Ser sacerdote

“Se ordenarán, para servir. No para mandar, no para brillar, sino para entregarse, en un silencio incesante y divino, al servicio de todas las almas.

Cuando sean sacerdotes, no se dejarán arrastrar por la tentación de imitar las ocupaciones y el trabajo de los seglares, aunque se trata de tareas que conocen bien, porque las han realizado hasta ahora y eso les ha confirmado en una mentalidad laical que no perderán nunca.

Su competencia en diversas ramas del saber humano -de la historia, de las ciencias naturales, de la psicología, del derecho, de la sociología-, aunque necesariamente forme parte de esa mentalidad laical, no les llevará a querer presentarse como sacerdotes­-psicólogos, sacerdotes-biólogos o sacerdotes-sociólogos (sacerdotes-empresarios): han recibido el Sacramento del Orden para ser, nada más y nada menos, sacerdotes-sacerdotes, sacerdotes cien por cien.

Probablemente, de tantas cuestiones temporales y humanas entienden más que bastantes seglares. Pero, desde que son clérigos, silencian con alegría esa competencia, para seguir fortaleciéndose con continua oración, para hablar sólo de Dios, para predicar el Evangelio y administrar los Sacramentos. Esa es, si cabe expresarse así, su nueva labor profesional, a la que dedican todas las horas del día, que siempre resultarán pocas: porque es preciso estudiar constantemente la ciencia de Dios, orientar espiritualmente a tantas almas, oír muchas confesiones, predicar incansablemente y rezar mucho, mucho, con el corazón siempre puesto en el Sagrario, donde está realmente presente El que nos ha escogido para ser suyos, en una maravillosa entrega llena de gozo, aunque vengan contradicciones, que a ninguna criatura faltan.»

«Yo querría que pidierais al Señor, para mí, que nunca me olvide de que soy sacerdote, ni de día ni de noche.” (San Josemaría Escrivá de Balaguer)

Por desgracia, estamos viendo en nuestras Diócesis que algunos sacerdotes parce que han olvidado para que se ordenaron y caen precisamente en querer hacer las labores de los laicos.

Según el Papa Francisco en el encuentro con los párrocos de Roma en 2018, la crisis de los 50 años afecta a todos: laicos, consagrados, clero. En el caso de los sacerdotes, han pasado los años, el ímpetu inicial se ha convertido en cansancio, incluso a veces en impotencia. Se notan mucho más los propios pecados e incluso los de los compañeros y se tiene la sensación de que la Iglesia ya no es tan perfecta ni santa como se pensaba. Parece como si el desánimo por el paso de los años, les hubiese dejado la sensación de que Dios les ha defraudado, que les invitó en su juventud a seguirle abandonándolo todo: amigos, familia, aficiones, etc. y ahora, después de unos años plenamente entregados al Señor y a su Iglesia, les ha dejado solos ante un camino que ahora les cuesta mucho más seguir, todo cuesta mas: la pobreza, la castidad, la obediencia, la oración, la caridad, la entrega, etc.

Pero que sea algo normal de la edad no implica que haya que aceptarlo y rendirse sin hacer nada. Si un matrimonio pasa por esta crisis de los 50 y no busca solución para volver a redescubrir el amor conyugal inicial, acabará rompiéndose el matrimonio. En el sacerdocio pasa lo mismo, ese amor incondicional del principio se va apagando en fogosidad y se convierte en un amor diferente que si no se cultiva cada día se acaba por perder, y se puede llegar a la secularización o a lo que es peor la doble vida.

El peligro está en conformarse con ser buenos sacerdotes pero sin la pasión inicial. En hacer las cosas por inercia y sin amor. En poner más empeño en aquellas cosas que no son propias del sacerdocio porque son novedad y nos atraen. Hay que dejarse de cursos de liderazgo sacerdotal, de coaching, de cenas alfa y emauses, de ser directores titulares de colegios, presidentes de fundaciones, de pegarse con comités de empresa o con las administraciones públicas, de llevar contabilidades y nóminas. El sacerdote no es un empresario. Aunque sea capaz de hacer estas tareas, no es para lo que ha sido llamado por Dios, para eso están los laicos. Los sacerdotes son servidores, personas consagradas que deben tener sus puertas abiertas las 24 horas los 7 días de la semana para recibir al que sufre, al que tiene el corazón herido. Son el reflejo del Amor y la Misericordia divina.

