Mateo 25, 1-13 – Evangelio comentado por los Padres de la Iglesia

1 Entonces se parecerá el reino de los cielos a diez vírgenes que tomaron sus lámparas y salieron al encuentro del esposo. 2 Cinco de ellas eran necias y cinco eran prudentes. 3 Las necias, al tomar las lámparas, no se proveyeron de aceite; 4 en cambio, las prudentes se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. 5 El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. 6 A medianoche se oyó una voz: “¡Que llega el esposo, salid a su encuentro!”. 7 Entonces se despertaron todas aquellas vírgenes y se pusieron a preparar sus lámparas. 8 Y las necias dijeron a las prudentes: “Dadnos de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas”. 9 Pero las prudentes contestaron: “Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis”. 10 Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. 11 Más tarde llegaron también las otras vírgenes, diciendo: “Señor, señor, ábrenos”. 12 Pero él respondió: “En verdad os digo que no os conozco”. 13 Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora».

Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)

Santa Teresa-Benedicta de la Cruz [Edith Stein], religiosa

Escritos: La mujer y su destino

«¡Que llega el Esposo! Salid a su encuentro» (Mt 25,6).

La unión del alma con Cristo es diferente de la comunión entre dos personas terrestres: empieza con el bautismo y se refuerza constantemente con los demás sacramentos; es una integración y una inyección de sabia –como nos lo dice el
símbolo de la vid y los sarmientos (Jn 15). Esta unión con Cristo comporta un acercamiento de cada uno de los miembros con todos los demás cristianos. Así la Iglesia toma la figura de Cuerpo místico de Cristo. Este Cuerpo es un cuerpo viviente y el espíritu que lo anima es el espíritu de Cristo, el cual, partiendo de la cabeza se desliza hacia todos los miembros; el espíritu que emana de Cristo es el Espíritu Santo, y la Iglesia es, pues, el templo del Espíritu (cf 1C 6,19).

Pero, a pesar de la real unión orgánica de la cabeza y del cuerpo, la Iglesia se mantiene al lado de Cristo como una persona independiente. Y como Hijo del Padre eterno, Cristo vivía ya antes del principio de los tiempos y antes que existiera la existencia humana. Por el acto de la creación, la humanidad vivía ya antes que Cristo tomara su naturaleza y fuera integrado a ella. Por su encarnación le trae su vida divina. Por su obra de redención, la ha hecho capaz de recibir la gracia… La célula primitiva de esta humanidad rescatada es María: es en ella que, por primera vez, tiene lugar la purificación y la santificación a través de Cristo, ella es la primera que ha quedado llena del Espíritu Santo. Antes que el Hijo de Dios naciera de la Virgen santa, creó a esta Virgen llena de gracia y, en ella y con ella, a la Iglesia. Y es por eso que, siendo una criatura distinta de él, se mantiene a su lado, aunque indisolublemente unida a él.

Toda alma purificada por el bautismo y elevada al estado de gracia es, por esto mismo, creada por Cristo y nacida para Cristo. Pero es creada en la Iglesia y nace por la Iglesia… Por eso la Iglesia es la madre de todos aquellos a quienes está destinada la redención. Lo es por su unión íntima con Cristo y porque se mantiene a su lado en calidad de ‘Sponsa Christi, Esposa de Cristo, para colaborar en su obra de redención.

San Antonio de Padua, presbítero y doctor de la Iglesia

Sermón: Invitados a bodas.

Sermones para los domingos y fiestas de los santos.

«¡Que llega el Esposo!» (Mt 25,6).

Entre Dios y nosotros reinaba una grave discordia. Para pacificarla, para llevarla a buen entendimiento, ha sido necesario que el Hijo de Dios se desposara con nuestra naturaleza… El Padre consintió y envió a su Hijo. Éste, en el lecho nupcial de la Bienaventurada Virgen, unió nuestra naturaleza a la suya. Son éstas las bodas que el Padre preparó para su Hijo. El Verbo de Dios, dice Juan Damasceno, tomó todo lo que Dios había puesto en nuestra naturaleza: un cuerpo y un alma dotada de razón. Lo ha tomado todo para salvarme enteramente por su gracia. La Divinidad se abajó hasta este desposorio; la carne no podía acabar con un desposorio más glorioso.

Aún otras bodas se celebran, cuando sobreviene la gracia del Espíritu Santo para convertir a un alma pecadora. Se lee en el profeta Oseas: «Voy a volver a mi primera esposa, entonces me iba mejor que ahora.» (cf 2,9). Y más adelante: «Ella me llamará: «Marido mío», y no me llamará más: «Dueño mío». Yo quitaré de su boca los nombres de los ídolos… Haré en su favor un pacto…» (v. 18-20). El Esposo del alma es el Espíritu Santo, a través de su gracia. Cuando por una inspiración interior invita al alma a la penitencia, se desvanecen todas las llamadas de los vicios. El dueño que dominaba y devastaba al alma, es el orgullo que quiere mandar, es la gula y la lujuria que lo devoran todo. Incluso sus nombres son quitados de la boca del penitente… Cuando la gracia se derrama en un alma y la ilumina, Dios hace alianza con los pecadores; se reconcilia con ellos… Es entonces cuando se celebran las bodas del esposo y de la esposa en la paz de una conciencia pura.

