Mateo 25, 14-30 – Evangelio comentado por los Padres de la Iglesia

14 «Es como un hombre que, al irse de viaje, llamó a sus siervos y los dejó al cargo de sus bienes: 15 a uno le dejó cinco talentos, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó. 16 El que recibió cinco talentos fue enseguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. 17 El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. 18 En cambio, el que recibió uno fue a hacer un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor. 19 Al cabo de mucho tiempo viene el señor de aquellos siervos y se pone a ajustar las cuentas con ellos. 20 Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo: “Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco”. 21 Su señor le dijo: “Bien, siervo bueno y fiel; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entra en el gozo de tu señor”. 22 Se acercó luego el que había recibido dos talentos y dijo: “Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos”. 23 Su señor le dijo: “¡Bien, siervo bueno y fiel!; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entra en el gozo de tu señor”. 24 Se acercó también el que había recibido un talento y dijo: “Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces, 25 tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo”. 26 El señor le respondió: “Eres un siervo negligente y holgazán. ¿Con que sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? 27 Pues debías haber puesto mi dinero en el banco, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses. 28 Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. 29 Porque al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. 30 Y a ese siervo inútil echadlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes”».

Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)

San Gregorio Magno, homiliae in Evangelia, 9,1-6

14. «Es también como un hombre que, al ausentarse, llamó a sus siervos y les encomendó su hacienda…» Este hombre que marcha lejos, es nuestro Redentor, que subió al cielo, con aquella carne que había tomado, la cual tiene su lugar propio en la tierra, y es llevada como en peregrinación, cuando es colocada en el cielo por nuestro Redentor.

15. «a uno dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada cual según su capacidad; y se ausentó.» Podríamos decir que los cinco talentos denotan los dones de los cinco sentidos, es decir, la ciencia de las cosas exteriores; mientras que los dos talentos significan la inteligencia y el obrar; y un talento indica tan sólo el don de la inteligencia.

16. «Enseguida, el que había recibido cinco talentos se puso a negociar con ellos y ganó otros cinco.» Hay también muchos, que si bien no saben penetrar en las cosas interiores y espirituales, sin embargo, por el deseo de alcanzar la gloria, enseñan lo bueno que pueden, y mientras se guardan de los deseos de la carne, de la ambición de las cosas terrenas y del deseo de las visibles, apartan a otros de ellas con sus consejos.

17. «Igualmente el que había recibido dos ganó otros dos.» Hay algunos que comprendiendo y obrando predican a otros y reportan doble ganancia de su negocio, porque predicando a un mismo tiempo a ambos sexos, doblan los talentos.

18. «En cambio el que había recibido uno se fue, cavó un hoyo en tierra y escondió el dinero de su señor.» Esconder en tierra el talento, es emplear el ingenio en asuntos terrenales.

19. «Al cabo de mucho tiempo, vuelve el señor de aquellos siervos y ajusta cuentas con ellos.» Este pasaje del Evangelio reclama nuestra atención porque aquéllos que en este mundo han recibido más que los otros, han de sufrir un juicio más severo ante el autor del mundo. Porque a proporción que se aumentan los dones, crece la obligación de la cuenta. Y por tanto debe ser más humilde, por razón de su cargo, aquél que más estrechado se ve a darla.

21. El siervo, pues, que entregó duplicados los talentos, es alabado por el Señor y llevado a la eterna recompensa. Por lo que añade: «Su señor le dijo: “¡Bien, siervo bueno y fiel, en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor”.» Entonces el siervo fiel será puesto sobre lo mucho; porque libre de toda molestia de corrupción gozará en el cielo de eterno gozo. Entonces entrará en el perfecto gozo de su Señor, cuando arrebatado a aquella eterna patria, y agregado a los coros de los ángeles, se hallará poseído interiormente de un gozo, que no será interrumpido por la corrupción exterior.

24. El siervo que no quiso negociar con el talento, lo volvió al Señor con excusas: «Llegándose también el que había recibido un talento dijo: Señor, sé que eres un hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste.» Muchos hay en la Iglesia que se parecen a este siervo, que temiendo entrar en el camino de una vida mejor, no se atreven a sacudir la pereza de su cuerpo; y creyéndose pecadores tiemblan de tomar el camino de la santidad, y no se horrorizan de permanecer en sus iniquidades.

25. «Por eso me dio miedo, y fui y escondí en tierra tu talento. Mira, aquí tienes lo que es tuyo.» Así como hay peligro de que los doctores oculten el talento del Señor, también los oyentes pueden incurrir en la misma falta cuando se les exijan los réditos de lo que se les enseñó; a saber, si no han procurado penetrar en la inteligencia de lo que no han oído, por la meditación de lo que oyeron.

28. Oigamos la sentencia que el Señor proferirá contra el siervo perezoso: «Quitadle, por tanto, su talento y dádselo al que tiene los diez talentos.» Parecía más conforme que se diese mejor a aquél que tenía dos, que al otro que había recibido cinco. Debió, pues, darlo al que tenía menos: pero como por cinco talentos se designa la ciencia exterior, y por los dos talentos el entendimiento y la obra, tuvo más el de los dos que el que había recibido cinco. Porque si bien el de los cinco talentos mereció la administración de las cosas exteriores, todavía quedó vacío del conocimiento de las eternas: el talento, pues, que según dijimos, significa el entendimiento, debió darse a aquél que administró bien las cosas exteriores: lo que diariamente vemos en la Santa Iglesia, a saber: que gozan del conocimiento de las cosas internas los que fielmente administran las externas.

29. Generalmente se cita alguna vez la sentencia que dice: «Porque a todo el que tiene, se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará.» Quien, pues, tiene caridad, recibe además otros dones; así como el que no la tiene, aun los que recibió, los perderá. Quien no tiene caridad, incluso lo que le parece poseer lo pierde.

30. «Y a ese siervo inútil, echadle a las tinieblas de fuera. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.» Y así incurre en la pena de tinieblas exteriores el que por su espontánea culpa cae en las interiores.

El que tiene, pues, talento, procure no ser perro mudo; el que tiene abundancia de bienes, no descuide la caridad; el que experiencia de mundo, dirija a su prójimo; el que es elocuente, interceda con el rico por los pobres; porque a cada uno se le contará como talento lo que hiciere aunque fuese por el más pequeño.

Orígenes, in Matthaeum, 33

14. «Es también como un hombre que, al ausentarse, llamó a sus siervos y les encomendó su hacienda…» Según la naturaleza de su divinidad no viaja, sino según la ordenación del cuerpo que tomó, pues quien dice a sus discípulos: Yo estoy con vosotros hasta la consumación del siglo (Mt28,20), es el unigénito de Dios, que no está circunscrito a extensión corporal. Y al decir eso no dividimos a Jesús, sino que respetamos los accidentes propios de cada naturaleza. Podemos decir que el Señor viaja con aquéllos que viven dentro de la fe sin ver su esencia, y el Señor estará con nosotros hasta que saliendo de nuestros cuerpos nos reuniremos con él. Es de advertir que el texto no dice: como el hombre viajero, así yo el Hijo del hombre; porque él mismo es quien propone la parábola del peregrino como hombre, no como Hijo de Dios.

15. «a uno dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada cual según su capacidad; y se ausentó.» Cuando vieres que aquéllos que han recibido el ministerio de la predicación, unos tienen más y otros menos, o por decirlo así, comparados con los mejores algunos tienen tan poco, conocerás las diferencias con que recibieron de Jesucristo el don de la palabra divina, porque diferente fue la eficacia que produjo por medio de aquéllos que recibieron cinco talentos, que la de los que recibieron dos, y otra la de los que recibieron uno, pues no cabía en todos la misma medida de la gracia. Y el que recibió un talento, recibió en verdad un don no despreciable, pues es mucho recibir un talento de tal Señor. El recibir tres es propio del siervo, así como son tres los que producen fruto. El que recibió cinco talentos es el que puede dar a la Sagrada Escritura la más elevada interpretación de su sentido divino. El que recibe dos talentos es aquel que tiene conocimiento de lo corporal, pues dos es el número de lo carnal; y aun al de menos capacidad dio un talento el señor de los siervos.

