Domingo de la tercera semana de Adviento: Homilías de los Santos Padres


Orígenes, presbítero
Comentario sobre el Evangelio de san Lucas: Seamos un edificio sólido, que ninguna tormenta consiga derribar
Sobre san Lucas, Homilía 26, 3-5: SC 87, 341-343

El bautismo de Jesús es un bautismo en Espíritu Santo y fuego. Si eres santo, serás bautizado en el Espíritu, si pecador, serás sumergido en el fuego. Un mismo e idéntico bautismo se convertirá para los indignos y pecadores en fuego de condenación, mientras que a los santos, a los que con fe íntegra se convierten al Señor, se les otorgará la gracia del Espíritu Santo y la salvación.

Ahora bien, aquel de quien se afirma que bautiza con Espíritu Santo y fuego, tiene en la mano la horca para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga.

Quisiera descubrir la razón por la que nuestro Señor tiene la horca y cuál es ese viento que, al soplar, dispersa por doquier la leve paja, mientras que el grano de trigo cae por su propio peso en un mismo lugar: de hecho, sin el viento no es posible separar el trigo de la paja.

Pienso que aquí el viento designa las tentaciones que, en el confuso acervo de los creyentes, demuestran quiénes son la paja, y quiénes son grano. Pues cuando tu alma ha sucumbido a una tentación, no es que la tentación te convierta en paja, sino que, siendo como eras paja, esto es, ligero e incrédulo, la tentación ha puesto al descubierto tu verdadero ser. Y por el contrario, cuando valientemente soportas las tentaciones, no es que la tentación te haga fiel y paciente, sino que esas virtudes de paciencia y fortaleza, que albergabas en la intimidad, han salido a relucir con la prueba: «¿Piensas –dice el Señor– que al hablarte así tenía yo otra finalidad sino la de manifestar tu justicia?». Y en otro lugar: Te he hecho pasar hambre para afligirte, para ponerte a prueba y conocer tus intenciones.

De idéntica forma, la tempestad no permite que se mantenga en pie un edificio construido sobre arena; por tanto, si te dispones a construir, construye sobre roca. La tempestad desencadenada no logrará derrumbar lo cimentado sobre roca; pero lo cimentado sobre arena se tambalea, demostrando así que no está bien cimentado. Por consiguiente, antes que se desate la tormenta, antes de que arrecien los vientos, y los ríos salgan de madre, mientras aún está todo en calma, centremos toda nuestra atención en los cimientos de la construcción, edifiquemos nuestra casa con los variados y sólidos sillares de los divinos preceptos, de modo que, cuando se cebe la persecución y arrecie la tormenta suscitada contra los cristianos, podamos demostrar que nuestro edificio está construido sobre la roca, que es Cristo Jesús.

Y si alguien –no lo quiera Dios– llegare a negarlo, piense éste tal que no negó a Cristo en el momento en que se visibilizó la negación, sino que llevaba en sí inveterados los gérmenes y las raíces de la negación: en el momento de la negación se hizo patente su realidad interior, saliendo a la luz pública.

Oremos, pues, al Señor para que seamos un edificio sólido, que ninguna tormenta consiga derribar, cimentado sobre la roca, es decir, sobre nuestro Señor Jesucristo, a quien corresponden la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

Juan Pablo II, papa
Homilía (16-12-1979): La pregunta se dirige a cada hombre
III Domingo de Adviento (Ciclo C)
Visita Pastoral a la Parroquia Romana de los Santos Doce Apóstoles
Domingo 16 de diciembre del 1979.

“La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo sea con todos vosotros” (Flp 1, 2).

Con estas palabras de San Pablo a los primeros cristianos de la ciudad de Filipos, dirijo mi saludo afectuoso a la la comunidad parroquial de los Doce Apóstoles.

[…] 2. El tercer domingo de Adviento nos ofrece siempre acentos especiales de alegría, que se manifiestan como colores vivos en su forma litúrgica. La alegría es antítesis de la tristeza y del temor. Y por esto, el profeta Sofonías proclama, invitando a la alegría:

“No temas, Sión. / No se caigan tus manos, / que está en medio de ti Yahvé / como poderoso salvador; / se goza en ti con alegría, / te renovará su amor, / exultará sobre ti con júbilo / como en los días de fiesta” (Sof 3, 16-18).

Ahora ya sentimos la cercanía de la Navidad. El Adviento nos acerca a ella a través de sus cuatro domingos, de los cuales hoy es el tercero.

San Pablo en la Carta a los Filipenses repite la misma invitación a la alegría. Mientras el profeta ha anunciado la presencia del Señor en Sión, el apóstol anuncia su cercanía: “Alegraos siempre en el Señor; de nuevo os digo: alegraos. Vuestra modestia sea notoria a todos los hombres. El Señor está próximo” (Flp 4, 4-5).

3. La conciencia de la cercanía de Dios, que viene para “estar con nosotros” (Emmanuel), debe reflejarse en toda nuestra conducta. Y de esto nos habla la liturgia de hoy por boca de San Juan Bautista, que predicaba junto al jordán.

Varios hombres llegaron a él para preguntarle: “¿Qué hemos de hacer”? (Lc 3, 10). Las respuestas son diversas.

Una para los publicanos, otra para los soldados: a los primeros los invita a la honestidad profesional, a los otros a respetar al prójimo en los simples problemas humanos. E invita a todos a la misma actitud, a la que habían invitado los Profetas en toda la tradición del Antiguo Testamento: a compartir todo con los otros; a ponerse a su servicio según la propia abundancia; a realizar obras de caridad y de misericordia.

Estas respuestas de Juan junto al Jordán las podríamos ampliar y multiplicar, trasladándolas también a nuestro tiempo, a las condiciones en que viven los hombres de hoy. La sensación de la cercanía de Dios provoca siempre preguntas semejantes a las que se le propusieron a Juan junto al Jordán: “¿Qué debo hacer?” “¿Qué debemos hacer? La Iglesia no cesa de responder a estas preguntas. Basta leer con atención los documentos del Concilio Vaticano II para constatar a cuantas preguntas del hombre actual ha dado el Concilio respuestas adecuadas. Respuestas dirigidas a todos los cristianos y a cada uno de los grupos, a la juventud, a los hombres de cultura y de ciencia, a los hombres de la economía y de la política, a los hombres del trabajo…

4. Sin embargo, es necesario que esa pregunta: “¿Qué debemos hacer?”, se dirija no sólo a todos, sino también a cada uno. No sólo a cada uno de los grupos y comunidades según su responsabilidad. social, sino también a lo profundo de la conciencia de cada uno de nosotros. ¿Qué debo hacer? ¿Cuáles son mis deberes concretos? ¿Cómo debo servir el auténtico bien y evitar el mal? ¿Cómo debo realizar las tareas de mi vida?

