Mateo 23,1-12 – Evangelio comentado por los Padres de la Iglesia

1 Entonces Jesús habló a la gente y a sus discípulos, 2 diciendo: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: 3 haced y cumplid todo lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos dicen, pero no hacen. 4 Lían fardos pesados y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar.
5 Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y agrandan las orlas del manto; 6 les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; 7 que les hagan reverencias en las plazas y que la gente los llame rabbí. 8 Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar rabbí, porque uno solo es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos. 9 Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. 10 No os dejéis llamar maestros, porque uno solo es vuestro maestro, el Mesías. 11 El primero entre vosotros será vuestro servidor. 12 El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)

Padre Pío de Pietrelcina

Escritos: Abandono y esperanza

«Aquel que se humilla, será enaltecido» (Mt 23,12)

No dejes de hacer actos de humildad y de amor de cara a Dios y de los hombres. Porque Dios habla a aquel que tiene un corazón humilde ante él y lo enriquece con sus dones.

Si Dios te tiene preparados los sufrimientos de su Hijo y quiere que toques con tu dedo tu propia debilidad, es mejor hacer actos de humildad que perder el ánimo. Haz elevar a Dios una oración de abandono y de esperanza cuando tu fragilidad te causa caídas y agradece al Señor todas las gracias con que te enriquece.

Benito de Nursia

Regla Monástica: Toda exaltación de sí mismo es una forma de soberbia

«El mayor entre vosotros será vuestro servidor» (Mt 23,11)
capítulo 7.

La sagrada escritura, hermanos, nos dice a gritos: «Todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado». Con estas palabras nos muestra que toda exaltación de sí mismo es una forma de soberbia. El profeta nos indica que él la evitaba cuando nos dice: «Señor, mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros; no pretendo grandezas que superan mi capacidad» (Sal 130,1)… Por tanto, hermanos, si es que deseamos ascender velozmente a la cumbre de la más alta humildad y queremos llegar a la exaltación celestial a la que se sube a través de la humildad en la vida presente, hemos de levantar con los escalones de nuestras obras, aquella misma escala que se le apareció en sueños a Jacob, sobre la cual contempló a los ángeles que bajaban y subían (Gn 28,12). Indudablemente, a nuestro entender, no significa otra cosa ese bajar y subir sino que por la altivez se baja y por la humildad se sube. La escala erigida representa nuestra vida en este mundo. Pues, cuando el corazón se abaja, el Señor lo levanta hasta el cielo.

Y así, el primer grado de humildad es que el monje mantenga siempre ante sus ojos el temor de Dios y evite por todos los medios echarlo en olvido; que recuerde siempre todo lo que Dios ha mandado… Y para vigilar alerta todos sus pensamientos perversos, el hermano fiel a su vocación repite siempre dentro de su corazón: «Solamente seré puro en su presencia si sé mantenerme en guardia contra mi iniquidad»(Sal 17,24). En cuanto a la propia voluntad, se nos prohíbe hacerla cuando nos dice la Escritura: «Refrena tus deseos». También pedimos a Dios en la oración «que se haga en nosotros su voluntad» (Si 18,30)…

Luego si «los ojos del Señor observan a buenos y malos», si «el Señor mira incesantemente a todos los hombres, para ver si queda algún sensato que busque a Dios» (Prov 15,3; Sal 13,2)… Cuando el monje haya remontado todos estos grados de humildad, llegará pronto a ese grado de «amor a Dios que, por ser perfecto, echa fuera todo temor»; gracias al cual, cuanto cumplía antes no sin recelo, ahora comenzará a realizarlo sin esfuerzo, como instintivamente y por costumbre… sino por amor a Cristo, por cierta santa con naturaleza y por la satisfacción que las virtudes producen por sí mismas. Y el Señor se complacerá en manifestar todo esto por el Espíritu Santo en su obrero.

Catalina de Siena

Diálogos: ¿Quieres conocer a Dios?, conócete a ti mismo

«El que se humilla será enaltecido» (Mt 23,12)

[Santa Catalina oyó que Dios le decía:] Me pides conocerme y amarme a mí, la Verdad suprema. He aquí el camino para quien quiera llegar a conocerme perfectamente y gustarme, a mí la Verdad eterna: no dejes jamás de conocerte a ti misma, y cuando estés abajada en el valle de la humildad, entonces es en ti que me conocerás. Es en este conocimiento que sacarás todo lo que te falta, todo lo que te es necesario. Ninguna virtud tiene calidad en sí misma si no la saca de la caridad; ahora bien, la humildad es la que alimenta y gobierna a la caridad. En el conocimiento de ti misma llegarás a ser humilde, puesto que verás que tú, por ti misma, no eres nada y que tu ser viene de mí puesto que os he amado antes de que existierais. Es a causa de este amor inefable que siento por vosotros que, queriéndoos recrear de nuevo por la gracia, os he lavado y recreado en la sangre que mi Hijo único derramó con un fuego de amor tan grande.

Sólo esta sangre, ella sola, hace conocer la verdad a aquel que ha disipado la nube del amor propio a través de este conocimiento de sí mismo. Es entonces cuando en este conocimiento de mí, el alma se abrasa con un amor inefable, y es a causa de este amor que experimenta un dolor continuo. No un amor que la aflige y la deja seca (lejos de eso, puesto que, bien al contrario, es fecunda) sino porque habiendo conocido mi verdad, sus propias faltas, la ingratitud y ceguera del prójimo, siente por todo ello, un dolor intolerable. Su aflicción es debida a su amor para conmigo, porque si no me amara no se afligiría.

Macario de Egipto

Homilía: La vida comunitaria: «Todos vosotros sois hermanos»

«El mayor entre vosotros será vuestro servidor» (Mt 23,11)
Tercera, 1-3: PG 34, 467-470

Los hermanos, hagan lo que hagan, deben mostrarse caritativos y gozosos los unos para con los otros. El que trabaja hablará así del que ora: «El tesoro que posee mi hermano, es también mío, puesto que todo nos es común». Por su parte, el que ora dirá del que lee: «El beneficio que saca de su lectura me enriquece a mí también». Y también el que trabaja dirá: «Es por interés hacia la comunidad que cumplo este servicio».

Los múltiples miembros del cuerpo no forman más que un solo cuerpo y mutuamente se sostienen cumpliendo cada uno su tarea. El ojo ve para todo el cuerpo; la mano trabaja para los demás miembros; el pie, al andar, los lleva a todos con él; un miembro sufre cuando otro miembro sufre. Es así tal como los hermanos se deben comportar los unos con los otros (cf Rm 12, 4-5). El que ora no juzgará al que trabaja pensando que no ora… El que sirve, no juzgará a los demás. Por el contrario, cada uno, haga lo que haga, lo hace para la gloria de Dios (cf 1C 10,31; 2C 4,15).

Así una gran concordia y una serena armonía formarán «el vínculo de la paz» (Ef 4,3), que les unirá entre sí y les hará vivir con transparencia y simplicidad bajo la mirada amorosa de Dios. Evidentemente que lo esencial es perseverar en la oración. Por otra parte sólo se requiere una cosa: cada uno debe poseer en su corazón este tesoro que es la presencia vivificante y espiritual del Señor. Tanto si trabaja, como si ora o lee, cada uno debe poder decir que posee este bien imperecedero que es el Espíritu Santo.

Juan Crisóstomo

Sobre la Carta a los Romanos: Algunas palabras causan lesiones mucho más profundas

«Todos sois hermanos» (Mt 23,8)
n. 8 : PG 60, 464

«Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, dice Jesús, yo estoy en medio de ellos» (Mt 18,20)… Pero ¿qué es realmente lo que veo? Los cristianos que sirven bajo el mismo estandarte, bajo el mismo jefe, se devoran y se desgarran: ¡unos por un poco de oro, otros por la gloria, algunos sin ningún motivo, otros por el placer de un buen nombre! Entre nosotros, el nombre de hermanos es una palabra vana…

Respetad esta mesa santa donde todos estamos convocados; respetad a Cristo inmolado por nosotros; respetad el sacrificio que se ofrece… Después de haber participado en dicha mesa y haber comulgado tal alimento, ¿Cogeremos los armas unos contra otros, cuando deberíamos armarnos todos juntos contra el demonio?… ¿Olvidamos este adversario, para lanzar nuestras flechas contra nuestros hermanos? ¿Qué flechas, diréis? Las que lanzan la lengua y los labios. No sólo hay flechas con puntas de hierro que hieren: algunas palabras causan lesiones mucho más profundas.

