su eterno designio, dispuso que el hombre fuera realmente salvado, divinizado por medio de la encarnación de su propio Hijo, que se hizo hombre verdadero, igual en todo a nosotros menos en el pecado. Al hacerse hombre el Hijo eterno de Dios, lo divino se humaniza y la humanidad de Cristo es divinizada. La filiación, en sentido pleno, es única en la Persona del Hijo, el Unigénito del Padre. Pero esta única y perfecta filiación es dada gratuitamente al participar como persona humana. Sin embargo, los seres humanos somos hijos adoptivos, porque nuestra filiación divina sobrenatural no es plena y perfecta.

La transformación divinizante del hombre Cristo Jesús en su glorificación le da poder para enviar a sus hermanos los hombres el Espíritu Santo, en cuyo interior obra, haciéndolos hijos de Dios e impulsándolos a vivir como tales. La gracia de Cristo mediante el Espíritu transforma al hombre, al comunicarle la vida divina, que él recibe del Padre. Somos constituidos hijos del Padre en el Hijo por el Espíritu Santo.

«La filiación de la adopción divina nace en los hombres sobre la base del misterio de la Encarnación, o sea, gracias a Cristo, el eterno Hijo. Pero el nacimiento, o el nacer de nuevo, tiene lugar cuando Dios Padre “ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo” (cfr. GaI4,6; Rom 5,5; 11 Cor 1,22). Entonces, realmente “recibimos un Espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre!” (Rom 8,15). Por tanto, aquella filiación divina, insertada en el alma humana con la gracia santificante, es obra del Espíritu Santo» (San Juan Pablo II).

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