Acoger a Dios que revela en Jesucristo su misterio y su plan salvador


Dios ha revelado al hombre, qué quiso hacer con su creación, por qué existimos y cuál es el sentido de nuestras vidas. Y ese misterio de Dios, que también es el misterio de nuestras vidas, es benigno, amable, benevolente, gracia, don, amor y perdón. Podemos contemplar este misterio en la Carta a los Efesios:

“Bendito sea Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos. Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor. Él nos ha destinado por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, a ser sus hijos, para alabanza de la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en el Amado. En él, por su sangre, tenemos la redención, el perdón de los pecados, conforme a la riqueza de la gracia que en su sabiduría y prudencia ha derrochado sobre nosotros, dándonos a conocer el misterio de su voluntad: el plan que había proyectado 10 realizar por Cristo, en la plenitud de los tiempos: recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra. En él hemos heredado también los que ya estábamos destinados por decisión del que lo hace todo según su voluntad, para que seamos alabanza de su gloria quienes antes esperábamos en el Mesías. En él también vosotros, después de haber escuchado la palabra de la verdad —el evangelio de vuestra salvación—, creyendo en él habéis sido marcados con el sello del Espíritu Santo prometido. Él es la prenda de nuestra herencia, mientras llega la redención del pueblo de su propiedad, para alabanza de su gloria.” (Efesios 1, 3-14)

Este himno pertenece a la carta a los Efesios, es una de las 9 cartas atribuidas a San Pablo que van dirigidas a Comunidades Cristianas. Pablo fundaba comunidades y, de vez en cuando, volvía para ayudarlas, animarlas y resolver problemas. Cuando no podía ir personalmente, enviaba unas largas cartas.

Podríamos decir que este himno pertenece al género literario de las bendiciones, cuyo sujeto es siempre Dios, del cual se enumeran diversos atributos o actuaciones históricas en beneficio de su pueblo. Las bendiciones contemplan las principales etapas del designio salvífico de Dios:

  • Elección eterna
  • Predestinación
  • Redención por la sangre de Cristo
  • Revelación del misterio de la salvación como recapitulación de la creación
  • Herencia del Hijo compartida
  • Llamada a los gentiles
  • Don del Espíritu

El hecho de que nosotros estemos aquí no es porque nuestros padres biológicos decidiesen en su día que querían tener un hijo y procrearan. Estamos aquí porque Dios pensó en cada uno de nosotros antes de que naciésemos, antes de que fuéramos siquiera un proyecto de nuestros padres biológicos, ya pensó en cada uno de nosotros en la creación del mundo.

Dios siempre tuvo el plan de que cada uno de nosotros naciéramos y viviéramos precisamente en la época que nos ha tocado vivir, no es una casualidad, ni una decisión de nuestros padres. Dios ha tenido desde siempre un plan misterioso para cada uno de nosotros, nos ha colocado en este entorno de familia, de amigos, de sociedad, de historia, etc. porque en su plan así está definido, nosotros ahora no lo comprendemos porque sólo podemos pensar con mente humana y el plan de Dios está fuera de los límites de lo que la mente humana puede comprender, sólo lo llegaremos a comprender cuando ya no estemos en esta vida terrenal y tengamos una vida espiritual en su presencia.

En los planes de Dios siempre ha estado que seamos Santos e intachables ante Él por el amor, que cada uno de nosotros estemos algún día en su presencia, participando de su propia divinidad, como sus hijos. Para eso nos ha dado la vida. Y esto sólo lo podemos conseguir viviendo en amor, amor hacia nosotros mismos, amor hacia los demás (hacia los hermanos) y, sobre todo, amor hacia Dios.

Pero Dios nos ha creado libres y respeta nuestra libertad, y aunque nos ha creado con la ilusión, con el plan, con el proyecto, de que algún día estemos junto a Él, el hombre puede libremente elegir amarle, amar al prójimo y seguir los planes de Dios o revelarse contra Él y no seguir sus planes, es una decisión sólo nuestra.

Y esto Dios no lo puede cambiar, porque Él nos ama y el primer axioma del amor es dejar libertad al ser amado para que libremente me ame o no. Si obligamos al ser amado a que nos ame, eso ya no es amor, puede ser obsesión, desorden emocional, pero no amor. Si Dios nos obligase a que le amásemos, entonces no nos amaría.

Por eso también Dios se muestra al hombre siempre de una forma misteriosa, oculta, inalcanzable plenamente a nuestro conocimiento, sin llegar a mostrarnos del todo que quiere de nosotros, sin llegar a dejarnos conocerle del todo. Porque si Dios se revelase de forma categórica, de forma que no hubiese opción o duda de que Él está aquí y que es Dios y que si creemos en Él y le hacemos caso y le amamos tendremos asegurada la vida eterna en felicidad plena, entonces, el hombre perdería su libertad, porque no le quedaría más remedio que amarle, no sería algo que el hombre decidiese libremente.

