Marcos 1, 1-8 – Evangelio comentado por los Padres de la Iglesia

1 Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. 2 Como está escrito en el profeta Isaías: «Yo envío a mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino; 3 voz del que grita en el desierto: “Preparad el camino del Señor, enderezad sus senderos”»; 4 se presentó Juan en el desierto bautizando y predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. 5 Acudía a él toda la región de Judea y toda la gente de Jerusalén. Él los bautizaba en el río Jordán y confesaban sus pecados.
6 Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. 7 Y proclamaba: «Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo y no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. 8 Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo».

Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)

Cirilo de Alejandría

Sobre el libro del profeta Isaías: Todos verán la salvación de Dios

«Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor: Enderezad sus sendas» (Mc 1,3)
Lib. 3, t. 4: PG 70, 802-803
PG

Habiendo cantado el profeta la liberación de Israel y el perdón de los pecados de Jerusalén; habiendo solicitado para ella el consuelo —un consuelo ya próximo y como quien dice, pisando los talones a lo ya dicho—, añadió: viene nuestro salvador. Le precede como precursor enviado por Dios el Bautista, que en el desierto de Judá grita y dice: Preparad el camino del Señor, allanad los senderos de nuestro Dios.

Habiéndoselo revelado el Espíritu, también el bienaventurado Zacarías, el padre de Juan, profetizó diciendo: Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor, a preparar sus caminos. De él dijo el mismo Salvador a los judíos: Juan era la lámpara que ardía y brillaba, y vosotros quisisteis gozar un instante de su luz. Pues el sol de justicia y la luz verdadera es Cristo.

La sagrada Escritura compara al Bautista con una lámpara. Pues si contemplas la luz divina e inefable, si te fijas en aquel inmenso y misterioso esplendor, con razón la medida de la mente humana puede ser comparada a una lamparita, aunque esté colmada de luz y sabiduría. Qué signifique: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos, lo explica cuando dice: Elévense los valles, desciendan los montes y colinas: que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale.

Pues hay vías públicas y senderos casi impracticables, escarpados e inaccesibles, que obligan unas veces a subir montes y colinas y otras a bajar de ellos, ora te ponen al borde de precipicios, ora te hacen escalar altísimas montañas. Pero si estos lugares señeros y abruptos se abajan y se rellenan las cavidades profundas, entonces sí, entonces lo torcido se endereza totalmente, los campos se allanan y los caminos, antes escarpados y tortuosos, se hacen transitables. Esto es, pero a nivel espiritual, lo que hace el poder de nuestro salvador. Mas una vez que se hizo hombre y carne —como dice la Escritura—, en la carne destruyó el pecado, y abatió a los soberanos, autoridades y poderes que dominan este mundo. A nosotros nos igualó el camino, un camino aptísimo para correr por las sendas de la piedad, un camino sin cuestas arriba ni bajadas, sin baches ni altibajos, sino realmente liso y llano.

Se ha enderezado todo lo torcido. Y no sólo eso, sino que se revelará la gloria del Señor, y todos verán la salvación de Dios. Ha hablado la boca del Señor. Pues Cristo era y es el Verbo unigénito de Dios, en cuanto que existía como Dios y nació de Dios Padre de modo misterioso, y en su divina majestad está por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro. El es el Señor de la gloria y hemos contemplado su gloria que antes no conocíamos, cuando hecho hombre como nosotros según el designio divino, se declaró igual a Dios Padre en el poder, en el obrar y en la gloria: sostiene el universo con su palabra poderosa, obra milagros con facilidad, impera a los elementos, resucita muertos y realiza sin esfuerzo otras maravillas.

Así pues, se ha revelado la gloria del Señor y todos han contemplado la salvación de Dios, a saber, del Padre, que nos envió desde el cielo al Hijo como salvador.

Eusebio de Cesarea

Sobre el libro del profeta Isaías: Una voz grita en el desierto

«¿Qué habéis salido a ver en el desierto?» (Lc 7,24)
Cap. 40: PG 24, 366-367
PG

Una voz grita en el desierto: «Preparad un camino al Señor, allanad una calzada para nuestro Dios». El profeta declara abiertamente que su vaticinio no ha de realizarse en Jerusalén, sino en el desierto; a saber, que se manifestará la gloria del Señor, y la salvación de Dios llegará a conocimiento de todos los hombres.

Y todo esto, de acuerdo con la historia y a la letra, se cumplió precisamente cuando Juan Bautista predicó el advenimiento salvador de Dios en el desierto del Jordán, donde la salvación de Dios se dejó ver. Pues Cristo y su gloria se pusieron de manifiesto para todos cuando, una vez bautizado, se abrieron los cielos y el Espíritu Santo descendió en forma de paloma y se posó sobre él, mientras se oía la voz del Padre que daba testimonio de su Hijo: Éste es mi Hijo, el amado; escuchadlo.

Todo esto se decía porque Dios había de presentarse en el desierto, impracticable e inaccesible desde siempre. Se trataba, en efecto, de todas las gentes privadas del conocimiento de Dios, con las que no pudieron entrar en contacto los justos de Dios y los profetas.

Por este motivo, aquella voz manda preparar un camino para la Palabra de Dios, así como allanar sus obstáculos y asperezas, para que cuando venga nuestro Dios pueda caminar sin dificultad. Preparad un camino al Señor: se trata de la predicación evangélica y de la nueva consolación, con el deseo de que la salvación de Dios llegue a conocimiento de todos los hombres.

Súbete a un monte elevado, heraldo de Sión; alza fuerte la voz, heraldo de Jerusalén. Estas expresiones de los antiguos profetas encajan muy bien y se refieren con oportunidad a los evangelistas: ellas anuncian el advenimiento de Dios a los hombres, después de haberse hablado de la voz que grita en el desierto. Pues a la profecía de Juan Bautista sigue coherentemente la mención de los evangelistas.

