Lucas 6, 12-19 – Evangelio comentado por los Padres de la Iglesia

12 En aquellos días, Jesús salió al monte a orar y pasó la noche orando a Dios. 13 Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, escogió de entre ellos a doce, a los que también nombró apóstoles: 14 Simón, al que puso de nombre Pedro, y Andrés, su hermano; Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, 15 Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Simón, llamado el Zelote; 16 Judas el de Santiago y Judas Iscariote, que fue el traidor.
17 Después de bajar con ellos, se paró en una llanura con un grupo grande de discípulos y una gran muchedumbre del pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón. 18 Venían a oírlo y a que los curara de sus enfermedades; los atormentados por espíritus inmundos quedaban curados, 19 y toda la gente trataba de tocarlo, porque salía de él una fuerza que los curaba a todos.

Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)

San Ambrosio

12-16. No quieras abrir los oídos de malicioso, creyendo que el Hijo de Dios rogaba porque era débil, para alcanzar lo que El no podía hacer; Autor de la potestad, Maestro de la obediencia, nos excita con su ejemplo a cumplir los preceptos de la virtud.

En todas partes ora solo. Los ruegos de los hombres no comprenden las determinaciones de Dios; y nadie hay que pueda participar de los pensamientos de Jesucristo. No sube al monte todo el que ora, sino el que ora elevándose de las cosas de la tierra a las del cielo; pero no aquel que anda solícito por las cosas del mundo, por las riquezas y por los honores. Todos los que son perfectos suben al monte, por lo que encontrarás en el Evangelio que sólo los discípulos subieron con el Señor al monte. En esto se da a conocer al cristiano, y se le prescribe la forma con que debe orar, cuando prosigue: “Y pasó toda la noche orando a Dios”, etc. ¿Cuánto es lo que tú debes hacer por salvar tu alma, cuando Jesucristo pasa toda la noche orando por ti?

¿ Puesto que Jesucristo oró antes de enviar a sus apóstoles, qué es lo que tú debes hacer cuando pretendes acometer alguna empresa buena? Prosigue, pues: “Y cuando fue de día, llamó a sus discípulos”, etc. Esto es, a aquellos a quienes destinaba a propagar entre los hombres los medios de salvación y a difundir la fe sobre la tierra. Advierte también la disposición de Dios: no elige a los sabios, ni a los ricos, ni a los nobles, sino a pescadores y a publicanos, para enviarlos; a fin de que no apareciese que atraía a los hombres a su gracia por medio de las riquezas, o de la autoridad del poder o de la nobleza; para que prevaleciese la razón de la verdad, no la gracia de la discusión.

17-19. Observese todo diligentemente: de qué manera también asciende con los apóstoles y desciende hacia la muchedumbre, de qué modo lo seguía la muchedumbre hacia lo alto; luego, a donde descendía, llegaban los enfermos: pues, en las alturas no pueden estar los enfermos.
San Cirilo

12-16. Observemos qué es lo que hizo Jesucristo en este caso, cómo nos enseñó a insistir en las oraciones divinas separadamente, esto es, en secreto y cuando nadie nos vea; prescindiendo también de todo cuidado mundano, para que nuestra alma se levante a la contemplación de las cosas divinas; así nos lo enseña el Salvador cuando oraba solo, saliéndose a un monte.

Véase cuál fue el primer cuidado del evangelista; no solamente dice que fueron elegidos los apóstoles, sino que hace mención de ellos de una manera nominal, para evitar que alguien se atreva a inscribir a otros en el catálogo de los apóstoles. “Simón, a quien llamó Pedro, y a su hermano Andrés”.
Por si conviene conocer la etimología de los nombres de los Apóstoles, sépase que Pedro quiere decir el que desata o el que reconoce; San Andrés poder ilustre o el que responde; Santiago el que suplanta el dolor; San Juan, gracia del Señor; San Mateo donado o concedido; San Felipe boca grande u orificio de lámpara; San Bartolomé hijo del que detiene las aguas; Santo Tomás abismo o gemelo; Santiago de Alfeo, el que suplanta los pasos de la vida; Judas, confesión, y Simón, obediencia.