16. «Enseguida, el que había recibido cinco talentos se puso a negociar con ellos y ganó otros cinco.» Los que tienen los sentidos despejados hablando provechosamente y elevándose ellos mismos a mayor ciencia y enseñando con esmero, adquirieron otros cinco talentos. Porque nadie recibe aumento de otra virtud, sino de aquélla que tiene; y cuanto él la posee, tanto la comunica a otro, y no más.

17. «… ganó otros dos», esto es, la inteligencia literal y otra más sublime.

18. «En cambio el que había recibido uno se fue, cavó un hoyo en tierra y escondió el dinero de su señor.» Cuando vieres alguno que tiene habilidad para enseñar y aprovechar a las almas, y que oculta este mérito, aunque en el trato manifieste cierta religiosidad, no dudes en decir que este tal recibió un talento y él mismo lo enterró.

19. «Al cabo de mucho tiempo, vuelve el señor de aquellos siervos y ajusta cuentas con ellos.» Observa en este pasaje que no son los siervos los que acuden al Señor para ser juzgados, sino que el Señor es quien viene a ellos a su debido tiempo. Por eso dice: “Después de mucho tiempo”, esto es, después que envió a los que consideró aptos para procurar la salvación de las almas. Por tanto, no es fácil conocer quien de ellos que sea apto para semejante obra, ha de salir pronto de esta vida, como claramente se deduce por el hecho de que también los apóstoles envejecieron. Por lo que dice a Pedro: “Cuando envejecieras extenderás tu mano” (Jn 21,18); y San Pablo ha dicho a Filemón: “Pablo ahora es anciano” (Flm 9).

20. «Llegándose el que había recibido cinco talentos, presentó otros cinco, diciendo: “Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes otros cinco que he ganado.”» La confianza dio valor a aquél que había recibido cinco talentos para acercarse el primero al Señor.

En lo que dice que, acercándose uno que había recibido cinco, y el otro dos, entiende por acceso el tránsito de este mundo al otro, y nota que son las mismas las palabras que dirige a los dos, para que no crea que aquél que recibió menos facultades, y empleó todas las que había recibido, había de merecer de Dios menos premio que el otro que tuvo mayores medios. Lo único que se busca es que el hombre emplee en la gloria de Dios todo cuanto de El haya recibido.

24. «Llegándose también el que había recibido un talento dijo: Señor, sé que eres un hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste.» Paréceme que este siervo se encontraría entre los creyentes; no empero entre los operarios fieles, sino entre los vergonzantes que lo hacen todo de modo que no sean conocidos como cristianos. Y aun creo que son de aquéllos que temen a Dios y le consideran como austero e implacable. Esto indica cuando dice: «Señor, sé que eres un hombre duro»: comprendemos que, en verdad nuestro Señor, recoge en donde no sembró, porque el justo siembra en el espíritu, del cual sacará vida eterna. Coge, aun en donde no siembra, y amontona en donde no esparce: porque considera como recogido para sí todo lo que en los pobres se sembrare.

Aunque el Señor no toleró el pasar por severo, como el siervo pensaba, consintió sin embargo los demás descargos que éste dio. Pero en verdad, es duro para con aquéllos que abusan de la misericordia de Dios, no para conversión, sino para su abandono.

28. «Quitadle, por tanto, su talento y dádselo al que tiene los diez talentos.» Puede el Señor, ciertamente, en fuerza de su divino poder quitar la suficiencia al perezoso, que abusa de ella, y darla a aquél que la multiplicará.

30. «Y a ese siervo inútil, echadle a las tinieblas de fuera. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.» Esto es, en donde no hay ninguna luz, ni siquiera corporal, ni hay visión de Dios, sino que como pecadores indignos de la presencia divina, son condenados para expiación a las que se llaman tinieblas exteriores. Alguno que ha explicado antes que nosotros acerca de las tinieblas del abismo que existe fuera del mundo; dice que como indignos de todo el mundo son arrojados fuera en aquel abismo de tinieblas que nadie las ilumina.

Si a alguno disgusta el oír que será juzgado porque no enseñó a otros, recuerde aquello del Apóstol: “¡Ay de mí si no evangelizare!” (1Cor 9,16).

San Jerónimo

14-15. «… Llamó a sus siervos y les encomendó su hacienda…» Convocados, pues, los apóstoles, les entregó la doctrina evangélica; distribuyéndola dando a unos más y a otros menos, pero no según su generosidad o mezquindad, sino según la capacidad y fuerzas de cada uno de los que la recibían. Así como dice el Apóstol, que los que no podían digerir un alimento sólido, los alimentaba con leche. De aquí sigue: «a uno dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada cual según su capacidad; y se ausentó.» En los cinco, en los dos y en uno talentos, entendemos que a cada uno fueron dadas diversas gracias.

16. «Enseguida, el que había recibido cinco talentos se puso a negociar con ellos y ganó otros cinco.» Recibidos, pues, los sentidos corporales, duplicó en sí el conocimiento de lo celestial, conociendo por las criaturas al Creador, por las cosas corporales las incorporales, y por las del tiempo las eternas.

19. «Al cabo de mucho tiempo, vuelve el señor de aquellos siervos y ajusta cuentas con ellos.» Dice, pues: pasado mucho tiempo, porque largo es el tiempo entre la ascensión del Salvador y su segunda venida.

21. «… en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor.» Fuiste fiel en lo poco, porque todo lo que al presente tenemos, aunque parezca grande y abundante, sin embargo, es poca cosa en comparación de los bienes futuros.

¿Qué mayor premio puede darse al siervo fiel que estar y disfrutar en el gozo de su Señor?

21b-23. «… entra en el gozo de tu señor.» El Padre de familia felicita con la misma alabanza a los dos siervos, al que había doblado en diez los cinco talentos, y al que de dos hizo cuatro: ambos, pues, reciben igual premio, no por consideración de la grandeza del lucro, sino por la solicitud de su voluntad. Sigue: «Llegándose también el de los dos talentos dijo: “Señor, dos talentos me entregaste; aquí tienes otros dos que he ganado.” Su señor le dijo: “¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor.”»

24. «Llegándose también el que había recibido un talento dijo: Señor, sé que eres un hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste.» En verdad está escrito “para excusar con excusas sus pecados” (Sal 140,4), esto sucede a este siervo, añadiendo el pecado de soberbia a los de pereza y negligencia. Porque el que debió confesar sencillamente su inercia y rogar al Padre de familia, por el contrario, le calumnia, y pretende haber obrado con prudencia, no exponiéndose a perder el dinero buscando ganancias.

Por aquello que este siervo se atrevió a decir: «cosechas donde no sembraste» entendemos que el Señor acepta las virtudes, aun de los gentiles y filósofos.

26. Pero con lo mismo que creía excusarse, se condena a sí mismo. Por lo que sigue: «Mas su señor le respondió: “Siervo malo y perezoso, sabías que yo cosecho donde no sembré y recojo donde no esparcí…» Le llama siervo malo, porque calumnió al Señor; perezoso, porque no quiso duplicar el talento, y le condena tanto por la soberbia como por la pereza. Si me tenías por duro y cruel, y que buscaba lo ajeno, ¿por qué no obrabas con lo mío con más diligencia y dabas mi dinero o mi plata a los negociantes? Porque ambas cosas significa en griego, la palabra αργυριον . La palabra del Señor es pura como el oro y la plata pasados por el crisol (Sal 11,7). El dinero, pues, y la plata son la predicación del divino Evangelio, que debió darse a los negociantes; esto es, o a los demás doctores así como los apóstoles ordenaron Obispos y Presbíteros en cada diócesis, o a todos los creyentes, que pueden duplicar el capital y devolverlo con usuras, para que practiquen las buenas obras que aprendieron de la predicación.