¿Cuál es esta Sión sino aquella misma que antes se llamaba Jerusalén? Y ella misma era aquel monte al que la Escritura se refiere cuando dice: El monte Sión donde pusiste tu morada; y el Apóstol: Os habéis acercado al monte Sión. ¿Acaso de esta forma se estará aludiendo al coro apostólico, escogido de entre el primitivo pueblo de la circuncisión?

Y esta Sión y Jerusalén es la que recibió la salvación de Dios, la misma que a su vez se yergue sublime sobre el monte de Dios, es decir, sobre su Verbo unigénito: a la cual Dios manda que, una vez ascendida la sublime cumbre, anuncie la palabra de salvación. ¿Y quién es el que evangeliza sino el coro apostólico? ¿Y qué es evangelizar? Predicar a todos los hombres, y en primer lugar a las ciudades de Judá, que Cristo ha venido a la tierra.

Máximo de Turín

Sermón: Todavía hoy la voz de Juan nos interpela

«Una voz grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos» (Mt 3,3)
Sermón 88, 1-3: CCL 23, 359-360
CCL

La Escritura divina no cesa de hablar y gritar, como se escribió de Juan: Yo soy la voz que grita en el desierto. Pues Juan no gritó solamente cuando, anunciando a los fariseos al Señor y Salvador, dijo: Preparad el camino del Señor, allanad los senderos de nuestro Dios, sino que hoy mismo sigue su voz resonando en nuestros oídos, y con el trueno de su voz sacude el desierto de nuestros pecados. Y aunque él duerme ya con la muerte santa del martirio, su palabra sigue todavía viva. También a nosotros nos dice hoy: Preparad el camino del Señor, allanad los senderos de nuestro Dios. Así, pues, la Escritura divina no cesa de gritar y hablar.

Todavía hoy Juan grita y dice: Preparad los caminos del Señor, allanad los senderos de nuestro Dios. Se nos manda preparar el camino del Señor, a saber: no de las desigualdades del camino, sino de la pureza de la fe. Porque el Señor no desea abrirse un camino en los senderos de la tierra, sino en lo secreto del corazón.

Pero veamos cómo ese Juan que nos manda preparar el camino del Señor, se lo preparó él mismo al Salvador. Dispuso y orientó todo el curso de su vida a la venida de Cristo. Fue en efecto amante del ayuno, humilde, pobre y virgen. Describiendo todas estas virtudes, dice el evangelista: Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre.

¿Cabe mayor humildad en un profeta que, despreciando los vestidos muelles, cubrirse con la aspereza de la piel de camello? ¿Cabe fidelidad más ferviente que, la cintura ceñida, estar siempre dispuesto para cualquier servicio? ¿Hay abstinencia más admirable que, renunciando a las delicias de esta vida, alimentarse de zumbones saltamontes y miel silvestre?

Pienso que todas estas cosas de que se servía el profeta eran en sí mismas una profecía. Pues el que el Precursor de Cristo llevara un vestido trenzado con los ásperos pelos del camello, ¿qué otra cosa podía significar sino que al venir Cristo al mundo se iba a revestir de la condición humana, que estaba tejida de la aspereza de los pecados? La correa de cuero que llevaba a la cintura, ¿qué otra cosa demuestra sino esta nuestra frágil naturaleza, que antes de la venida de Cristo estaba dominada por los vicios, mientras que después de su venida ha sido encarrilada a la virtud?

Orígenes

Comentario sobre el Evangelio de san Lucas: Allanad los senderos del Señor

«Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas» (Mc 1,3)
Homilía 22, 1-2: SC 87, 301-302
SC

Veamos qué es lo que se predica a la venida de Cristo. Para comenzar, hallamos escrito de Juan: Una voz grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos. Lo que sigue se refiere expresamente al Señor y Salvador. Pues fue él y no Juan quien elevó los valles. Que cada uno considere lo que era antes de acceder a la fe, y caerá en la cuenta de que era un valle profundo, un valle escarpado, un valle que se precipitaba al abismo.

Mas cuando vino el Señor Jesús y envió el Espíritu Santo como lugarteniente suyo, todos los valles se elevaron. Se elevaron gracias a las buenas obras y a los frutos del Espíritu Santo. La caridad no consiente que subsistan en ti valles; y si además posees la paz, la paciencia y la bondad, no sólo dejarás de ser valle, sino que comenzarás a ser «montaña» de Dios.

Diariamente podemos comprobar cómo estas palabras: elévense los valles, encuentran su plena realización en los paganos; y cómo en el pueblo de Israel, despojado ahora de su antigua grandeza, se cumplen estas otras: Desciendan los montes y las colinas. Este pueblo fue en otro tiempo un monte y una colina, y ha sido abatido y desmantelado. Por haber caído ellos, la salvación ha pasado a los gentiles, para dar envidia a Israel. Ahora bien, si dijeras que estos montes y colinas abatidos son las potencias enemigas que se yerguen contra los mortales, no dices ningún despropósito. En efecto, para que estos valles de que hablamos sean allanados, necesario será realizar una labor de desmonte en las potencias adversas, montes y colinas.

Pero veamos si la profecía siguiente, relativa a la venida de Cristo, ha tenido también su cumplimiento. Dice en efecto: Que lo torcido se enderece. Cada uno de nosotros estaba torcido —digo que estaba, en el supuesto de que todavía no continúe en el error–, y, por la venida de Cristo a nuestra alma, ha quedado enderezado todo lo torcido. Porque ¿de qué te serviría que Cristo haya venido un día en la carne, si no viniera también a tu alma? Oremos para que su venida sea una realidad diaria en nuestras vidas y podamos exclamar: Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí.

Vino, pues, mi Señor Jesús y limó tus asperezas y todo lo escabroso lo igualó, para trazar en ti un camino expedito, por el que Dios Padre pudiera llegar a ti con comodidad y dignamente, y Cristo el Señor pudiera fijar en ti su morada y decirte: Mi Padre y yo vendremos a él y haremos morada en él.

