Adviento (4ª semana)


DOMINGO DE LA CUARTA SEMANA DE ADVIENTO

El cuarto Domingo de Adviento está polarizado en la cercana solemnidad de Navidad.

En la entrada alzamos un cántico de esperanza: «Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad la victoria: ábrase la tierra y brote la salvación» (Is 40,8). En la colecta (Gregoriano), pedimos al Señor que derrame su gracia sobre nosotros, que hemos conocido por el anuncio del ángel la encarnación de su Hijo, para que lleguemos por su pasión y su cruz a la gloria de la resurrección.

En la oración sobre las ofrendas (Bérgamo), se pide que el mismo Espíritu, que cubrió con su sombra y fecundó con su poder las entrañas de María, la Virgen Madre, santifique los dones que se han colocado sobre el altar.

En la comunión se proclama que la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel (Mt 1,23; Is 7,14).

La postcomunión (Gregoriano) pide que el pueblo que acaba de recibir la prenda de su salvación, sienta el deseo de celebrar dignamente el nacimiento del Hijo de Dios, al acercarse la fiesta de Navidad.

Histórica y teológicamente el Adviento se resuelve en la realidad maternal de la Virgen María. Ella señala, en la historia de la salvación, el paso de la profecía mesiánica a la realidad evangélica, de la esperanza a la presencia real y palpitante del Verbo encarnado. Por todo esto, el cuarto Domingo de Adviento es sumamente mariano. Solo de la mano maternal de la Virgen María podemos llegar al conocimiento exacto del misterio de Cristo, pues de hecho, a través de Ella, determinó Dios ofrecernos la realidad exacta del Emmanuel, el «Dios con nosotros». Hemos de prepararnos, pues, ayudados por la Virgen, para vivir lo más plenamente posible la celebración litúrgica del Nacimiento del Salvador.

Primera lectura

–Miqueas 5,2-5: De ti saldrá el Jefe de Israel. He aquí otro profeta que nos adelanta el misterio mariano del Dios en medio de su pueblo: de Belén, de la Mujer bendita, surgirá el Redentor. El texto de Miqueas es mesiánico no solo en el sentido literal de la palabra, porque mira al nacimiento del Mesías, esto es, de un Rey de la estirpe de David, sino también en el sentido cristiano, porque la realización histórica del sentido pleno de la profecía la deja abierta para su realización en Cristo.

El texto se refiere también al tema teológico cristiano. La Iglesia vuelve siempre en el memorial de la celebración litúrgica a su origen. Toda la humanidad debe recuperar la imagen del mundo verdadero, creado bueno por Dios. Pero esto requiere una renuncia al pasado de pecado, una conversión: exige la cruz. La paz y la salvación del mundo dependen de uno que ha de venir con el poder de Dios, y no van a conseguirse por las leyes o instituciones históricas. Éste es el fundamento de la naturaleza personalista de la salvación cristiana.

Salmo

Con el Salmo 79 pedimos: «Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve. Pastor de Israel, escucha. Tú, que te sientas sobre querubines, resplandece. Despierta tu poder y ven a salvarnos. Dios de los ejércitos, vuélvete: mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña, la cepa que tu diestra plantó, y que Tú hiciste vigorosa… Danos vida para que invoquemos tu nombre».

Segunda lectura

Hebreos 10,5-10: Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad. La Encarnación no es solo el Misterio del Hijo de Dios en consanguinidad con nosotros, los hombres. Es también el Misterio del Verbo en condición victimal, solidaria y redentora ante el Padre por todos nosotros. Éste es el sentido de la segunda lectura de hoy. El antiguo sistema sacrificial no era malo, y tuvo validez como signo, como aspiración e invocación de la realidad. Pero era necesario otra cosa: la victimación del Verbo encarnado, que una consigo a todos los hombres. Y éstos han de compartir su victimación con Él, sometiéndose totalmente a la voluntad de Dios, siendo esclavos de una humilde y constante fidelidad a la gracia divina.

Lectura del Santo Evangelio

Lucas 1,39-45: ¿Quién soy yo para que me visite la Madre de mi Señor? La Virgen María, la Mujer bendita, la primera creyente y realizadora del Misterio de Cristo, es el punto final del Adviento. Ella misma fue el signo viviente, que hizo presente en el mundo la realidad del Verbo encarnado.

Isabel es con Juan el Bautista el símbolo de la espera del judaísmo e, indirectamente, el símbolo de toda la humanidad. Y es también el prototipo del modo ideal de acoger al Mesías salvador. Pero se notará cómo la capacidad de reconocer al Salvador está unida a la fe, y ésta solo es posible por la gracia de Dios. El hombre aspira humanamente a la salvación, pero los caminos del Señor no son nuestros caminos y, consiguientemente, solo el Espíritu Santo puede hacer que reconozcamos y aceptemos la salvación. Dios salvador se hizo presente en la naturaleza humana y solo en la relación personal y vital con el Dios encarnado está la salvación.

De aquí se deriva el carácter personal del cristianismo. Navidad es la fiesta del amor misericordioso de Dios: «Tanto amó Dios al mundo, que le envió a su mismo Hijo Unigénito, para que, creyendo en Él, no perezca, antes alcance la vida eterna» (Jn 3,16). Esto es lo que ha realizado Dios por nosotros, por nuestra redención y salvación eterna. Vivir en hondura, sin intermitencias, sin separación existencial alguna, su comunión total con Cristo constituyó la identidad perfecta de María y el testimonio evangelizador de su vida temporal entre los hombres. Una comunión total de vida con Cristo que también nosotros hemos de procurar a diario con la gracia de Dios.

Puedes leer las homilías de los Santos Padres sobre este Evangelio de Lucas:

MANUEL GARRIDO BONAÑO, O.S.B. Año litúrgico patrístico: Adviento-Navidad, Fundación GRATIS DATE. Pamplona, 2001

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