Pascasio Radberto

Sobre el Evangelio de san Mateo: No se dejen arrastrar por la avidez de los honores

«Quien se humilla será ensalzado» (Mt 23,12)
10,23

Cristo no sólo encargó a los discípulos no dejarse llamar maestros y no querer ocupar los primeros puestos en los banquetes ni aspirar a otros honores, sino que él mismo dio en su persona el ejemplo y es modelo de toda humildad. Aunque el nombre de Maestro no le corresponde por complacencia sino por derecho de naturaleza, porque «todo subsiste en él y para él» (Col 1,17) por su encarnación nos ha comunicado una enseñanza que nos conduce a todos a la verdadera vida y, porque él es mayor que nosotros, nos ha «reconciliado con Dios» (Rm 5,10). Tal como nos dijo: «No aspiréis a honores, no dejéis que os llamen maestros» también dijo «yo no vivo preocupado por mi honor. Hay uno que se preocupa de eso» (Jn 8,50). Fijad vuestra mirada en mí, «el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por todos.» (Mt 20,28)

Ciertamente, en este pasaje del evangelio, el Señor instruye no sólo a los discípulos sino también a los jefes de la Iglesia, encargándoles que no se dejen arrastrar por la avidez de los honores. Al contrario, que «el que quiera ser grande entre vosotros», sea el primero en hacerse siervo de todos, como él. (cf. Mt 20, 26- 27)

Padres del Desierto

Sentencias: Única arma que vence al demonio

«El que se humilla será ensalzado» (Mt 23,12)

Un día, el abad Macario volvía del campo a su celda llevando unas hojas de palmera. En el camino, el diablo le abordó con una hoz queriéndole herir, pero no lo logró. El diablo le dijo entonces: «Macario, padezco muchos tormentos por tu causa, porque no te he podido vencer. Sin embargo, hago todo lo que tú haces: tú ayunas, y yo no como nunca; tú vigilas, y yo no duermo jamás. Hay una sola cosa en la que me puedes.» – ¿Cuál? preguntó Macario. – «Es tu humildad la que me impide vencerte.»

Isaac de Siria

Sermones ascéticos: Los bienes de la humildad

«El que se humilla será enaltecido» (Mt 23,12)
1ª serie, n. 49

La providencia de Dios, que vela para dar a cada uno de nosotros lo que es bueno, ha hecho dirigir todas las cosas hacia nosotros para llevarnos a la humildad. Porque si te enorgulleces de las gracias que la providencia te ha dado, ésta te abandona y caes de nuevo… Debes, pues, saber que no es propio, ni de ti ni de tu virtud, resistir a las malas tendencias, sino que es solamente la gracia la que te mantiene en su mano para que no temas… Gime, llora, acuérdate de tus faltas en tiempo de prueba para que te veas liberado del orgullo y adquieras humildad. Mientras, no desesperes. Pide humildemente a Dios que perdone tus pecados.

La humildad, aunque sea sin obras, borra muchas faltas. Por el contrario, sin ella, las obras no sirven de nada; nos procuran muchos males. Por la humildad, obtén pues, el perdón de tus injusticias. Lo que la sal es para todo alimento, la humildad lo es para cualquier virtud. Puede romper la fuerza de numerosos pecados… Si la poseemos, hace de nosotros hijos de Dios y nos lleva a Dios incluso sin la ayuda de las obras buenas. Por eso, sin ella, todas las obras son vanas, son vanas todas las virtudes y son vanos todos los trabajos.

Tomás de Kempis

Imitación de Cristo: Dios protege al hombre de corazón humilde

«Quien se humilla será ensalzado» (Mt 23, 12)
II, 2

Poco importa saber quien está contigo o contra ti; Ten más bien cuidado de que Dios esté contigo en todos tus pensamientos y acciones. Guarda la conciencia pura y Dios te defenderá. Si sabes callarte y sufrir, recibirás la ayuda de Dios. El conoce el tiempo y la manera de librarte; abandónate pues en Él. Es Él quien te ayuda y te libera de toda confusión.

A menudo es útil, para mantenernos en una mayor humildad, que los otros conozcan nuestros defectos y que nos los reprochen. Cuando un hombre reconoce humildemente sus defectos, desarma fácilmente a sus enemigos y gana sin pena a los que se la querían producir. Dios protege al hombre de corazón humilde: le ama y le reconforta, se inclina hacia él, le colma de su gracia y le hace en fin participar de su gloria. Es a él que le revela sus secretos; le invita y le atrae con suavidad. Las afrentas no turban la paz del hombre humilde, porque se apoya en Dios y no en seres mortales. No te imagines haber hecho algún progreso si te crees aún superior a tu prójimo.

Teresa de Calcuta

El Amor más grande: Mi secreto es muy sencillo: La oración

«El que se humilla será enaltecido» (Mt 23,12)
p. 1s

No creo que haya nadie que necesite tanto de la ayuda y gracia de Dios como yo. A veces me siento impotente y débil. Creo que por eso Dios me utiliza. Puesto que no puedo fiarme de mis fuerzas, me fío de Él las veinticuatro horas del día. Y si el día tuviera más horas más necesitaría su ayuda y la gracia. Todos debemos aferrarnos de Dios a través de la oración. Mi secreto es muy sencillo: La oración. Mediante la oración me uno en el amor con Cristo. Comprendo que orarle es amarlo…

La gente está hambrienta de la palabra de Dios para que les dé paz, unidad y alegría. Pero no se puede dar lo que no se tiene, por lo que es necesario intensificar la vida de oración.

Sé sincero en tus oraciones. La sinceridad es humildad y ésta solo se consigue aceptando las humillaciones. Todo lo que se ha dicho y hemos leído sobre la humildad no es suficiente para enseñarnos la humildad. La humildad solo se aprende aceptando las humillaciones, a las que nos enfrentamos durante toda la vida. Y la mayor de ellas es saber que uno no es nada. Este conocimiento se adquiere cuando uno se enfrenta a Dios en la oración. Por lo general, una profunda y ferviente mirada a Cristo es la mejor oración: yo le miro y Él me mira. Y en el momento en que te encuentras con Él cara a cara adviertes sin poderlo evitar que no eres nada, que no tienes nada.

 

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 43

1. Después que el Señor había humillado a los sacerdotes con su contestación dio a conocer la incorregible condición de ellos como sucede a los sacerdotes, que si obran mal ya no se enmiendan. Así como los seglares cuando faltan, se enmiendan fácilmente. Por esto se dirige a sus apóstoles y al pueblo. Prosigue: “Entonces Jesús habló a la multitud y a sus discípulos”. Es infructuosa la palabra, cuando por medio de ella, unos son confundidos para que otros no sean enseñados.

2. Debe observarse cómo se sienta cada uno de estos sobre la cátedra, porque la cátedra no es la que hace al sacerdote, sino el sacerdote a la cátedra. El lugar no santifica al hombre, sino el hombre al lugar. Por lo tanto, un mal sacerdote, del sacerdocio sacará deshonra, no dignidad.

3. Así como el oro se saca de la tierra, despreciando a ésta, así también reciban la enseñanza los que la oyen, y no hagan caso de las costumbres de los que la predican. Frecuentemente suelen enseñar buena doctrina los hombres malos. Y así como los sacerdotes juzgan preferible enseñar junto con los buenos a los malos, y no despreciar por éstos a los buenos, así también los súbditos honren también a los malos sacerdotes en vistas a los buenos, para que no sean despreciados también los buenos junto con los malos. Pues mejor es favorecer, aunque injustamente, a los malos, que quitar lo que sea justo a los buenos.

4. Indudablemente llama a esas observancias de la ley cargas pesadas e insoportables, a propósito de los fariseos y de los escribas, de quienes está hablando. De estas cargas dice el apóstol San Pedro dice en los Hechos de los Apóstoles: “¿A qué fin queréis colocar sobre los cuellos de los discípulos un yugo que no hemos podido llevar ni nosotros ni nuestros padres?” (Hch 15,10). Porque algunos, al recomendar con falsas razones a sus oyentes las cargas de la ley, ataban como con ciertos lazos sus corazones, a fin de que, creyéndose obligados por la razón, no se atreviesen a arrojar lejos de sí semejantes ligaduras. Mas éstos no cumplían ninguna de sus obligaciones, no sólo por completo, sino ni siquiera ligeramente, es decir, ni aun tocando con los dedos.