Dios se ha ido revelando al hombre a lo largo de la historia, con hechos y palabras, de forma que la revelación ha ido progresando teniendo en cuenta las circunstancias concretas del hombre, su capacidad para entenderla, el momento histórico y cultural.

Esta revelación ha culminado, en la plenitud de los tiempos, enviando a su propio Hijo, nuestro Señor Jesucristo. En este acto de amor infinito, Dios se hace hombre, se baja de su condición divina a la de ser humano, con nuestras debilidades humanas, para que podamos comprenderle mejor, para poder enseñarnos cómo podemos llegar a ser Santos siendo hombres, para que tengamos un modelo al que seguir y que podamos ver que un hombre es capaz de ser Santo mediante el amor. Jesucristo es el hombre perfecto, es el modelo a seguir.

Nos ama tanto que nos ofrece la redención, el perdón de todos nuestros pecados, con la ofrenda, con el sacrificio, único posible, con la sangre de su propio hijo, con su propia sangre. Cristo con su muerte en la cruz nos libra del pecado antes incluso de que lo cometamos, antes incluso de nuestro nacimiento.

Dios se hizo hombre y con su pasión y muerte, con su sangre, redimió del pecado a la humanidad, y con su resurrección venció a la propia muerte, consecuencia del pecado y restableció el amor y la vida eterna, que habíamos perdido a causa de la transgresión y de la separación de Dios por el pecado.

Es el mismo Dios el que ya había proyectado enviar a su hizo para redimirnos con su muerte en la cruz.

El cristiano, al creer en Jesús, al tener fe, recibe su ayuda constante para logar esta salvación, esta redención, la vida eterna de suma felicidad al lado de Dios. La recibe de dos formas principalmente: mediante su Palabra y mediante los Sacramentos.

Mediante su Palabra, mediante el Evangelio, Jesucristo mismo nos habla personalmente a cada uno de nosotros. El Evangelio no es una historia de algo que sucedió hace 2000 años y de las cosas que Jesús habló hace 2000 años a los habitantes de una parte del mundo lejana, el Evangelio es la historia de nuestra propia vida de hoy, es la forma en que Jesucristo nos habla y nos guía hoy a cada uno de nosotros, nos enseña el camino que debemos seguir en nuestra vida, nos da respuestas a nuestras dudas sobre cómo debemos actuar, de lo que espera de cada uno de nosotros. Y para ser capaces de descubrir el mensaje que nos quiere dar, Jesús nos envía al Espíritu Santo, para que seamos capaces de comprender su mensaje, para que seamos capaces de reconocer en sus palabras lo que nos aplica a nosotros, el Espíritu Santo nos da la luz para ver lo que parece oculto.

Mediante los Sacramentos que Jesucristo nos dejó, recibimos el Espíritu Santo que nos da la fuerza necesaria para lograrlo, nosotros como seres humanos nunca podríamos conseguirlo, pero Jesús nos ha dado al Espíritu Santo en los Sacramentos.

Mediante el Sacramento del Bautismo recibimos la luz, todos los pecados son perdonados, el pecado original y todos los pecados personales, así como todas las penas del pecado y devuelve el hombre a Dios. Lo que no borra es la inclinación al pecado que el hombre tiene como consecuencia del pecado original, de aquí que la vida del cristiano sea una constante lucha contra nuestra naturaleza pecadora. Por el bautismo también nos hace capaces de creer en Dios, de esperar en él y de amarlo mediante las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad); nos concede poder vivir y obrar bajo la moción del Espíritu Santo mediante los dones del Espíritu Santo (sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.) y nos permite crecer en el bien mediante las virtudes morales (prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza).

Mediante el Sacramento de la Eucaristía (Comunión) recibimos al mismo Cristo en nosotros. La comunión acrecienta nuestra unión con Cristo, nos separa del pecado. Nos perdona los pecados veniales y nos preserva de pecados graves. La comunión también fortalece la unidad de la Iglesia.

Mediante el Sacramento de la Confirmación recibimos el don del Espíritu Santo, destinado a completar la gracia del Bautismo. Nos introduce más profundamente en la filiación divina; nos une más firmemente a Cristo; aumenta en nosotros los dones del Espíritu Santo; hace más perfecto nuestro vínculo con la Iglesia; nos concede una fuerza especial del Espíritu Santo para difundir y defender la fe mediante la palabra y las obras como verdaderos testigos de Cristo, para confesar valientemente el nombre de Cristo y para no sentir jamás vergüenza de la cruz.

Mediante el Sacramento de la Penitencia (la confesión) somos perdonados por el mismo Jesucristo, por el mismo Dios, de nuestros pecados y faltas, de nuestras malas acciones y omisiones, Él los libera del pecado para que comencemos de nuevo y esta vez lo intentemos hacer mejor.

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