17-19. Una vez realizada la reunión de los apóstoles, y congregados otros varios de entre los judíos, y de la región marítima de Tiro y de Sidón, -que eran idólatras-, los constituyó en doctores de todo el mundo, para libertar a los judíos de la servidumbre de la ley y apartar a los idólatras del error gentil, llevándolos al conocimiento de la verdad; por lo que dice: “Y bajando con ellos, se paró en un llano, y la turba de discípulos y un gran gentío de toda la Judea, y de Jerusalén, y de la marina”, etc.

Después que hubo escogido los apóstoles, hizo muchos y grandes milagros, para que los judíos y los gentiles, que habían venido, conociesen que ellos habían sido distinguidos por Jesucristo con la dignidad del apostolado; y que El no era como los demás hombres, sino más bien Dios, como Verbo encarnado; y prosigue: “Y todas las gentes procuraban tocarle; porque salía de El virtud y los sanaba a todos”. Cristo no recibía la virtud de otro, sino que, siendo Dios por naturaleza, curaba a todos los enfermos, derramando sobre ellos su propia virtud.
Crisóstomo, hom 42 ad prop. Antioch

12-16. Levántate tú también durante la noche, porque entonces es cuando el alma está más pura; las mismas tinieblas y el silencio convidan al alma de una manera eficaz al recogimiento. Además si miras al cielo, agujereado de estrellas, como si estuviese alumbrado por infinitas luces, y si consideras que los que de día danzan e injurian en nada se diferencian de los muertos; entonces detestarás todo exceso humano. Todas estas cosas son muy a propósito para elevar el espíritu; entonces no mortifica la vanagloria, ni fastidia la pereza, ni preocupa la envidia; no quita el fuego el color del hierro tan perfectamente como la oración nocturna cambia el proceder de los pecadores. Del mismo modo que aquel que siendo mortificado de día por los rayos del sol se refrigera por la noche, así las lágrimas, que se derraman por la noche, sirven como de rocío, y aprovechan para vencer la concupiscencia y desterrar cualquier temor; pero si el hombre no se refresca con este rocío, se secará durante el día. Por cuya razón, aun cuando no reces mucho de noche, ora siquiera una vez cuando te despiertes, y esto es suficiente; muestra que la noche no es buena solamente para el descanso del cuerpo, sino también para el alma.
Beda

12-16. No lo ha llamado por primera vez así, sino mucho antes, cuando llevado por Andrés, le dice: “Tú te llamarás Cephas, que quiere decir Pedro” ( Jn 1,42). Y queriendo San Lucas referir los nombres de los apóstoles, teniendo que nombrar a San Pedro por necesidad, da a entender de una manera sencilla que antes no se llamaba así, sino que el Señor fue quien le dio este nombre.

San Mateo por humildad se pospone a Santo Tomás, mientras que los otros evangelistas le colocan primero; prosigue: “A Santiago de Alfeo, y a Simón, llamado el Zelador”.

En sentido místico, el monte sobre el que Jesús eligió a sus apóstoles, da a conocer la elevación de la santidad que debía encontrarse en ellos, para que así pudiesen predicarla; por esta razón había sido publicada la ley en la cumbre de un monte.

17-19. No dice marina a causa del mar de la Galilea, que estaba próximo, lo cual no sería extraordinario, sino que quiere hablar del gran mar -en el cual ponían también a Tiro y Sidón-, de quienes se dice: “Y de Tiro, y de Sidón”, cuyas ciudades, como estaban ocupadas por gentiles, con razón se las llama por su nombre, para que se vea cuánto se había extendido ya la fama y el poder del Salvador, el cual, como había venido a predicar a todas las ciudades, quería enseñar a todas a recibir y a aceptar su doctrina; y así prosigue: “Que habían venido a oírle”.