El Adviento nos conduce a cada uno, por decirlo así, “a la morada interna de su corazón” para vivir allí la cercanía de Dios, respondiendo a la pregunta que este corazón humano debe proponerse en el conjunto de la verdad interior.

Y cuando, así sincera y honestamente, nos planteamos esta pregunta, en la presencia de Dios, entonces se realiza siempre aquello de lo que habla Juan junto al Jordán en su metáfora sugestiva: He aquí el aventador para limpiar la era. El permite al agricultor recoger el grano en el granero, quemar la paja con fuego (inextinguible) (cf. Lc 3, 17). Así precisamente es necesario hacer más de una vez. Es necesario concentrarse dentro de sí, con la ayuda de esta luz, que el Espíritu Santo no escatimará, delinear en sí y separar el bien y el mal. Llamar por su nombre al uno y al otro, no engañarse a sí mismos. Entonces esto será un verdadero “bautismo” que renovará el alma. El que viene “está cerca” (Flp 4, 5), viene a bautizarnos en Espíritu Santo y fuego (cf. Lc 3, 18).

El Adviento —preparación a la gran solemnidad de la Encarnación— debe estar unido a esta purificación. Que se reanime la práctica del sacramento de la penitencia. Si ha de ser auténtica esa alegría de la proximidad del Señor que anuncia el domingo de hoy, debemos purificar nuestros corazones. La liturgia de hoy nos indica la doble fuente de la alegría: la primera es la que se deriva de la realización honesta de nuestras tareas en la vida; la segunda es la que se nos da por la purificación sacramental y por la absolución de los pecados, que gravan sobre nuestra alma.

5. “El Señor está cerca”, anuncia San Pablo en la Carta a los Filipenses. Con este hecho se vincula la invitación a la esperanza. Porque, aun cuando nuestra vida puede oprimir a cada uno de nosotros con un múltiple peso, “Dios es mi salvación” (Is 12, 2). Si el Señor se acerca a nosotros lo hace para que podamos sacar “con alegría el agua de las fuentes de la salud” (Is 12, 3), a fin de que podamos conocer “sus obras”, las que ha realizado y realiza continuamente para bien del hombre.

La primera de todas estas obras es la creación, el bien natural, material y espiritual, que brota de ella. He aquí que nos acercamos a la nueva obra espléndida del Dios viviente, al nuevo “mirabile Dei”: he aquí que viviremos de nuevo en la liturgia de la Iglesia el misterio de la Encarnación de Dios. Dios-Hijo se ha hecho hombre; el Verbo se ha hecho carne para injertar en el corazón del hombre la fuerza y la dignidad sobrenaturales: “Dioles poder de venir a ser hijos de Dios” (Jn 1, 12).

Y he aquí, cómo mirando hacia el Jordán, que en la liturgia de cada año constituye el recuerdo de este gran misterio, grita el Apóstol: “¡Por nada os inquietéis!, sino que en todo tiempo, en la oración y en la plegaria, sean presentadas a Dios vuestras peticiones acompañadas de acción de gracias” (Flp 4. 6).

¡No os inquietéis por nada! Nunca. ¿No debemos realizar nuestros deberes y nuestras tareas con tanta escrupulosidad como hemos oído de labios de Juan Bautista? Ciertamente. La cercanía de Dios nos pide todo esto. Pero simultáneamente la misma cercanía de Dios, su Encarnación, su voluntad salvífica para el hombre nos exigen que no nos dejemos absorber completamente por las solicitudes temporales, que no vivamos de tal manera como si sólo fuese importante “este mundo”, que no perdamos la perspectiva de la eternidad. La venida de Cristo, la Encarnación del Hijo de Dios, nos pide que abramos nuevamente en nuestros corazones esta perspectiva divina. Esto es precisamente el Adviento. Esto quiere decirnos el “Alegraos” de hoy. La perspectiva divina de la vida, que sobrepasa las fronteras de la temporalidad, es la fuente de nuestra alegría.

6. Esta perspectiva es también la fuente de la paz espiritual. Para el hombre contemporáneo, que tiene diversos motivos para la inquietud y para el miedo, deben tener un significado especial las últimas palabras de 1’a segunda lectura de hoy: “Y la paz de Dios, que sobrepuja todo entendimiento, guarde vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Flp 4, 7).

He aquí el deseo de la Iglesia para cada uno de nosotros en la cercanía de Navidad.

En nombre de la Iglesia, deseo esta “paz de Dios” a los padres y a las madres de la parroquia, para que, en la fidelidad plena a su misión conyugal, sepan ayudar con su vida y con su ejemplo, a sus hijos a madurar y crecer en la fe cristiana.

Deseo esta paz a los jóvenes y a las jóvenes de la parroquia, para que estén siempre convencidos de que la violencia no da alegría, sino que siembra odio, sangre, muerte, desorden, y que la sociedad soñada y entrevista por ellos será fruto de sus sacrificios, de su compromiso. de su trabajo, en el respeto solidario hacia los demás.

Deseo esta paz a los ancianos y a los enfermos de la parroquia, para que sean conscientes de que sus oraciones y sus sufrimientos son muy preciosos para el crecimiento de la Iglesia.

Homilía (15-12-1985): Cercanía salvífica
Domingo III de Adviento (Año C)
Domingo 15 de diciembre del 1985.

1. “En toda ocasión vuestras peticiones sean presentadas a Dios” (Flp 4, 6).

Con estas palabras se dirige a nosotros San Pablo, en la liturgia del III domingo de Adviento.

Es la liturgia de la gozosa confianza. El Adviento significa cercanía salvífica de Dios, “que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2, 4).

“Gritad jubilosos: Qué grande es en medio de nosotros el Santo de Israel” (cf. Is 12, 6), anuncia el responsorio del Salmo que se lee en la Santa Misa de hoy. Esta certeza es la fuente de la alegría del Adviento. Toda la solicitud del Adviento se centra en el corazón humano: ¿se abre el hombre a la venida de Dios?