Por el Sacramento del Orden, el sacerdote se capacita efectivamente para prestar a Nuestro Señor la voz, las manos, todo su ser; es Jesucristo quien, en la Santa Misa, con las palabras de la Consagración, cambia la sustancia del pan y del vino en su Cuerpo, su Alma, su Sangre y su Divinidad. Es Jesucristo quien, en la Confesión, con la fórmula de absolución perdona los pecados.

Se están dejando de conocer los problemas de la propia parroquia, los nombres de los feligreses, los dolores, problemas y enfermedades por los que pasan ellos y sus familias. Los feligreses quieren ver en el sacerdote las virtudes propias de cualquier cristiano: la comprensión, la justicia, la vida de trabajo sacerdotal, la caridad, la educación, la delicadeza en el trato. Pero, junto a esto, los fieles pretenden que se destaque claramente el carácter sacerdotal: esperan que el sacerdote rece; que no se niegue a administrar los Sacramentos; que esté dispuesto a acoger a todos sin constituirse en jefe; que ponga amor y devoción en la celebración de la Santa Misa; que se siente en el confesonario; que consuele a los enfermos y a los afligidos; que adoctrine con la catequesis a los niños y a los adultos; que predique la Palabra de Dios; que tenga consejo y caridad con los necesitados.

Hay tanto miedo en el clero al ver los templos vacíos que ya no saben que inventar para ver si los llenan. Pero la realidad es que ya está todo inventado, el Señor ya nos dijo que «ni el poder de los infiernos podré derribarla» y así ha sido durante 2024 años. Dejemos actuar al Espíritu Santo o ¿ es que ya no se cree en su poder?. Dejemos que sea Él el que se encargue de llenar los templos. Pero si están cerrados nuestros templos porque los sacerdotes están en otras cosas: cursos, retiros y cenas de primer anuncio, reuniones con coach, reuniones de evangelización, etc. ¿a dónde irán los fieles? Hay que abrir de par en par las puertas de los templos las 24 horas del día, hacer Horas Santas, rezar el Santo Rosario, pasar más tiempo en el confesionario esperando a que vengan a reconciliarse con Dios y si no vienen aprovechar para rezar y rezar que bastante falta hace.

Es ahora cuando es necesario pedir a Dios la gracia de la segunda llamada. Pedirle volver a renovar el «sí» inicial de la vocación, pedirle fuerzas para volver a abandonar todo para seguirle, aunque ahora sean cosas diferentes, menos materiales y más entrega personal: morir cada día en la cruz.

Ahora es momento de volver a rezar sabiendo que no siempre habrá consolaciones, que la mayoría de las veces habrá sequedad pero un día, si no se abandona la oración, aparecerá el consuelo. De lo contrario, si no se reza, nunca aparecerá. La oración no es algo opcional para un sacerdote, es el centro de su ministerio, el Señor los llamó para estar con él y predicar su Evangelio, pero lo primero para estar con Él, en su presencia, en la oración.

Ahora es el momento de volver a trabajar con la misma ilusión primera, pero con la experiencia de que no se puede hacer nada por las propias fuerzas, con la experiencia de que es necesaria la gracia de Dios. Es momento de recordar porqué se hacen las cosas: para mayor Gloria de Dios.

Ahora es el momento de darse cuenta de que hay que desasirse de todo lo que no sea Dios: los catequistas y catecúmenos, los novios, los bautizandos, los que vienen a las charlas, las cofradías, etc. (todas las estadísticas que tanto gustan que sean altas), todo eso son cosas de Dios pero no son Dios.

Ahora es el momento de recuperar el sentido sobrenatural del ministerio sacerdotal y de no olvidarse que Dios siempre está a su lado, Él lo prometió: «estaré a vuestro lado todos los días de vuestra vida». Es el momento de vivir más intensamente la Eucaristía, de la presencia del Señor en sus manos.

Es tiempo, al final de la jornada, de cuando se llegue a casa agotados, descansar ¿pero cómo? ¿tumbados en el sofá viendo la TV o Netflix? El padre Mendizabal decía que un sacerdote, para descansar bien, debe ponerse en casa el butacón delante del Sagrario. ¿Qué es lo último que se hace al acostarse? ¿Ver la serie y quedarse dormido o rezar? ¿Y lo primero al levantarse? ¿Poner música, Youtube o TicTok? o ¿Dar gracias a Dios por el nuevo día y pedirle a Nuestra madre la Virgen María su ayuda para la jornada que nos espera?

Recemos como nos pide san Josemaría para que ningún sacerdote se olvide nunca que es sacerdote, ni de día ni de noche.

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