Finalmente, otras bodas se celebrarán en el día del juicio, cuando vendrá el Esposo, Jesucristo. «¡Que llega el Esposo, se dice, salid a recibirlo!». Entonces tomará con él a la Iglesia, su esposa. «Ven, dice san Juan en el Apocalipsis, que te voy a enseñar a la Esposa del Cordero. Me mostró la Ciudad Santa de Jerusalén, que bajaba del cielo». (21,9-10)… Ahora vivimos en el cielo por la fe y la esperanza; pero poco tiempo después, la Iglesia celebrará sus bodas con su Esposo: «Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero» (Ap 19,9).

San Agustín, obispo y doctor de la Iglesia

Sermón: No vivas de los elogios de los hombres.

Sermón 93.

«Las vírgenes se despertaron y prepararon sus lámparas» (Mt 25,7).

El Esposo viene precedido de un clamor a medianoche. ¿Qué clamor es éste? Aquel del que habla el Apóstol: «En un abrir y cerrar de ojos, al sonido de la última trompeta. Sonará la trompeta; los muertos resucitarán incorruptos y nosotros seremos transformados» (1 Cor 15,52) y, como dice el apóstol san Juan: «Llegará el momento en que todos los que están en los sepulcros oirán su voz y saldrán» (5,28-29).

¿Que quieren decir estas palabras: “no llevaban aceite en sus lámparas»? En su vaso, es decir en su corazón… Las vírgenes insensatas, que no han llevado el aceite con ellas, han procurado complacer a los hombres por su abstinencia y por sus buenas obras, que simbolizan las lámparas. Ahora bien, si el motivo de sus buenas obras es el de complacer a los hombres, no llevan el aceite con ellas. Pero vosotros, llevar este aceite con vosotros; llevadlo en vuestro interior donde sólo mira Dios; llevad allí el testimonio de una buena conciencia… Si evitáis el mal y hacéis el bien para recibir los elogios de los hombres, no tenéis aceite en el interior de vuestra alma…

Antes de que estas vírgenes se durmieran, no dice que sus lámparas estén apagadas. Las lámparas de vírgenes sensatas brillan con un vivo resplandor, alimentadas por el aceite interior, por la paz de la conciencia, por la gloria secreta del alma, por la caridad que la inflama.

Las lámparas de las vírgenes necias también brillan, y ¿por qué brillan? Porque su luz era mantenida por las alabanzas de los hombres. Cuando se han levantado, es decir, en la resurrección de los muertos, han empezado a disponer sus lámparas, es decir, a preparar la cuenta que debían rendir a Dios de sus obras. Sin embargo, entonces no hay nadie para alabarlas… Buscan, como lo han hecho siempre, brillar con el aceite de otros, vivir de los elogios de los hombres: «Dadnos de vuestro aceite, porque nuestras lámparas se apagan».

San Gregorio Magno, papa y doctor de la Iglesia

Homilía: Importancia del aceite.

Homilías sobre los evangelios, 12 : PL 76, 1119-1120.

«Nuestras lámparas se apagan» (cf. Mt 25,8).

«Las cinco vírgenes insensatas, al coger sus lámparas, habían olvidado llevarse con ellas el aceite; por el contrario, las sensatas junto con sus lámparas traían aceite en jarros.» Aquí el aceite quiere significar el resplandor de la gloria; los jarros, son los corazones dentro de los cuales llevamos todos nuestros pensamientos. Las vírgenes prudentes llevan aceite en sus jarros, porque guardan dentro de su conciencia todo el resplandor de su gloria, tal como lo dice san Pablo: «Nuestra gloria es el testimonio de nuestra conciencia» (2Co 1,12). Las vírgenes insensatas, por el contrario, no llevan el aceite con ellas porque no llevan su gloria en lo secreto de su corazón, es decir, ellas piden su gloria a las alabanzas de otros.

«Pero a medianoche, se oye un grito: ‘¡Mirad que llega el Esposo, salid a su encuentro!’». Y todas las vírgenes se levantan. Pero las lámparas de las vírgenes insensatas se apagan porque sus obras, que a los ojos de los hombres y de lejos parecían resplandecientes, por dentro, a la llegada del Juez, no son más que tiniebla; no reciben de Dios ninguna recompensa, puesto que han recibido ya de los hombres las alabanzas que querían.

Santa Gertrudis de Helfta, monja benedictina

Ejercicios: ¿Cuándo me colmarás de ti?.

Ejercicios, n° 5: SC 127.

«¡Qué llega el esposo! salid a recibirlo!» (Mt 25,6).

Mi Dios, mi dulce Noche, cuando me llegue la noche de esta vida, hazme dormir dulcemente en ti, y experimentar el feliz descanso que has preparado para aquellos que tú amas. Que la mirada tranquila y graciosa de tu amor, organice y disponga con bondad, los preparativos para mi boda. Con la abundancia de tu amor, cubre… la pobreza de mi vida indigna; que mi alma habite en las delicias de tu amor, con una profunda confianza.

¡Oh amor, eres para mi una noche hermosa, que mi alma diga con gozo y alegría a mi cuerpo un dulce adiós, y que mi espíritu, volviendo al Señor que me lo dio, descanse en paz bajo tu sombra. Entonces me dirás claramente… “Que viene el Esposo: sal ahora y únete a él íntimamente, para que te regocijes en la gloria de su rostro” …

¿Cuándo, cuándo te me mostrarás, para que te vea y dibuje en mi, con deleite, esta fuente de vida que tú eres, Dios mío? (Isaías 12,3) Entonces beberé, me embriagaré en la abundante dulzura de esta fuente de vida de donde brotan las delicias de aquel que mi alma desea (Sal 41,3) ¡Oh, dulce rostro, ¿cuándo me colmarás de ti? Así entraré en el admirable santuario, hasta la visión de Dios (Sal 41,5); no estoy más que a la entrada, y mi corazón gime por la larga duración de mi exilio. ¿Cuándo me llenarás de alegría en tu rostro dulce? (Salmo 15,11) Entonces contemplaré y abrazaré al verdadero Esposo de mi alma, mi Jesús… Entonces conoceré como soy conocida (1 Corintios 13,12), amaré como soy amada; entonces te veré, Dios mío, tal como eres (1 Jn ,:2), en tu visión, tu felicidad y tu posesión bienaventurada por los siglos.