La Iglesia ruega por la apertura del hombre.

2. “En toda ocasión vuestras peticiones sean presentadas a Dios”.

La Iglesia ruega también para que se pueda realizar cada vez más entre los hombres lo que intenta la voluntad salvífica de Cristo: el sacramento de la unión con Dios y de la unidad de toda la familia humana.

Esta conciencia, manifestada con las palabras del Concilio Vaticano II y renovada durante la reciente Asamblea Extraordinaria del Sínodo de los Obispos, se transforma en ardiente e incesante oración: la Iglesia ruega para que en ella y por ella pueda cumplirse el Adviento de Dios. La Iglesia es precisamente el “sacramento” por el cual “El que es, el que era y el que viene” (Ap 1, 4), se encuentra con el hombre. La Iglesia ―como han escrito los padres sinodales en su Relación final― es “signo e instrumento de la comunión con Dios y también de la comunión y de la reconciliación de los hombres entre sí” (Relación final II, 2) y eleva su oración para que en el corazón germine la verdad, y se asome y habite la justicia (cf. Sal 84/85) entre los hombres cada vez más abiertos al diálogo de salvación con el Dios de la eterna, infinita bondad.

“Hoy más que nunca el Evangelio ilumina el futuro y el sentido de toda existencia humana. En este tiempo en que, sobre todo entre los jóvenes, se manifiesta una ardiente sed de Dios, una renovada acogida del Concilio puede adunar más intensamente todavía a la Iglesia en su misión de anunciar al mundo la Buena Nueva de la salvación” (Mensaje al Pueblo de Dios, III).

3. “En toda ocasión vuestras peticiones sean presentadas a Dios”.

La Iglesia ora siempre, y especialmente en el tiempo del Adviento, también por las vocaciones sacerdotales y religiosas. Efectivamente, son ellas una expresión particular de la visita de Dios, la expresión del Adviento de Dios. Son un fruto de la gracia operante en las almas, sobre todo en las almas jóvenes, son también una comprobación de la madurez espiritual de la Iglesia misma.

Roguemos, pues, todos nosotros, reunidos aquí para el rezo del “Ángelus”, a fin de que el Señor de la mies envíe obreros a su mies.

Ángelus (15-12-1991): Tiempo para discernir y para esperar
Domingo III de Adviento (Ciclo C)
Domingo 15 de diciembre del 1991.

1. En el evangelio de este domingo de Adviento hemos meditado acerca de la predicación de Juan el Bautista, quien a la ribera del Jordán anunciaba la presencia del Mesías en el mundo.

Como sabéis, Adviento es el tiempo del discernimiento y de la esperanza: ejercer el discernimiento significa observar, preguntar para conocer y para seguir esperando. Ahora bien, las multitudes que se acercaban a Juan le hacían preguntas porque esperaban algo, o mejor dicho, a alguien: ¿Qué debemos hacer? ¿Eres tú el Cristo? Querían conocer y comprender, y no por pura curiosidad. La gente que buscaba al Bautista pertenecía a la nación que desde hacía siglos llevaba en su corazón la “esperanza de Israel” y esperaba confiada la venida de Cristo: su aspiración suprema era ver con sus propios ojos la “salvación de Dios” (salutare tuum), luz de los gentiles y gloria del pueblo de Israel (cf. Lc 2, 30-32).

2. Discernimiento y esperanza también deben ser nuestras actitudes: inmersos en la historia, también nosotros debemos velar y observar para reconocer en nuestro tiempo los signos de la “salvación de Dios” y reforzar nuestra confianza inquebrantable durante los acontecimientos más diversos.

Precisamente ayer, como se sabe, concluyó la Asamblea especial para Europa del Sínodo de obispos: los cambios extraordinarios que han tenido lugar en el continente durante estos últimos tiempos han sugerido y prácticamente impuesto su convocación. Esta asamblea ha desarrollado sus trabajos con discernimiento y esperanza, lo que constituye ahora para nosotros una herencia que es preciso conservar para el bien espiritual de todo el continente.

3. Los hechos acaecidos han significado para los pastores un fuerte llamamiento que los ha impulsado, y los seguirá impulsando, a dedicar su atención más diligente a los acontecimientos, a examinar los problemas ético-religiosos y a presentar soluciones oportunas para salvaguardar y, si fuera necesario, volver a delinear el rostro cristiano de Europa.

El Sínodo que acaba de concluirse nos invita a abrir los ojos para ver, y a robustecer los corazones para emprender con esperanza iniciativas adecuadas.

Que María a quien veneramos como Madre de la santa esperanza, nos sostenga en el empeño de la búsqueda e ilumine nuestro camino hacia el tercer milenio cristiano.

Homilía (14-12-1997): La misión de Juan y la nuestra
III Domingo de Adviento (Ciclo C)
Visita Pastoral a la Parroquia Romana de Santa María Doménica Mazzarello
Domingo 14 de diciembre del 1997.

1. «Regocíjate, hija de Sión» (So 3,14). «Estad siempre alegres en el Señor» (Antífona de entrada). La insistente invitación a la alegría es el hilo conductor de este tercer domingo de Adviento, indicado tradicionalmente con la primera palabra en latín de la antífona de la misa: «Gaudete». El «tiempo fuerte» de Adviento, tiempo de vigilancia, de oración y de solidaridad, tiende a suscitar en nuestro corazón sentimientos de alegría y paz, alimentados por el encuentro ya próximo con el Señor.

Así pues, nos alegramos por la fiesta de Navidad, cada vez más cercana…

2.«Regocíjate, hija de Sión (…); gózate de todo corazón, Jerusalén (…). El Señor, tu Dios, en medio de ti es un guerrero que salva» (So 3, 14.17). Con estas palabras, el profeta Sofonías exhortaba a sus compatriotas a festejar la salvación que Dios estaba a punto de procurar a su pueblo. La tradición cristiana ha visto en ese famoso texto profético un anuncio de la alegría mesiánica, con una referencia particular a la Virgen María.

A este propósito, ¡cómo no recordar la solemnidad de la Inmaculada Concepción, celebrada precisamente hace pocos días! María es la «Hija de Sión», que exulta por la realización plena y definitiva de las promesas de salvación, cumplidas por Dios en el misterio de la encarnación del Verbo. La Virgen eleva al Señor un cántico de alabanza y de acción de gracias por los dones de gracia con los que fue colmada.