28. «Quitadle, por tanto, su talento y dádselo al que tiene los diez talentos.» Se da el talento a aquél que había agenciado otros diez, para que entendamos cuán grande es el gozo del Señor en el trabajo de uno y otro; a saber aquel que duplicó los dos y el que duplicó los cinco, sin embargo merecía mayor premio el que más trabajó en favor de su Señor.

29. «Porque a todo el que tiene, se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará.» Muchos naturalmente sabios y con talento, si fueren negligentes y dejaran perder por desidia estos dotes naturales, en comparación de aquél que, aunque algo menos capaz, compensó con su trabajo e industria lo que recibió de menos, pierden con los dotes naturales el premio que se les había prometido, y ven cómo pasa a otros. Puede también entenderse así: el que tiene fe y buena voluntad en Dios, aunque, si como hombre apareciese tener de menos en sus obras, le dará el buen juez lo que falte; pero a aquél que no tuviere fe, aunque tuviere las demás virtudes naturalmente adquiridas, las perderá. Por eso dijo con elegancia: Lo que parece tener, le será quitado; porque a aquel que no ha recibido la fe cristiana, no se le debe imputar el abuso de ella, sino a aquél mal administrador que dio los bienes de naturaleza aun al siervo malo.

30. «Y a ese siervo inútil, echadle a las tinieblas de fuera. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.» ¿Qué se entiende por la pena de llanto y rechinar de dientes? Lo dijimos arriba.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 78,2-3

14. Esta parábola se aduce contra aquéllos que no sólo con dinero, sino ni aun con palabras, ni de ningún otro modo quieren ser útiles a sus prójimos, sino que todo lo ocultan. Por eso que dice: «Es también como un hombre que, al ausentarse, llamó a sus siervos y les encomendó su hacienda…»

19. «Al cabo de mucho tiempo, vuelve el señor de aquellos siervos y ajusta cuentas con ellos.» Nota que el Señor no exige inmediatamente la cuenta, para que admires su longanimidad; y a mí me parece que encubriendo simuladamente el tiempo de su resurrección, dijo esto.

21. «Su señor le dijo: “¡Bien, siervo bueno y fiel…”» Siervo bueno, porque se refiere a la caridad con el prójimo; y fiel, porque no se apropió nada de lo que a su Señor pertenecía.

«… entra en el gozo de tu señor.» Esta es la expresión de toda bienaventuranza.

29. «Porque a todo el que tiene, se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará.» El que tiene el don de la predicación y de la doctrina para aprovechar, pierde estos dones si no usa de ellos; pero el que los cultiva atrae otros mayores.

30. El siervo malo no sólo es castigado con el daño, sino también con la pena intolerable y la acusación y denuncia. Por eso sigue: «Y a ese siervo inútil, echadle a las tinieblas de fuera. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.»

Advierte que no solamente es castigado con la última pena el que roba lo ajeno y obra mal, sino también el que no practicó el bien.

San Hilario, in Matthaeum, 27

16. «Enseguida, el que había recibido cinco talentos se puso a negociar con ellos y ganó otros cinco.» El siervo aquel que recibió cinco talentos es el pueblo creyente que vino de la ley, partiendo de la cual duplicó su mérito, cumpliendo la obra de la fe evangélica.

17. «Igualmente el que había recibido dos ganó otros dos.» Aquel siervo a quien se encargaron dos talentos, es el pueblo gentil justificado por la fe y por la confesión del Hijo y del Padre; esto es, por la confesión de nuestro Señor Jesucristo, Dios y hombre de espíritu y carne. Estos son, pues, los dos talentos que le fueron confiados. Pero como el pueblo judío había conocido todos los misterios que se contienen en los cinco talentos, esto es, en la Ley y lo duplicó por la fe en el Evangelio, así el pueblo de los gentiles mereció la comprensión y las obras por el aumento de los dos talentos.

18-19. «En cambio el que había recibido uno se fue, cavó un hoyo en tierra y escondió el dinero de su señor.» Este siervo que recibió un talento y lo escondió en la tierra, es el pueblo que persiste en la ley judía, que por envidia y por no querer salvar a las naciones, escondió en tierra el talento recibido; ocultar el talento en la tierra es ocultar bajo la envidia de la pasión corporal la gloria de la nueva predicación.

Sigue: «Al cabo de mucho tiempo, vuelve el señor de aquellos siervos y ajusta cuentas con ellos.» Conviene poner atención en el examen de este juicio.

24-25. «Llegándose también el que había recibido un talento dijo: Señor, sé que eres un hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste.» También se entiende por este siervo, el pueblo judío aferrado a su ley. Alega como pretexto de su alejamiento de la ley evangélica el miedo y dice: «aquí tienes lo que es tuyo.», o como si hubiera observado todo aquello que por el Señor está mandado. Sabiendo que yerra, queriendo recoger frutos de justicia donde la ley no ha sido admitida, y hacer fieles de entre los gentiles dispersos, que no son de la estirpe de Abraham.

29. «Porque a todo el que tiene, se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará.» La gloria y el honor de la ley pertenece a aquéllos que practican el Evangelio: al paso que se quitará a aquéllos que no tienen la fe de Cristo aun cuando parecía que tenían la de la ley.

Rábano

21. «Su señor le dijo: “¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor.”» Alégrate, es una interjección, por la que indica su gozo el Señor, que invita a la eterna felicidad al siervo que ha trabajado bien; por lo que el Profeta dice, “nos inundarás en el gozo de tu rostro” (Sal 15,11).

San Agustín, de Trinitate, 1,8

21. «… entra en el gozo de tu señor.» Este será nuestro gozo pleno, que mayor no puede haberlo, gozar de Dios en la Trinidad, a cuya imagen hemos sido hechos.

Santa Teresa de Calcuta, religiosa

Escritos: Llamados a ser fieles.

La oración, frescor de una fuente, con el Hno. Roger.

«Has sido fiel en lo poco…; entra al banquete de tu Señor» (Mt 25,21).

«Tengo siempre presente al Señor, con Él a mi derecha, no vacilaré» (Sal. 15,8). Si algo me pide Jesús, es que me apoye en Él, que confíe sólo en Él, que me abandone a Él sin reserva… No debemos intentar controlar las acciones de Dios. No debemos contar las etapas del viaje por las que nos quiere llevar. Incluso si me siento como un barco a la deriva, me entrego totalmente a Él.

Cuando esto parece difícil, acuérdate de que no estamos llamados a tener éxito, pero sí a ser fieles. La fidelidad es importante, incluso en las pequeñas cosas, no por la cosa en sí, lo que en sí sería de un espíritu mezquino, la grandeza está en hacer la voluntad de Dios. San Agustín dijo:»Las pequeñas cosas siguen siendo pequeñas, pero ser fiel en las pequeñas cosas es una gran cosa. ¿Acaso nuestro Señor no es el mismo, con un pequeño que con un poderoso?» ( Mt 25,40)

San Padre Pío de Pietrelcina, presbítero

Obras: ¡Empecémos hoy!

Buona giornata 5, 3/1.

«Mucho después, llegó su amo» (cf Mt 24,50).

“Hermanos míos, hasta ahora no hemos hecho nada todavía. ¡Empecemos hoy!” San Francisco se hizo a sí mismo esta exhortación. ¡Hagamos nosotros lo mismo! Es verdad, todavía no hemos hecho nada, o casi nada. Los años se han seguido uno tras otro sin que nos hubiéramos preguntado qué hemos hecho con el tiempo. ¿No hay nada en nuestra conducta que necesite modificarse, nada que añadir, nada que quitar? Hemos vividos despreocupados, como si nunca tuviera que llegar aquel día en que el juez eterno nos llame para dar cuenta de nuestras acciones y de cómo hemos aprovechado nuestro tiempo.

