Lucas 19,45-48 – Evangelio comentado por los Padres de la Iglesia

45 Después entró en el templo y se puso a echar a los vendedores, 46 diciéndoles: «Escrito está: “Mi casa será casa de oración”; pero vosotros la habéis hecho una “cueva de bandidos”».
47 Todos los días enseñaba en el templo. Por su parte, los sumos sacerdotes, los escribas y los principales del pueblo buscaban acabar con él, 48 pero no sabían qué hacer, porque todo el pueblo estaba pendiente de él, escuchándolo.

Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)

San Gregorio, in evang. hom. 39

Después de haber predicho los males que habían de venir, se introdujo a continuación en el templo para arrojar de allí a los que vendían y compraban, dando a conocer que la ruina del pueblo venía principalmente por culpa de los sacerdotes. Por esto dice: “Y habiendo entrado en el templo comenzó a echar fuera a todos los que vendían y compraban en él”, etc.

Y se sabía que los que estaban en el templo para recibir las ofrendas tenían exigencias gravosas con los que no les daban.

Pero nuestro Redentor no excluye de su predicación ni a los indignos ni a los ingratos. Por lo que después que restableció el rigor de la disciplina arrojando a los malos, les da a conocer el don de su gracia diciendo: “Y cada día enseñaba en el templo”.

En sentido místico puede decirse, que así como el templo de Dios se encuentra en la ciudad, así en el pueblo fiel se encuentra la vida de los religiosos. Y muchas veces sucede que algunos toman el hábito religioso, y mientras llenan las funciones de las sagradas órdenes, hacen del ministerio de la santa religión un comercio de asuntos terrenales. Los que venden en el templo son los que ponen a precio de dinero lo que a cada uno le corresponde por derecho; porque el que pone a precio la justicia, la vende. Y los que compran en el templo son aquellos que mientras no quieren pagar a su prójimo lo que es justo, y no hacen aprecio de cumplir lo que por derecho es debido, una vez que han premiado a sus patronos compran el pecado.

Estos convierten la casa de Dios en cueva de ladrones; porque cuando los hombres malos ocupan el lugar de la religión, matan con las espadas de su malicia allí donde debieran vivificar a sus prójimos por la intercesión de su oración. También es templo el espíritu de los fieles; y si lo invaden malos pensamientos con perjuicio del prójimo, residen allí como en una cueva de ladrones. Pero cuando se instruye sutilmente al espíritu de los fieles para que eviten el pecado, es la verdad la que enseña todos los días en el templo.

San Cirilo

Había en el templo una multitud de mercaderes que vendían animales para ofrecer los sacrificios que debían celebrarse, según estaba prescrito en la ley. Pero ya había venido el tiempo en que debía desaparecer la sombra y brillar la verdad en Jesucristo; por esto Jesucristo, que era adorado a la vez que su Padre en el templo, ordenó que se enmendasen los ritos de la ley y que se convirtiese el templo en casa de oración. Por esto añade: “Diciéndoles: Escrito está, mi casa”, etc.

Debían, pues, adorarle como a Dios por todo lo que había dicho y hecho; pero en vez de hacerlo así, trataban de matarle. Sigue pues: “Mas los príncipes de los sacerdotes y los escribas, y los principales del pueblo, querían matarle”.

El pueblo tenía en más estimación a Jesucristo que los escribas, los fariseos, y los príncipes de los judíos, los que, como no aceptaban la fe de Jesucristo, reprendían a los demás. Por esto sigue: “Y no hallaban medio de hacer nada contra El; porque todo el pueblo estaba embelesado cuando le oía”.

Beda

Y como todos los días enseñaba en el templo y había arrojado de él a los ladrones, o bien porque venía como Rey y Señor, le recibió una numerosa multitud de creyentes alabándolo con himnos celestiales.

Esto puede entenderse de dos modos: o porque temían un alboroto del pueblo, en cuyo caso no sabían qué hacer de Jesús a quien trataban de perder, o porque trataban de perderlo poniendo por causa que muchos habían rechazado la enseñanza de los judíos por ir a escucharlo.