3. Amadísimos hermanos y hermanas, «estad siempre alegres en el Señor. Os lo repito: estad alegres» (Flp 4, 4).

5. «Que vuestra afabilidad la conozca todo el mundo» (Flp 4, 5). Esta afabilidad, con la que el cristiano está llamado a tratar a todas las personas, constituye para los discípulos de Cristo una especie de «carta de presentación». Durante la misión ciudadana, al ir a las casas y a los diversos ambientes de vida y actividad de la metrópolis, os encontraréis con hermanos y hermanas que esperan de vosotros gestos concretos de acogida, de comprensión y de amor. Dadles el testimonio de la caridad divina. Quizá algunos de ellos, gracias a vosotros, puedan volver a vivir la fe más intensamente; otros podrán acercarse a ella por primera vez de manera seria y convencida. Vuestra afabilidad, que nace de la certeza de que el Señor está cerca, os permitirá entrar en contacto real con las personas, con los jóvenes y con las familias, y transmitirles la Palabra que salva, el evangelio de la esperanza y de la alegría…

6. «Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo (…). Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego» (Lc 3, 16). Juan Bautista predicaba un bautismo de penitencia, para preparar los corazones a acoger dignamente la venida del Salvador. A quienes le preguntaban si él era el Mesías, les respondió testimoniando que su misión consistía en ser precursor, en preparar el camino a Cristo, quien los iba a bautizar con Espíritu Santo y fuego. Oremos para que el Señor envíe su Santo Espíritu sobre nosotros, a fin de poder proseguir nuestra misión al servicio del reino de Dios. Que el Espíritu nos ayude a alentar a los corazones tristes y extraviados, a liberar a quienes están bajo el yugo del mal y del pecado, para poder celebrar dignamente el año de misericordia del Señor (cf. Aleluya; Is 61, 1). Que María, a quien Dios colmó de su fuerza salvadora, nos obtenga a cada uno los dones del Espíritu Santo y la alegría de servir fielmente al Señor. Amén.

Homilía (17-12-2000): No pongáis la ideología sobre la persona
Domigo III de Adviento (C)
Jubileo del mundo del espectáculo
Domingo 17 de diciembre del 2000.

1. “Alegraos. (…) El Señor está cerca” (Flp 4, 4. 5).

Este tercer domingo de Adviento se caracteriza por la alegría: la alegría de quien espera al Señor que “está cerca”, el Dios con nosotros, anunciado por los profetas. Es la “gran alegría” de la Navidad, que hoy gustamos anticipadamente; una alegría que “será de todo el pueblo”, porque el Salvador ha venido y vendrá de nuevo a visitarnos desde las alturas, como sol que surge (cf. Lc 1, 78).

Es la alegría de los cristianos, peregrinos en el mundo, que aguardan con esperanza la vuelta gloriosa de Cristo, quien, para venir a ayudarnos, se despojó de su gloria divina. Es la alegría de este Año santo, que conmemora los dos mil años transcurridos desde que el Hijo de Dios, Luz de Luz, iluminó con el resplandor de su presencia la historia de la humanidad.

Por tanto, desde esta perspectiva, cobran singular elocuencia las palabras del profeta Sofonías, que hemos escuchado en la primera lectura: “Regocíjate, hija de Sión; grita de júbilo, Israel; alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén. El Señor ha cancelado tu condena; ha expulsado a tus enemigos” (So 3, 14-15): este es el “año de gracia del Señor”, que nos sana del pecado y de sus heridas.

2. Resuena con gran intensidad en nuestra asamblea este consolador anuncio profético: “El Señor tu Dios, en medio de ti, es un poderoso salvador. Él se goza y se complace en ti, te ama” (So 3, 17).

Él es el que ha venido, y es él al que esperamos. El Año jubilar nos invita a fijar la mirada en él, sobre todo en este Adviento del año 2000. Él, “el poderoso salvador”, se os presenta hoy también a vosotros, amadísimos hermanos y hermanas…

3. El evangelio de san Lucas nos presentó el domingo pasado a Juan Bautista, el cual, a orillas del Jordán, proclamaba la venida inminente del Mesías. Hoy la liturgia nos hace escuchar la continuación de ese texto evangélico: el Bautista explica a las multitudes cómo preparar concretamente el camino del Señor. A las diversas clases de personas que le preguntan: “Nosotros, ¿qué debemos hacer?” (Lc 3, 10. 12. 14), les indica lo que es necesario realizar a fin de prepararse para acoger al Mesías.

Os hace pensar también a vosotros, queridos hermanos y hermanas: con vuestra peregrinación jubilar, también vosotros habéis venido a preguntar: “¿Qué debemos hacer?”. La primera respuesta que os da la palabra de Dios es una invitación a recuperar la alegría. ¿Acaso no es el jubileo -término que deriva de “júbilo”- la exhortación a rebosar de alegría porque el Señor ha venido a habitar entre nosotros y nos ha dado su amor?

Sin embargo, esta alegría que brota de la gracia divina no es superficial y efímera. Es una alegría profunda, enraizada en el corazón y capaz de impregnar toda la existencia del creyente. Se trata de una alegría que puede convivir con las dificultades, con las pruebas e incluso, aunque pueda parecer paradójico, con el dolor y la muerte. Es la alegría de la Navidad y de la Pascua, don del Hijo de Dios encarnado, muerto y resucitado; una alegría que nadie puede quitar a cuantos están unidos a él en la fe y en las obras (cf. Jn 16, 22-23).

Muchos de vosotros, queridos hermanos, trabajáis para entretener al público, en la ideación y realización de espectáculos que quieren brindar momentos de sana distensión y esparcimiento. Aunque, en sentido propio, la alegría cristiana se sitúa en un plano más directamente espiritual, abarca también la sana diversión, que hace bien al cuerpo y al espíritu. Por tanto, la sociedad debe estar agradecida con quien produce y realiza transmisiones y programas inteligentes y relajantes, divertidos sin ser alienantes, humorísticos pero no vulgares. Difundir una auténtica alegría puede ser una forma genuina de caridad social.