Tales son los que imponen un gran peso sobre los que vienen a hacer penitencia, y así, mientras se huye de la pena presente, se menosprecia el castigo de la otra vida. Por lo tanto, si colocas un gran peso sobre los hombros de un joven que no pueda llevarlo, tendrá necesidad o de arrojar la carga, o de sucumbir debajo de ella. Y al hombre a quien se le imponga una penitencia grave le sucederá que: o la despreciará o, si la acepta, cuando no pueda llevarla, escandalizado, pecará más. Por lo tanto, aunque no obremos bien imponiendo poca penitencia ¿no será mejor errar a causa de la caridad que de la crueldad? Cuando el padre de familia es condescendiente, el que dispensa sus gracias, debe serlo también. Si Dios es bueno, ¿por qué su sacerdote ha de ser austero? ¿Quieres aparecer como santo? En toda tu vida no dejes de ser austero contigo, y benigno respecto de los demás; que los hombres te oigan exigiendo poco y que te vean haciendo cosas grandes. El sacerdote que es condescendiente consigo, pero que exige cosas graves de los demás, es como un mal repartidor de contribuciones en una ciudad, que se dispensa de pagar y carga a los demás.

5. En todas las cosas hay siempre un algo que las perjudica; así está el gusano para el tronco, y la polilla para el vestido. Por esto el demonio se esfuerza en corromper el ministerio de los sacerdotes, que ha sido establecido para fomentar la santidad, procurando que esto que es tan bueno, se convierta en malo en cuanto depende de los hombres. Quitemos el mal proceder del clero y todo saldrá perfectamente; de aquí se desprende que es difícil el arrepentimiento de los sacerdotes que pecan. Y el Señor quiere manifestar en esto la causa de por qué no podían creer en Jesucristo, esto es, porque todo lo hacen para ser vistos por los hombres. Es imposible, pues, que crean en Jesucristo cuando quien predica las cosas del cielo únicamente desea la gloria terrena de los hombres. He leído que algunos interpretan este lugar de este modo: “Sobre la cátedra”, esto es, según el honor y grado en que estuvo Moisés, fueron constituidos los escribas y los fariseos. Predicaban a otros la doctrina que anunciaba al Cristo que había de venir, pero ellos no le recibían cuando estaba presente. Por esto exhorta al pueblo a que oiga la ley que predicaban, esto es, a creer en Jesucristo anunciado por la ley, y no a imitar a los escribas y a los fariseos que eran incrédulos. Y explicó la causa de por qué predicaban que Jesucristo había de venir según la ley, y no creían en él, esto es, porque hacían todas sus obras con el fin de ser vistos por los hombres. No predicaban que Jesucristo vendría, por deseo de su venida, sino para que como doctores de la ley fuesen vistos por los hombres.

Imitando el ejemplo de éstos, hay muchos ahora que inventan nombres hebreos de ángeles, los escriben y se los colocan, para que sirvan de admiración a los que no entienden. Otros llevan colgado al cuello algún trozo escrito del Evangelio. Pero ¿no se lee todos los días el Evangelio en la iglesia para que lo oigan los hombres? ¿Cómo pueden salvar los Evangelios colgados al cuello a aquel a quien nada aprovechan cuando los tiene puestos en sus oídos? Además, ¿dónde estará la virtud del Evangelio: en las figuras de las letras, o en el conocimiento de su sentido? Si está en las figuras, obrarán bien llevándolo colgado al cuello; pero si está en el entendimiento, más aprovecharán si se lleva en el corazón, que si se suspende del cuello. Otros exponen este mismo pasaje fijándose en que dilataban sus discursos ocupándose del modo como ellos observaban la ley como filacterios, esto es, como conservadores de la salvación. Y así, en este sentido era como predicaban al pueblo con asiduidad. Las cenefas hermoseadas de sus mantos, significan las excelencias de los mandamientos de la ley de Dios.

6. No vitupera a aquéllos que ocupan los primeros lugares, sino a los que los desean; refiriendo su reprensión al deseo y no al hecho. Se humilla, pues, sin motivo respecto del lugar, aquel que da a sí mismo la preferencia en su corazón. Alguno hay que se jacta oyendo que es laudable el colocarse en el último lugar, y por esto se sienta después que todos. Y no sólo no abandona la arrogancia de su corazón, sino que además adquiere la vanagloria de la humildad, como el que quiere aparecer como justo, y se presenta como humilde. Hay muchos que siendo soberbios se colocan en los últimos sitios, y por el orgullo de su corazón, les parece que se sientan a la cabeza de los demás, y también hay muchos humildes, que aun cuando se sientan en los primeros puestos, están convencidos en sus conciencias que deben ocupar los últimos puestos.

7. También desean los primeros saludos, no sólo según el tiempo, sino también según la palabra para que les saludemos primero, levantando la voz y diciendo: que Dios te guarde, Maestro. Y en cuanto al cuerpo, para que les inclinemos la cabeza, y en cuanto al lugar, para que les saludemos en público. Por esto dice: “Y las salutaciones en la plaza”.

Esto es, quieren ser llamados aunque no lo son; apetecen el nombre, pero desprecian el oficio.

8. No queráis ser llamados Rabbí, no sea que os atribuyáis lo que se debe a Dios: ni tampoco llaméis a otros maestros, para que no concedáis a los hombres lo que se debe a Dios. Unicamente hay un maestro de todos, y que enseña a todos los hombres naturalmente. Por lo tanto, si un hombre enseñase a otro, todos los hombres sabrían que tienen doctores. Pero ahora, como no es un hombre quien enseña sino Dios, son muchos los que son enseñados pero pocos los que aprenden. Porque no es el hombre quien da el entendimiento a los demás hombres cuando se les enseña, sino que ejercita por medio de la enseñanza el que Dios les ha concedido.

9. Aunque en el mundo un hombre engendra a otro hombre, sin embargo únicamente hay un Padre que nos ha criado a todos. No tenemos, pues, el principio de nuestra vida en nuestros padres, sino que únicamente recibimos de ellos el poder de transmitir esta vida.

Orígenes, homilia 23-24 in Matthaeum

2. Hay unos discípulos de Jesús que son mejores que los que componen las turbas, y encontrarás en las iglesias algunos que se acercan con más afecto al Verbo divino, y que son discípulos de Jesucristo, mientras que los otros solamente pueden llamarse su pueblo; y a veces, dice ciertas cosas sólo a sus discípulos; otras veces dice algunas cosas a las turbas y a los discípulos a la vez, como son las que siguen: “Sobre la cátedra de Moisés se sentaron los escribas y los fariseos”. Los que creen que pueden gloriarse de interpretar bien la ley de Moisés, son los que se sientan sobre su cátedra, y los que no se separan de la letra de la ley, se llaman escribas; los que, dando a entender que saben algo más, se distinguen a sí mismos, como mejores que los demás, se llaman fariseos, que quiere decir, divididos. Los que comprenden y exponen los escritos de Moisés en sentido espiritual, se sientan, en verdad, sobre la cátedra de Moisés. Pero no son escribas ni fariseos, sino que son mejores que éstos, y discípulos amados de Jesucristo. Por lo tanto, después de la venida de Jesucristo, se sientan sobre la cátedra de la Iglesia, que es la cátedra de Jesucristo.

3. Si los escribas y los fariseos que se sientan sobre la cátedra de Moisés son los doctores de los judíos, que enseñan según la letra los preceptos de la ley, ¿cómo es que el Señor nos manda hacer lo que éstos nos ordenan; siendo así que los apóstoles prohiben a los fieles, en el libro de los Hechos (cap. 15), que vivan, según la letra de la ley? Pero aquéllos la enseñan según la letra porque no conocen su espíritu; lo que nos dicen pues acerca de la ley, lo hacemos y observamos, conociendo su sentido, pero no obrando como ellos obran; porque ellos no obran como la ley enseña, ni comprenden que hay un velo sobre la letra de la ley. Y cuando se oyen estas cosas, no vayamos a creer que todas ellas son preceptos de la ley, porque hay muchas que tratan de las comidas, de los sacrificios, y otras cosas por el estilo; sino únicamente las que corrigen las costumbres. ¿Y cómo es que no mandó esto mismo acerca de la ley de gracia, sino únicamente acerca de la ley de Moisés? Porque todavía no era tiempo de dar a conocer los preceptos de la nueva ley, antes de su pasión. También a mí me parece que dijo esto, previendo algo más: como había de vituperar a los escribas y a los fariseos en sus palabras siguientes, para que no pareciera que deseaba la jefatura entre los necios, o que hacía esto por enemistad, primeramente retira toda sospecha; y entonces empieza a reprender, con objeto de que las turbas no caigan en los mismos defectos, pero comprendan que aunque deben oírlos, no deben imitarlos en sus acciones; por esto añade: “Mas no hagáis según las obras de ellos”. ¿Qué cosa hay más miserable que un doctor, cuyos discípulos se salvan no siguiendo su ejemplo, y se condenan cuando le imitan?

5. Hacen sus buenas obras con el fin de ser vistos por los hombres, aceptando visiblemente la circuncisión, pero ocultando las riquezas de sus casas, y haciéndolo todo por el mismo estilo. Los discípulos de Jesucristo cumplen la ley en secreto, porque -como dice el Apóstol- están constituidos judíos en secreto (Rom 4).

