El Bautismo de Jesús

El relato del bautismo de Jesús con Juan el Bautista lo encontramos en los cuatro evangelios:

Y sucedió que, cuando todo el pueblo era bautizado, también Jesús fue bautizado; y, mientras oraba, se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre él con apariencia corporal semejante a una paloma y vino una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco». (Lc 3, 21-22)

Por entonces viene Jesús desde Galilea al Jordán y se presenta a Juan para que lo bautice. Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole: «Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?». Jesús le contestó: «Déjalo ahora. Conviene que así cumplamos toda justicia». Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrieron los cielos y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz de los cielos que decía: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco». (Mt 3, 13-17)

Y sucedió que por aquellos días llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba hacia él como una paloma. Se oyó una voz desde los cielos: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco».(Mc 1, 9-11)

Al día siguiente, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.  Este es aquel de quien yo dije: “Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo”. Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel». Y Juan dio testimonio diciendo: «He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que bautiza con Espíritu Santo”. Y yo lo he visto y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios». (Jn 1, 29-34)

 
Jesús tenía 30 años cuando fue al río Jordán, donde estaba Juan bautizando a otras personas. Es Jesús quien pide a Juan que lo bautice, sin embargo, Juan no se sintió cómodo con esa petición y Jesús lo convence, recordándole que su bautismo era importante.

Jesús no necesitaba bautizarse, Él no nació con el pecado original, entonces, ¿Para qué se bautiza? para:

  • Cumplir con el plan de Dios para nuestra salvación: el ministerio de Jesús estaría sujeto a la voluntad de Dios Padre desde el principio. Y la voluntad del Padre incluía que Juan bautizara a Jesús.
  • Señalar el comienzo de su ministerio: con la fuerza del Espíritu Santo, que se posó sobre Jesús en forma de paloma, da comienzo lo que conocemos como su vida pública (cuando comienza a predicar y obrar milagros).
  • Darnos el ejemplo: Jesús no necesitaba bautizarse, pues no tenía pecado, pero para nosotros bautizarnos significa renunciar al pecado y Dios nos manda bautizarnos y bautizar a todos. Aunque el bautismo no nos salva, con él declaramos que obedeceremos a Dios y que dejaremos atrás todo lo que nos aparta de él. Jesús nos mostró precisamente cómo acercarnos a Dios y cómo vivir para él llenos de humildad, en obediencia, reconociendo nuestros fallos y nuestra gran necesidad de él, de su perdón y amor.

Jesús, al someterse al bautismo de Juan, se muestra solidario con los hombres pecadores de todos los tiempos, se inserta humildemente en el atormentado camino de toda la humanidad, abraza nuestra condición de gente pobre y vulnerable: con la palabra y con el testimonio de su vida es, realmente, un hombre como nosotros, amigo fiel.

Alguna vez he escuchado: “A nuestro hijo no lo vamos a bautizar porque no queremos imponerle nada; mejor, cuando crezca, que él escoja qué religión quiere tener”. Me da mucha pena quienes así piensan porque, además de reflejar la poca fe que tienen y su escasa formación religiosa, hacen ver que no tienen ni idea de lo que es realmente el bautismo.

No se dan cuenta de que, así como la vida es un don gratuito que se da sólo por amor, con el bautismo sucede algo semejante. La fe es un inmenso regalo, es un don de Dios de un valor incalculable, y los padres, si son de verdad cristianos, deberían considerar que es la mejor herencia que pueden dar a sus hijos

Cuentan que san Luis, rey de Francia, cuando alguno de sus hijos pequeños recibía el bautismo, lo estrechaba con inmensa alegría entre sus brazos y lo besaba con gran amor, diciéndole: “¡Querido hijo, hace un momento sólo eras hijo mío, pero ahora eres también hijo de Dios!”.

En los Evangelios Sinópticos se nos narra que mientras Jesús era bautizado, “se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma y se dejó oír la voz del Padre que venía del cielo: Tú eres mi Hijo, el amado, mi predilecto”. Esto mismo sucede en todos los bautismos, en ese momento se abre el cielo y Dios dice “ahora ya eres mi hijo amado”.

¿Cómo podemos negarle este grandísimo privilegio a nuestro hijo?

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