4. Además, la Iglesia, como Juan Bautista, tiene hoy un mensaje específico para vosotros, queridos trabajadores del mundo del espectáculo. Un mensaje que podría expresarse en estos términos: en vuestro trabajo, tened siempre presentes a las personas de vuestros destinatarios, sus derechos y sus expectativas legítimas, sobre todo cuando se trate de personas en formación. No os dejéis condicionar por el mero interés económico o ideológico. Este es el principio fundamental de la ética de las comunicaciones sociales, que cada uno de vosotros está llamado a aplicar en su ámbito de actividad. A este propósito, el Consejo pontificio para las comunicaciones sociales publicó el pasado mes de junio un documento específico: Ética en las comunicaciones sociales, sobre el que os invito a reflexionar.

Especialmente aquellos de entre vosotros que son más conocidos por el público deben ser siempre conscientes de su responsabilidad. Queridos amigos, la gente os observa con simpatía e interés. Sed siempre para ellos modelos positivos y coherentes, capaces de infundir confianza, optimismo y esperanza.

Para poder realizar esta comprometedora misión, viene en vuestra ayuda el Señor, a quien podéis acudir mediante la escucha de su palabra y la oración. Sí, queridos hermanos, vosotros trabajáis con las imágenes, los gestos y los sonidos; en otras palabras, trabajáis con la exterioridad.

Precisamente por eso debéis ser hombres y mujeres de fuerte interioridad, capaces de recogimiento. En nosotros mora Dios, más íntimo a nosotros que nosotros mismos, como decía san Agustín. Si dialogáis con él, podréis comunicaros mejor con vuestro prójimo. Si tenéis gran sensibilidad por el bien, la verdad y la belleza, las obras de vuestra creatividad, incluso las más sencillas, serán de buena calidad estética y moral.

5. La Iglesia os acompaña y cuenta con vosotros. Espera que infundáis en el cine, la televisión, la radio, el teatro, el circo y en toda forma de entretenimiento la “levadura” evangélica, gracias a la cual toda realidad humana desarrolla al máximo sus potencialidades positivas.

Es impensable una nueva evangelización en la que no participe vuestro mundo, el mundo del espectáculo, tan importante para la formación de las mentalidades y de las costumbres. Pienso aquí en las numerosas iniciativas que vuelven a proponer el mensaje bíblico y el riquísimo patrimonio de la tradición cristiana en el lenguaje de las formas, de los sonidos y de las imágenes mediante el teatro, el cine y la televisión. Pienso, asimismo, en las obras y en los programas no explícitamente religiosos que, sin embargo, son capaces de hablar al corazón de las personas, suscitando en ellas admiración, interrogantes y reflexiones.

6. Amadísimos hermanos y hermanas, la Providencia ha querido que vuestro jubileo se celebre pocos días antes de la Navidad, la fiesta sin duda alguna más representada en vuestro campo de trabajo, en todos los niveles, desde los medios de comunicación social hasta los belenes vivientes. Así, este encuentro nos ayuda a entrar en sintonía con el auténtico espíritu navideño, muy diverso del mundano, que lo transforma en ocasión de comercio.

Dejad que María, la Madre del Verbo encarnado, os guíe en el itinerario de preparación para esta solemnidad. Ella espera en silencio el cumplimiento de las promesas divinas, y nos enseña que para llevar al mundo la paz y la alegría es preciso acoger antes en el corazón al Príncipe de la paz y fuente de la alegría, Jesucristo. Para que esto suceda, es necesario convertirse a su amor y estar dispuestos a cumplir su voluntad.

Amadísimos amigos del mundo del espectáculo, os deseo que también vosotros hagáis esta experiencia consoladora. Así, con los lenguajes más diversos, seréis portadores de alegría, de la alegría que Cristo da a toda la humanidad en la Navidad.

Ángelus (14-12-2003): ¿Alegrarse por qué?
Domingo Tercero de Adviento (Ciclo C)
Domingo 14 de diciembre del 2003.

1. “Estad siempre alegres en el Señor… El Señor está cerca” (Flp 4, 4-5).

Con estas palabras del apóstol san Pablo la liturgia nos invita a la alegría. Es el tercer domingo de Adviento, llamado precisamente por eso domingo “Gaudete”. Son las palabras con las que el siervo de Dios Papa Pablo VI quiso titular, en 1975, su memorable exhortación apostólica sobre la alegría cristiana: “Gaudete in Domino!”.

2. El Adviento es tiempo de alegría, porque hace revivir la espera del acontecimiento más feliz de la historia: el nacimiento del Hijo de Dios de la Virgen María.

Saber que Dios no está lejos, sino cerca, que no es indiferente, sino compasivo, que no es extraño, sino Padre misericordioso que nos sigue amorosamente respetando nuestra libertad: todo esto es motivo de una alegría profunda, que los alternos acontecimientos diarios no pueden ofuscar.

3. Una característica inconfundible de la alegría cristiana es que puede convivir con el sufrimiento, porque está totalmente basada en el amor. En efecto, el Señor, que “está cerca” de nosotros hasta el punto de hacerse hombre, viene a infundirnos su alegría, la alegría de amar. Sólo así se comprende la serena alegría de los mártires incluso en medio de las pruebas, o la sonrisa de los santos de la caridad en presencia de quienes sufren: una sonrisa que no ofende, sino que consuela.

“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1, 28). El anuncio del ángel a María es una invitación a la alegría. Pidamos a la Virgen santísima el don de la alegría cristiana.

Benedicto XVI, papa
Ángelus: Tres respuestas
III Domingo de Adviento (Ciclo C)

El Evangelio de este domingo de Adviento muestra nuevamente la figura de Juan Bautista, y lo presentan mientras habla a la gente que acude a él, al río Jordán, para hacerse bautizar. Dado que Juan, con palabras penetrantes, exhorta a todos a prepararse a la venida del Mesías, algunos le preguntan: «¿Qué tenemos que hacer?» (Lc 3, 10.12.14). Estos diálogos son muy interesantes y se revelan de gran actualidad.

La primera respuesta se dirige a la multitud en general. El Bautista dice: «El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo» (v. 11). Aquí podemos ver un criterio de justicia, animado por la caridad. La justicia pide superar el desequilibrio entre quien tiene lo superfluo y quien carece de lo necesario; la caridad impulsa a estar atento al prójimo y salir al encuentro de su necesidad, en lugar de hallar justificaciones para defender los propios intereses. Justicia y caridad no se oponen, sino que ambas son necesarias y se completan recíprocamente. «El amor siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa», porque «siempre se darán situaciones de necesidad material en las que es indispensable una ayuda que muestre un amor concreto al prójimo» (Enc. Deus caritas est, 28).