6-7. En la Iglesia de Jesucristo también se encuentran algunos que desean los primeros puestos de las mesas, para ser parecidos a los diáconos; por lo tanto ambicionan ocupar los primeros puestos de aquellos que se llaman presbíteros; y otros trabajan porque los hombres les llamen obispos, esto es, maestros. Pero el verdadero discípulo de Jesucristo, desea los primeros puestos en las cenas espirituales, para comer lo mejor de los manjares espirituales. Desea también cuando los apóstoles se sienten sobre doce tronos, ocupar los primeros puestos; es muy justo que se hagan acreedores por sus buenas acciones a ocupar estos sitios. Desea también las salutaciones que tienen lugar en las alegrías de la gloria, esto es, en las reuniones celestiales de los hombres nacidos primitivamente para el cielo, y no desean llamarse maestros ni por los hombres ni por ninguna otra criatura cuando son buenos, porque sólo hay uno que es el maestro de todos. Por esto sigue: “Mas vosotros no queráis ser llamados Rabbí”.

9. ¿Y quién es el que no dice padre en el mundo? Aquel que en todos los actos practicados según Dios, dice: “Padre nuestro que estás en los cielos” (Mt 6,9).

10. Y si alguno predica la palabra divina, sabiendo que Jesucristo es quien la hace fructificar, que no quiera llamarse maestro, sino ministro. Por esto sigue: “El que es mayor entre vosotros, será vuestro siervo”. El mismo Jesucristo, siendo verdaderamente maestro, se presentó como ministro, cuando decía: “Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve” (Lc 22). Después de todo añadió para aquellos a quienes prohibió el deseo de la vanagloria: “Porque el que se ensalzare será humillado, y el que se humillare, será ensalzado”.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 72,1-3

3. Para que algunos no digan, soy peor para obrar, porque, quien me ha enseñado es malo, rechaza esta razón cuando añade: “Guardad, pues, y haced todo lo que os dijeren”, etc. Porque no dicen cosa alguna de sí mismos, sino que hablan cosas de Dios, que publicó su ley por medio de Moisés. Y observa con cuánto honor habla de Moisés, manifestando la unidad que hay entre lo que se dice y el Antiguo Testamento.

3b-4. Considera también cómo empieza a vituperarlos, pues sigue: “Porque dicen y no hacen”. Especialmente, es digno de censura, aquel que teniendo obligación de enseñar, quebranta la ley. En primer lugar, porque falta cuando debe corregir a otro; en segundo lugar, porque el que peca es digno de mayor castigo, cuanto mayor es su dignidad; y en tercer lugar, porque hace más daño, en atención a que peca siendo doctor. Además, reprende también a aquéllos, porque son duros para los que les están subordinados. Por esto prosigue: “Pues atan cargas pesadas e insoportables”, etc. En esto da a conocer la malicia doble de éstos: lo uno, porque exigen una vida perfecta a los que les están subordinados, sin dispensarles lo más mínimo; y lo otro, porque son altamente condescendientes consigo mismos. Pero conviene que el jefe proceda como juez inexorable en las cosas que a él afectan; y que sea bueno y pacífico en las que afectan a sus subordinados. Obsérvese, pues, cómo agrava su reprensión: no dijo que no pueden, sino que no quieren; ni dijo llevar, sino mover; esto es, ni aun acercarse, ni tocar.

5. Había reprendido el Señor a los escribas y a los fariseos por crueles y perezosos, y ahora les reprende su vanagloria, que los separa de Dios. Por esto dice: “Todo lo hacen por ser vistos de los hombres”, etc.

Observa que los reprende con cierta intención, porque no dice sencillamente que hacen sus obras para ser vistos por los hombres, sino que añade “todas”. Y después demuestra que no se glorían tampoco de grandes cosas, sino de algunas de poca importancia. Por esto añade: “Y así ensanchan sus pergaminos”, etc.

6. Véase dónde se encuentra la vanagloria que los dominaba: en las sinagogas, en donde entraban a dirigir a otros. Que se condujesen de este modo en las cenas, era todavía tolerable, aun cuando conviene que el doctor llamase la atención, no sólo en la iglesia, sino en todas partes. Si el desear ocupar estos sitios merece reprensión, ¿cuánto peor será que otro los ocupe sin deber?

7. O dicho de otra manera: vituperaba a los fariseos por todo aquello, sin embargo pasaba en silencio algunas cosas pequeñas y de poca importancia dando a entender que sus discípulos no necesitaban ser instruidos acerca de ellas. Pero lo que era la causa de todos los males era el apetecer la cátedra de maestro. Toca esta cuestión para enseñar a los discípulos cómo deben portarse respecto de ellas. Por esto añade: “Mas vosotros no queráis ser llamados Rabbí”, etc.

9. Cuando se dice que Jesucristo es maestro, no se prescinde del Padre, como tampoco se prescinde de Jesucristo, cuando se dice que Dios Padre es el Padre de todos los hombres.

11. No sólo prohibe el Señor ocupar los primeros puestos, sino que por el contrario, quiere excitar a que se deseen los últimos. Por esto añade: “El que es mayor entre vosotros, será vuestro siervo”.

San Jerónimo

4. Los hombros, los dedos, las cargas y los lazos con que son atadas las cargas de los que se ven oprimidos deben tomarse en sentido espiritual. Aquí también habla el Señor en general contra todos los maestros, que mandan lo más pesado y ellos no hacen ni aun lo menor.

5a. Por lo tanto, como el Señor había dado los mandatos de la ley por medio de Moisés, los cumplió hasta el extremo como decía el Deuteronomio: “Llevarás los preceptos en tu mano, y los tendrás siempre a la vista” (Dt 6,8). Lo que quiere decir: que estén mis preceptos en tu mano, y los cumplirás con las obras; estén ante tus ojos, para que medites en ellos de día y de noche. Los fariseos interpretando esto en mal sentido, escribían en pergamino el Decálogo de Moisés, esto es, los diez preceptos de la ley, llevándolos plegados y atados sobre la frente, formando con ellos una especie de corona, de modo que siempre los tenían delante de sus ojos. También había mandado Moisés, que llevasen en las cuatro puntas de sus mantos cenefas de jacintos, como distintivo del pueblo de Israel, para que, así como se distinguían en sus cuerpos de los gentiles por medio de la circuncisión -que era un signo judaico-, así el vestido llevase también alguna diferencia (ver Núm 15,38). Pero los maestros, como supersticiosos, deseando captar la atención de los demás, y apeteciendo las ganancias que podrían obtener de las mujeres, hacían sus cenefas más grandes, y ataban en ellas espinas agudísimas, para que al andar y al sentarse se punzasen, y con esta advertencia pudiesen consagrarse mejor al ministerio del servicio divino. Llamaban a aquella especie de distintivo, filacterías del Decálogo; tablas en que están escritos los nombres de los jueces, esto es, conservadurías, porque todos los que las tenían las conservaban para defenderse y protegerse a sí mismos. No entendían los fariseos que debían llevar estos preceptos más bien en su corazón que en sus cuerpos. De otro modo, quedaban reducidos a ser armarios o cajas que tienen libros, pero que no conocen a Dios.

5b. Como dilataban en vano las filacterías, y hacían mayores sus orlas, se captaban la admiración de los hombres, pero les vituperaban en las demás cosas. Por esto prosigue: “Y aman los primeros lugares en las cenas; y ser saludados en las plazas”, etc.

8b. Todos los hombres pueden llamarse hermanos por afecto, y éste puede ser de dos maneras, especial y general. Especial, porque todos los cristianos se llaman hermanos; general, porque todos los hombres proceden de un solo padre y viven unidos a nosotros como hermanos.

Prosigue: “Y a nadie llaméis vuestro padre sobre la tierra”, etc.

9. Se pregunta por qué se llama el Apóstol doctor de las gentes, en contraposición de lo que aquí se ordena (ver 1Tim 2), y por qué en los monasterios se usa con tanta facilidad de la palabra padre. A esto se contesta, que una cosa es ser padre o maestro por naturaleza, y otra cosa es serlo por gracia. Si nosotros llamamos padre a un hombre, le dispensamos este honor en razón a su edad, y con ello no confesamos que sea el autor de nuestra vida. También se le llama maestro a aquel que en cierto sentido está unido con el verdadero maestro. Y (para no repetir esto muchas veces), del mismo modo que habiendo un solo Dios por naturaleza y un solo Hijo, esto no obsta para que haya muchos que se llamen abusivamente dioses, o que otros se llamen hijos por adopción; así, el que haya un padre o un maestro, no obsta para que haya otros muchos que por abuso puedan llamarse padres y maestros.