Agustín de Hipona

Sermón: Juan es la voz, Cristo la Palabra

«… voz del que grita en el desierto» (Mc 1,3)
Sermón 288, 2-4

Antes de Juan Bautista hubo profetas; hubo muchos, grandes y santos, dignos y llenos de Dios, anunciadores del Salvador y testigos de la verdad. Pero de ninguno de ellos pudo decirse lo que se afirmó de Juan: Entre los nacidos de mujer, no ha habido ninguno mayor que Juan Bautista (Mt 11,11). ¿Qué significa esa grandeza enviada delante del Grande? Es un testimonio de sublime humildad. Era tan grande que hasta podía pasar por ser Cristo. Juan pudo abusar del error de los hombres y, sin fatiga, convencerles de que él era el Cristo, cosa que ya habían pensado sin que él lo hubiese dicho, quienes lo escuchaban y veían. No tenía necesidad de sembrar el error, le bastaba con confirmarlo. Pero él, amigo humilde del esposo, lleno de celo por él, sin usurpar adúlteramente la condición de esposo, da testimonio a favor del amigo y confía la esposa al auténtico esposo. Para ser amado en él, aborreció el ser amado en lugar de él… Con razón se dijo de él que era más que un profeta… Juan vio a Cristo cuando ya predicaba. ¿Dónde? A la orilla del Jordán. Allí, en efecto, comenzó el magisterio de Cristo; allí se recomendó ya el futuro bautismo cristiano, puesto que se recibía otro previo que le preparaba el camino. Decía: Preparad el camino al Señor, enderezad sus senderos (Mt 3,3). El Señor quiso ser bautizado por su siervo para mostrar lo que reciben quienes son bautizados por el Señor.

Comenzó, pues, por allí donde justamente le había precedido el profeta: Dominará de mar a mar y desde el río hasta los confines del orbe de la tierra (Sal 71,8). Junto al río mismo desde donde Cristo comenzó a dominar le vio Juan, lo reconoció y dio testimonio de él. Se humilló ante el Grande, para ser exaltado, en su humildad, por el Grande. También se declaró amigo del esposo. Pero ¿qué clase de amigo? ¿Quizá igual a él? En ningún modo; muy por debajo de él. ¿Cuánto? No soy digno, dice, de desatar la correa de su sandalia (Mc 1,7). Este profeta, mejor, éste que es más que profeta, mereció ser anunciado por otro profeta. De él dijo Isaías en el texto que se nos ha leído: Voz que clama en el desierto: «Preparad el camino al Señor y enderezad sus senderos. Todo valle será rellenado, y todo monte y colina allanados; lo torcido se tornará recto y lo áspero se hará camino llano, y toda carne verá la salvación de Dios». —Grita— ¿Qué he de gritar? —Toda carne es heno y todo su resplandor, como la flor del heno: el heno se seca y su flor cae, pero la palabra del Señor permanece para siempre (Is 40,3-8).

Preste atención vuestra caridad. Habiendo preguntado a Juan quien era él, si el Cristo o Elías o algún otro profeta, respondió: Yo no soy el Cristo, ni Elías, ni un profeta. Y ellos: Entonces, ¿quién eres? —Yo soy la voz que clama en el desierto. Dijo que él era la voz. Observa que Juan es la voz. ¿Qué es Cristo sino la Palabra? Primero se envía la voz para que luego se pueda entender la palabra. ¿Qué Palabra? Escucha lo que te muestra con claridad: En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio junto a Dios. Todo fue hecho por ella y sin ella nada se hizo (In 1,20.21,1.2.3.). Si todo, también Juan. ¿Por qué nos extrañarnos de que la Palabra haya creado su voz? Mira junto al río una y otra cosa: la voz y la Palabra. Juan es la voz, Cristo la Palabra.

Busquemos cuál es la diferencia entre la voz y la Palabra. Busquemos con atención. No es cosa sin importancia y requiere concentración. El Señor nos concederá que ni yo me fatigue al exponéroslo, ni vosotros al oírlo. He aquí dos cosas ordinarias: la voz y la palabra. ¿Qué es la voz? ¿Qué es la palabra? ¿Qué son una y otra cosa? Escuchad algo que tenéis que experimentar en vosotros mismos, siendo vosotros mismos quienes hagáis las preguntas y deis las respuestas. Una palabra no recibe ese nombre si no significa algo. En cuanto a la voz, en cambio, aunque sea solamente un sonido o un ruido sin sentido, como el de quien da gritos sin decir nada, puede hablarse, sí, de voz, pero no de palabra. Supongamos que uno deja caer un gemido: es una voz; o un lamento: es también una voz. Se trata de cierto sonido informe que lleva o produce en los sonidos un cierto ruido, sin ningún significado. La palabra, en cambio, si no significa algo, si no aporta una cosa al oído y otra a la mente, no recibe tal nombre.

Como venía diciendo, si gritas, estamos ante una voz; si dices «hombre» ya estamos ante una palabra, igual que si dices «bestia», «Dios», «mundo», o cualquier otra cosa. He mencionado voces que tienen un significado, no sonidos vacíos que suenan sin decir nada. Así, pues, si habéis percibido ya la distinción entre la voz y la palabra, escuchad algo que os causará admiración en estos dos, en Juan y en Cristo. La Palabra tiene un gran valor, aun si no la acompaña la voz; la voz sin palabra es algo vacío. Digamos el porqué y expliquemos lo dicho, si nos es posible. Supón que quieres decir algo; eso mismo que quieres decir, ya lo has concebido en tu corazón: lo retiene la memoria, lo dispone la voluntad y vive en la mente. Y eso mismo que quieres decir no pertenece a ninguna lengua concreta. Eso que quieres decir y ha sido concebido ya en tu corazón no es propio de ninguna lengua: ni de la griega, ni de la latina, ni de la púnica, o de la hebrea, o de la de cualquier otro pueblo. Es solamente algo concebido en el corazón y dispuesto a salir de él. Como dije, es un algo: una frase, una idea concebida en el corazón y dispuesta a salir de él para manifestarse a quien escuche. De esta manera, en cuanto que es conocida por aquel que la lleva en su corazón, es una palabra, conocida ya para quien ha de decirla, pero aún no por quien ha de oírla. Así, pues, la palabra ya formada, ya íntegra, permanece en el corazón, busca salir de allí para ser pronunciada a quien escuche. Quien ha concebido ya la palabra que pretende decir y que ya conoce en su corazón, mira a quien va a comunicarla… ¿Encuentra que es un griego? Busca una voz griega, con la que pueda llegar al griego. ¿Un latino? Busca una latina para llegar al latino. ¿Un púnico? Busca una voz púnica con que llegar al púnico. Deja de lado la diversidad de los oyentes: aquella palabra concebida en el corazón no es ni latina, ni griega, ni púnica, ni de cualquier otra lengua. Para manifestarse busca la voz adecuada al oyente…