Vemos luego la segunda respuesta, que se dirige a algunos «publicanos», o sea, recaudadores de impuestos para los romanos. Ya por esto los publicanos eran despreciados, también porque a menudo se aprovechaban de su posición para robar. A ellos el Bautista no dice que cambien de oficio, sino que no exijan más de lo establecido (cf. v. 13). El profeta, en nombre de Dios, no pide gestos excepcionales, sino ante todo el cumplimiento honesto del propio deber. El primer paso hacia la vida eterna es siempre la observancia de los mandamientos; en este caso el séptimo: «No robar» (cf. Ex 20, 15).

La tercera respuesta se refiere a los soldados, otra categoría dotada de cierto poder, por lo tanto tentada de abusar de él. A los soldados Juan dice: «No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino contentaos con la paga» (v. 14). También aquí la conversión comienza por la honestidad y el respeto a los demás: una indicación que vale para todos, especialmente para quien tiene mayores responsabilidades.

Considerando en su conjunto estos diálogos, impresiona la gran concreción de las palabras de Juan: puesto que Dios nos juzgará según nuestras obras, es ahí, justamente en el comportamiento, donde hay que demostrar que se sigue su voluntad. Y precisamente por esto las indicaciones del Bautista son siempre actuales: también en nuestro mundo tan complejo las cosas irían mucho mejor si cada uno observara estas reglas de conducta. Roguemos pues al Señor, por intercesión de María Santísima, para que nos ayude a prepararnos a la Navidad llevando buenos frutos de conversión (cf. Lc 3, 8).

Ángelus (17-12-2006): ¿Puede haber alegría ante situaciones dramáticas?
III Domingo de Adviento (Año C)
Domingo 17 de diciembre del 2006.

En este tercer domingo de Adviento la liturgia nos invita a la alegría del espíritu. Lo hace con la célebre antífona que recoge una exhortación del apóstol san Pablo: “Gaudete in Domino”, “Alegraos siempre en el Señor (…). El Señor está cerca” (cf. Flp 4, 4-5). También la primera lectura bíblica de la misa es una invitación a la alegría. El profeta Sofonías, al final del siglo VII antes de Cristo, se dirige a la ciudad de Jerusalén y a su población con estas palabras: “Regocíjate, hija de Sión; grita de júbilo, Israel; alégrate y gózate de todo corazón, hija de Jerusalén. (…) El Señor tu Dios está en medio de ti como poderoso salvador” (So 3, 14. 17). A Dios mismo lo representa el profeta con sentimientos análogos: “Él se goza y se complace en ti, te renovará con su amor, exultará sobre ti con júbilo, como en los días de fiesta” (So 3, 17-18). Esta promesa se realizó plenamente en el misterio de la Navidad, que celebraremos dentro de una semana y que es necesario renovar en el “hoy” de nuestra vida y de la historia.

La alegría que la liturgia suscita en el corazón de los cristianos no está reservada sólo a nosotros: es un anuncio profético destinado a toda la humanidad y de modo particular a los más pobres, en este caso a los más pobres en alegría. Pensemos en nuestros hermanos y hermanas que, especialmente en Oriente Próximo, en algunas zonas de África y en otras partes del mundo viven el drama de la guerra: ¿qué alegría pueden vivir? ¿Cómo será su Navidad?

Pensemos en los numerosos enfermos y en las personas solas que, además de experimentar sufrimientos físicos, sufren también en el espíritu, porque a menudo se sienten abandonados: ¿cómo compartir con ellos la alegría sin faltarles al respeto en su sufrimiento? Pero pensemos también en quienes han perdido el sentido de la verdadera alegría, especialmente si son jóvenes, y la buscan en vano donde es imposible encontrarla: en la carrera exasperada hacia la autoafirmación y el éxito, en las falsas diversiones, en el consumismo, en los momentos de embriaguez, en los paraísos artificiales de la droga y de cualquier otra forma de alienación.

No podemos menos de confrontar la liturgia de hoy y su “Alegraos” con estas realidades dramáticas. Como en tiempos del profeta Sofonías, la palabra del Señor se dirige de modo privilegiado precisamente a quienes soportan pruebas, a los “heridos de la vida y huérfanos de alegría”. La invitación a la alegría no es un mensaje alienante, ni un estéril paliativo, sino más bien una profecía de salvación, una llamada a un rescate que parte de la renovación interior.

Para transformar el mundo Dios eligió a una humilde joven de una aldea de Galilea, María de Nazaret, y le dirigió este saludo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. En esas palabras está el secreto de la auténtica Navidad. Dios las repite a la Iglesia, a cada uno de nosotros: “Alegraos, el Señor está cerca”.

Con la ayuda de María, entreguémonos nosotros mismos, con humildad y valentía, para que el mundo acoja a Cristo, que es el manantial de la verdadera alegría.

Homilía (16-12-2012): Trae una nueva forma de relacionarnos con Dios
III Domingo de Adviento
Visita Pastoral a la Parroquia Romana de San Patricio en el Barrio de Colle Prenestino
Domingo 16 de diciembre del 2012.

Me alegro mucho de estar entre vosotros y de celebrar con vosotros y para vosotros la Santa Eucaristía. Desearía ante todo ofrecer algún pensamiento a la luz de la Palabra de Dios que hemos escuchado. En este tercer domingo de Adviento, llamado domingo «Gaudete», la liturgia nos invita a la alegría. El Adviento es un tiempo de compromiso y de conversión para preparar la venida del Señor, pero la Iglesia hoy nos hace pregustar la alegría de la Navidad ya cercana. De hecho, el Adviento también es tiempo de alegría, pues en él se vuelve a despertar en el corazón de los creyentes la esperanza del Salvador, y esperar la llegada de una persona amada es siempre motivo de alegría. Este aspecto gozoso está presente en las primeras lecturas bíblicas de este domingo. El Evangelio en cambio se corresponde a la otra dimensión característica del Adviento: la de la conversión en vista de la manifestación del Salvador, anunciado por Juan Bautista.