Rara vez se observará que las turbas hayan seguido a Jesús a las alturas, ni que haya curado algún enfermo en la cumbre de un monte; sino que una vez curada la fiebre de las pasiones, y encendida la luz de la ciencia, ha hecho subir a cada uno hasta la cumbre de la perfección evangélica. Las gentes, que pudieron tocar al Salvador, se curaron por la virtud de Este, como ya hemos visto que el leproso se curó, cuando le tocó el Señor. El tacto del Salvador equivale a la curación, porque el tocarle es tanto como el creer en El, y aquel por quien es tocado se cura en virtud de la gracia del Señor.
Eusebio

12-16. La segunda combinación es la de Santiago y de San Juan; de donde prosigue: “A Santiago y Juan”, los dos hijos de Zebedeo, que también eran pescadores. Después de estos dos hace mención de San Felipe y San Bartolomé. San Felipe, según dice San Juan, era de Betsaida, conciudadano de San Andrés y de San Pedro; y que el mismo San Bartolomé, era un hombre sencillo, falto de conocimientos, y de trato social. San Mateo, además, era de los que recaudaban las contribuciones cuando fue llamado; de él hace mención cuando dice: “A Mateo y a Tomás”.
San Agustín, de cons. evang. 2, 30

12-16. En el nombre de Judas de Santiago, parece que discrepa San Lucas de San Mateo, quien le llama Tadeo. ¿Pero quién ha prohibido jamás que un hombre tenga dos o tres nombres? Fue elegido Judas el traidor no por imprudencia, sino por providencia. Habiendo tomado el Señor sobre sí todas nuestras debilidades, no rehusó este destino de la enfermedad humana, y quiso ser entregado por su apóstol, a fin de que tú mismo, si tu compañero te entrega, soportes con moderación el error de tu juicio y la pérdida de tu beneficio.
Glosa

12-16. Levantándose los enemigos de Jesús contra sus milagros y contra su doctrina, eligió a sus apóstoles como defensores y testigos de la verdad, a cuya elección quiso que precediese la oración; por lo que dice: “Y aconteció en aquellos días”, etc.

Porque fue de Caná de Galilea, que quiere decir Zelo, lo cual se añade, para diferenciarle de Simón Pedro. Prosigue: “A Judas, hermano de Santiago, y a Judas Iscariote, que fue el traidor”.
Teofilacto

17-19. Esto es, a curar sus almas, y a sanar de todas sus enfermedades, o sea del cuerpo.
San Clemente de Roma, papa
Carta a los corintios: Autenticidad de la sucesión apostólica n. 42-44 (trad. F. Quéré)

Los apóstoles recibieron del Señor la buena nueva para trasmitirla a nosotros (cf. Lc 6,13).

Jesucristo ha sido enviado por Dios. Por tanto, Cristo viene de Dios, los apóstoles de Cristo. Estos dos envíos o misiones vienen nada menos que de la voluntad de Dios. Los apóstoles, revestidos de la certeza de la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, equipados con sus instrucciones, afianzados por la palabra de Dios, se pusieron en camino, asistidos por el Espíritu Santo para anunciar que el Reino de Dios está cerca. Predicaron en el campo y en las ciudades donde establecieron sus primicias y donde discernían con la ayuda del Espíritu Santo quienes serían los obispos y los diáconos de los futuros fieles.

¿Es de extrañar que aquellos hombres que Dios proveyó de esta misión en Cristo, hayan establecido, a su vez, los ministros que acabo de nombrar?…Nuestros apóstoles sabían, gracias a Nuestro Señor Jesucristo, que los hombres discutirían sobre la función del obispo. Esta es la razón por la que, en su presciencia perfecta, establecieron los ministros mencionados más arriba e instituyeron que después de su muerte otros hombres, debidamente probados, seguirían en la sucesión.
San Cirilo de Alejandría, obispo y doctor de la Iglesia
Comentario: Misión de salvar al mundo.

Comentario sobre el evangelio de San Juan, 3,130 (Liturgia de las Horas).

«Eligió a doce de ellos, a los que dio el nombre de Apóstoles» (Lc 6,13).