Comentarios a la Biblia Litúrgica (NT): Las diez vírgenes

Paulinas-PPC-Regina-Verbo Divino (1990), pp. 1085-1087.

La parábola se refiere a la segunda venida de Cristo. Describe la situación de los que viven, en la esperanza, el tiempo intermedio entre la resurrección y la parusía del Señor (en todo caso es conveniente recordar para la precisión del significado de la “parusía” lo que dijimos en nuestro comentario a 24,4-13). El contexto en el que Mateo ha encuadrado la parábola pone claramente de relieve su intención. Y, por si no quedase claro, añade las palabras finales: ” Vigilad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora” (v. 13).

Para comprender la enseñanza parabólica debemos partir del supuesto que el reino de los cielos no es comparado con diez vírgenes, sino con la celebración solemne de una boda. Solemnidad que destaca en el último momento. En el que la consumación del mundo-juicio final juegan un papel decisivo, aunque, por supuesto, no exclusivo (pero ahora la referencia se hace a este momento). Precisamente por esto, el reino puede ser comparado con la sala del festín donde entran las jóvenes sensatas. La introducción de la parábola debiera ser, pues, la siguiente: “ocurre con el reino de los cielos como con diez vírgenes… invitadas a un banquete de boda”.

De modo análogo a la parábola del traje de boda, nos habla también ésta de la necesidad de estar preparados para poder participar en el banquete. Supuesta, pues, la comparación del reino con una boda, el centro del interés y del mensaje parabólico recae sobre la necesidad de la preparación.

La boda se celebra, todavía hoy, en Palestina con esa pompa última de la conducción de la novia a casa de los padres del novio. Las diez vírgenes o, más bien, diez jóvenes —la parábola no intenta darnos una lección sobre la virginidad— debían esperar, bien en casa de la novia o bien en sus inmediaciones. El número de las que esperan, cinco sensatas y cinco necias, no tiene significado alguno. La distinción entre ellas se halla exigida por la narración parabólica; es simplemente funcional.

Para que la comparación alcance su punto culminante y su centro de interés, son necesarias dos cosas: el retraso del novio y el sueño de las que esperan. Pero entendámoslo bien. La insensatez de las vírgenes calificadas de necias no está en haberse dormido. Se durmieron todas. La verdadera culpa está en que no iban preparadas para su misión. No habían contado con un posible retraso del novio. Y, en consecuencia, no se habían provisto del aceite suficiente.

Inesperadamente llega el novio. Ante el grito que anuncia su presencia, todas avivan sus lámparas. Es entonces cuando tiene lugar el sobresalto de las necias. No tienen bastante aceite para mantener encendidas sus lámparas hasta llegar, acompañando al novio, a su casa. Las prudentes se niegan a dárselo. No por egoísmo. Su negación es otro rasgo parabólico para hacernos comprender que la preparación requerida es personal e insustituible. Las mandan a comprarlo. En esta recomendación tampoco debe verse egoísmo ni ironía por parte de las vírgenes prudentes. Cierto que, durante la noche, no encontrarían abiertas las tiendas. Pero es necesario, para la narración, que, al llegar el novio, falten parte de las que debían esperarlo. Por eso, la parábola recurre a este artificio. Mientras ellas van a comprar el aceite, llega el novio y se cierra la sala del festín.

La seriedad del momento presente exige una preparación personal e inaplazable. A la hora menos pensada llega el novio. Solamente aquéllos en cuyas lámparas existe aceite suficiente, solamente aquéllos que se hallen preparados en el momento crítico de su venida, podrán entrar en la sala del festín. El retraso, la falta de preparación, implica la exclusión definitiva del reino. Una vez que la puerta haya sido cerrada es inútil insistir. La respuesta será la misma que oyeron las vírgenes necias: “en verdad os digo que no os conozco”.

Bastin-Pinckers-Teheux, Dios cada día: La sabiduría es amorosa

Siguiendo el Leccionario Ferial (4). Semanas X-XXI T.O. Evangelio de Mateo.
Sal Terrae (1990), pp. 398-399.

1 Corintios 1, 17-25.

La epístola arroja luz sobre las dificultades encontradas por la misión cristiana cuando esta penetra en el medio helenístico. Los Corintios, como los demás griegos, eran apasionados de la filosofía; además, el carácter cosmopolita de la ciudad había favorecido la proliferación de escuelas. Las gentes de Corinto buscaban, pues, una doctrina satisfactoria para la inteligencia. En este aspecto, no se diferenciaban demasiado de los judíos, siempre al acecho de signos que les garantizaran la verdad del Evangelio. En el fondo, unos y otros establecían la condición previa de una garantía humana.

