María Nuestra Madre en el Antiguo Testamento


Son muchos los textos del Antiguo Testamento, en los que se puede ver la presencia de María.

Hay tres textos en los que la mayoría de los autores ven un sentido mariológico cierto, que contienen una verdadera Revelación sobre la Madre del Mesías.

El primero es en el libro de Génesis, en el que se nos indica que vendrá una mujer, María, que aplastartá la cabeza de la serpiente, el demonio: “pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia; esta te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el talón”(Génesis 3,15).

A este texto se le ha llamado el protoevangelio, es decir, el primer evangelio, el primer anuncio de la Buena Noticia. La Virgen María Nuestra Señora, purísima e inmaculada, sin el más mínimo pecado, a través de su hijo, Nuestro Señor Jesucristo, derrotará para siempre al demonio, enemigo de Dios y del hombre.

El segundo es en el libro del profeta Isaías, que se nos habla de la concepción virginal de María y del nacimiento de Jesucristo, el Mesías: “Pues el Señor, por su cuenta, os dará un signo. Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel” (Isaías 7,14).

Y el tercero es en el libro de profeta Miqueas, que se nos dice que este nacimiento del Mesías será en la ciudad de Belén: “Y tú, Belén Efratá, pequeña entre los clanes de Judá, de ti voy a sacar al que ha de gobernar Israel; sus orígenes son de antaño, de tiempos inmemoriales” (Miqueas 5,1).

Hay otros muchos textos del Antiguo Testamento en los que los Santos Padres, el Magisterio de la Iglesia y algunos escritores eclesiásticos han podido ver textos mariológicos o figuras y símbolos de María.

En el libro del Génesis, en el segundo relato de la creación refiere el tiempo de hacer Yahvé la tierra y el cielo. María es como la tierra del Paraíso, no cultivada por la mano del hombre; tierra incólume, intacta y virginal, surgida por la palabra de Yahvé y acariciada por sus ojos divinos: “El día en que el Señor Dios hizo tierra y cielo, no había aún matorrales en la tierra, ni brotaba hierba en el campo, porque el Señor Dios no había enviado lluvia sobre la tierra, ni había hombre que cultivase el suelo” (Génesis 2,4-5).

También, en el libro del Génesis podemos ver a Eva, la primera mujer, madre de toda la humanidad según la carne. Los Santos Padres llegaron a establecer la significativa correlación de que Adán viene a ser la imagen tipológica y antitética de Jesús de Nazaret, por lo mismo, Eva representa también a María. Así pues, Eva es la madre carnal y natural y María la madre espiritual de todo el género humano. “Adán llamó a su mujer Eva, por ser la madre de todos los que viven” (Génesis 3,20).

También en el libro del Génesis, Jacob tuvo un sueño. Una escala que se apoyaba en la tierra y que llegaba hasta el cielo. Por ella bajaban y subían los ángeles de Dios, Dios mismo. La escala es el símbolo de la comunicación y de la unión continua del cielo con la tierra. Y eso es María, la unión misteriosa de lo humano y lo divino, porque en ella se hace presente Dios para comunicarse con los hombres. “Jacob salió de Berseba en dirección a Jarán. Llegó a un determinado lugar y se quedó allí a pernoctar, porque ya se había puesto el sol. Tomando una piedra de allí mismo, se la colocó por cabezal y se echó a dormir en aquel lugar. Y tuvo un sueño: una escalinata, apoyada en la tierra, con la cima tocaba el cielo. Ángeles de Dios subían y bajaban por ella” (Génesis 28,10-12).