Si con la ayuda de vuestra atención y oraciones, lograse decir lo que pretendo, pienso que se llenaría de gozo quien lograra comprenderlo. Quien no sea capaz de entenderlo, sea compasivo con el hombre que intenta hacérselo entender y suplique la misericordia de Dios. En efecto, hasta lo que estoy diciendo procede de él. Allí en mi corazón, fuente de mis palabras, está presente lo que voy a decir, pero requiere el servicio de la voz para llegar con fatiga a vuestras mentes. ¿Qué decir, pues, hermanos? ¿Qué puedo decir? Ciertamente ya lo habéis captado, ya habéis comprendido que la palabra estaba en mi corazón antes de aplicarla a la voz por la que llegaría a vuestros oídos. Pienso que todos los hombres lo comprenden, porque lo que me acontece a mí acontece a todo el que habla. He aquí que ya sé lo que quiero decir, lo tengo en mi corazón; pero busco la ayuda de la voz. Antes de que suene la voz en mi boca, está retenida la palabra en mi corazón. Así, pues, la palabra precede a mi voz y la palabra está en mí antes que la voz; en cambio, para que tú puedas comprender, llega antes la voz a tu oído, a fin de que la palabra se insinúe a tu mente. No hubieras podido conocer lo que había en mí antes de la voz, de no haber estado en ti después de emitida ella. Si Juan es la voz, Cristo la Palabra. Cristo existió antes que Juan, pero junto a Dios, y después de él, pero entre nosotros.

¡Gran misterio, hermanos! Estad atentos, percibid la grandeza del asunto una y otra vez. Me agrada el que entendáis y me hace más audaz ante vosotros, con la ayuda de Aquel a quien anuncio; yo tan pequeño a él tan grande; yo, un hombre cualquiera, a la Palabra-Dios. Con su ayuda, pues, me hago más audaz frente a vosotros y después de haber explicado la distinción entre la voz y la palabra, insinuaré lo que de ahí se sigue. Juan representa el papel de la voz en este misterio; pero no sólo él era voz. Todo hombre que anuncia la Palabra es voz de la Palabra. Lo que es el sonido de nuestra boca respecto a la Palabra que llevamos en nuestro interior, eso mismo es toda alma piadosa que la anuncia respecto de la Palabra de la que se ha dicho: En el principio existía la Palabra, la Palabra estaba en Dios, y la Palabra era Dios; ella estaba en el principio junto a Dios (Jn 1,1-2). ¡Cuántas palabras, mejor, cuántas voces no origina la palabra concebida en el corazón! ¡Cuántos predicadores no ha hecho la Palabra que permanece en el Padre! Envió a los patriarcas, a los profetas; envió a tan numerosos y grandes pregoneros suyos. La Palabra que permanece envió las voces y, después de haber enviado delante muchas voces, vino la misma Palabra en su voz, en su carne, cual en su propio vehículo. Recoge, pues, como en una unidad, todas las voces que antecedieron a la Palabra y resúmelas en la persona de Juan. Él personificaba el misterio de todas ellas; él, sólo él, era la personificación sagrada y mística de todas ellas. Con razón, por tanto, se le llama voz, cual sello y misterio de todas las voces.

Gregorio de Neocesarea

Homilía: Vino a nosotros el que es el esplendor de la gloria del Padre

«Soy yo el que necesita que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?» (Mt 3,14)
Homilía 4 [atribuida] en la santa Teofanía : PG 10, 1182-1183
PG

Estando tú presente, me es imposible callar, pues yo soy la voz, y precisamente la voz que grita en el desierto: preparad el camino del Señor. Soy yo el que necesita que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí? Al nacer, yo hice fecunda la esterilidad de la madre que me engendró, y, cuando todavía era un niño, procuré medicina a la mudez de mi padre, recibiendo de ti, niño, la gracia de hacer milagros.

Por tu parte, nacido de María la Virgen según quisiste y de la manera que tú solo conociste, no menoscabaste su virginidad, sino que la preservaste y se la regalaste junto con el apelativo de Madre. Ni la virginidad obstaculizó tu nacimiento ni el nacimiento lesionó la virginidad, sino que ambas realidades: nacimiento y virginidad —realidades contradictorias si las hay—, firmaron un pacto, porque para ti, Creador de la naturaleza, esto es fácil y hacedero.

Yo soy solamente hombre, partícipe de la gracia divina; tú, en cambio, eres a la vez Dios y hombre, pues eres benigno y amas con locura el género humano. Soy yo el que necesita que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí? Tú que eras al principio, y estabas junto a Dios y eras Dios mismo; tú que eres el esplendor de la gloria del Padre; tú que eres la imagen perfecta del padre perfecto; tú que eres la luz verdadera, que alumbra a todo hombre que viene a este mundo; tú que para estar en el mundo viniste donde ya estabas; tú que te hiciste carne sin convertirte en carne; tú que acampaste entre nosotros y te hiciste visible a tus siervos en la condición de esclavo; tú que, con tu santo nombre como con un puente, uniste el cielo y la tierra: ¿tú acudes a mí? ¿Tú, tan grande, a un hombre como yo?, ¿el Rey al precursor?, ¿el Señor al siervo?