Rábano

6. Debe advertirse que no prohibe el que sean saludados en la plaza, ocupen o se sienten en los primeros puestos aquellos a quienes se deben estos respetos por razón de sus cargos o dignidades. Pero sí nos enseña, que nos guardemos como de unos malvados de aquellos que exigen injustamente de los fieles todas estas cosas, ya tengan o no derecho a ellas.

7. Aun cuando no están exentos de culpabilidad en este punto todos aquellos que se mezclan en las disputas del foro y ambicionan sentarse en la cátedra de Moisés y el que los hombres les llamen maestros de la sinagoga.

San Hilario, in Matthaeum, 24

8b. Y para que los discípulos tengan presente que son hijos de un solo padre, y que por efecto de un nuevo nacimiento han pasado los umbrales de su origen terrenal, añade: “Y vosotros, todos sois hermanos”.

Remigio

12. Lo cual debe entenderse de este modo: todo el que se ensalza por sus propios méritos, será humillado delante de Dios, pero el que se ensalza en virtud de los beneficios recibidos de Dios, será ensalzado delante de Dios.

Glosa

4. O también: atan las cargas, esto es, recogen de todas partes esas tradiciones, que lejos de elevar la conciencia, la rebajan y la abaten.

9. Y como daba a entender que Dios era Padre de todos, porque había dicho: “Que estás en los cielos”, quiere dar a conocer quién sea este maestro universal. Por esto repite otra vez lo mandado acerca del maestro: “No os llaméis maestros, porque uno solo es vuestro maestro, Jesucristo”.

Bastin-Pinckers-Teheux, Dios cada día: Tomad sobre vosotros mi yugo

Siguiendo el Leccionario Ferial (4). Semanas X-XXI T.O. Evangelio de Mateo.
Sal Terrae (1990), pp. 222-224.

Rut 2, 1-3.8-11; 4,13-17.

Cuando volvió a su país acompañada de Rut, después de la muerte de su marido y de sus dos hijos, Noemí utilizó astutamente la ley sobre el rescate de las tierras. Esta legislación, atenta a prevenir la enajenación de un patrimonio, preveía que un miembro de la familia o del clan podía ejercer su derecho de “rescate” sobre unas tierras que hubieran sido puestas a la venta como consecuencia de dificultades financieras o de otro tipo. Este “defensor” podía también rescatar a un miembro del grupo que hubiera sido sometido a esclavitud; es este derecho el que Yahvé hace valer para “reivindicar” a su pueblo, esclavo en Egipto (Ex 6,6). En realidad, la legislación sobre el rescate de tierras va unida aquí a la del levirato, que permitía a un pariente desposar a la viuda de su hermano para procurarle descendencia.

Evidentemente, Rut, la moabita, goza del favor divino a causa de su exquisito celo por adoptar la manera de vivir de los judíos. Por otra parte, la tradición se ha complacido en subrayar el carácter providencial del hijo que Rut concibió de Boaz; se ha llegado incluso a escribir que Yahvé mismo había dispuesto especialmente su seno para que pudiera concebir al Mesías. Sabemos también que Mateo cita el nombre de Rut en la genealogía de Jesucristo (1,5).

Salmo 127.

El salmo 127, que es un salmo de congratulación, exalta las alegrías del hogar.

Mateo 23,1-12.

“Ellos no hacen lo que dicen”; dicen, pero no producen ningún fruto. Es esta una actitud completamente opuesta al Reino. Sin embargo, Jesús comienza por reconocer la legitimidad farisea: los letrados y los fariseos se han sentado en la cátedra de Moisés, y todo israelita consecuente consigo mismo debe seguir sus enseñanzas. Pero los fariseos se aprovechaban demasiado fácilmente de su posición para cargar sobre el pueblo llano pesos insoportables. Eran malos pastores: en lugar de facilitar el camino de aquellos de quienes eran responsables ante Dios, les impedían vivir. ¡A buen entendedor…! Las observaciones de Mateo valen también para las autoridades cristianas. Los vv. 8 al 12 suponen que algunos no desdeñan entrar en la carrera de los honores; por eso había que recordar la enseñanza constante de Jesús en este terreno. En la comunidad cristiana, el más grande es el que sirve. Los títulos de “maestro”, de “padre” y de “doctor”, con la tentación de dominio que conllevan, deben estar proscritos, ya que para los cristianos no hay más que un solo maestro y doctor, Cristo, y un sólo hay un Padre, Dios. Aunque la comunidad no pueda prescindir de algún tipo de organización, aunque haya necesidad de un “orden”, es con vistas a un servicio, a saber, la edificación, en la comunión, del Cuerpo de Cristo.

***

Esta vez, Jesús ataca de frente. Acusa abiertamente a los viñadores homicidas de la parábola, a los hijos pretenciosos. Los denuncia ante todo el pueblo: “¡Sepulcros blanqueados, guías ciegos, que decís y no hacéis!” Se ha declarado la guerra entre el que es el rostro de Dios y los fariseos, los escribas que se arrogan el derecho de hablar en nombre de Dios: “Decís y no hacéis!”

Ellos pensaban que se podía conseguir la salvación a fuerza de puños, hasta el punto de poder casi prescindir de Dios. Habían olvidado que sólo Dios justifica al hombre, por pura gracia. El hombre debe su salvación exclusivamente a la fidelidad de Dios, pues Dios nunca olvida su alianza: ¿quién lo puede imaginar como un contable que sopesa los méritos del hombre? No, Dios no es así. Los fariseos no han comprendido nada, cuando excluyen a los débiles, a los lisiados, a los ciegos, a los pecadores, en nombre de una multitud de preceptos insoportables. Los fariseos acabaron excluyendo a Dios para aprisionar a los hombres en su sistema, a su servicio.

Entonces Jesús se yergue e increpa ásperamente. Jamás tolerará que los hombres se sirvan de Dios para hacer de el el instrumento de su política y la tapadera de sus maquinaciones.

El, que había derribado las mesas de los mercaderes en el Templo, derriba con más fuerza aún el autoritarismo de los traficantes de Dios: “¡No llaméis a nadie vuestro padre, porque uno solo es vuestro Padre: el del cielo!” Jesús se yergue también para que se respete a los hombres; derriba las pesadas cargas que abruman a.los más débiles: “¡No os dejéis llamar maestro, porque uno es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos!”… No tenéis más que un Maestro, Cristo. El mayor de vosotros será vuestro servidor. El que se ensalce será humillado!”…

¿Utopía soñadora? En la sociedad reina la ley de la jungla, la ley del embudo, la ley de los codazos. Para ser elegidos, los políticos se hacen pasar por mejores que los demás. Por otra parte, ¿cómo iban a ser elegidos sin pretenderlo?… Finalmente, la multitud necesita maestros que la dominen; por eso, ¿no sueña la palabra de Jesús como un sueño piadoso?

Sí, tendremos que seguir contemplando aún durante mucho tiempo a Jesús para captar la verdad de su palabra. ” ¡Vosotros no tenéis más que un solo Maestro!”… Un maestro que no se parece a los demás; prefiere a los débiles y la debilidad antes que a los poderosos y el poder. Tendremos que seguir dejando que el Espíritu actúe sobre nosotros para que nuestro corazón se vuelva semejante al del Señor: es él quien nos enseñará la auténtica humildad. Pues sólo Dios es verdaderamente humilde: él, Creador de todas las cosas, no apaga la mecha que sigue humeando, ni rompe la caña que se dobla bajo el peso de la espiga.

¡Por favor, hermanos, dejad de exhibir vuestras condecoraciones, no alarguéis los flecos de vuestros mantos, no hagáis la lista (aunque sea larga) de vuestros méritos (aunque sean reales)! Asistid a la escuela de Jesús y aprended de él la humildad, la verdad, con una buena dosis de humor, pues, cuando hayáis hecho lo imposible por Dios ¡seguiréis siendo servidores inútiles! No os toméis en serio a vosotros mismos, porque sólo seréis juzgados por el amor, el amor gratuito, el humilde servicio a los hombres.

El anciano apóstol Juan lo sabía bien. Desde el comienzo, veía como vivían las Iglesias, y, cuando se puso a escribir su evangelio, relató el lavatorio de los pies ¡exactamente en el lugar en el que los demás evangelistas habían relatado la institución de la eucaristía!…

“¡Yo, Maestro y Señor, os he dado ejemplo!”

***

¡Un solo Dios y Padre!
Hemos nacido todos de un amor único,
y, sin embargo, cuántos problemas hay entre nosotros..
¡Señor, ten piedad de nosotros!

Un solo Maestro y Señor!
Sólo conocemos la libertad del amor,
y, sin embargo, cuánto orgullo y vanidad…
¡Cristo, ten piedad de nosotros!