¡No perdamos el tiempo! No hay que dejar para mañana lo que se puede hacer hoy. ¡Las tumbas rebosan de buenas intenciones! Y desde luego ¿quién nos asegura que mañana viviremos? ¡Escuchemos la voz de nuestra conciencia. Es la voz del profeta: “Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor, no endurezcáis el corazón!” (Sal 94,7.8) No poseemos más que el momento presente. Vigilemos, pues, y vivámoslo como un tesoro que nos ha sido confiado. El tiempo no nos pertenece. No lo malgastemos.

San Paulino de Nola

Carta: Demos al Señor, que recibe en la persona de cada pobre.

Carta 34,2-4: CSEL 29, 305-306.

«Llamó a sus siervos y les dejó al cargo de sus bienes» (Mt 25,14).

¿Tienes algo —dice el Apóstol— que no hayas recibido? Por tanto, amadísimos, no seamos avaros de nuestros bienes como si nos perteneciesen, sino negociemos con ellos como con un préstamo. Se nos ha confiado la administración y el uso temporal de los bienes comunes, no la eterna posesión de una cosa privada. Si en la tierra la consideras tuya sólo temporalmente, podrás hacerla tuya eternamente en el cielo. Si recuerdas a aquellos empleados del evangelio que recibieron unos talentos de su Señor y lo que el propietario, a su regreso, dio a cada uno en recompensa, reconocerás cuánto más ventajoso es depositar el dinero en la mesa del Señor para hacerlo fructificar, que conservarlo intacto con una fidelidad estéril; comprenderás que el dinero celosamente conservado, sin el menor rendimiento para el propietario, se tradujo para el empleado negligente en un enorme despilfarro y en un aumento de su castigo.

Recordemos también a aquella viuda, que olvidándose de sí misma y preocupada únicamente por los pobres, pensando sólo en el futuro, dio todo lo que tenía para vivir, como lo atestigua el mismo juez. Los demás —dice— han echado de lo que les sobra; pero ésta, más pobre tal vez que muchos pobres —ya que toda su fortuna se reducía a dos reales—, pero en su corazón más espléndida que todos los ricos, puesta su esperanza en solas las riquezas de la eterna recompensa y ambicionando para sí solo los tesoros celestiales, renunció a todos los bienes que proceden de la tierra y a la tierra retornan. Echó lo que tenía, con tal de poseer los bienes invisibles. Echó lo corruptible, para adquirir lo inmortal. No minusvaloró aquella pobrecilla los medios previstos y establecidos por Dios en orden a la consecución del premio futuro; por eso tampoco el legislador se olvidó de ella y el árbitro del mundo anticipó su sentencia: en el evangelio hace el elogio de la que coronará en el juicio.

Negociemos, pues, al Señor con los mismos dones del Señor; nada poseemos que de él no hayamos recibido, sin cuya voluntad ni siquiera existiríamos. Y sobre todo, ¿cómo podremos considerar algo nuestro, nosotros que, en virtud de una hipoteca importante y peculiar, no nos pertenecemos, y no ya tan sólo porque hemos sido creados por Dios, sino por haber sido por él redimidos?

Congratulémonos por haber sido comprados a gran precio, al precio de la sangre del propio Señor, dejando por eso mismo de ser personas viles y venales, ya que la libertad consistente en ser libres de la justicia es más vil que la misma esclavitud. El que así es libre, es esclavo del pecado y prisionero de la muerte. Restituyamos, pues, sus dones al Señor; démosle a él, que recibe en la persona de cada pobre; demos, insisto, con alegría, para recibir de él la plenitud del gozo, como él mismo ha dicho.

Comentarios a la Biblia Litúrgica (NT): Los talentos

Paulinas-PPC-Regina-Verbo Divino (1990), pp. 1087-1088.

En las relaciones del hombre con Dios, no puede el hombre alegar pretendidos derechos. Debe, por el contrario, tener presente su absoluta dependencia. Como el siervo ante su Señor. Y, como siervo que es, con la implacable necesidad de acatar las órdenes de su Señor y cumplirlas. Poniendo en ello todo el ardor y capacidad de trabajo que el mismo Dueño ha regalado a sus siervos. Sin pretendidas exigencias, pero con la esperanza consoladora y estimulante de que el Señor premia el esfuerzo personal desplegado en hacer fructificar el capital que nos ha confiado. Así lo enseña la parábola de los talentos.

El reparto desigual que un hombre rico hace de sus talentos entre sus siervos pretendía, ante todo, y así nos lo cuenta la parábola, hacer que su capital fructificase en manos de sus criados. Para ello tiene en cuenta su capacidad de trabajo y su habilidad para negociar. Los dos primeros siervos de la parábola duplican el capital inicial que les había sido confiado. No se nos dice cómo. Sencillamente porque no interesa para la lección de la parábola.

Mateo pasa inmediatamente de la comparación a su significado. La recompensa descrita en la parábola implica una clara referencia a la realidad religiosa. Entra en el gozo de tu Señor. Este premio concedido a los dos siervos fieles, y precisamente por su fidelidad laboriosa a las consignas de su señor, significa evidentemente la vida eterna. Y el que así habla necesariamente ha de ser el Hijo del hombre en su calidad de juez. Y únicamente por tratarse de realidades sobrenaturales, los talentos duplicados son considerados como poco: “fuiste fiel en lo poco…”

El tercer siervo deja improductivo el capital de su señor. Y argumenta, además, de una manera insolente, intentando, de ese modo, disculparse. No se ha atrevido a correr el riesgo. El talento no ha fructificado en sus manos pero se lo devuelve íntegro. Su señor le responde duramente. Ha defraudado las esperanzas que había puesto en él. También él conocía el riesgo, pero contaba con la diligencia fiel y laboriosa de su siervo. Su holgazanería es la causa única de que haya quedado improductivo el talento que le había sido confiado.

A continuación tenemos dos incongruencias: el señor manda, sin que se nos diga a quién se dirigen sus órdenes, que le quiten el talento y se lo entreguen al que tiene diez. Por otra parte, la parábola supone que los dos siervos primeros han entregado ya sus talentos a su señor. Son dos rasgos parabólicos que intentan poner de relieve, en primer lugar, la condenación del siervo inútil precisamente por su holgazanería y, además, la norma de retribución seguida por el juez divino: “al que tiene se le dará y abundará, pero, a quien no tiene, aun lo que tiene se le quitará”. Norma de acción indicada ya otras veces por el Señor (13,12; Mc 4,25) y que fue colocada en este lugar por el evangelista Mateo como resumen de la lección parabólica. 

Bastin-Pinckers-Teheux, Dios cada día: ¡No enterréis la vida!

Siguiendo el Leccionario Ferial (4). Semanas X-XXI T.O. Evangelio de Mateo.
Sal Terrae (1990), pp. 401-402.

1 Corintios 1, 26-31.

La diferencia entre la sabiduría divina y el espíritu del mundo se reflejaba en la situación social de los cristianos de Corinto. La mayoría de ellos eran gente sencilla, incluso esclavos, y el mundo los despreciaba.

Pero, como todos los pequeños, son grandes ante Dios. Si a los ojos del mundo no existen, sí existen en Jesucristo, que ha entregado su vida por ellos en la cruz. Los Corintios podrían aplicarse a sí mismos lo que el prólogo de Juan dice de todos los cristianos: “No han nacido de voluntad de carne ni de voluntad humana, sino de Dios”. Han nacido del Amor. Este es su único título de gloria, y no les será arrebatado.