También se le reprochaba a Pablo su falta de elocuencia; al parecer, su predicación en Corinto, palidecía frente a la de Apolo, brillante retórico alejandrino. Pero el lenguaje que habla Pablo es otro: el de la cruz. No desprecia la curiosidad humana, pero tampoco cree que la sabiduría divina sea objeto de un razonamiento. Para él, dicha sabiduría es de un orden distinto del de las categorías humanas; le ha sido dada al hombre, y éste debe acogerla en su corazón. Está perfectamente expresada en la cruz de Jesucristo, signo de un amor totalmente entregado, y signo también de que la grandeza se halla en la pequeñez. ¿Puede la sabiduría del mundo comprender esto por sí misma?

Salmo 32.

El salmo 32, del género hímnico, celebra las obras de Dios, cuyos pensamientos son distintos de los de los hombres; por eso puede “deshacer los planes de las naciones y frustrar los proyectos de los pueblos”.

Mateo 25,1-13.

Sucede con el Reino como con una boda. Frecuente en la Biblia, esta comparación expresa la alianza de Dios con su pueblo. Pero, hoy, el Esposo es el Hijo amado, y la Esposa la Iglesia. Diez jóvenes doncellas simbolizan la espera de la comunidad cristiana.

Son diez y llevan cada una su lámpara, antorchas impregnadas de aceite para danzar en las bodas del Esposo. El signo del aceite es particularmente sugerente. En el judaísmo, significaba a la vez las buenas obras y la alegría de la acogida; en la parábola, da la medida del amor de las que velan. En efecto, si el Esposo despide a las jóvenes que no fueron previsoras, no es tanto por su retraso como porque tuvieron que recurrir a los mercaderes para renovar su provisión. ¡Pobre amor, el que ha sido descubierto en el fondo de una tienda!

El amor es una vigilancia cotidiana. El número diez lo expresa perfectamente, ya que simboliza la acción humana (los diez dedos de las manos). Ahora bien, es en la vida cotidiana donde se acerca el Esposo, a los hombres que trabajan en el campo (24,40) y a las mujeres que se afanan en el molino (24. 41). Pero viene también en medio de la noche: la noche de los tiempos escatológicos, la de Pascua, que ha visto el despertar del primogénito.

Avispado o estúpido: este tema vuelve sin cesar en la Biblia, y, al concluir el sermón de la montaña, Mateo había dado ya el ejemplo del hombre que construye sobre roca y sobre arena.

***

Los judíos piden signos, milagros admirables, pruebas. Los griegos reclaman sabiduría, razonamientos, lógica. El Evangelio nos propone diez vírgenes… Es más, cinco de ellas son necias. Unas vírgenes que velan o se duermen, porque la boda se retrasa… En verdad, ¡algo debe haber de la locura de Dios en el Evangelio! ¿Por qué, si no, la proclamación del Evangelio tiene que complicarse con la historia de un esposo y unas lámparas de aceite? Aún hoy, muchas mentes serias reclaman una auténtica sabiduría, una inteligencia y un catecismo sólidamente estructurados… ¡No historias de jovencitas!

¿Qué es la proclamación del Evangelio? ¡La cruz de Cristo, responde san Pablo, y nada más! Pero también la cruz es una historia… Bien sé que los catecismos han hecho de ella una teoría de la redención, pero la cruz de Jesucristo es, sobre todo, una historia de la carne y la sangre de un hombre que amó hasta el final y que en su propia historia nos reveló el rostro de Dios. Recuérdese además, que al pie de la cruz había, sobre todo, mujeres… Y la primera proclamación del Evangelio fue la de María Magdalena, una mujer, seguramente enamorada. ¿Entonces? ¿No están también enamoradas las vírgenes del Evangelio ‘las previsoras’, que son capaces de velar hasta la madrugada por el esposo?

El Evangelio no es una doctrina; es una llamada a amar, porque es la Palabra del Dios del amor. Una doctrina que dijera otra cosa distinta no sería cristiana. No se dará a los hombres otra señal que la que fue dada a María Magdalena; no se propondrá ninguna otra sabiduría que la de las jóvenes vírgenes de la boda, pues a Dios le plugo revelarse al hombre como un Esposo; la fe es una Alianza y su manifestación una fiesta. Expuesto sobre la cruz, el Hijo de Dios amó a la Iglesia hasta entregarle su cuerpo; con su sangre, derramada por la multitud, santificó a su Esposa y la invitó a la fiesta de la eterna alianza, llamada Eucaristía.

¡Locura de Dios manifestada en ese instante en el que los sabios de este mundo no vieron más que la triste historia de un condenado a muerte! Pero, durante toda la noche, unas jóvenes estuvieron en vela, alimentando su fidelidad de la fuente del amor. En la aurora de la Pascua, una de ellas fue al jardín, y allí, en el encuentro con el amor, reconoció al Esposo que venía. Toda la vocación de la Iglesia estaba inscrita en aquel momento en que el Señor dijo a la amada: ¡María!

***

Sabiduría que desafía a la razón,
tú te revelas, Señor,
en el corazón que vela por amor.
Mantennos vigilantes
al pie de la cruz
sobre la que te entregas por amor.
Que nuestro corazón
acuda cada mañana a la cita,
para escuchar de tu amor
la única palabra que tú nos dices:
nuestro nombre, unido al tuyo,
para una alianza eterna.

Biblia Nácar-Colunga Comentada

Parábola de las Diez vírgenes, 25:1-13.

Se continúa con el “bloque” de relatos sobre la “vigilancia.” Aquí parecen orientados más estos temas en orden a la parusía.