¡Una sola fe, una misma esperanza!
Todos vivimos del mismo Evangelio,
y, sin embargo, cuántas palabras vanas…
¡Señor, ten piedad de nosotros!

Biblia Nácar-Colunga Comentada

Se describe el carácter de los fariseos y se exhorta a huirles, 23:1-12.

Esta primera parte del discurso la dirige Jesús a las turbas que escuchaban y a sus discípulos (v.1).

Una primera enseñanza que Cristo quiere destacar, a pesar de esta censura de los escribas y fariseos, es que éstos “se sentaron en la cátedra de Moisés.” Esta expresión tuvo un doble sentido. Conforme al uso de la expresión rabínica, “estar sentado en la silla de alguno” significa ser sucesor, tener el derecho de enseñar con su poder. En época posterior, la expresión “cátedra de Moisés” vino a significar la sede de mayor honor que había en las sinagogas, destinada al que presidía.

Los escribas y muchos de los fariseos dedicados al estudio de la Ley eran los doctores “oficiales” de Israel. Tenían una larga preparación y lograban el título oficial de rabí en una ceremonia no bien conocida y mediante la imposición de manos. Así, ellos se creían llegar por esta cadena ininterrumpida hasta el mismo Moisés, de quien recibieron la tradición, la custodia de la Ley y el poder de enseñar. Considerados como los doctores “oficiales” de Israel, tenían un poder, y éste había que respetarlo. Por eso Jesucristo dirá de ellos, en cuanto transmisores de esta doctrina, no en cuanto alteradores de ella y de sus principios (cf. v.4): “Haced, pues, y guardad lo que os digan,” pues es la doctrina de la Ley, pero “no los imitéis en las obras, porque ellos dicen y no hacen.” Era una de las grandes responsabilidades del fariseísmo: destruir con su mal ejemplo lo que enseñaban con autoridad oficial. De este tipo de personas se dice en la literatura rabínica, en el Midrash sobre el Levítico: “El que enseña y no hace, le valía más no haber nacido.”

Pero no sólo no cumplían lo que enseñaban, sino que hacían una obra perniciosa en la guarda o en la precaución por la observancia de la misma Ley en otros. La cargaban de una serie de minuciosidades y reglamentaciones preventivas, que hacían aborrecer la misma Ley: la hacían “insoportable.” Bastaba recordar sus prescripciones, ridículas, sobre las “lociones” de manos, vasos, alimentos, comidas y hasta de los mismos lechos del triclinio; o el “camino del sábado,” o sobre la pureza o impureza, diezmos, etc.; en una palabra, toda la casuística rabínica. La construcción rabínica en torno a la Ley es un cercar y aprisionar la misma Ley; y en lugar de ser preventiva para su cumplimiento, era una legislación casuística que sólo hacía odiarla. Nunca mejor que aquí la sentencia de que la “letra mata.” La casuística rabínica anulaba el mismo espíritu de la Ley.

La perspectiva en que se desenvuelve la primera parte de este pasaje es el “poder” que tenían de doctores; pero no se considera ni aprueba, por tanto, la equivocación en tantas cosas de su exégesis sobre la Escritura.

Reconocido este “poder,” se va a poner al descubierto el espíritu postizo y material que ponían en ciertas obras externas. La descripción de esas exterioridades farisaicas es dura. En cada apartado se dan los lugares “paralelos,” lo mismo que, por razón de homogeneidad, se comentan aquí algunos elementos que no trae Mt.

1) “Ensanchaban sus filacterias (φυλαχτήρια) y alargaban los flecos” (κράσπεδα). Las “filacterias” es traducción griega que significa “custodias,” mientras que en el arameo talmúdico (tephillím) significa “oración,” por el uso de estas “filacterias,” especialmente durante la oración.

En el Pentateuco (Ex 13:9-16) se leía de los preceptos de la Ley: “Átatelos a tus manos, para que te sirvan de señal; póntelos en la frente entre tus ojos” (Dt 6:8). Y lo que era una recomendación metafórica, se hizo por los rabinos una realidad material. Se escribían las palabras de la Ley en membranas, se metían en pequeñas cajitas y se las ataban con tiras de cuero al brazo izquierdo, y se sujetaba también esta cajita en la frente. Se las usaba por los piadosos “materialistas” judíos, que las llevaban a veces a todas horas, pero especialmente en las horas de oración.

Mas los fariseos, para aparentar ser más piadosos, llevaban estas “filacterias” mucho más “anchas” que los demás judíos, precisamente para llamar la atención sobre ellos y aparentar así ser más religiosos que los demás. Ni parece que fuese ajeno a ello cierto sentido de superstición, al venir a considerárselo con un cierto valor de amuleto.

Por esto mismo “alargan los flecos.” Estos flecos, que el texto griego llama κράσπεδα (extremidades), responden al término hebreo tsitsith. Se leía también en la Ley que se pusieran “flecos en los bordes de sus mantos, y aten los flecos de cada borde con un cordón color de jacinto” (Núm 15:38), que se pondrían “en las cuatro puntas del vestido” (Dt 22:12), para que les recordase el cumplimiento de todos los mandatos de Yahvé. Esto que se consideraba una práctica piadosa, hacía que los fariseos, por hacer alarde de su piedad, las “alargasen.”

2) Mc (12:38) y Lc (20:46), no así Mt, aunque lo supone, destacan en el lugar paralelo otro aspecto de la conducta ostentosa de los escribas. Les “gusta dar vuelta en su paseo vestidos de túnicas largas” y amplias, sin duda para llamar la atención, por su gravedad, en este lento pasear y ser así “saludados en las plazas.” Detalle este último que también recoge Mt (v.7a). Este tipo de plaza o “ágora,” en la antigüedad, no era un lugar aislado, sino que era el centro social de la ciudad; allí iban para recibir los “saludos” de las gentes, que veían en ellos a los estudiosos de la Ley y los sucesores de Moisés. Es lo que recoge Mt; el ser “llamados por los hombres rabí” (Mt v.7b).

El título de rabí — ”maestro mío” — era el título más codiciado por ellos y con el que los judíos solían llamar a sus doctores. Tal era el ansia que tenían de ser saludados con este título, que llegaban a enseñar que los discípulos que no llamaban a su maestro por el título de rabí provocaban la Majestad divina a alejarse de Israel. En otra ocasión les dirá Jesucristo: “¿Cómo vais a creer vosotros, que recibís la gloria unos de otros y no buscáis la gloria que procede del Único?” (Jn 5:44). Nada era comparable para un escriba como el ser citado por otro rabí como una autoridad que fijase, en su cadena de autoridades, un punto o un elemento más de interpretación de la tradición y la doctrina.

3) Otra de las ambiciones de los escribas y fariseos era la de “gustar de los primeros asientos en los banquetes y de los asientos preferentes en las sinagogas” (Mt; cf. Mc 12:39; Lc 20:46). Jesucristo contará en una parábola cómo no se deben buscar en un banquete los primeros puestos — reflejando, sin duda, este medio ambiente —, sino los últimos, no vaya a ser que, ante todos los comensales, sea uno invitado a dejar el puesto a otro más digno (Lc 14:7-11).

Se sabe por textos del siglo ni (d.C.) que en las asambleas se daban los puestos por razón de la edad; pero también por razón de la dignidad del personaje, v.gr., de su sabiduría. Como estos puestos por motivos de dignidad eran mucho menos frecuentes que los que se asignaban por razón de la edad, de ahí que la ostentación y vanidad de los fariseos quisiese que en los banquetes se les asignase a ellos estos primeros puestos.

En las sinagogas se sabe tan sólo que los “ancianos” (zeqaním) estaban sentados cara al pueblo y con su espalda vuelta a la teba o armario que contenía los rollos de la Escritura. Y también estos puestos eran reclamados por los fariseos. Era un ansia desmedida, infantil y casi patológica de vanidad y soberbia.

4) Un cuarto síntoma de su vida hipócrita la da el mismo Jesucristo. No lo trae Mt, pero lo recoge Mc (12:40) y Lc (20:47b). Este lo describe así: Los escribas, mientras devoraban las casas de las viudas, simulan y hacen ostentación de largas oraciones.

Josefo, fariseo, cuenta que los fariseos tenían un gran ascendiente sobre el sexo femenino porque se les creía muy piadosos. Con su conocimiento del derecho y con su astuta piedad, “devoraban” los bienes de las “viudas,” gente, generalmente, sin defensa (Ex 22:22; Dt 10:18; 14:29; 16:11.14; 24:17, etc.). Era algo contra lo que clamaban los profetas. O acaso les “devoraban” los bienes a cambio de promesas de largas oraciones, conque les prometerían abundancia de bienes espirituales, logrados por ellos, que estaban tan cerca de Dios. Y hasta acaso les sugiriesen, con el dicho rabínico, que “largas oraciones dan larga vida.”