Salmo 32.

La continuación del salmo 32 canta la elección divina. La existencia cotidiana es una existencia en Cristo, única fuente de salvación.

Mateo 25,14-30.

El amo va a ausentarse largo tiempo. La duración de su viaje contradice, pues, la creencia en un regreso inminente del Señor. Pero ¿qué sentido tiene el tiempo de esta ausencia? ¿Qué significa el tiempo de la Iglesia, entre la venida primera de Cristo y su retorno glorioso?

La petición de cuentas por parte del amo constituye el punto clave de la parábola. Los dos primeros servidores dan prueba de una fidelidad creativa: han aprovechado la ausencia del amo para producir un fruto abundante; han asumido sus responsabilidades, y el amo les confía otras nuevas.

El tercer servidor, sin embargo, prefiere enterrar su talento; a los ojos de la Ley, se veía así libre de toda responsabilidad. Sin embargo, cae sobre él la cólera del amo. ¿Acaso Dios se va a mostrar injusto, exigiendo más de lo que da? ¿No es más bien la estupidez del criado lo que se quiere resaltar aquí, ya que ha olvidado que el amor tiende siempre al riesgo y al infinito? No ha querido arriesgar los bienes que se le habían confiado; dicho de otro modo, no se ha dejado habitar por la locura de Dios. Por eso se le quitará el Reino y le será dado a otros.

La parábola remite a cada hombre a su verdad. El tiempo de la iglesia, el tiempo de la vigilancia, es el espacio de libertad que se da a cada hombre para que asuma sus responsabilidades.

***

¡Mirad bien, hermanos! Abrid los ojos a vuestra comunidad, a vuestra parroquia, a vuestra asamblea… No os dé vergüenza miraros unos a otros… ¡Mirad bien, elegidos de Dios!

¿Qué veis? ¿Unas personas a las que el mundo llama inteligentes? Quizá, pero, si son verdaderamente inteligentes, os dirán que no lo son tanto… ¿Personas a las que el mundo considera poderosas? ¡Podría ser, aunque nosotros esperamos que sean las primeras en experimentar la debilidad de su poder! ¿Personas de alta cuna? A lo mejor; pero, evidentemente, nosotros no formamos un club noble o aristocrático… ¡Es evidente!

¡Seguid mirando! ¿Qué veis? Personas de origen modesto, e incluso, algunas de ellas ignoradas por el mundo; pobres, económica y moralmente débiles, pecadores, marginados; hombres y mujeres a los que la “buena sociedad” debe considerar un tanto locos. ¡Y hay que estarlo para hacer lo que hacemos nosotros! En pocas palabras, somos poca cosa, y quien adujera aquí su orgullo, su poder o su riqueza, se habría equivocado de puerta.

No se nos podrá recriminar que menospreciemos nuestros talentos; no tenemos más que uno, y muy pequeño, por lo demás… A no ser que… A no ser que el Señor decida colmarnos con su gracia, con su amor, con su vida. Esta es la auténtica fortuna, y en este sentido somos ricos y responsables. 

El amo nos ha confiado sus bienes; tiene derecho a exigir cuentas a nuestra pobreza, a nuestra indigencia, pues no nos faltan ni su fuerza ni su luz. La Iglesia no se rige por el poder humano; en ella vive el Espíritu, y nosotros somos responsables de él. Responsables de los frutos que Él quiera producir en nosotros.

No hay mayor error que enterrar el talento, como si se tratara de un infructuoso tesoro. Quien no produce fruto es un inútil, y será arrojado afuera, ¡a las tinieblas! Que nadie proteste invocando su incapacidad: nuestra fuerza está en Dios, y quien permita que el Espíritu actúe en él, verá cómo se multiplica su herencia. ¡Aunque, en un principio, sólo dispongamos de un pequeño y despreciable talento!

***

Tú nos hablas, Señor,
tú nos dices palabras de esperanza:
¿encontrarán en nosotros
un eco para este mundo angustiado?

Tú nos hablas, tú nos colmas;
tú nos das tu amor en herencia:
¿dará fruto abundante
para reanimar este mundo estéril?

Tú nos colmas, tú te fías de nosotros,
tú pones en nuestras manos el futuro de los hombres:
¿se cerrarán nuestras manos
por miedo a perderte?

Te lo pedimos:
por tu Espíritu, estimula nuestro trabajo,
que no seamos condenados
por nuestra inercia
cuando vengas a invitarnos
a entrar en tu eterno gozo.

Biblia Nácar-Colunga Comentada

Parábola de los Talentos, 25:14-30.

Propia de Mt y con la misma perspectiva literaria — ya que puede proceder de otro contexto — a la parusía.

Se trata de una parábola alegorizante. Ya comienza con esta estructura, artificiosa y pedagógica, pues no por emprenderse un viaje con regreso hay que disponer de los bienes, y aquí va a “confiarles su hacienda.” Por el contrario, lo distribuye a tres categorías de siervos.

La cantidad que deposita es exorbitante y acusa intenciones alegóricas. Va a distribuir “talentos.” El “talento,” más que una moneda, era el peso de un determinado número de dinero. Pesaba unos 42 kilogramos. Era equivalente a 6.000 denarios. Y éste aparece como el sueldo diario de un operario (Mt 20:2). Se cita en un papiro cómo se pagan a un tejedor 80 dracmas (la dracma ática es equivalente al denario) como salario de dos meses. La cantidad, pues, que deja a cada uno — cinco, dos y un “talento” — era excesiva, y, conforme al artificio de la parábola, distribuida también convencionalmente ”según su capacidad.”

“Después de mucho tiempo” volvió aquel señor. Con ello se da margen suficiente a la producción de los bienes confiados. Pero el primero y único acto que se destaca, por su valor de enseñanza, es el que “pide cuentas” de los “talentos” entregados a aquellos siervos.

Los dos primeros, gozosos, le traen el doble de lo entregado: el primero recibió cinco talentos, y logró otros cinco; el segundo, con dos, logró otros dos.

El señor los felicita por haber sido “siervo bueno y fiel.” Pero destacará un rasgo, por el valor alegorizante que va a tener: han sido fieles en “lo poco.” Pero cinco y dos talentos eran una fortuna cuantiosa. Los cinco “talentos” eran equivalentes a 30.000 denarios, y los dos “talentos” equivalían a 12.000. El felicitar por haber sido fiel en lo “poco,” siendo una cantidad excesiva, acaso esté formulado sobre un proverbio o sentencia sapiencial; en todo caso, probablemente se destaca por su valor alegórico: la abundancia y excelencia de los dones de Dios.

El premio será una mayor abundancia de dones: si aquí se le encargó de administrar una cantidad limitada, lo “poco,” el premio será “constituirlo sobre lo mucho.” Así, de administrador limitado pasa a ser mayordomo o intendente general. Es fórmula literaria de expresión progresiva. El premio es “entrar en el gozo de su señor,” cuyo significado alegórico, como luego se verá, es el premio definitivo mesiánico. Lo mismo pasa — y se dice con el mismo clisé proporcional — con el segundo siervo.

Pero al llegar el siervo al que, por sus condiciones, se le había dado un solo “talento,” éste le dirá, torpe y osadamente, como disculpa de su temor y de su inactividad, que “lo escondió en tierra,” para asegurarlo así incluso del robo de ladrones (Mt 13:44), por temor al señor, que “eres hombre duro, que quieres cosechar donde no sembraste y recoger donde no esparciste.” Elemento parabólico que tendrá su parte de alegorización.

El juicio que hace su señor de él es éste: Eres “malo y perezoso”; y si sabías que yo era así y temías perderlo al exponerlo a determinados negocios, debías haberlo llevado a los “banqueros,” para que a mi vuelta lo “hubiese recibido con el interés.” En la época de Cristo el interés que producía el dinero en las mesas de los banqueros era sobre un 12 por 100 al año. Así habría, a su vuelta, recibido “lo mío,” puesto que sólo lo había entregado para negociar, junto con “el interés” correspondiente.