En el libro del Éxodo podemos ver a María que es el Arca de la Alianza Nueva, templo vivo de Dios, arca incorrupta y gloriosa llevada a lo más alto de los cielos: “Besalel hizo el Arca de madera de acacia, de un metro y cuarto de larga por setenta y cinco centímetros de ancha y otros tantos de alta. La revistió de oro puro, por dentro y por fuera, y le puso alrededor una cenefa de oro. Fundió cuatro anillas de oro y las colocó en los cuatro pies, dos a cada lado. Hizo también varales de madera de acacia y los revistió de oro. Metió los varales por las anillas laterales del Arca, para transportarla. Fabricó también un propiciatorio de oro puro, de un metro y cuarto de largo por setenta y cinco centímetros de ancho. Hizo dos querubines cincelados en oro para los dos extremos del propiciatorio: un querubín para un extremo y el otro querubín para el otro extremo, arrancando cada uno de un extremo del propiciatorio. Los querubines extendían sus alas por encima, cubriendo con ellas el propiciatorio. Estaban uno frente a otro, mirando al centro del propiciatorio” (Éxodo 37,1-9).

También el libro de los Salmos podemos ver a la Virgen María en muchos de sus salmos.

En el Salmo 19 vemos que la Virgen María, al aceptar su maternidad, se convierte en el tabernáculo del que sale Jesús, el Mesías, como un esposo de su alcoba, como el sol que cada día sale y, remontando por el cielo, hace su carrera para iluminar a todo el mundo y vivificar el planeta. “él sale como el esposo de su alcoba, contento como un héroe, a recorrer su camino” (Salmo 19,6).

En este otro Salmo 22 podemos ver la oración del justo agonizante. Jesús, al morir en la cruz, hizo suyas las primeras palabras de este salmo y reveló su profundo sentido mesiánico. Podemos apreciar una referencia personal a María, la madre que lo amamantó. “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? A pesar de mis gritos, mi oración no te alcanza. Dios mío, de día te grito, y no respondes; de noche, y no me haces caso. Porque tú eres el Santo y habitas entre las alabanzas de Israel. En ti confiaban nuestros padres; confiaban, y los ponías a salvo; a ti gritaban, y quedaban libres; en ti confiaban, y no los defraudaste. Pero yo soy un gusano, no un hombre, vergüenza de la gente, desprecio del pueblo; al verme, se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza: «Acudió al Señor, que lo ponga a salvo; que lo libre si tanto lo quiere». Tú eres quien me sacó del vientre, me tenías confiado en los pechos de mi madre” (Salmo 22,2-10).

El Salmo 45 es un poema nupcial cantado al rey mesiánico. En la reina que entra majestuosamente en el magnífico palacio del rey, se ha visto a la Virgen María, la reina que entra triunfalmente en las estancias de las mansiones celestiales en que habita con su Hijo. Harás memorable tu nombre por generaciones. “Escucha, hija, mira: inclina el oído, olvida tu pueblo y la casa paterna; prendado está el rey de tu belleza: póstrate ante él, que él es tu señor. La ciudad de Tiro viene con regalos, los pueblos más ricos buscan tu favor. Ya entra la princesa, bellísima, vestida de perlas y brocado; la llevan ante el rey, con séquito de vírgenes, la siguen sus compañeras: las traen entre alegría y algazara, van entrando en el palacio real. «A cambio de tus padres tendrás hijos, que nombrarás príncipes por toda la tierra». Quiero hacer memorable tu nombre por generaciones y generaciones, y los pueblos te alabarán por los siglos de los siglos” (Salmo 45, 11-18).

El salmo 67 constituye una alabanza universal a Dios. Se dan gracias a Dios por haber obtenido ricas cosechas en un año fértil y abundante. Como no hay otra, es María que ha proporcionado el fruto más preciado, Jesús, el Cristo, a la humanidad que andaba descarriada y hambrienta. “La tierra ha dado su fruto, nos bendice el Señor, nuestro Dios” (Salmo 67,7).

En el Salmo 72, lo mismo que cae la lluvia sobre las siembras, de la misma manera que el rocío viene fecundo a resolver la sequedad del terreno, así cayó del cielo el Hijo de Dios y se hizo carne en María, la tierra fecundada por la lluvia celestial del Espíritu del Señor, para cumplir, en el momento histórico, los designios eternos de Dios. “Baje como lluvia sobre el césped, como llovizna que empapa la tierra” (Salmo 72,6).