Nuestro Señor Jesucristo instituyó a aquellos que habían de ser guías y maestros de todo el mundo y “administradores de sus divinos misterios” (1Co 4,1), y les mandó que fueran como astros que iluminaran con su luz no sólo el país de los judíos, sino también a todos los países que hay bajo el sol, a todos los hombres que habitan la tierra entera. Es verdad lo que afirma la Escritura: “Nadie puede arrogarse este honor: Dios es quien llama” (He 5,4). (…)

Si el Señor tenía la convicción de que había de enviar a sus discípulos como el Padre lo había enviado a él (Jn 20,21), era necesario que ellos, que habían de ser imitadores de uno y otro, supieran con qué finalidad el Padre había enviado al Hijo. Por esto, Cristo, exponiendo en diversas ocasiones las características de su propia misión, decía: “No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan.” (Lc 5,32) Y también: “He bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado”. (Jn 6,38) Porque “Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.” (Jn 3,17)

De este modo, resume en pocas palabras la regla de conducta de los apóstoles, ya que, al afirmar que los envía como el Padre lo ha enviado a él, les da a entender que su misión consiste en invitar a los pecadores a que se arrepientan y curar a los enfermos de cuerpo y de alma, y que en el ejercicio de su ministerio no han de buscar su voluntad, sino la de aquel que los ha enviado, y que han de salvar al mundo con la doctrina que de él han recibido.
Homilía: Los apóstoles, testigos del Cristo resucitado.

Homilía sobre la primera carta a los Corintios; 4, 3; PG 61,34 (Liturgia de las Horas)

«Eligió a Doce de entre sus discípulos» (Lc 6,13).

San Pablo decía: «Lo débil de Dios es más fuerte que los hombres» (1Co 1,25). Esta fuerza de la predicación divina la demuestran los hechos siguientes. ¿De dónde les vino a aquellos doce hombres, ignorantes, que vivían junto a lagos, ríos y desiertos, el acometer una obra de tan grandes proporciones y el enfrentarse con todo el mundo, ellos, que seguramente no habían ido nunca a la ciudad ni se habían presentado en público? Y más, si tenemos en cuenta que eran miedosos y apocados, como sabemos por la descripción que de ellos nos hace el evangelista que no quiso disimular sus defectos, lo cual constituye la mayor garantía de su veracidad. ¿Qué nos dice de ellos? Que, cuando Cristo fue apresado, unos huyeron y otro el primero entre ellos, lo negó, a pesar de todos los milagros que habían presenciado.

¿Cómo se explica, pues, que aquellos que, mientras Cristo vivía, sucumbieron al ataque de los judíos, después una vez muerto y sepultado, se enfrentaran contra el mundo entero, si no es por el hecho de su resurrección, que algunos niegan, y porque les habló y les infundió ánimos? De lo contrario, se hubieran dicho: «¿Qué es esto? No pudo salvarse a sí mismo, y ¿nos va a proteger a nosotros? Cuando estaba vivo, no se ayudó a sí mismo, y ¿ahora, que está muerto, nos tenderá una mano? El, mientras vivía, no convenció a nadie, y ¿nosotros, con sólo pronunciar su nombre, persuadiremos a todo el mundo? […]». Todo lo cual es prueba evidente de que, si no lo hubieran visto resucitado y no hubieran tenido pruebas bien claras de su poder, no se hubieran lanzado a una aventura tan arriesgada.
Concilio Vaticano II
Lumen Gentium: los Obispos, sucesores de los Apóstoles

Constitución dogmática sobre la Iglesia, nn. 24-25

Los Obispos, en su calidad de sucesores de los Apóstoles, reciben del Señor a quien se ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra, la misión de enseñar a todas las gentes y de predicar el Evangelio a toda criatura, a fin de que todos los hombres logren la salvación por medio de la fe, el bautismo y el cumplimiento de los mandamientos.