El señor, ante esto, da la orden de castigo, que es doble: a) quitarle lo que se le dio; b) echarle a “las tinieblas exteriores; Allí habrá llanto y crujir de dientes.”

Hay una cosa chocante: el “talento” que se quita a este siervo inepto hace que se lo den al que tenía cinco y logró otros cinco talentos. ¿Por qué esto? Podría acusar la libre voluntad de distribución de sus bienes de este señor (Mt 20:15). Pero se expone así, probablemente, por el valor alegórico de este detalle.

De hecho, como explicación, se añade lo siguiente: “Porque al que tiene, se le dará y abundará; pero a quien no tiene, aun lo que tiene se le quitará” (v.29).

El contexto propio de este versículo es discutido. Aparece también en otros pasajes (Mt 13:12; Mc 4:25; Lc 8:18) que son contextos completamente distintos. Pero también aparece en otro contexto semejante (Lc 19:26). ¿Es una especie de proverbio usado por Jesucristo en diversas ocasiones? ¿Es una sentencia que Jesucristo usó en otra ocasión, y el evangelista la utiliza o repite, oportunamente, aquí?

La enseñanza doctrinal fundamental es clara: Dios exige que los seres humanos rindan, religiosamente, los valores que Dios les confió, preparándose así a su parusía.

Pero esta misma enseñanza alegoriza, seguramente, varios de los elementos integrantes de la misma. Tales son:

1) El señor que emprende un viaje, que tendrá retorno, es Jesucristo en su Ascensión.

2) Esta ausencia será larga — ”mucho tiempo” — y tendrá retorno: es Jesucristo en su parusía final.

3) Los bienes que confía a sus siervos son los valores religiosos que son dados a los hombres (Ef 4:7-16).

4) El repartir “talentos,” cantidad excesiva, acaso pueda indicar la generosidad de los dones celestiales. El hombre ha de rendir cuenta de todos sus valores a Dios.

5) El señor que vuelve, juzga y da premios y castigos es Jesucristo, Juez del mundo, en su parusía.

6) El premio de “entrar en el gozo de tu señor” es el premio de la felicidad eterna, cuya descripción alude al gozo de participar en el banquete mesiánico celestial (Mt 8:12.13; 22:8.10; Lc 22:30), forma con que se expresaba, frecuentemente, la felicidad mesiánica.

7) El rendimiento máximo, en su apreciación literaria, de los “talentos” confiados a los dos primeros siervos, indica la obligación de desarrollar los dones de Dios (1 Cor 15:10) y el mérito de los mismos, como se ve por el elogio y premio que da a los dos primeros siervos. En el reino de Cristo, las acciones tienen verdadero mérito, que Dios premia y cuya omisión castiga. La “fe sin obras” queda rechazada en esta parábola alegorizante.

8) La inactividad de no rendir con los dones de Dios es culpa: pecado de omisión.

9) Todos estos dones aparecen siempre como don de Dios, no sólo al confiarlos — los “talentos” que confía a los siervos —, sino también en el tiempo del uso de ellos: “para que al venir recibiese lo mío (un talento), con los intereses (v.27).

10) El hecho de mandar añadir este “talento” al que tenía diez, lo mismo que la frase “porque al que tiene se le dará y abundará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará,” más que alegoría, es un enunciado de la economía sobrenatural, presentado en forma paradójica. El que obra bien y merece, se hace siempre digno de una mayor donación de gracias “y que los poderes otorgados a los discípulos crecen con el uso y disminuyen con el desuso” (J. L. Mckenzie). Naturalmente, la parábola alegorizante tiene un valor “sapientiae” extremista y ha de ser medido en su ambiente.

11) El echar a este “siervo inútil” a “las tinieblas exteriores, allí habrá llanto y crujir de dientes” es, en este contexto, el castigo del infierno y fórmula usual en los evangelios. En Lc (21:7) está menos alegorizado este rasgo.

Se plantea el problema de si esta parábola es la misma que trae Lc (19:11-28) sobre las “minas.” Las diferencias apreciables en la comparación de ambas son accidentales, y los autores admiten, generalmente, que es una doble versión de la misma.

El sentido original del relato debió de ser una parábola, pues la actual alegorización cristiana es clara. En ella se censuraría a los “escribas” y jefes religiosos de Israel, a quienes se había confiado el tesoro de la doctrina y no la supieron administrar para el mesianismo, hasta impedir al pueblo recibir el don del reino (Lc 11:52). Si originariamente no se aludía al juicio final, se lo suponía en el transfondo.

La Iglesia primitiva la alegorizó, destacándose en ella dos direcciones: una es la parenética: por qué se le añade al que tiene más lo que se le quitó al que no produjo. Esta sorpresa está explícita en Lc (19:25-26). Tales son los planes de Dios (Mt 20:11-15): libres y misteriosos. Pero el acento principal, ya muy pronto, se centra en su enfoque parusíaco: hay que rendir los dones de Dios, pero en orden final a la parusía. Que haya un alerta vigilante en los fieles, aunque ésta se demore (2 Tes 2:1-2), haciendo rendir los “talentos” que Dios ha dado a cada uno. Que no haya desánimo porque ésta no sea inminente. Preocupación muy acusada en la primera generación cristiana.

G. Zevini, Lectio Divina (Mateo): Los talentos.

Verbo Divino (2008), pp. 477-483.

La Palabra se ilumina

Las diversas parábolas e imágenes que aparecen en el discurso escatológico ahondan en el tema bajo aspectos siempre nuevos. La parábola de los talentos considera la perspectiva de un tiempo prolongado de espera antes del retorno del Señor (v. 19); por eso nos enseña a vivir no solo con fidelidad (24,42-44), vigilancia y sabiduría amorosa (25,1ss), sino también con laboriosidad responsable y creativa, puesto que deberemos rendir cuentas de cómo hemos empleado los bienes que nos han sido confiados.

La parábola está centrada, efectivamente, en esa rendición de cuentas en la que se manifestará el corazón de cada uno de los siervos, dado que las realizaciones concretas nacen de la idea que nos hacemos del amo, de Dios. Los dos primeros siervos le recuerdan al cristiano que la gratuidad de Dios se convierte en tarea para el hombre; por eso hemos de invertir los bienes que nos ha confiado el Señor con sagacidad, a fin de entregárselos de nuevo con fruto. En consecuencia, hemos de vivir el Evangelio y anunciarlo a otros: se trata de un tesoro precioso que no debemos sepultar y volver ineficaz.

En el tercer siervo, sin embargo, se desenmascara la actitud del que, en la práctica, no cree en la bondad de Dios y considera que debe corresponder a sus pretensiones antes que a su amor de Padre (v. 24). La idea que nos hacemos de Dios genera, por consiguiente, un determinado comportamiento, al que corresponderá el desenlace final del hombre. El que con fidelidad amorosa se compromete a corresponder a la gracia recibida en lo poco de las cosas de este mundo, entrará en la alegría eterna de la comunión con Dios y de él obtendrá la autoridad sobre el mucho de los bienes incorruptibles (vv. 21.23). En cambio, el que considera al Padre un hombre duro y no se preocupa de hacer fructificar el Evangelio y los dones de la vida cristiana, se aleja ya desde esta vida del verdadero Dios, que es amor, y se arriesga a quedar privado para siempre del sumo bien (vv. 26-30).

La Palabra me ilumina

La parábola de los talentos, situada en el marco del discurso escatológico, nos invita a tomar conciencia de la grandeza de la llamada a la vida cristiana y de la responsabilidad que esa llamada comporta. En efecto, con frecuencia no nos damos cuenta de que el Padre nos ha confiado un tesoro inestimable, y dejamos inactivo y sin que de fruto el talento destinado a adquirir la vida eterna para nosotros y para muchos hermanos.

