Dogma séptimo: el Espíritu Santo
El dogma séptimo, san Cirilo de Jerusalén lo dedica al Espíritu Santo.
Hay que tener en cuenta que en el siglo III el Papa Dionisio condenó dos herejías trinitarias básicas:
– El triteísmo, que separa al Padre, el Hijo y el Espíritu Santo considerándolos como tres dioses.
– El sabelianismo, que confunde al Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, considerándolos como tres modalidades de la única persona divina.
Durante el siglo IV fueron los subordinacionistas que no negaban la unidad de Dios ni la distinción de las tres personas divinas, sino la divinidad del Hijo o del Espíritu Santo, considerándolos como criaturas. La Iglesia condenó estas herejías en los dos primeros Concilios ecuménicos.
En el siglo IV, el Concilio de Nicea definió dogmáticamente la divinidad del Hijo, contra el arrianismo y el Concilio de Constantinopla I definió dogmáticamente la divinidad del Espíritu Santo, contra los macedonianos. Este Concilio completó el Símbolo del Concilio de Nicea, principalmente mediante el agregado de un párrafo referido al Espíritu Santo: “Creemos… en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre; que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, que habló por los profetas.”. Así se formó el Credo llamado niceno-constantinopolitano.
San Cirilo, recogiendo todas estas herejías, se empeña en proclamar la divinidad del Espíritu Santo, que se manifiesta en sus atributos y en su obrar, dado que su naturaleza es una y la misma, absolutamente idéntica a la del Padre y del Hijo. El Espíritu Santo es lo que es común a las tres, procede por vía de Amor y la santificación.
San Pablo en su viaje a Éfeso, halló algunos discípulos que habían aceptado ya la fe cristiana y les preguntó: «Mientras Apolo estaba en Corinto, Pablo atravesó la meseta y llegó a Éfeso. Allí encontró unos discípulos y les preguntó: «¿Recibisteis el Espíritu Santo al aceptar la fe?». Contestaron: «Ni siquiera hemos oído hablar de un Espíritu Santo».» (Hechos 19,1-2).
Aunque parezca increíble después de veinte siglos de cristianismo, si San Pablo volviera a formular la misma pregunta a una gran muchedumbre de cristianos, obtendría una respuesta muy parecida a la tan desconcertante que le dieron aquellos primeros discípulos de Éfeso. En todo caso, aunque les suene materialmente su nombre, es poquísimo lo que saben de Él la inmensa mayoría de los cristianos actuales.
El Espíritu Santo sigue siendo el “Gran desconocido” como dice Antonio Royo Marín en su obra “EL GRAN DESCONOCIDO. El Espíritu Santo y sus dones” que recomiendo leerla, la tenéis seguro en internet en formato “pdf” y si la queréis en papel la tenéis en Amazon.