La primera lectura que hemos escuchado es una invitación insistente a la alegría. El pasaje empieza con la expresión: «Alégrate hija de Sión… regocíjate y disfruta con todo tu ser, hija de Jerusalén» (Sof 3, 14), que es semejante a la del anuncio del ángel a María: «Alégrate, llena de gracia» (Lc 1, 28). El motivo esencial por el que la hija de Sión puede exultar se expresa en la afirmación que acabamos de oír: «El Señor está en medio de ti» (Sof 3, 15.17); literalmente sería «está en tu seno», con una clara referencia al morar de Dios en el Arca de la Alianza, situada siempre en medio del pueblo de Israel. El profeta quiere decirnos que no existe ya motivo alguno de desconfianza, de desaliento, de tristeza, cualquiera que sea la situación que se debe afrontar, porque estamos seguros de la presencia del Señor, que por sí sola basta para tranquilizar y alegrar los corazones. El profeta Sofonías, además, hace entender que esta alegría es recíproca: nosotros somos invitados a alegrarnos, pero también el Señor se alegra por su relación con nosotros; en efecto, el profeta escribe: «Se alegra y goza contigo, te renueva con su amor; exulta y se alegra contigo» (v. 17). La alegría que se promete en este texto profético encuentra su cumplimiento en Jesús, que está en el seno de María, la «Hija de Sión», y pone así su morada en medio de nosotros (cf. Jn 1, 14). Él, de hecho, viniendo al mundo, nos da su alegría, como Él mismo confía a sus discípulos: «Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud» (Jn 15, 11). Jesús trae a los hombres la salvación, una nueva relación con Dios que vence el mal y la muerte, y da la verdadera alegría por esta presencia del Señor que viene a iluminar nuestro camino frecuentemente oprimido por las tinieblas y el egoísmo. Y podemos reflexionar si realmente somos conscientes de este hecho de la presencia del Señor entre nosotros, que no es un Dios lejano, sino un Dios con nosotros, un Dios en medio de nosotros, que está con nosotros aquí, en la Santa Eucaristía; está con nosotros en la Iglesia viva. Y nosotros debemos ser portadores de esta presencia de Dios. Y así Dios se alegra por nosotros y nosotros podemos tener la alegría: Dios existe, y Dios es bueno, y Dios está cerca.

En la segunda lectura que hemos escuchado san Pablo invita a los cristianos de Filipos a alegrarse en el Señor. ¿Podemos alegrarnos? ¿Y por qué hay que alegrarse? La respuesta de san Pablo es: porque «el Señor está cerca» (Flp 4, 5). Dentro de pocos días celebraremos la Navidad, la fiesta de la venida de Dios, que se ha hecho niño y nuestro hermano para estar con nosotros y compartir nuestra condición humana. Debemos alegrarnos por esta cercanía suya, por esta presencia suya y buscar entender cada vez más que realmente está cerca, y así ser penetrados por la realidad de la bondad de Dios, de la alegría de que Cristo está con nosotros. Pablo dice con fuerza en otra Carta que nada puede separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo. Sólo el pecado nos aleja de Él, pero esto es un factor de separación que nosotros mismos introducimos en nuestra relación con el Señor. Pero aun cuando nos alejamos, Él no deja de amarnos y continúa siéndonos cercano con su misericordia, con su disponibilidad a perdonar y a volvernos a acoger en su amor. Por ello, como prosigue san Pablo, jamás debemos angustiarnos; siempre podemos exponer al Señor nuestras peticiones, nuestras necesidades, nuestras preocupaciones, «en la oración y en la súplica» (v. 6). Y esto es un gran motivo de alegría: saber que siempre es posible orar al Señor y que el Señor nos escucha, que Dios no está lejos, sino que escucha realmente, nos conoce; y saber que nunca rechaza nuestras plegarias, aunque no responda siempre como deseamos, pero responde. Y el Apóstol añade: orar «con acción de gracias» (ib.). La alegría que el Señor nos comunica debe hallar en nosotros un amor agradecido. De hecho, la alegría es plena cuando reconocemos su misericordia, cuando nos hacemos atentos a los signos de su bondad, si realmente percibimos que esta bondad de Dios está con nosotros, y le damos gracias por cuanto recibimos de Él cada día. Quien acoge los dones de Dios de manera egoísta no encuentra la verdadera alegría; en cambio quien hace de los dones recibidos de Dios ocasión para amarle con sincera gratitud y para comunicar a los demás su amor, tiene el corazón verdaderamente lleno de alegría. ¡Recordémoslo!

Tras las lecturas llegamos al Evangelio. El Evangelio de hoy nos dice que para acoger al Señor que viene, debemos prepararnos mirando bien nuestra conducta de vida. A las diversas personas que le preguntan qué deben hacer para estar preparadas para la venida del Mesías (cf. Lc 3, 10.12.14), Juan Bautista responde que Dios no exige nada de extraordinario, sino que cada uno viva según criterios de solidaridad y de justicia; sin ellos no es posible prepararse bien al encuentro con el Señor. Por lo tanto también nosotros preguntemos al Señor qué espera y qué quiere que hagamos, y empecemos a entender que no exige cosas extraordinarias, sino vivir la vida ordinaria con rectitud y bondad. Finalmente Juan Bautista indica a quién debemos seguir con fidelidad y valor. Ante todo niega ser él mismo el Mesías, y después proclama con firmeza: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias» (v. 16). Aquí observamos la gran humildad de Juan al reconocer que su misión es la de preparar el camino a Jesús. Al decir «yo os bautizo con agua» quiere dar a entender que su acción es simbólica. En efecto, él no puede eliminar ni perdonar los pecados: bautizando con agua sólo puede indicar que es necesario cambiar la vida. Al mismo tiempo Juan anuncia la venida del «más fuerte», que «os bautizará con Espíritu Santo y fuego» (ib.). Y como hemos escuchado, este gran profeta usa imágenes fuertes para invitar a la conversión, pero no lo hace con el fin de infundir temor, sino más bien para incitar a acoger bien el Amor de Dios, el único que puede purificar verdaderamente la vida. Dios se hace hombre como nosotros para donarnos una esperanza que es certeza: si le seguimos, si vivimos con coherencia nuestra vida cristiana, Él nos atraerá hacia Sí, nos conducirá a la comunión con Él; y en nuestro corazón estará la verdadera alegría y la verdadera paz, también en las dificultades, en los momentos de debilidad.