Según las costumbres de entonces, los actos de una boda comenzaban a la puesta del sol. La novia esperaba en su casa, rodeada de amigas, la llegada del novio, que venía a buscarla, acompañado del grupo de sus amigos o “paraninfos,” que en Judea parece eran dos, y con todo el resto del grupo de familiares y demás amistades la llevaban, unidos los dos cortejos, a casa del esposo, en la que viviría. Todo este cortejo se realizaba con antorchas y cantos festivos. La esposa llevaba su cabeza ceñida de una corona y era llevada en una litera a casa de su esposo. Este y los suyos rodeaban la litera. Tanto los amigos del esposo como las amigas de la esposa iban entonando cánticos festivos y alusivos a los mismos. A la llegada del cortejo se celebraba el banquete de bodas .

Mt presenta un cortejo de diez “vírgenes” (παρθένας). El número es puramente convencional y elegido para darle un valor simétrico, y con la expresión “vírgenes” trata de expresarse el ser jóvenes no casadas, que eran las que habían de acompañar a la esposa.

La lectura de la Vulgata, que “salieron al encuentro del esposo” (et sponsae), no es lectura genuina . El esposo, con su cortejo, tardaba, lo que es un rasgo irreal, pues ya todos estos actos están demasiado cronometrados, y siempre en un cortejo de éstos, que es de una duración muy pequeña, no viene a suceder — lo que supone una tardanza muy larga — que estas vírgenes se “adormilasen y se durmiesen.” Rasgo irreal, pues ya habían salido, y nada se dice si se duermen en el camino o se volvieron a casa. Y es increíble que se puedan dormir las “compañeras” de la esposa mientras la han de acompañar en toda su fiesta y espera. Es rasgo ambientalmente irreal, pero literaria y doctrinalmente real, que interviene en la enseñanza.

De estas diez vírgenes, cinco de ellas eran “imprevisoras” (μωραι)· El término griego tiene varios significados — embotado, tardo, fatuo, estulto, imprudente, etc. —, pero aquí, en contraposición a las otras, que se las califica, por su previsión, de “prudentes” (φρόνιμοι) ο “previsoras,” el significado que conviene a las primeras es de “imprevisoras” o imprudentes. Todas ellas salieron al encuentro del cortejo del esposo, el cual también se omite en la descripción, mirando sólo a destacar la comparación alegórica del esposo, y llevando con ellas, pues, conforme al uso, cía de noche, “lámparas” (λαμπάδας). Estas lámparas se las supone, ordinariamente, conforme al pequeño tipo de “lucernas” de barro, de las que se encuentran con tanta abundancia en las excavaciones de Palestina. Pero, así valoradas, parece ser otro rasgo irreal. Pues no se ve cómo unas lucernas tan pequeñas pueden servir para alumbrar ampliamente el camino de un cortejo nupcial. Ordinariamente se usaban altas antorchas. Zorell ha propuesto que con el término de estas lucernas, aquí usado, se significa, como en otros muchos pasajes — clásicos y papiros —, las teas que se usaban en estos cortejos .

Estas jóvenes “imprevisoras” no tomaron, con sus lucernas o sus teas, una vasija donde llevar el aceite de repuesto. Zorell hace ver cómo, en su hipótesis, según las costumbres actuales de Belén, estas “teas” llevan en su extremidad superior telas impregnadas en aceite, y para repostarlas han de llevarse también vasijas con aceite, de repuesto .

En el resto del relato hay una serie de rasgos irreales: el que se “duerman” esperando al cortejo del esposo; el que las lucernas o teas se hubiesen apagado y no calculasen la necesidad de repuesto; el ir a medianoche a “comprar” aceite; el que se hubiese “cerrado” la puerta tras el cortejo, y el que tengan estas jóvenes poco previsoras que “llamar” a la puerta y al “esposo” para que les abra; ni le llamarían “señor,” pues eran familiares o gentes amigas. Y la respuesta del mismo: “No os conozco”; y el que las “prudentes” reprochan su descuido a las otras: no es alegría familiar.

Expuesto el cuadro de esta parábola, la doctrina que con ella se enseña aquí es ésta: “Vigilad, porque no sabéis el día ni la hora” de la venida final del Hijo del hombre. Es adición parenética que se gusta añadir a las parábolas (Mt 24:42; Mc 13:35).

Pero a través de esta enseñanza final y de los rasgos irreales que en ella se acusan se ve en varios elementos un valor alegórico. Éstos pueden ser los siguientes:

El “esposo” es Jesucristo (Ap 19:6ss.9).

Su venida inesperada, su venida en la parusía.

Las vírgenes “previsoras,” las almas preparadas para la parusía.

Las vírgenes “imprevisoras,” las almas no preparadas para esa hora. Parece que también se ve en éstas a Israel, mientras en las “previsoras” a los gentiles: sería un cierto contraste global ante los hechos.

Las vasijas de aceite de repuesto y el prepararlas al despertar indica la solicitud de estas almas y su preparación y su “vigilar” en orden a la parusía.