Pues aunque tú no te hayas avergonzado de nacer en las humildes condiciones de la humanidad, yo no puedo traspasar los límites de la naturaleza. Tengo conciencia del abismo que separa la tierra del Creador. Conozco la diferencia existente entre el polvo de la tierra y el Hacedor. Soy consciente de que la claridad de tu sol de justicia me supera con mucho a mí, que soy la lámpara de tu gracia. Y aun cuando estés revestido de la blanca nube del cuerpo, reconozco no obstante tu dominación. Confieso mi condición servil y proclamo tu magnificencia. Reconozco la perfección de tu dominio, y conozco mi propia abyección y vileza.

No soy digno de desatar la correa de tu sandalia; ¿cómo, pues, voy a atreverme a tocar la inmaculada coronilla de tu cabeza? ¿Cómo voy a extender sobre ti mi mano derecha, sobre ti que extendiste los cielos como una tienda y cimentaste sobre las aguas la tierra? ¿Cómo abriré mi mano de siervo sobre tu divina cabeza? ¿Cómo lavar al inmaculado y exento de todo pecado? ¿Cómo iluminar a la misma luz? ¿Qué oración pronunciaré sobre ti, sobre ti que acoges incluso las plegarias de los que no te conocen?

San Jerónimo

1. Marcos evangelista, levita según su linaje, siendo sacerdote en Israel, convertido al Señor, escribió el Evangelio en Italia [1]. En él mostraba lo que Cristo debía a su linaje. Señalaba el principio del orden de la elección levítica, al decir: «Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios.». Y comenzaba el Evangelio con una exclamación profética sobre Juan, hijo de Zacarías.

Se llama Evangelio ( ευαγγελιον ), en griego, lo que en latín significa buena nueva. Porque se refiere propiamente al reino de Dios y a la remisión de los pecados, y porque es por el Evangelio por donde viene la redención de los fieles y la bienaventuranza de los santos. Los cuatro Evangelios, en realidad, no forman más que uno, ya que en cada uno se contienen los cuatro. En hebreo se dice Jesús, en griego Soter (σωτηρ ), y en latín Salvador. Cristo se dice en griego χριστος , que en hebreo es Mesías y en latín Ungido, esto es, Rey Sacerdote.

El camino por el que el Señor viene hasta los hombres es la penitencia, por la cual Dios baja a nosotros, y nosotros subimos a El. De aquí el principio de la predicación de San Juan: “Haced penitencia”.

3. «Voz del que clama en el desierto…» Se dice voz que clama, porque el clamor llega hasta los sordos y los que están lejos, y porque suele hacerse con furor. Voz que ciertamente llegó al pueblo judío, aunque la salvación no fue recibida por los pecadores ( Sal 118): “y cerraron éstos sus oídos como áspides, que se hacen los sordos” ( Sal 57,5), por lo que merecieron oír de Cristo indignación, enfado y tribulación.

Suena la voz y el clamor en el desierto, porque estaban desamparados del Espíritu de Dios, como casa desocupada y barrida; desamparados también del profeta, rey y sacerdote.

«Preparad el camino del Señor…», esto es, haced penitencia y predicad. “Haced rectos sus senderos”, para que, andando solemnemente el camino real, amemos a nuestros prójimos como a nosotros, y a nosotros mismos como a nuestros prójimos. Pues el que se ama a sí mismo y no ama al prójimo, se aparta del camino por la derecha, porque muchos obran bien y no corrigen bien, como fue Heli. Y aquel que ama al prójimo pero tiene aversión de sí mismo, se sale del camino hacia la izquierda, pues muchos corrigen bien, pero no obran bien, como fueron los escribas y fariseos. Mas los senderos siguen después del camino, porque los mandatos morales se explanan después de la penitencia.

4-5. «Apareció Juan bautizando en el desierto, proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados.» Según la anterior profecía de Isaías, San Juan prepara el camino del Señor por la fe, el bautismo y la penitencia. Los senderos rectos se hacen por los austeros indicios del vestido de cilicio y de la correa de cuero, y de la comida de langostas y de la miel silvestre, y de la voz muy humilde. Por esto se dice: “Juan estuvo en el desierto”. Juan y Jesús buscan, pues, lo que se ha perdido en el desierto. Donde venció el diablo, allí se vence; donde cayó el hombre, allí se levanta. Juan se interpreta gracia de Dios. Así, pues, la narración empieza por la gracia. Sigue luego bautizando. Por el bautismo se da la gracia, porque los pecados se perdonan por la gracia. Así los catecúmenos empiezan a ser instruidos por el sacerdote y son ungidos por el Obispo. Para señalar esto se añade: “Y predicando el bautismo de la penitencia”, etc.

Por San Juan, pues, como por el amigo del esposo, es conducida la esposa a Cristo, así como Rebeca a Isaac por su criado ( Gén 24). Y continúa: «Acudía a él gente de toda la región de Judea y todos los de Jerusalén, y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados.» Confesión y belleza en su presencia ( Sal 95,6), esto es en presencia del esposo. La esposa baja del camello así como ahora se humilla la Iglesia al ver a su esposo Isaac, esto es, a Jesucristo. La bajada al Jordán, donde se lavan los pecados, se interpreta ajena. Enajenados nosotros de Dios en otro tiempo por la soberbia, y ahora humillados por el símbolo del bautismo, nos levantamos a lo alto.

«Juan llevaba un vestido de piel de camello; y se alimentaba de langostas y miel silvestre.» El vestido de San Juan, la comida y todas sus obras, significan la vida austera de los que han de predicar, y significan también a las futuras gentes han de unirse dentro y fuera en la gracia de Dios, que es San Juan. Porque los ricos entre los hombres están representados por los pelos de camello; los pobres, muertos al mundo, por la correa de cuero; y los sabios del siglo, por las langostas errantes, las cuales, dejando las pajas secas a los judíos, se arrastran hacia los carros del trigo místico y en el calor de la fe se elevan dando saltos. Y por la miel silvestre, inspirados los fieles se ceban en inculta selva.