Para el desempeño de esta misión, Cristo el Señor prometió a sus Apóstoles el Espíritu Santo, a quien envió de hecho el día de Pentecostés desde el cielo para que, confortados con su virtud, fuesen sus testigos hasta los confines de la tierra ante las gentes, pueblos y reyes. Este encargo que el Señor confió a los pastores de su pueblo es un verdadero servicio, y en la Sagrada Escritura se llama muy significativamente “diakonía”, o sea ministerio…

Entre los oficios principales de los Obispos se destaca la predicación del Evangelio. Porque los Obispos son los pregoneros de la fe que ganan nuevos discípulos para Cristo y son los maestros auténticos, es decir, herederos de la autoridad de Cristo, que predican al pueblo que les ha sido encomendado la fe que ha de creerse y ha de aplicarse a la vida, la ilustran con la luz del Espíritu Santo, extrayendo del tesoro de la Revelación las cosas nuevas y las cosas viejas, la hacen fructificar y con vigilancia apartan de la grey los errores que la amenazan.

Los Obispos, cuando enseñan en comunión por el Romano Pontífice, deben ser respetados por todos como los testigos de la verdad divina y católica; los fieles, por su parte, tienen obligación de aceptar y adherirse con religiosa sumisión del espíritu al parecer de su Obispo, en materias de fe y de costumbres cuando él la expone en nombre de Cristo.
Benedicto XVI, papa
Catequesis, audiencia general (11-12-2006): ver al Resucitado

«Simón el Cananeo y Judas Tadeo» (Lc 6,15s).

Hoy contemplamos a dos de los doce Apóstoles: Simón el Cananeo y Judas Tadeo (a quien no hay que confundir con Judas Iscariote). Los consideramos juntos, no sólo porque en las listas de los Doce siempre aparecen juntos (cf. Mt 10, 4; Mc 3, 18; Lc 6, 15; Hch 1, 13), sino también porque las noticias que se refieren a ellos no son muchas, si exceptuamos el hecho de que el canon del Nuevo Testamento conserva una carta atribuida a Judas Tadeo.

Simón recibe un epíteto diferente en las cuatro listas: mientras Mateo y Marcos lo llaman “Cananeo”, Lucas en cambio lo define “Zelota”. En realidad, los dos calificativos son equivalentes, pues significan lo mismo: en hebreo, el verbo qanà’ significa “ser celoso, apasionado” y se puede aplicar tanto a Dios, en cuanto que es celoso del pueblo que eligió (cf. Ex 20, 5), como a los hombres que tienen celo ardiente por servir al Dios único con plena entrega, como Elías (cf. 1 R 19, 10).

Por tanto, es muy posible que este Simón, si no pertenecía propiamente al movimiento nacionalista de los zelotas, al menos se distinguiera por un celo ardiente por la identidad judía y, consiguientemente, por Dios, por su pueblo y por la Ley divina. Si es así, Simón está en los antípodas de Mateo que, por el contrario, como publicano procedía de una actividad considerada totalmente impura. Es un signo evidente de que Jesús llama a sus discípulos y colaboradores de los más diversos estratos sociales y religiosos, sin exclusiones. A él le interesan las personas, no las categorías sociales o las etiquetas.

Y es hermoso que en el grupo de sus seguidores, todos, a pesar de ser diferentes, convivían juntos, superando las imaginables dificultades: de hecho, Jesús mismo es el motivo de cohesión, en el que todos se encuentran unidos. Esto constituye claramente una lección para nosotros, que con frecuencia tendemos a poner de relieve las diferencias y quizá las contraposiciones, olvidando que en Jesucristo se nos da la fuerza para superar nuestros conflictos.

Conviene también recordar que el grupo de los Doce es la prefiguración de la Iglesia, en la que deben encontrar espacio todos los carismas, pueblos y razas, así como todas las cualidades humanas, que encuentran su armonía y su unidad en la comunión con Jesús.

Por lo que se refiere a Judas Tadeo, así es llamado por la tradición, uniendo dos nombres diversos: mientras Mateo y Marcos lo llaman simplemente “Tadeo” (Mt 10, 3; Mc 3, 18), Lucas lo llama “Judas de Santiago” (Lc 6, 16; Hch 1, 13). No se sabe a ciencia cierta de dónde viene el sobrenombre Tadeo y se explica como proveniente del arameo taddà’, que quiere decir “pecho” y por tanto significaría “magnánimo”, o como una abreviación de un nombre griego como “Teodoro, Teódoto”.