¡Queridos amigos! Estoy contento de orar con vosotros al Señor, que se hace presente en la Eucaristía para estar siempre con nosotros…

… Que la Santa Misa esté en el centro de vuestro domingo, que hay que redescubrir y vivir como día de Dios y de la comunidad, día en el que alabar y celebrar a Aquél que murió y resucitó por nuestra salvación y que nos pide vivir juntos en la alegría de una comunidad abierta y dispuesta a acoger a toda persona sola o con dificultades. De igual modo, os exhorto a que os acerquéis con regularidad al sacramento de la Reconciliación, sobre todo en este tiempo de Adviento.

… Dirijo un pensamiento especial a las familias, con el deseo de que puedan realizar plenamente la propia vocación al amor con generosidad y perseverancia. Y una palabra especial de afecto y de amistad quiere dar el Papa también a vosotros, queridísimos niños, niñas y jóvenes que me escucháis, y a vuestros coetáneos que viven en esta parroquia. Sentíos verdaderos protagonistas de la nueva evangelización, poniendo vuestras energías nuevas, vuestro entusiasmo y vuestras capacidades al servicio de Dios y de los demás, en la comunidad.

Queridos hermanos y hermanas, como hemos dicho al inicio de esta celebración, la liturgia de hoy nos llama a la alegría y a la conversión. Abramos nuestro espíritu a esta invitación; corramos al encuentro del Señor que viene, invocando e imitando a san Patricio, gran evangelizador, y a la Virgen María, que esperó y preparó, silenciosa y orante, el nacimiento del Redentor. ¡Amén!

Congregación para el Clero
Homilía

«¡Grita de alegría, Israel, exulta y clama con todo el corazón, hija de Jerusalén!» (Sof 3,14). La petición de alegría, hoy, es tan fuerte, que este tercer Domingo de Adviento es llamado el domingo «Gaudete». Y este pedido atraviesa los siglos con fuerza creciente y llega a nosotros, aquí reunidos: «¡Grita de alegría, oh Iglesia de Cristo, exulta y aclama con todo el corazón!». Y además hemos escuchado a San Pablo: «Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres» (Fil 4,4).

¿Por qué la Iglesia nos invita a tan grande alegría? ¿Cómo se atreve a llamar a la alegría a todos los hombres de la tierra? En efecto, toda la Iglesia esparcida por el orbe y que vive en Europa, en América, en África, en Asia y en Oceanía celebra la misma Liturgia, escucha la misma Palabra de Dios, adora y se alimenta del mismo Señor Jesús, presente en la Eucaristía…

«¡Grita de alegría […] exulta y aclama con todo el corazón»! Nosotros, que vivimos en Occidente, podríamos justamente objetar esta invitación, presentando las dificultades de carácter político y económico, que afectan a gran parte de la población. ¿Cómo se puede estar alegre, mientras desde tantas partes se escuchan lamentos por la falta de trabajo, porque algunos no tienen un techo bajo el cual estar o faltan los bienes de primera necesidad; mientras no se ve un futuro sereno para nuestros jóvenes?

«¡Grita de alegría […] exulta y aclama con todo el corazón!». También podrían oponerse a esta invitación, los hermanos de la Iglesia de Dios que está en África, o en Asia, donde la persecución, cada día, cada segundo, golpea a decenas de cristianos, llamándolos al martirio… También podrían oponerse a la invitación, cuantos están impedidos en el ejercicio del más elemental de los derechos del hombre: la libertad religiosa, el derecho a la vida y a la familia, la libertad de expresión.

«¡Grita de alegría, oh Iglesia de Cristo, exulta y aclama con todo el corazón!». ¿Por qué, pues, gritar de alegría? ¿Por qué exultar y aclamar con todo el corazón? ¿Por qué estar siempre alegres?

Nos responde San Pablo: porque «el Señor está cerca» (Fil 4,5). «Porque en medio de ti es grande el Santo de Israel» (Is 12). «Rey de Israel es el Señor en medio de ti» (Sof 3,15). Y escuchamos a san Juan Bautista: «Llega Aquel que es más fuerte que yo, al cual no soy digno de desatarle la correa de las sandalias » (Lc 3,16).

Podemos no sólo alegrarnos, sino «gritar» de alegría, porque el Señor viene, está cerca, y este Hecho, por su grandeza, por su imprevisibilidad, por su belleza, no puede menos que inundar el corazón de alegría, una alegría desbordante que, como es natural, se hace canto y exultación.

¡El Señor está cerca! El Altísimo, el Eterno, el Inconmensurable, que es Origen de todo lo que somos y de todo lo que nos rodea, hacia el Cual estamos orientados… ¡está cerca! Nos visita, está visitando a su pueblo.

Dios, en Cristo, en el Niño que nacerá en Belén, se ha hecho «cercano», es decir, «encontrable», «visible», «audible» y «tangible» para cada hombre. Dios se ha hecho cercano a la vida de cada uno de nosotros.

Y esta cercanía, inesperada, del Misterio con nuestra vida, no nos distrae, ni «anestesia» acerca de los problemas y las dificultades que, infaltablemente, tocan la vida de cada uno. Más aún, nos permite mirarlas con una libertad que antes era impensable: «No os angustiéis por nada, sino que en toda circunstancia presentad a Dios vuestras peticiones con oraciones, súplicas y acciones de gracias » (Fil 4,6), nos ha dicho San Pablo. Él está cercano y por eso nos escucha y podemos recurrir a Él, que es nuestro Todo, Todo lo que siempre hemos deseado, es más, mucho más que eso, y está siempre atento a cada una de nuestras peticiones, a cada uno de nuestros suspiros.

Si frente a una Novedad tan grande, nos sobreviniera la pregunta que las multitudes, los publicanos y los soldados dirigen al Bautista –«¿qué tenemos que hacer?»- escuchemos: «El que tenga dos túnicas dé una al que no tiene; y el que tiene qué comer, haga otro tanto. […] No exijáis nada más que lo que está fijado […] No maltratéis ni extorsionéis a nadie; contentaos con vuestra paga » (Lc 3,11-15).

Prestemos atención a Él, a Cristo, rezando y sin tratar de saciar con cosas las necesidades más importantes de nuestro corazón. Miremos a Jesús, con María, en cuyos labios floreció por primera vez, en el Magnificat, el canto de exultación; miremos a Jesús, unidos a María, que es la Causa de toda nuestra alegría. Amén.

Texto extraído de http://www.deiverbum.org

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