7. «Y proclamaba: «Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo…» ¿Quién es más fuerte que la gracia -representada por San Juan Bautista- por la que se perdonan los pecados, sino Aquél que los perdona setenta veces siete? Ciertamente que la gracia antecede, pero perdona por el bautismo una sola vez los pecados, en tanto que la misericordia alcanza a los desdichados pecadores desde Adán a Jesucristo por setenta y siete generaciones, y llega hasta ciento cuarenta y cuatro mil.

«Y proclamaba: «Y no soy digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus sandalias.» La sandalia está en la parte extrema del cuerpo, el Salvador en su Encarnación ha tenido como fin extremo la justicia. Por esto dice el profeta ( Sal 59,10 y 107): “Sujetaré la Idumea a mi imperio, o por la Idumea extenderé mis plantas”.

8. «Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.» ¿Qué cosa hay diferente entre el agua y el Espíritu Santo, que era llevado sobre las aguas? El agua es misterio del hombre, pero el Espíritu es misterio de Dios.


Notas

[1] Según la más antigua tradición sobre el origen del Evangelio según San Marcos, que viene de los tiempos apostólicos, éste habría sido escrito en Roma, dependiente de la catequesis de San Pedro. Son muchas las razones para respaldar este antiguo testimonio, que llega a través de Eusebio de Cesarea, citando fuentes primitivas. Ya por lo circunstancial de las catequesis, ya porque San Pedro se une al Señor siendo adulto, es posible que en su predicación no se refiriese a los años previos de la vida de Jesús. En tal sentido Marcos también los omite.

Beda

1. «Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios.» Se ha de comparar, pues, el principio de este Evangelio con el principio del de San Mateo, que dice: “Libro de la generación de Jesucristo, Hijo de David, Hijo de Abraham”. El es llamado en San Marcos: “Hijo de Dios”. Pero debemos entender que Nuestro Señor Jesucristo es llamado indistintamente Hijo de Dios e Hijo del hombre. Y con razón lo llama Hijo del hombre el primer evangelista, y el segundo Hijo de Dios, a fin de que nuestro pensamiento se eleve poco a poco de lo menor a lo mayor y llegue por la fe y los sacramentos de la humanidad al conocimiento de la eternidad divina. Con razón también el que había de describir la generación humana empezó por el Hijo del hombre, esto es, David o Abraham. Igualmente, el que empezaba su libro desde el principio de la predicación evangélica quiso mejor llamar Hijo de Dios a Jesucristo, porque era de naturaleza humana el tomar verdaderamente la carne de la descendencia de los patriarcas, y fue de potencia divina predicar el Evangelio al mundo.

2. Habiendo de escribir San Marcos el Evangelio, cita ante todo oportunamente el testimonio de los profetas, a fin de que mostrando lo que había sido predicho por éstos, admitieran todos sin escrúpulo ni duda alguna lo que él escribiese. Comenzando así su Evangelio, movió a los judíos, que habían recibido la Ley y los Profetas, a recibir la gracia del Evangelio y los sacramentos que habían sido predichos en las profecías. Juntamente lleva a los gentiles, que por las nuevas del Evangelio vinieron al Señor, también a recibir y venerar la autoridad de la Ley y los Profetas. Por lo que dice: «Conforme está escrito en Isaías el profeta: Mira, envío mi mensajero delante de ti, el que ha de preparar tu camino.»

2. «Conforme está escrito en Isaías el profeta: Mira, envío mi mensajero delante de ti, el que ha de preparar tu camino.» Aunque no se encuentren estas primeras palabras en Isaías, su sentido, sin embargo, se halla en otros muchos lugares, y más claramente en el que se añade: “Voz que clama en el desierto”. Pues lo que dijo Malaquías, que se ha de enviar el ángel delante de la faz del Señor, el cual ha de preparar su camino, es lo mismo que dijo Isaías con las palabras: “Voz que ha de oírse clamando en el desierto”, la cual debe decir: “Preparad el camino del Señor”. En una y otra sentencia, pues, se anuncia igualmente que ha de prepararse el camino del Señor. Pudo suceder también que al escribir el Evangelio se ofreciese Isaías por Malaquías a la memoria de San Marcos, como suele acontecer. Lo que con todo hubiera enmendado, sin ninguna duda, advertido al menos por algunos de los que pudieron leerlo en su tiempo. Salvo que hubiera pensado que a su memoria, que era regida por el Espíritu Santo, no en vano salía el nombre de un profeta por el de otro, pues así se insinúa que las cosas que dijo el Espíritu Santo por los profetas, cada una de ellas es de todos y todas de cada uno [1].

Juan, pues, es llamado Angel, no por participación de naturaleza, según la herejía (error) de Orígenes, sino por la dignidad del oficio, puesto que en griego se dice ángel y en latín mensajero, con cuyo nombre pudo llamarse muy acertadamente el hombre que fue enviado por Dios para que diese testimonio cierto de la luz ( Jn 1), y anunciase que el Señor había de venir en carne mortal al mundo; siendo constante que todos los que ejercen el sacerdocio pueden ser llamados ángeles por el cargo de evangelizar, según dice el profeta Malaquías (cap. 2): “Los labios del sacerdote guardan la ciencia, y se pedirá de su boca la ley, porque él es el ángel del Señor de los ejércitos”.

3. «Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas…» Así como San Juan pudo ser llamado “ángel”, porque precedió al Señor evangelizando, así también pudo ser llamado “voz”, porque iba delante haciendo oír la palabra de Dios, por ello dice: “Voz que clama”, etc. Consta, también, que el Hijo unigénito se llama Verbo del Padre. Así, por nuestro mismo hablar conocemos que la voz suena antes y que no puede oírse la palabra sino después.