Detrás de la imagen del talento -que equivaldría aproximadamente a una suma millonaria- se oculta la suma de los dones de gracia que nos ha otorgado el Señor. No se trata, por tanto, de dones particulares de la naturaleza, como el talento artístico o musical, sino más bien de bienes poco llamativos, aunque de capital importancia: la fe, la esperanza y la caridad -virtudes teologales conferidas en el bautismo-, la posibilidad de escuchar la Palabra de Dios y de conocer al Señor Jesús, la vida sacramental, el don de la oración, de la comunidad eclesial…

Toda Palabra de Dios que escuchamos es parte de este ingente patrimonio. Tal vez éramos millonarios sin saberlo y por eso el Señor ha venido hoy a avisarnos con claridad: «Lleva cuidado, porque tendrás que dar cuenta de todo esto, pues te lo he confiado para el bien de tus hermanos: con ese tesoro debes construir el Reino de Dios para los otros». Jesús nos ha enseñado muchas cosas. Nos ha hablado como nadie lo ha hecho, indicándonos el camino de la vida. Nos ha dado su mismo Espíritu, a fin de que podamos vivir según la voluntad del Padre. Él murió para romper las cadenas que nos ataban al pecado y resucitó para estar con nosotros hasta el final de los tiempos. ¿Queremos frustrar su obra? Él nos ha dicho: «Perdonad y seréis perdonados» (cf. Mc 11,25) Éste es, por ejemplo, uno de los talentos que se nos ha confiado. Podemos sepultarlo o invertirlo: no nos faltarán las ocasiones concretas. Si optamos por hacerlo fructificar, el talento se multiplicará, porque el hermano al que hayamos perdonado podrá entrar también en la nueva lógica del amor más fuerte que la venganza y que el resentimiento. Si queremos invertir los tesoros con los que Dios nos colma cada día, estaremos entre aquellos pobres que hacen ricos a muchos (cf. 2 Cor 6,10). Esta fidelidad a la Palabra de Jesús en lo poco de los asuntos cotidianos nos adquiere el mucho de la vida eterna.

La Palabra en el corazón de los Padres

Con un poco de paciencia y con un mínimo de determinación, o -para decirlo mejor- con la ayuda del Dios vivo, somos nuevamente plasmados y renovados en el alma y en el cuerpo, y recibimos incluso aquello de lo que no somos dignos. Por la gracia de mi salvador Jesucristo, también yo, que soy el más mezquino e inútil de todos, he recibido mucho, pero es bueno proclamar con gratitud los beneficios de Dios, amigo del hombre.

Por gracia, en efecto, he recibido gracia, beneficio tras beneficio; al término de la ascensión, luz; y, por la luz, una luz más clara. Y después, en medio de ésta, resplandeció, fúlgido, el sol, y de él salió un rayo que me llenó por completo, y allí me quedé llorando lágrimas dulcísimas y admirando lo inexpresable.

El intelecto divino me instruía así: «¿Has visto a lo que te ha llevado mi poder, en mi amor por el hombre, gracias a un poco de fe y de amor, para confirmar tu caridad? He aquí que, aunque todavía sometido al dominio de la muerte, te has vuelto inmortal; mientras todavía habitas en el mundo estás conmigo, eres pequeño a la vista y contemplas lo invisible. Sí, soy yo quien te ha hecho pasar de la nada al ser».

Con temblor y alegría, respondí a estas palabras: «¿Quién soy yo, Señor, para que hayas fijado tu mirada en mí, pecador e impuro, y te hayas dignado conversar conmigo? Tú, que eres inmaculado, ¿cómo te muestras a mí accesible y dulce, y te presentas bellísimo con tu fulgurante gloria y gracia?».

Hermanos, conozco muchas cosas que son ignoradas por la mayoría; sin embargo, soy el más tosco de todos los hombres; me alegro porque Cristo, en quien he puesto mi fe, me ha entregado su Reino eterno. Estoy como un hijo ante él, a pesar de que no me atrevo a abrir la boca. Oigo que me dice: «Bien, siervo fiel…» y lo que sigue; sin embargo, me parece, a decir verdad, que no he guardado ni siquiera uno de los talentos que se me había dado.

Y cuando estoy más bajo que nadie, precisamente entonces me siento transportado por encima de los cielos y de nuevo me siento unido a Cristo, Dios nuestro, en la caridad. A él, una vez despojado de esta carne terrestre, espero acercarme todavía más (Simeón el Nuevo Teólogo, Le catechesi, Cittá Nuova, Roma 1995, 313- 315, passim).

Caminar con la Palabra

No debe dejar de tener un significado de fe la fatiga de cada día, si Cristo compara el Reino de Dios y su crecimiento con el trabajo que están llamados a desarrollar algunos siervos. Aparece una invitación y una entrega a cada uno de ellos. La actividad profesional no aparece, por tanto, separada de la llamada en el Reino, donde se participa con la propia persona, con el propio trabajo y con el propio compromiso. Todo esto es posible porque se ha concedido a los siervos una suma de dinero correspondiente a su capacidad. Disponer de la posibilidad de operar ya es para ellos un don, porque, de lo contrario, estarían obligados a permanecer inactivos. La fatiga de cada día es respuesta a una vocación que ofrece un sentido cristiano a la profesión. En consecuencia, debemos acoger el trabajo en el interior de una relación personal con Dios, que confiere una dimensión de fe al compromiso cotidiano. La entrega de dinero a los siervos no va acompañada de ninguna recomendación.

Dios quiere al hombre libre, responsable, creativo, o sea, capaz de descubrir con su propia inteligencia las posibilidades de negociar con los dones recibidos. El trabajo de los siervos durante la ausencia del amo es guiado por un sentido de vigilante espera. Podemos deducirlo del inmediato empleo de los bienes recibidos. Vigilar significa, por consiguiente, disponernos a hacer presentes, a través de nuestro propio compromiso diario y del encuentro con los otros, los signos de este mundo nuevo que nace en el amor, en la solidaridad entre las personas y en la transformación material de las realidades. La alegría definitiva del Reino—compartir la misma felicidad de Dios—no es tanto una recompensa al trabajo humano, que es ya un don en sí mismo, como un premio. Existe, en efecto, una desproporción entre el trabajo de los siervos y lo que reciben. Se pone así de relieve la libertad absoluta de Dios, que nunca se deja condicionar por los méritos, sino que va más allá de ellos (G. Gatti Genitori, vangelo vivo per i figli, Ancora, Milán 1982, 108-112, passim).

W. Trilling, El Nuevo Testamento y su Mensaje (Mt): Parábola de los talentos.

Herder (1980), Tomo II, Cf. pp. 285-289.