También se destaca en la parábola que la actitud de vigilancia, actitud espiritual en orden a esta preparación parusíaca, no basta con un asistir, sin más, a este cortejo, aquí nupcial, allí parusíaco, sino que hay que tener esta previsión de repuesto, que es cooperar de una manera muy directa para poder intervenir o sumarse a él. Esta preparación es personal; cada una de estas vírgenes “previsoras” ha cooperado y se ha preparado. Y para esto hace falta que esta preparación religiosa sea no sólo actual, sino, como alguien ha dicho, “habitualmente actual.” Ya que el esposo puede llegar inesperadamente. No basta tampoco un simple clamar, como estas jóvenes “imprevisoras”; se exigen las obras de toda una vida (Mt 7:21-23). Ningún comentario mejor a este propósito que las mismas palabras de Jesucristo, cuando dice: “No todo el que dice: ¡Señor, Señor! entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: ¡Señor, Señor! Yo entonces les diré: Nunca os conocí” (Mt 7:21-23). Es todo ello la necesidad de las obras, en los mayores, en la vida cristiana para el premio e ingreso en el cielo. La parábola siguiente lo confirmará.

Si literariamente esta parábola mira a la parusía final; si esta parusía tiene una perspectiva que será, históricamente, definida y concreta, no obstante, conceptualmente, en el intento de Cristo, todo el tiempo anterior a ese momento es tiempo de preparación parusíaca. Se está ya en “la hora postrera” (1 Jn 2:18; cf. Act 2:17), y en ella, si la muerte sorprende antes de su venida, como sucedió a tantos que oyeron estas palabras de Cristo, no dejó de ser su vida, así enfocada, una preparación también para la venida final de Cristo. Todo cabía, en la perspectiva real de Cristo, como preparación para esta venida .

La parábola, como se ha visto, tiene un marcado enfoque de matices a la parusía, preocupación de la Iglesia primitiva, a la que representaba en fuerte tensión expectante en las diez vírgenes. Por otra parte, esta mezcla de vírgenes “prudentes” y “necias,” como la mezcla temporal eclesial de “buenos” y “malos,” es tema de Mt.

Originariamente la narración debió de ser el relato parabólico de un banquete, acaso de bodas, con la llegada inesperada del esposo. Lo repentino suele ser signo de acontecimiento grave o catastrófico — v.g., el diluvio, el dueño que retorna de viaje —. El acento debió de versar sobre lo súbito e inesperado que tendría la parusía. El alerta de vigilancia era una conclusión, original o adventicia, que se imponía.

La Iglesia primitiva la aplicó a sus fieles, y la alegorizó conforme a su uso, ante el mejor conocimiento de la doctrina y hechos. Pero el valor fundamental que tuvo en boca de Cristo permanece, aunque también parece percibirse el valor “moralizante” de la misma en la iglesia de Mt.

G. Zevini, Lectio Divina (Mateo): Las diez vírgenes

Verbo Divino (2008), pp. 469-475.

La Palabra se ilumina

La parábola de las diez vírgenes que esperan la venida del esposo presenta, más allá de su aparente simplicidad, numerosos problemas exegéticos, pero, a pesar de todo, éstos no impiden captar el mensaje de fondo. La escena está ambientada en el último día de los festejos según los usos matrimoniales palestinos, cuando, a la puesta del sol, el novio va con los «amigos del esposo» a la casa de la esposa, donde hacían fiesta las «vírgenes», es decir, las compañeras y amigas de ella. A la llegada del cortejo, se formaba una comitiva única para ir a la casa del esposo, donde se celebraba el matrimonio y tenía lugar el banquete nupcial final. El retraso que se produce en el relato de Mt 25,1-13, aunque previsto, se prolonga sobremanera. El sueño hace presa por igual en todas las muchachas. La necedad y la prudencia no están ligadas, por tanto, a la falta de vigilancia, sino más bien al hecho de no tener las lámparas encendidas en el momento en el que, en medio de la noche, se oye el grito: «Ya está ahí el esposo, salid a su encuentro» (v. 6). El aceite, símbolo de alegría y de fiesta, representa asimismo, según los rabinos, las obras justas que permiten participar en la alegría mesiánica. Cada uno debe estar preparado para no encontrar la puerta cerrada y oír la respuesta terrible: «Os aseguro que no os conozco» (v. 12). En este punto, el rostro del Esposo del banquete mesiánico se convierte, efectivamente, en el del Cristo juez, que rechaza a los que dicen: «Señor, Señor» (cf. Mt 7,22s), pero no hacen la voluntad del Padre. Estemos siempre atentos a la inminencia de su venida. En consecuencia, todos los discípulos están llamados en todo momento a ser luz del mundo, a fin de que los hombres, al ver sus obras buenas, den gloria al Padre (cf. Mt 5,16).

La Palabra me ilumina

«Yo duermo, pero mi corazón vela» (Cant 5,2). El tema nupcial nos traslada al corazón del misterio cristiano: el Señor nos ama con un amor eterno y ha establecido con nosotros una alianza nupcial. Con la encamación vino a la tierra a elegir a la novia; ahora esperamos su retorno, cuando vuelva para introducir a la Iglesia-humanidad, su esposa, en el Reino de los Cielos. Su retorno es cierto. Sin embargo, el día y la hora de su llegada, siempre inminente, los desconocemos. En la actitud de las diez vírgenes encontramos representados los dos modos de esperar al Señor, al Esposo, al que viene: puede ser una espera distraída, divertida, o bien una espera vigilante, preparada para salirle al encuentro aun cuando el sueño parezca tener las de ganar. Dar prioridad a una de las dos actitudes depende de la calidad del amor que hay en nosotros y nos convierte en personas tenebrosas o en lámparas encendidas, dispuestas para poder alumbrar y hacer cómoda la carrera en cuanto un grito en la noche haga presagiar la venida del Señor.

