Ora de esta forma: “¡Señor, Dios, Padre Omnisciente, abrázame a mí también con Tu paternal y eterna bondad! ¡Señor, Dios, Hijo Redentor, rocíame a mí también con Tu divina Sangre! ¡Señor, Dios, Espíritu Santo, dador de vida, revive mi alma, muerta por los pecados! ¡Santísima Trinidad, consustancial e indivisible, Dios único, Tú que estás en todas partes y que todo lo ves y lo contemplas, dirige hacia mí Tu ojo misericordioso, aunque estoy lleno de pecados, y ya en Tus manos está la vida de todo lo que existe, dame la salvación, por Tu nombre”.
Cuando tu corazón sienta los abrazos de Dios, la dulzura que brota de ellos hará que olvides todo lo que existe. Y si sabes conservar esa dulzura, desde ese momento tu vida tomará un rumbo en el cual lo único que necesitarás es estar con tu mente en el corazón, ante Dios. Y todo lo demás quedará en segundo plano.
Deja una respuesta
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.