La “simulación” de sus largas oraciones es un caso concreto de su afectada piedad, de la que se habla ya en el Talmud, haciéndose una clasificación sarcástica de siete tipos de fariseos desde el punto de vista de esta falsa piedad.

Toda esta conducta farisaica, demasiado clara en su significado, queda terminantemente estigmatizada por Jesucristo en una frase terrible: “Todas sus obras las hacen para ser vistos de los hombres” (Mt v.5a).

Naturalmente, Jesucristo no condena a todos los escribas y fariseos, de los que varios son citados en el mismo Evangelio como personas rectas; se ataca a la corporación, al grupo, y, sobre todo, al espíritu que ordinariamente inspiraba a esta agrupación.

Frente a este orgullo desmedido de ser tenidos en algo, Jesucristo dirá a los suyos que no obren así (Mt). Y toma como ejemplo concreto lo que era para los fariseos su meta suprema: el ser estimados y tenidos como rabís. Los discípulos de Cristo no deben querer ser llamados ni “rabí,” ni “padres,” ni “doctores.” Estas expresiones vienen a ser sinónimas. Su triple repetición es uno de los casos clásicos de “sinonimia” hebrea; al menos los matices diferenciales en ellos son mínimos. Además, el pensamiento está expresado en la forma hiperbólica de los fuertes contrastes semitas, para producir efecto por “acumulación.”

Ante esta ansia farisaica desmedida de hacerse llamar “rabí,” ellos — ¿quiénes? luego se dirá — no deben hacerse llamar “rabí.” ¿Por qué? Porque uno solo es “vuestro Maestro.” Todo magisterio religioso tiene por fuente y maestro absoluto a Dios. Ante este Maestro, todos los demás son iguales: “y todos vosotros sois hermanos.” ¿Por qué esta ansia de diferencia de los otros, que son “hermanos,” que son iguales, frente al único y pleno magisterio, que es de donde lo reciben todos? El “rabí” no es dueño de la doctrina que trasmite. También aquí se ha de cumplir lo que San Pablo dirá de los apóstoles de Cristo: “Es preciso que los hombres vean en vosotros ministros de Dios y dispensadores de los misterios de Dios” (1 Cor 4:1); y cuando el ministerio y “magisterio” se valora en función de Dios, el hombre no se lo apropia y vuelca sobre sí, como hacían los fariseos. Así decía sobre 180 (d.C.) rabí Ismael bar José: “No te consideres como único juez; uno solo es nuestro juez, Dios”. No niega Cristo el magisterio religioso, sino que expresa, con fuerte hipérbole oriental, la actitud de los maestros ante el Maestro.

También les dice que no se hagan llamar “padres.” Es título honorífico que está, fundamentalmente, en la misma línea de “rabí.” En un principio, el título de “padres” quedó reservado a los patriarcas. Pero posteriormente el título de “padre” vino a ser título honorífico reservado a los rabís más distinguidos, e incluso dado a algunos personajes especialmente distinguidos. En el Talmud hay un tratado que se titula precisamente “Sentencias de los padres” (Pirqé Aboth), y que son las decisiones de los grandes maestros. Y se lee en el mismo Talmud lo siguiente: “Cuando el rey Josafat veía un discípulo de los escribas, se levantaba de su trono, lo abrazaba, lo besaba y le decía: “Padre mío, padre mío” (abí, abí), “maestro mío, maestro mío” (rabbí, rabbi), “mi señor, mi señor” (man, man).

Jesucristo dirá que a nadie llamen “padre” sobre la tierra, y con lo cual, evidentemente, no quiere negar el que se dé a los progenitores el nombre de padres (Mt 12:49), porque “uno solo es vuestro Padre, el que está en los cielos.”

En ningún lugar era tan decisiva la autoridad de los “padres” como en Israel. Ellos interpretaban y fijaban, ante las gentes, la doctrina religiosa. Por eso les daban este título, porque les ponía en la línea de los maestros excepcionales de Israel y les acarreaba la suprema estimación. Pero esto mismo es lo que no quiere Cristo que se haga. Pues sólo uno, Dios, es la fuente de toda la verdad religiosa. Otra vez los “padres” tienen que ser sólo “administradores” de los tesoros religiosos.

Por último, les dice que no se hagan llamar “doctores,” porque “uno solo es vuestro doctor, Cristo.”

El sentido de la expresión griega “doctores” (χαθηρηται) es discutido. Para unos significa, etimológicamente, “conductor,” “director,” y habiéndose ya antes expresado el concepto de maestro, o director intelectual, con esta expresión, cuyo equivalente también “existe en el arameo judío,” se indicaría ser “director espiritual de la vida moral y religiosa”. Pero esto no es nada probable, pues la repetición es muy del estilo oriental, y, de hecho, el concepto de rabí como director intelectual de Israel en nada se distingue del concepto de “director de la vida moral y religiosa.” Otros consideran como probable que este v.10 no sea otra cosa que un “duplicado” del v.8, puesto que no se ve una palabra aramea que responda propiamente a ésta. Algunos la hacen equivalente a “señor.” Precisamente en el texto del Talmud poco antes citado se lee que el rey Josafat se levantaba de su trono para saludar a un discípulo de los fariseos, y le decía: “maestro mío” (rabí), “padre mío” (‘abí)y “señor mío” (marí). No sería nada improbable que esta forma griega responda al título de “señor.”

Por último, Jesucristo dará positivamente la norma general de conducta, la actitud del espírituque ha de tenerse o que ha de haber en aquellos que tienen puestos de magisterio o jerarquía. Así les da la norma: “El más grande entre vosotros deberá ser como vuestro servidor.” No se niega la jerarquía, pues abiertamente se reconoce cómo debe comportarse “el mayor entre vosotros,” lo que es reconocerla, sino lo que se enseña es cómo ha de conducirse y cuál ha de ser la actitud del espíritu que han de tener los que tienen esos puestos: “Ser como un servidor” (διάχο-νος). Es la gran doctrina de la humildad en los puestos y la jerarquía como “servicio,” ya ampliamente expuesta por Jesucristo en otra ocasión (Mt 20:25-28; Mc 10:42-45).

Advirtiendo, como regla general, que todo ello queda encuadrado en una norma de la providencia de Dios, que es ésta: “El que se ensalce será humillado, y el que se humillare será ensalzado” (Mt). Norma proverbial que los evangelios recogen en varios casos (Lc 14:11; 18:14), y que Jesucristo debió de repetir, como uno de esos temas centrales, en varias ocasiones. Y que siempre era oportuno en las iglesias cristianas a la hora de la composición de los evangelios.

W. Trilling, El Nuevo Testamento y su Mensaje (Mt): Gran discurso contra escribas y fariseos

Herder (1980), Tomo II, pp. 234-240.

En este pasaje el evangelista san Marcos había insertado un discurso muy conciso contra los escribas (Mc 12,38-40). Pero el estilo de los «ayes» o conminaciones no procede de él, aunque también se encuentran en san Mateo y en san Lucas conminaciones que hallamos en san Marcos. Los «ayes» proceden de la fuente común de los discursos de san Mateo y de san Lucas. Probablemente san Lucas ha conservado la redacción más primitiva de este pasaje, ya que refiere tres ayes contra los fariseos y tres contra los escribas o doctores de la ley, lo cual también corresponde al contenido de los ayes en conjunto (Le 11, 39-52). San Mateo adopta la materia global, la llena con la tradición propia, también redacta algunas formulaciones con absoluta independencia y con todo ello forma un gran discurso. En la estructura del evangelio este discurso puede concebirse como un equivalente del sermón de la montaña, que empieza con las bienaventuranzas (capítulos 5-7). Allí se proclama la doctrina de la verdadera justicia, aquí se pone al descubierto la falsa justicia del fariseísmo y de los rabinos. El discurso es de una severidad y vigor insuperables. El reproche central que se repite muchas veces, es el de la hipocresía. De este modo se descubre la llaga de la doctrina deteriorada y de la práctica religiosa.

a) Acusación fundada en principios (23,1-7).

1 Entonces Jesús habló al pueblo y a sus discípulos^ 2 En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. 3 Seguid, pues, practicando y observando todo lo que os digan, pero no los imitéis en sus obras; porque dicen y no hacen. 4 Atan cargas pesadas y las echan sobre los hombros de los demás, pero ellos no quieren moverlas siquiera con el dedo. 5 Hacen todas sus obras para que los hombres los vean: por eso ensanchan sus filacterias y alargan los flecos del manto; 6 ¡es gusta ocupar los primeros puestos en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, 7 acaparar los saludos en las plazas, y que la gente los llame «rabí».