La existencia humana se puede vivir, efectivamente, como un cortejo de bodas que sale al encuentro del Señor. Por eso es esencial la virtud de la vigilancia. Vigilar es pensar en aquel que va a venir, considerar su ausencia como un vacío imposible de colmar, consumirse porque tarda su llegada, no aceptar nunca que otro u otros ocupen hasta tal punto nuestro corazón que lo separen de su deseo de él. Esta actitud interior de espera y de derretimiento ni se compra ni se vende: «Quien quisiera comprar el amor con todas las riquezas de su casa sería despreciable. (Cant 8,7); sin embargo, se puede volver contagiosa y comunicar a los otros el anhelo y el deseo. Por eso las vírgenes prudentes, por el hecho de negarse a compartir su aceite, no pueden ser consideradas unas egoístas antipáticas. En su corazón está la alegría del esposo al que hay que recibir de manera festiva, porque el hecho de esperarle es la realidad más importante de la vida, por la que es justo sacrificar cualquier otro interés. Ellas nos advierten: no asistir a esta cita de amor priva de sentido a toda la existencia. Sería trágico oír resonar la voz: «¡No os conozco!».

La Palabra en el corazón de los Padres

Las cinco vírgenes, cuando se dieron cuenta de la inutilidad de su carrera, se volvieron y encontraron cerrada la sala de las bodas de Cristo. Gritaron todas con voz dolorosa, entre lágrimas y sollozos: «Oh Inmortal, ábrenos la puerta de tu misericordia también a nosotras, que hemos servido a tu poder en la virginidad». Entonces el rey exclama: «No se os abrirá el Reino, no os conozco. Marchaos, desapareced de aquí, porque no llevaréis la corona incorruptible» (Mt 25,10-12). Al oír a Cristo, Rey del universo, que exclamaba a las cinco: «¿Quiénes sois? ¡No os conozco!» (Mt 25,12), gritan llorando: «Juez justísimo, hemos mantenido la castidad, hemos practicado la templanza en todo, nos hemos consumido con ardor en ayunos, hemos buscado la pobreza».

A las insensatas que hablan así al Juez universal les responde Cristo: «Os voy a decir abiertamente el trato que he recibido de las que han entrado conmigo: me vieron en la aflicción, muy hambriento, y se apresuraron a saciarme; estaba sediento y me dieron de beber con todo esmero; viéndome extranjero, me hospedaron como a un amigo de la familia; encadenado, me cuidaron; vinieron a visitarme cuando estaba enfermo (Mt 25,35s); observaron de manera escrupulosa toda mi ley; por eso han encontrado la corona incorruptible.

Vosotras observabais el ayuno sin tocar el alimento, pero habéis hecho uso constantemente de la maledicencia y de la calumnia contra los hombres. Es más útil comer, beber y vivir de manera inteligente que ayunar sin conocer el ayuno de cosas que perjudican. ¿Cómo pedís entonces la corona incorruptible?».

La ley, la de Dios, no es gravosa, puesto que él no pide más de lo que podamos darle, lo que busca es la buena voluntad. ¿No tienes más que dos óbolos en la tierra? ¿No posees nada más? El Misericordioso los acepta igual, porque es Señor, y te dará la preferencia sobre el que ha dado todo un patrimonio. ¿Ni siquiera tienes un óbolo para ofrecer? Ofrece un vaso de agua fresca a quien te lo pide (Mt 10,42): es Cristo quien lo acepta con reconocimiento y seguro que te dará la corona incorruptible (2 Cor 4,18).

Piedad, ten piedad de mí, Salvador, me postro ante ti: dame compunción, Salvador; y dásela también a cuantos me escuchan, a fin de que observemos todos tus preceptos en esta vida y no nos quedemos fuera de la sala nupcial. En tu misericordia, ten piedad de nosotros, que quieres siempre la salvación de todos (1 Tim 2,4). Llámanos, Salvador, a tu Reino, a fin de que podamos obtener la corona incorruptible (Romano el Melodioso, Inni, Edizioni Paoline, Roma 1981, XXXVI, 10,31, passim).

Caminar con la Palabra

Esperar o experimentar el sabor de vivir. Se ha dicho incluso que la santidad de una persona se mide por el espesor de sus esperanzas. Tal vez sea verdad. Si es así, María es la más santa de las criaturas precisamente porque toda su vida aparece acompasada por los ritmos gozosos de quien espera a alguien.

Santa María, virgen de la esperanza, danos de tu aceite, porque nuestras lámparas se apagan. Mira: las reservas se han consumido. No nos mandes a los vendedores. Vuelve a encender en nuestras almas los antiguos fervores que nos quemaban por dentro, cuando bastaba una nadería para hacernos saltar de alegría: la llegada de un amigo lejano, el rojo del atardecer después de un temporal, el crepitar del tronco que vigilaba las vueltas a casa en invierno, el toque de las campanas en los días de fiesta, la llegada de las golondrinas en primavera, el olor acre que brotaba de las prensas, las cantinelas otoñales que llegaban de las muelas del molino, la incubación tierna y misteriosa del seno materno, el perfume de espliego que irrumpía cuando se preparaba una cuna. Hoy ya no sabemos esperar porque andamos cortos de esperanza. Se han secado las Fuentes. Padecemos una profunda crisis de deseo. Y ahora, satisfechos con los mil sucedáneos que nos asedian, corremos el riesgo de no esperar ya nada, ni siquiera en las promesas ultraterrenas que han sido firmadas con la sangre del Dios de la Alianza.