Se sabe poco de él. Sólo san Juan señala una petición que hizo a Jesús durante la última Cena. Tadeo le dice al Señor: “Señor, ¿qué pasa para que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?”. Es una cuestión de gran actualidad; también nosotros preguntamos al Señor: ¿por qué el Resucitado no se ha manifestado en toda su gloria a sus adversarios para mostrar que el vencedor es Dios? ¿Por qué sólo se manifestó a sus discípulos? La respuesta de Jesús es misteriosa y profunda. El Señor dice: “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y pondremos nuestra morada en él” (Jn 14, 22-23). Esto quiere decir que al Resucitado hay que verlo y percibirlo también con el corazón, de manera que Dios pueda poner su morada en nosotros. El Señor no se presenta como una cosa. Él quiere entrar en nuestra vida y por eso su manifestación implica y presupone un corazón abierto. Sólo así vemos al Resucitado.

A Judas Tadeo se le ha atribuido la paternidad de una de las cartas del Nuevo Testamento que se suelen llamar “católicas” por no estar dirigidas a una Iglesia local determinada, sino a un círculo mucho más amplio de destinatarios. Se dirige “a los que han sido llamados, amados de Dios Padre y guardados para Jesucristo” (v. 1). Esta carta tiene como preocupación central alertar a los cristianos ante todos los que toman como excusa la gracia de Dios para disculpar sus costumbres depravadas y para desviar a otros hermanos con enseñanzas inaceptables, introduciendo divisiones dentro de la Iglesia “alucinados en sus delirios” (v. 8), así define Judas esas doctrinas e ideas particulares. Los compara incluso con los ángeles caídos y, utilizando palabras fuertes, dice que “se han ido por el camino de Caín” (v. 11). Además, sin reticencias los tacha de “nubes sin agua zarandeadas por el viento, árboles de otoño sin frutos, dos veces muertos, arrancados de raíz; son olas salvajes del mar, que echan la espuma de su propia vergüenza, estrellas errantes a quienes está reservada la oscuridad de las tinieblas para siempre” (vv. 12-13).

Hoy no se suele utilizar un lenguaje tan polémico, que sin embargo nos dice algo importante. En medio de todas las tentaciones, con todas las corrientes de la vida moderna, debemos conservar la identidad de nuestra fe. Ciertamente, es necesario seguir con firme constancia el camino de la indulgencia y el diálogo, que emprendió felizmente el concilio Vaticano II. Pero este camino del diálogo, tan necesario, no debe hacernos olvidar el deber de tener siempre presentes y subrayar con la misma fuerza las líneas fundamentales e irrenunciables de nuestra identidad cristiana.

Por otra parte, es preciso tener muy presente que nuestra identidad exige fuerza, claridad y valentía ante las contradicciones del mundo en que vivimos. Por eso, el texto de la carta prosigue así: “Pero vosotros, queridos ―nos habla a todos nosotros―, edificándoos sobre vuestra santísima fe y orando en el Espíritu Santo, manteneos en la caridad de Dios, aguardando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna. A los que vacilan tratad de convencerlos…” (vv. 20-22). La carta se concluye con estas bellísimas palabras: “Al que es capaz de guardaros inmunes de caída y de presentaros sin tacha ante su gloria con alegría, al Dios único, nuestro Salvador, por medio de Jesucristo, nuestro Señor, gloria, majestad, fuerza y poder antes de todo tiempo, ahora y por todos los siglos. Amén” (vv. 24-25).

Se ve con claridad que el autor de estas líneas vive en plenitud su fe, a la que pertenecen realidades grandes, como la integridad moral y la alegría, la confianza y, por último, la alabanza, todo ello motivado sólo por la bondad de nuestro único Dios y por la misericordia de nuestro Señor Jesucristo. Por eso, ojalá que tanto Simón el Cananeo como Judas Tadeo nos ayuden a redescubrir siempre y a vivir incansablemente la belleza de la fe cristiana, sabiendo testimoniarla con valentía y al mismo tiempo con serenidad.
Catequesis (03-05-2006): Tradición viva.

Audiencia General, 3 de mayo de 2006.