Qué clamaría, pues, se anuncia cuando dice: “Preparad el camino del Señor, haced rectos sus senderos”. Pues todo el que predica la recta fe y las buenas obras, ¿qué otra cosa prepara sino el camino del Señor, que va a los corazones de sus oyentes, para penetrarlos verdaderamente con la fuerza de su gracia e ilustrarlos con la luz de la verdad? Hace rectos los senderos, formando por la palabra de la predicación pensamientos puros en el alma.

4. «Apareció Juan bautizando en el desierto…» Sabido es que San Juan no sólo predicó el bautismo de la penitencia, sino que también bautizó a algunos. Sin embargo, no pudo aplicarles dicho bautismo en remisión de los pecados, porque la remisión de los pecados sólo nos es dada por el bautismo de Jesucristo. Así, pues, se dice: «Proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados», puesto que predicaba, porque no podía dar aquel bautismo que perdona los pecados. Esto era así para que, como con la palabra de la predicación precedía al Verbo encarnado del Padre, por el bautismo que daba, por el cual no podían perdonarse los pecados, así también precediese al bautismo de la penitencia, por el cual sí se perdonan.

5. «Acudía a él gente de toda la región de Judea y todos los de Jerusalén, y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados.» Para los que desean el bautismo se toma ejemplo de confesar los pecados y prometer una mejor vida. De ahí las siguientes palabras: “Los que confiesan sus pecados”.

6. «Juan llevaba un vestido de piel de camello…» Vestido, dice, de pelo, no de lana, pues el primero es indicio de vestido austero, y el último lo es de molicie. La correa de cuero con que se ceñía, como Elías ( 2Re 1), es indicio de mortificación. Lo que sigue después: «y se alimentaba de langostas y miel silvestre», como conviene al habitante del desierto, que no atiende al gusto de los manjares, sino a la necesidad de la naturaleza humana.

El vestido y el alimento de San Juan pueden también expresar la naturaleza de sus inclinaciones. Usaba vestidos austeros, porque no fomentaba la vida de los pecadores con halagos, sino que los increpaba con el vigor de un áspero enojo. Ceñía su cintura con una correa de cuero, porque crucificaba su carne con sus vicios y concupiscencias. Comía langostas y miel silvestre, porque su predicación tenía para el pueblo cierto sabor dulce, por lo que juzgaron las gentes que El era el Cristo. Sin embargo, pronto entendieron sus oyentes que no era él el Cristo, sino su precursor y profeta, porque la dulzura, en verdad, es propia de la miel, y el vuelo rápido lo es de las langostas.

7-8. «Y proclamaba: «Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo; y no soy digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus sandalias.» San Juan no llama aún al Señor manifiestamente Dios o Hijo de Dios, sino tan solamente varón más fuerte que él, porque sus oyentes, aún ignorantes, no comprendían lo insondable de tan gran misterio. ¿Cómo era que el Hijo Eterno de Dios hubiese nacido de nuevo, tomando forma humana de la Virgen? Por ello, poco a poco habían de ser introducidos en la fe de la divinidad eterna por el conocimiento de la humildad glorificada. Sin embargo, aunque ocultamente, les declaraba que éste era el Dios verdadero al decir: «Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.»¿Quién puede dudar, pues, que nadie además de Dios puede dar la gracia del Espíritu Santo?

8. «Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.» Somos bautizados por el Señor en el Espíritu Santo, no sólo cuando el día del bautismo fuimos lavados en la fuente de la vida para remisión de los pecados, sino también cada día cuando la gracia del mismo Espíritu nos inflama para hacer lo que agrada a Dios.


Notas

[1] Estas disquisiciones, que muchos aún hoy hacen, aunque en otro sentido, se podían haber comprendido mejor si se toma en cuenta que probablemente la primera parte del pasaje es del Exodo 23,20 en conjunción de Malaquía 3,1, y la segunda lo es de Isaías. La yuxtaposición de los dos textos sigue la costumbre judía del tiempo: citar un pasaje profético como comentario de la ley (Farrer; Camacho).

San Juan Crisóstomo
2. «Conforme está escrito en Isaías el profeta: Mira, envío mi mensajero delante de ti, el que ha de preparar tu camino.» Marcos reunió en una dos profecías anunciadas por los dos profetas en distintos lugares; pues en Isaías profeta, después de la historia de Ezequías, se lee ( Is 40,3): “Voz que clama en el desierto”; y en Malaquías ( Mal 3,1): “He aquí que envío a mi ángel”. Cortando, pues, el evangelista, puso las dos profecías como de Isaías [1], y las refiere a una lectura, no expresando quién dice: “He aquí que envío al ángel” (homil. 1 sobre San Marcos).

3. «Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas…» Cuando dice “en el desierto”, manifiestamente significa en la profecía que la doctrina divina no ha de predicarse en Jerusalén, sino en el desierto. Juan Bautista lo cumplía a la letra anunciando en el desierto del Jordán la saludable aparición del Verbo de Dios. Enseña también el pasaje profético que, además del desierto que mostró Moisés, en donde abría sus senderos, había otro desierto, en el cual se halla la salvación de Cristo (homil. 1 sobre San Marcos).

6. Porque San Juan predicaba penitencia, daba ejemplo de ella en el vestido y la comida. Así se dice: «Juan llevaba un vestido de piel de camello; y se alimentaba de langostas y miel silvestre.» (In Matth. hom., 10).

7. «Y proclamaba: «Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo; y no soy digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus sandalias.» Para que no se piense que se compara con Cristo al decir esto, añade: “Y no soy yo digno”, etc. Ahora bien, no es lo mismo desatar la correa de sus sandalias (esto es lo que dice San Marcos) que descalzar las sandalias (esto es lo que dice San Mateo). Y ciertamente, siguiendo el orden de la narración y no engañándose por esto en nada, dicen los evangelistas que, de acuerdo al significado de la afirmación, San Juan Bautista dijo lo uno y lo otro. En cuanto a los comentadores, cada uno lo expone de diferente modo, teniendo en cuenta que se llama correa a la ligadura de las sandalias. Así, pues, San Juan dice esto para ensalzar la excelencia del poder de Cristo y la grandeza de su divinidad. Es como si dijera: ni siquiera soy digno de figurar en el orden de sus ministros. Así, pues, es asunto de la mayor importancia el considerar las cosas que pertenecen al Cuerpo de Cristo como inclinándose en tierra, desde donde hay que mirar la imagen de las cosas superiores para descifrar cada uno de los inexplicables tesoros que se refieren al misterio de la encarnación (In Matth. hom., 11).