Moisés es el primer legislador de Israel. Después de él sólo hay la «tradición de los antepasados»83. En el tiempo de Jesús es de la incumbencia de los escribas o doctores de la ley proteger y proclamar la ley de Moisés junto con la tradición que se desarrolló de esta ley. Así pues, se puede decir que los escribas están sentados en la cátedra de Moisés. Administran la ley y con ella la voluntad de Dios, que encontró su expresión en la ley. Aquí eso se hace constar sin críticas. Desde el principio están juntos los escribas y fariseos, porque Jesús y el evangelista los consideran como grupo unitario. De hecho la secta de los escribas estaba desde antiguo influida por la manera farisaica de pensar y la mayor parte de los escribas procedía del partido de los fariseos. En lo sucesivo — eso ya se aclara por esta introducción — se trata, pues, de la doctrina, de una polémica de principios con la teología rabínica, no solamente de una agresión contra su sola práctica religiosa, como en 6,1-18. La doctrina debe llegar hasta la medula.

La segunda frase (23,3) nombra el segundo objetivo del discurso, o sea dejar al descubierto la falta de unidad entre la enseñanza y las obras. Esta falta de unidad se llama hipocresía. Se debe hacer lo que enseñan, pero no hay que dirigirse por sus propias acciones. Sus instrucciones tienen validez, pero se recusa su ejemplo, ya que está en contradicción con lo que dicen. ¿No se declara aquí válida la doctrina de los fariseos y escribas, y solamente se censura su conducta personal? El desarrollo del discurso sobrepasa ampliamente esta frase y de hecho se dirige contra la doctrina. El contenido del v. 3 ya no se compagina enteramente con el contenido del resto del discurso 84. Pero con todo se tiene que ver que el peso principal de la frase no radica en apoyar la autoridad de los escribas para enseñar, sino en descubrir la discrepancia en su conducta. Con una imagen gráfica se muestra cómo oprimen a los hombres, pero sin vivir previamente lo que exigen. Se parecen a los traficantes que imponen enormes cargas a sus acémilas o camellos. Pero ellos no hacen el menor esfuerzo para hacerlos adelantar. Hay también en aquéllos este contraste entre lo que reclaman a los demás y lo que se exigen a sí mismos: no hay que guiarse por sus propias acciones, porque no están de acuerdo con su doctrina. La próxima frase (23,5) nombra como ulterior motivo para esta advertencia que todas sus obras son fingidas, porque no las hacen por Dios, que conoce lo oculto, sino por los hombres, a quienes obceca la apariencia de una seria piedad.

El reproche de ostentar ante los hombres toda acción piadosa, ya fue antes explicado en tres ejemplos. Cuando dan limosnas, lo publican en las sinagogas y en las calles (6,2). Les gusta orar erguidos en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para exhibirse ante la gente (6,5). Cuando ayunan, ponen cara triste y desfiguran el rostro (6,16). Aquí se aportan dos pormenores especialmente ridículos. Ensanchan de una forma peculiar y vistosa las filacterias, en las que se sujetaban pequeñas cápsulas con textos de la ley. En parte se llevaban las filacterias en el brazo, en parte en la frente. Los flecos que se debían llevar en los cuatro extremos de la túnica, los alargan de un modo peculiar, para hacer impresión. Ellos también quieren ser honrados del modo que sea y estar en primer término, ya sea privadamente en la comida, ya sea en el culto divino de la sinagoga o públicamente en las calles y en las plazas. En todas partes sucede lo mismo: se hace una ridícula exhibición, que solamente es fachada huera y descubre un vano afán de prestigio.

En la parte introductoria ya se dice como advertencia «al pueblo y a sus discípulos» (23,1) todo lo que se enumera en particular como directa acusación a partir de 23,13. Se trata de la doctrina teorética y de la realización práctica de la voluntad de Dios, tal como las exponen los escribas y fariseos. Sobre todo, hay que precaverse de su ejemplo. Su vida contradice a su doctrina (23,3). No hacen lo que exigen a los demás (23,4). Y lo que hacen, tiene su origen en la vanidad y en la ambición, y por tanto carece de valor delante de Dios (23,5-7).

La introducción, pues, ya delinea una sentencia demoledora, en la que ya está contenido todo lo siguiente. Jesús pone al descubierto toda la vanidad de una «justicia» casi sin límites, presentada de palabra y de obra. No se conserva ningún hilo bueno, todo está trastornado, todo es vanidoso y enfático, engañoso e hipócrita. La contrafigura repudiada de la verdadera «justicia», descrita por Jesús (5,20ss) y a la que todos nosotros estamos obligados. Esta contrafigura también tiene que servir a los cristianos para control saludable y como advertencia llamada a suscitar un sano temor.

b) Reglas para los discípulos (23,8-12).

8 Pero vosotros no dejéis que os llamen «rabí»; porque uno solo es vuestro maestro, mientras todos vosotros sois hermanos. 9 A nadie en la tierra llaméis padre vuestro; porque uno solo es vuestro Padre: el del cielo. 10 No dejéis que os llamen consejeros; que uno sólo es vuestro consejero: Cristo. 11 El mayor de vosotros sea servidor vuestro.

En este pasaje se intercala en el discurso una advertencia especial a los discípulos. Ellos también forman parte de los oyentes (23,1). Los tres casos en que se dice cómo nadie debe denominarse en la comunidad cristiana, no son ejemplos tomados sin orden ni concierto, sino que representan un fragmento de la ordenación de la primitiva comunidad. En el ambiente judío los discípulos tenían que evitar todo lo que podía ser confundido con los ejemplares hombres piadosos del otro lado. Éstos se hacen llamar respetuosamente rabí (es decir «mi maestro»), pero los discípulos renunciarán conscientemente a este título. Entre aquellos hombres, a los piadosos maestros especialmente conspicuos y venerables se los llama «padre», pero los discípulos evitarán darse este tratamiento. Lo mismo se puede aplicar al título de «consejero». Pero no deben hacerlo por táctica para hacer resaltar su independencia con respecto al judaísmo, sino por el nuevo conocimiento de las verdaderas proporciones. No es el primero, el principal, el superior el que así es considerado en la estima de los hombres. En el grupo de los discípulos el mayor es el que se hace menor y como un niño. El que verdaderamente domina es el que sirve, y es grande ante Dios el que se vuelve pequeño ante los hombres.

Pero aquí aún se dice más. Si los discípulos no abrigan la ambición de recibir dignidades y de usar entre sí los títulos aparejados a ellas muestran que no sólo entendieron la doctrina de Cristo por lo que respecta al orden auténtico de grandezas sino que, por añadidura, captaron rectamente su relación con Dios y con Cristo. Ningún hombre puede llevar el título de padre para expresar su dignidad religiosa, porque sólo hay un Padre, que lo es en un sentido tan incomparable y profundo. En la comunidad, no puede usarse el título de consejero ni maestro, porque solamente hay un consejero incomparable, maestro de los discípulos. Todos se limitan a dar lo que reciben. Nadie tiene nada por sí mismo. Nadie puede defender una tesis propia como un rabino de los judíos, ni puede adherirse a una escuela o fundar una nueva. Cada cristiano está enseñado ante todo por Cristo. Cada dirigente es guiado principalmente por él.

Aunque uno no se encariñe con los títulos y dignidades, los versículos en cuestión invitan a reflexionar constantemente en el seno de la Iglesia. E’ título de rabino en una comunidad judeocristiana sonaría de modo distinto que hoy; lo mismo una «viuda» en las primitivas comunidades de las cartas pastorales sería algo muy distinto de una viuda en nuestra sociedad. Pero el pensamiento que se contiene en estos versículos ¿está realmente vivo en los discípulos de la Iglesia actual? ¿Dejamos que estas frases nos inquieten y nos empujen a una conversión? Pues no se trataba tan sólo, en su origen, de suprimir títulos honoríficos superfluos o ridículos, sino de ahogar la insensata ambición de poseerlos o exhibirlos…

12 Pues el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado.

Los que se habían ensalzado, como los escribas y fariseos, son humillados en este capítulo por las sentencias de Jesús. Pero son ensalzados todos los que se han hecho servidores de los demás. Eso ya está en vigor ahora, pero sobre todo en el futuro de Dios. El veredicto mira hacia el fin. El tiempo futuro, que aquí se usa, habla del juicio. Entonces para todos quedará al descubierto si han vivido con el espíritu del mundo o con el espíritu de Jesús. Eso saldrá a la luz para los adversarios en tiempo de Jesús y para los fieles en el tiempo de la Iglesia.

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