Santa María, virgen de la esperanza, danos un alma vigilante. Que llegados a los umbrales del tercer milenio, nos sintamos más hijos del crepúsculo que profetas del adviento. Centinela de la mañana, despierta en nuestros corazones la pasión por llevar al mundo, que se siente ya viejo, anuncios jóvenes. Llévanos, finalmente, con el arpa y la citara, para que contigo, madrugadora, podamos despertar a la aurora (T. Bello, Maria, donna dei nostri giomi, Edizioni Paoline, Cinisello B. 1993, 17-20, passim).

W. Trilling, El Nuevo Testamento y su Mensaje (Mt): Las diez vírgenes

Herder (1980), Tomo II, Cf. pp. 282-284.

El dueño vigilante de la casa (24,42-44).

1 El reino de los cielos será entonces semejante a diez vírgenes, las cuales tomaron sus lámparas y salieron al encuentro del esposo. 2 Cinco de ellas eran necias y cinco sensatas. 3 Porque las necias, al tomar sus lámparas, no se proveyeron de aceite; 4 en cambio, las sensatas, junto con sus lámparas llevaron aceite en las vasijas. 5 Como el esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. 6 A media noche se levantó un clamoreo: Ya llega el esposo; ¡salid a su encuentro! 7 Entonces, todas aquellas vírgenes se levantaron y arreglaron sus lámparas. 8 Las necias dijeron a las sensatas: Dadnos de vuestro aceite, que nuestras lámparas se apagan. 9 Pero las sensatas contestaron: No sea que no alcance para nosotras y vosotras; mejor es que vayáis a los que lo venden y os lo compréis. 10 Pero, mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. 11 Finalmente, llegan también las otras vírgenes, llamando: ¡Señor, señor, ábrenos! 12 Pero él les respondió: Os lo aseguro: No os conozco. 13 Velad, pues; porque no sabéis el día ni la hora.

Al fin del sermón de la montaña Jesús había contrapuesto un hombre necio y otro sensato. El primero había edificado su casa sobre un movedizo suelo arenoso, el segundo sobre la firme roca. La casa del primero fue demolida en el juicio, la otra casa le hizo frente (cf. 7, 24-27). Aquí de nuevo se da la oposición entre necio sensato. Son sensatos los que oyen y ponen por obra las palabras del Evangelio, son necios los que oyen las palabras, pero no proceden de acuerdo con ellas. Unas vírgenes traen consigo el aceite, las otras sólo traen vasijas vacías. El aceite es el Evangelio realizado en la vida. El que no tiene aceite, no aporta obras; solamente, las palabras de la confesión «Señor, Señor» (Kyrie, Kyrie), pero no la vida conforme con esta confesión. Las vírgenes ex- claman: ¡Señor, señor, ábrenos!, como muchos exclamarán en aquel día: «¡Señor, Señor! ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre arrojamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos prodigios? Pero entonces yo les diré abiertamente: Jamás os conocí; apartaos de mí, ejecutores de maldad» (7,22s).

El juez solamente reconoce a los que antes, a lo largo de su vida, lo habían reconocido. Los demás no le pertenecen, el juez no los conoce. El que conoce a otro, según la concepción bíblica le dice «sí» y le ama. Le acepta como suyo y como si le perteneciera. Así ha conocido el Hijo al Padre, y el Padre al Hijo (11,27). Así el Señor conocerá a los suyos y los aceptará definitivamente en su reino, o no los conocerá y los recusará para siempre.

Las vírgenes según el relato estaban encargadas, como una comitiva de honor, de ir al encuentro del esposo desde la casa de la boda, para regresar con él a la casa donde se celebraba la fiesta [95]. Ante la casa del esposo tiene lugar la tardanza. Ya han consumido el aceite en el camino, y también ahora mientras esperan delante de la puerta, de tal forma que ya no es suficiente para el regreso, y las vasijas tienen que ser llenadas de nuevo. Algunas vírgenes se habían provisto abundantemente para cumplir su cometido, las otras habían dejado de hacer estas provisiones. Lo peculiar solamente es que mientras aguardan, se duermen y tienen que ser despertadas por el clamoreo. Quizás en este rasgo particular de la historia se debe reconocer lo que antes se dijo muchas veces, o sea que la llegada ocurre repentina e inesperadamente. Pero por lo demás la parábola está bellamente concluida en sí misma y no puede transferirse en cada rasgo particular a la realidad aludida. Pero en el contexto que le da el evangelista, muchas cosas aparecen con mayor claridad por la comprensión de la fe. Cualquier cristiano sabe quién es este esposo, que también puede hacerse esperar, quiénes son las vírgenes sensatas y quiénes necias, qué significa la fiesta de la boda y qué espanto producen sobre todo las puertas cerradas (cf. 22,11-13). Siempre se hace referencia a lo mismo, tanto si Jesús habla del aceite en los jarros, del traje festivo del invitado a las bodas o de la construcción de la casa sobre el suelo rocoso. Sólo será aceptada por el juez la vida realizada con la fe…
San Mateo termina la parábola y toda la sección exhortando a la vigilancia (25,13). El día y la hora son muy inciertos tanto para el criado, a quien el señor había constituido administrador, como para las vírgenes, a quienes de repente despierta del sueño el clamor que se levanta a media noche.


Notas

95. Lo que sucedió no está muy claro en el relato y también admite otras explicaciones; por ejemplo, el esposo va a buscar a la esposa a casa de sus padres. Es recibido junto a la casa de la esposa por sus amigas, que le conducen dentro de la casa. Entonces van todos con los desposados a la casa del esposo, donde tiene lugar el banquete.

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