Notas

[1] La referencia de San Marcos, bajo el nombre de Isaías se puede desdoblar en dos partes. La primera estaría tomada del Exodo 23,20, en paralelo de precisión con Malaquías 3,1. La segunda parte efectivamente viene de Isaías 40,3. Esta forma de citar puede bien responder a una costumbre de la época en que un texto de la ley era esclarecido a modo de comentario por uno de los profetas (Farrer; Camacho).

Teofilacto

2. «Conforme está escrito en Isaías el profeta: Mira, envío mi mensajero delante de ti, el que ha de preparar tu camino.» Así que el precursor de Cristo se llama ángel a causa de su vida angélica y de su excelsa honra. Por eso cuando se dice: “ante tu faz”, es como si se dijera: “junto a ti está tu mensajero”, por lo que se manifiesta lo cercano que está el precursor de Cristo. Pues los que andan alrededor de los reyes son los que están más cerca de ellos. Y sigue: “El cual preparará tu camino ante ti, pues preparó por el bautismo las almas de los judíos para que recibiesen a Cristo”.

3. «Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas…» El camino es el Nuevo Testamento, estando ya como allanados los del Antiguo. Era, pues, necesario prepararse para el camino, es decir, para el Nuevo Testamento, porque convenía que se hiciesen rectos los senderos del Antiguo Testamento.

4. «Apareció Juan bautizando en el desierto, proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados.» Aunque el bautismo de San Juan no llevara en sí la remisión de los pecados, inducía, sin embargo, a los hombres a la penitencia. “Pues yo soy, predicaba, el bautismo de la penitencia”. Esta predicación de la penitencia conducía a la remisión de los pecados, así como los penitentes que recibieran a Cristo, recibirían con El la remisión de sus pecados.

6. «Juan llevaba un vestido de piel de camello; y se alimentaba de langostas y miel silvestre.» El vestido de pelos de camellos era una señal del dolor que por indicación de San Juan conviene que sienta el penitente; pues el saco significa dolor, pero la correa de cuero significa la mortificación del pueblo judío. La comida de San Juan señala, no sólo la abstinencia, sino que es también significado del alimento del alma, con el que se alimentaba entonces el pueblo, que, aunque no entendiendo las cosas superiores, sin embargo se elevaba a lo alto y se abatía de nuevo al igual que la langosta que se eleva a saltos para luego caer otra vez. Así el pueblo ciertamente se alimentaba de la miel, que es obra de las abejas, esto es, de los profetas: miel no trabajada, sino silvestre. Los hebreos tenían las Escrituras como esta miel, pero no las entendían bien.

7b. «Y no soy digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus sandalias.» Se entiende también así: Todos los que se acercaban y eran bautizados por San Juan, creyendo en Cristo eran librados de la ligadura de los pecados por la penitencia. De este modo desataba San Juan la correa de todos los demás, es decir, la ligadura de los pecados. Pero esto no valió para Jesús, porque no encontró pecado en El.

San Agustín, de quaest. novi et veteri testamentorum, 57

2. «Conforme está escrito en Isaías el profeta: Mira, envío mi mensajero delante de ti, el que ha de preparar tu camino.» Sabiendo que ha de referirse al autor todo lo que sea suyo, atribuyó estas palabras a Isaías, que fue el primero que les dio este sentido. Finalmente, después de las palabras de Malaquías, añade en seguida: “Voz que clama en el desierto”, para unir las palabras de uno y otro profeta, que tienen el mismo sentido, en la persona del primero.

San Gregorio

6b. «… Se alimentaba de langostas y miel silvestre.» Por la misma especie de alimentos designó su precursor al Señor. El, que en verdad vino para nuestra redención, comió la miel silvestre, porque tomó la dulzura del infructuoso gentilismo. Y, porque verdaderamente convirtió en parte a muchos judíos, tomó por alimento langostas, las cuales dando súbitos saltos caen al punto en tierra. Y, como ellas, los judíos daban saltos cuando prometían llenar los preceptos de Dios y caían en tierra cuando por sus malas obras negaban haberlo oído. Así, pues, se levantaban por las palabras y caían por los hechos (31 Mor., cap. 19, super Job 39, 20).

7b. «Y no soy digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus sandalias.» Las sandalias se hacen también de los animales muertos. Al encarnarse apareció como calzado el Señor, Aquel que en su divinidad tomó para sí lo mortal de nuestra corrupción. O de otro modo: Era costumbre entre los antiguos el que, si alguno no quería recibir por esposa a la que se pretendiera para él por derecho de parentesco, desatase su calzado el que debía ser su esposo. Por esta razón anuncia que él es indigno de desatar la correa de sus sandalias, como diciendo abiertamente: “Yo no soy digno de descalzar al Redentor, porque no usurpo el nombre de esposo, que no merezco” (hom. 7, sobre el Evang).

San Hilario, De la Trininidad, lib. 2 ante medium

1. «Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios.» No confirmó, pues, a Cristo Hijo de Dios sólo en el nombre, sino también en su naturaleza. Nosotros somos hijos de Dios, pero no lo somos como El, ya que El lo era por principio, en sentido propio y verdadero, y no por adopción. Lo era por verdad, no por promesa; por origen, no por creación.

Glosa

7. «Y proclamaba: «Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo; y no soy digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus sandalias.» Decía esto para hacer cambiar de opinión a la muchedumbre que creía que él era el Cristo. Anunciaba que Cristo era más fuerte. Este había de perdonar los pecados, cosa que él no podía hacer.

 Texto extraído de http://www.deiverbum.org

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