También podemos ver a María en la esposa del libro del Cantar de los Cantares. Es María, la esposa que exhala y expande los aromas divinos del Espíritu Santo, el amado de su alma, sagrado esposo que cubriéndola con su sombra, encarnó al Verbo. ¿De quién podría decirse que es inmaculada, sin mancha, sin defecto, sino de María?. Y también María sube de esta tierra de desierto a los cielos, apoyada en su amado Jesús: ” Si no lo sabes por ti misma, la más bella de las mujeres, sigue las huellas del rebaño, y lleva a pacer tus cabritillas junto a las chozas de los pastores … Mientras el rey yacía en su diván, mi nardo exhalaba su perfume … Soy un narciso de la llanura, una rosa de los valles … ¿Quién es esta que sube del desierto, como columna de humo, perfumada con mirra y olíbano, con tantos aromas exóticos? … ¡Toda bella eres, amada mía, no hay defecto en ti! … ¿Quién es esta que sube del desierto, apoyada en su amado? —Te desperté bajo el manzano, allí donde te concibió tu madre, donde tu progenitora te dio a luz” (Cantar de los Cantares 1-7).

En el libro de la Sabiduría también apreciamos una imagen simbólica de María ¿Quién lo puede todo con su poderosa intercesión y quién podría ser más bella que el sol y superar a todas las constelaciones sino María?. “Es irradiación de la luz eterna, espejo límpido de la actividad de Dios e imagen de su bondad. Aun siendo una sola, todo lo puede; sin salir de sí misma, todo lo renueva y, entrando en las almas buenas de cada generación, va haciendo amigos de Dios y profetas. Pues Dios solo ama a quien convive con la sabiduría. Ella es más bella que el sol y supera a todas las constelaciones. Comparada con la luz del día, sale vencedora, porque la luz deja paso a la noche, mientras que a la sabiduría no la domina el mal” (Sabiduría 7,26-29).

En los libros de los profetas Sofonías y Zacarías, se habla de la ciudad de Dios, s Sión que significa la fortaleza, centro de gravitación de la historia de la salvación, el punto central del mundo. A María, se le ha aplicado la nominación de la “hija de Sión”, el Israel Nuevo, el nuevo pueblo de Dios: “Alégrate hija de Sión, grita de gozo Israel, regocíjate y disfruta con todo tu ser, hija de Jerusalén” (Sofonías 3,14). “Alégrate y goza, Sión, pues voy a habitar en medio de ti —oráculo del Señor—. Aquel día se asociarán al Señor pueblos sin número; ellos serán mi pueblo, y habitaré en medio de ti. Entonces reconocerás que el Señor del universo me ha enviado a ti” (Zacarías 2,14-15). “¡Salta de gozo, Sión; alégrate, Jerusalén! Mira que viene tu rey, justo y triunfador, pobre y montado en un borrico, en un pollino de asna” (Zacarías 9,9).

En el Libro del profeta Isaías se recurre a la imagen de la nube. A través de María, el Hijo de Dios vino a este mundo en figura humana. María es como la nube ligera sobre la que viene el Señor a este mundo. “El Señor cabalga sobre una nube ligera, entra en Egipto. Vacilan ante él los ídolos de Egipto, y la audacia de Egipto se disuelve en su pecho” (Isaías 19,1).

También en el libro del profeta Ezequiel, en su oráculo, anuncia y describe el asedio Jerusalén. La Virgen María es “la puerta cerrada” del templo que daba al oriente, de la que habla el profeta en su visión. La puerta santa que Yahvé había santificado al entrar en el templo y por la que ya nadie podrá entrar. Sólo el príncipe podrá tener acceso a ella. “«Hijo de hombre, coge un ladrillo, póntelo delante y graba sobre él la ciudad de Jerusalén. Diseña obras de asedio: levanta un muro de asalto, apisona un terraplén, instala ante ella campamentos y emplaza arietes alrededor. Coge una plancha de hierro y ponla como muro de hierro entre ti y la ciudad. Dirige tu rostro contra ella, porque va a ser sitiada. Tú la sitiarás. Esto es un signo para Israel” (Ezequiel 4,1-3).

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