14 Es como un hombre, que, al irse de viaje, llamó a sus criados y les entregó su fortuna: 15 a uno le dejó cinco talentos, al otro dos, y al tercero uno, a cada cual según su capacidad, y se fue. Inmediatamente, 16 el que había recibido cinco talentos, se fue a negociarlos y ganó otros cinco; 17 igualmente, el que había recibido dos, ganó otros dos; 18 pero el que había recibido uno solo, se fue, hizo un hoyo en tierra y escondió el dinero de su señor. 19 Al cabo de mucho tiempo, vuelve el amo de aquellos criados y se pone a ajustar cuentas con ellos. 20 Se acercó el que había recibido los cinco talentos y presentó otros cinco, diciendo; Señor, cinco talentos me entregaste; mira, he ganado otros cinco. 21 Díjole su señor: ¡Muy bien, criado bueno y fiel! Fuiste fiel, en lo poco, te pondré a cargo de lo mucho: entra en el festín de tu señor. 22 Se le acercó también el de los dos talentos y dijo: Señor, dos talentos me entregaste; mira, he ganado otros dos. 23 Díjole su señor: ¡Muy bien, criado bueno y fiel! Fuiste fiel en lo poco, te pondré a cargo de lo mucho: entra en el festín de tu señor. 24 Se acercó también el que había recibido un solo talento y dijo: Señor, sé que eres hombre duro, que cosechas donde no sembraste, y recoges donde no esparciste. 25 Y como tuve miedo, fui y escondí en la tierra tu talento. Aquí tienes lo tuyo. 26 Pero su señor le contestó: ¡Criado malo y perezoso! ¿Conque sabías que cosecho donde no sembré, y recojo donde no esparcí? 27 Pues por eso tenías que haber llevado mi dinero a los banqueros, para que, a mi vuelta, yo recuperara lo mío con sus intereses. 28 Quitadle ese talento, y dádselo al que tiene los diez. 29 Porque a todo el que tiene, se le dará y tendrá de sobra; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. 30Y a ese criado inútil, arrojadlo a la obscuridad, allá afuera. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.

Esta parábola coincide en parte con la del criado fiel y sensato que hemos leído hace poco (24,45-51). Allí como aquí confía el señor a sus criados determinados encargos para el tiempo de su ausencia. Lo que importa es que cumplan fielmente la voluntad de su señor. Pero aquí se añade algo nuevo. No sólo se deben llevar a cabo terminantes encargos, sino que los criados deben trabajar con independencia de acuerdo con el deseo de su señor. Las grandes sumas de dinero no son repartidas para ser conservadas, para preservarlas del robo o de otros daños, sino para que sean empleadas con el fin de obtener una ganancia. En esto la parábola de los talentos sobrepasa la del criado fiel. No basta llevar a término un encargo de trazos muy concretos, sino que es preciso estar deseoso de aumentar los bienes con la iniciativa y el riesgo personal.

La magnitud de la suma entregada es diferente en cada caso y se mide según la capacidad de los distintos criados. Recibe más el que ya se había acreditado y ha sido hasta ahora fiel y diligente en el servicio de su señor. El dueño se promete el mayor éxito posible de esta gradación. Cada uno recibe según la aptitud, uno de ellos cinco talentos, otro dos, el tercero uno (un talento es una suma enorme de capital, unos 10.000 dólares, pero el poder adquisitivo aún es cuatro veces mayor). En este reparto el dueño tampoco se ha engañado, porque los dos primeros obtienen tanta ganancia cuanto fue el dinero que se les confió, el primero cinco talentos, el segundo dos. Sólo el tercero le decepciona y esconde el dinero en el jardín para tenerlo en lugar seguro, pero no hace el menor esfuerzo por aumentarlo.

Se recalca que el señor regresa al cabo de mucho tiempo. Aquí también resuena lo que sorprende en esta venida. Los criados se hubiesen podido simplificar el trabajo cuanto más tiempo transcurriese, o también olvidarse del regreso. Aunque sea después de mucho tiempo, el señor parece venir de forma imprevista (cf. antes, 24,50; 25,6.13).

Ahora se ajustan las cuentas. Cada uno tiene que decir dónde se encuentra el dinero que se le había confiado, e indicar la ganancia obtenida. El primero y el segundo pueden hacerlo con la conciencia tranquila, porque se han esforzado con diligencia. Sólo el tercero ha de confesar que no ha hecho ningún trabajo. Más aún, insulta al señor con insolente osadía diciendo que se hubiese enriquecido injustamente, si ahora le restituyera el talento con ganancia. Ha interpretado mal la manera de proceder de su señor, no tomándola como expresión de su confianza, sino como indecorosa codicia. No solamente le faltaba el celo en la acción, sino que ya antes le faltaba comprender bien a su señor. Pero el señor no acepta los reproches, ya que el criado por lo menos hubiese podido tomarse la molestia de llevar el dinero al banco, para que allí produjera intereses. Los dos primeros son recompensados ubérimamente. el tercero es castigado con una gravedad espantosa.

Notamos que el relato que sirve de base a esta parábola está fuertemente orientado de acuerdo con la enseñanza religiosa que el evangelista cree que de él se desprende. Propiamente se habla sólo de que los criados deben restituir, con la ganancia obtenida, lo que se les ha confiado. Y en la reprimenda del tercero se dice que se dé su único talento al que ya posee diez. Así pues ¿los talentos han pasado a ser propiedad de los criados? Así es. El hombre recibe de su señor el talento como don que debe hacer fructificar en su vida. Al que tiene mucho, se le exige mucho; al que tiene poco, se le pide poco. Pero el señor espera que cada uno trabaje con lo suyo, que no solamente lo administre fielmente, sino que lo aumente.

El relato se interrumpe de la forma más sorprendente con la remuneración y el castigo. Primero sólo se puede deducir de un modo indirecto quién es el que se presenta súbitamente y de qué se trata en el ajuste de cuentas. Pero luego se dice directamente que los dos primeros deben entrar en el festín de su señor. De acuerdo con la parábola se esperaría que estos dos criados «fueran puestos a cargo de lo mucho», es decir recibieran empleos más responsables, después de haberse acreditado. Pero esta recompensa del festín es la verdadera recompensa de la vida, es la recompensa que ya no se hace depender de que sea nuevamente confirmado en una posición más elevada. El festín del señor es la participación de su soberanía en el reino de Dios. El castigo del criado perezoso tampoco consiste solamente en que se le quite lo que se le había cedido, sino en que sea arrojado «a la obscuridad, allá afuera». Éste también es un destino inapelable, que ya no se hace depender de una nueva ocasión.

Así pues, el contenido religioso de la parábola se aclara de modo que vemos expuesto en el relato el hecho del juicio. Debemos examinar la parábola y referirla a la propia vida. Cuando Jesús habla del juicio, se yuxtaponen dos series de pensamientos. Una de ellas ve el juicio por parte de la libertad ilimitada y de la misericordia de Dios, que sobrepasa toda medida humana. Así se ve el juicio, porque se confía absolutamente en Dios, para quien todo es posible, inclusa la salvación de una vida que de suyo estaba perdida (19,26). Por otra parte, en san Mateo se insiste con el máximo vigor en cuánto importa el propio obrar, sobre todo el amor. Es preciso poner en obra la justicia en el amplio sentido que hemos encontrado 96. El Hijo del hombre vendrá en la gloria de su padre y dará a cada uno «conforme a su conducta» (16,27). Sólo puede ser aceptada por Dios la fe vivida y realizada, no la confesión de los labios. Sólo puede tener esperanza de entrar en el reino de Dios el que ejercita con fidelidad su cargo de administrador, el que lleva consigo aceite en abundancia para las lámparas y el que está vestido con el traje de boda. En esta segunda serie de pensamientos está nuestra parábola, así como la siguiente descripción del juicio final.

La declaración peculiar que se añade a los otros textos a partir de 24,37 es que Dios espera que fructifiquemos de acuerdo con la capacidad que ha sido asignada a cada uno. No solamente es preciso en general producir frutos de justicia, hacer «buenas obras», ejercitar el amor, sino que cada uno tiene que esforzarse en obrar según las aptitudes que le han sido concedidas. Claro está que esta exigencia siempre excede ampliamente aquello para lo que se estaba dispuesto y de lo que se era capaz. Pero aquí tampoco hay correspondencia exacta entre las obras y el premio, sino una exigencia que en el fondo es inmensa, como sucede con el amor (cf. 5,43-48). Por eso el premio no es mezquino tampoco, ni guarda proporción con las obras, sino que es sobreabundante y mucho mayor en todos los conceptos: Te pondré a cargo de lo mucho; entra en el festín de tu señor.


Notas

[96] Cf. lo que se dice acerca de 5,20; 6,33; 21,32.

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