«Llamó a sus discípulos, escogió a doce de entre ellos y les dio el nombre de apóstoles» (cf. Lc 6,12-13).

La Tradición apostólica no es una colección de cosas, palabras, como una caja de cosas muertas; la Tradición es el río de la vida nueva que viene desde los orígenes, de Cristo hasta nosotros, y nos implica en la historia de Dios con la humanidad. Este tema de la Tradición… es de gran importancia para la vida de la Iglesia. El Concilio Vaticano II ha subrayado, a este respecto, que la Tradición es apostólica primero en sus orígenes: «Dispuso Dios benignamente que todo lo que había revelado para la salvación de los hombres permaneciera íntegro para siempre y se fuera transmitiendo a todas las generaciones. Por ello Cristo Señor, en quien se consuma la revelación total del Dios sumo (2C 1,20; 3,16-4,6), mandó a los Apóstoles que predicaran a todos los hombres el Evangelio, comunicándoles los dones divinos. Este Evangelio, prometido antes por los Profetas, lo completó El y lo promulgó con su propia boca, como fuente de toda la verdad salvadora y de la ordenación de las costumbres» (Dei Verbum 7). El Concilio prosigue subrayando que este compromiso ha sido fielmente llevado a cabo «por los apóstoles que por la predicación oral, en los ejemplos e instituciones, transmitieron todo lo que habían aprendido de la misma boca de Cristo, viviendo con él y viéndole actuar; y también que ellos mismos gozaban de sugerencias dadas por el Espíritu Santo». Con los apóstoles, añade el Concilio, colaboraron también «unos hombres de su mismo entorno, los cuales, bajo la inspiración del mismo Espíritu Santo, consignaron por escrito el mensaje de salvación».

Cabezas del Israel escatológico, en número de doce tal como lo eran las tribus del pueblo elegido, los apóstoles continuaron la «cosecha» comenzada por el Señor y lo hicieron, ante todo, transmitiendo el don recibido, la Buena Nueva del Reino llegado a los hombres en Jesucristo. El número de doce expresa no sólo la continuidad con la raíz santa, el Israel de las doce tribus, sino también el destino universal de su ministerio, portador de salvación hasta los extremos de la tierra. Se puede captar eso a partir del valor simbólico de los números en el mundo semítico: doce es el resultado de la multiplicación de tres, número perfecto, por cuatro, número que nos remite a los cuatro puntos cardinales, es decir, al mundo entero.
Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein)
Oración: «Oración de Jesús, oración de la Iglesia»

«Se pasó la noche en la oración de Dios» (Lc 6,12).

Toda alma humana es un templo de Dios : eso nos abre una perspectiva ancha y del todo nueva. La vida de oración de Jesús es la clave para comprender la oración de la Iglesia. Vemos cómo Cristo ha participado en el servicio divino, en la liturgia de su pueblo…; ha hecho que la liturgia de la antigua alianza encontrara su plenitud en la de la nueva alianza.

Pero Jesús no ha tomado, tan sólo, parte en el servicio divino público prescrito por la ley. En los evangelios encontramos numerosas referencias a su oración solitaria durante el silencio de la noche, en las cumbres salvajes de las montañas, en los lugares desiertos. La vida pública de Jesús ha sido precedida por cuarenta días y cuarenta noches de oración (Mt 4,12). Antes de escoger a sus doce apóstoles y enviarlos en misión, se retira a orar en la soledad de la montaña. En el monte de los Olivos, se preparó para ir hasta el Gólgota. El grito que Él dirigió al Padre en esta hora, nos revelan –en unas breves palabras que lucen como estrellas en nuestras horas difíciles – la hora más dolorosa de su vida en el monte de los Olivos: «Padre, si tú lo quieres, aleja de mí éste cáliz; pero, que no se haga mi voluntad sino la tuya» (Lc 22,42). Estas palabras son como un rayo que, por un instante, nos ilumina la vida más íntima del alma de Jesús, el misterio insondable de su ser de hombre-Dios y de su diálogo con el Padre. Este diálogo ha permanecido, ciertamente, a lo largo de toda su vida, sin interrumpirse jamás.

 

 

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