Orígenes, in Lucam hom. 38

Por tanto, si alguno vende, será arrojado fuera; especialmente si vende palomas. Porque si yo vendiere al pueblo por dinero lo que el Espíritu Santo me ha revelado o confiado, o no lo enseñase sin pagarlo, ¿qué otra cosa hago que vender la paloma, esto es, el Espíritu Santo?

San Ambrosio

El Señor no quiere que sea el templo casa de mercaderes, sino de santidad; ni tampoco que se vendan, sino que se den gratuitamente las funciones del ministerio sacerdotal.

Por esto el Señor nos enseña en general que los contratos temporales deben ser desterrados del templo. Rechaza espiritualmente a los cambistas; los cuales tratan de lucrar con el dinero del Señor, esto es, la Sagrada Escritura, sin hacer distinción entre el bien y el mal.

Teofilacto

Esto también lo hizo el Señor al principio de su predicación, como cuenta San Juan; y ahora lo repite para hacer más inexcusable la culpabilidad de los judíos, que no se habían enmendado con su primera lección.

San Agustín, De quaest. evang. 2,48

Hablando en sentido espiritual, debe entenderse que el templo es el mismo hombre Cristo, que también lleva unido a sí su cuerpo que es la Iglesia. Así, pues, como cabeza de la Iglesia, dice con las palabras de San Juan: “Destruid este templo, y lo reconstruiré a los tres días” (Jn 2,19) Y como está unido a la Iglesia que es su cuerpo, debe entenderse que ella (la Iglesia) es el templo de quien dice el mismo Evangelista: “Quitad esto de aquí”, etc. Da a conocer con esto que habría de haber en la Iglesia quien se ocupase de sus negocios y tuviese allí un asilo para ocultar sus crímenes, en vez de imitar la caridad de Jesucristo y de corregirse para alcanzar con la confesión el perdón de sus pecados [1].


Notas

[1] Alude San Agustín al derecho de asilo reconocido en la época. Toda persona que buscase refugio en un templo quedaba protegida por la Iglesia, y no podía ser sacado de allí a la fuerza. Pensada en principio para proteger a los débiles, los esclavos y los más pobres, esta norma también fue aprovechada por personas que habían cometido delitos, y que recurrían a la Iglesia para defenderse a sí mismas y sus mezquinos intereses.

San Juan Crisóstomo, obispo y doctor de la Iglesia

Homilía: Vivir la fe y transmitirla a los hijos.

Homilía, 2, 5.

«Casa de oración» (Lc 19,46).

¡Cuida, pues, de que no se convierta el templo de Dios en cueva de ladrones, para que no vayas a oír aquella otra reprensión con que Cristo reprendió a los judíos cuando les dijo: ¡La casa de mi Padre es casa de oración, pero vosotros la habéis hecho cueva de ladrones! (Mt 21,13 y Lc 19,46.) Y ¿cómo se convierte en cueva de ladrones? Cuando permitimos entrar en él las concupiscencias bajas y serviles y la liviandad, y que se asienten en el ánimo de los jóvenes. Porque sus pensamientos de ellas son más perniciosos que los mismos ladrones, puesto que arrastran los ánimos libres de los adolescentes a la servidumbre y los hacen esclavos de las pasiones propias de los brutos y los cubren de heridas y los destrozan de todas maneras.

Por este motivo, cada día vigilemos; y usando de la palabra como de un azote, echemos fuera de sus ánimos toda clase de inclinaciones torcidas, a fin de que los hijos puedan ser partícipes con nosotros de la ciudad celestial y puedan celebrar allá correctamente toda la liturgia que en ella se usa. ¿Acaso no habéis visto con frecuencia que los que viven en las ciudades, hacen a sus niños –apenas apartados de la lactancia– portadores de ramos en las festividades, o bien jefes de certámenes o prefectos de los juegos, o jefes de los coros? ¡Pues hagamos nosotros otro tanto! Desde los primeros años hagamos a los niños expertos en la disciplina celeste; porque esta otra terrena, por una parte ocasiona gastos, y por otra ningún fruto produce.

…Porque esa confesión no se hace únicamente con la fe sino también con las obras; hasta el punto de que si éstas faltaren caeremos en peligro de ser castigados juntamente con los que lo negaron. Puesto que no hay un modo solo de negarlo, sino muchos; y Pablo, describiéndolos, nos dice: ¡Alardean de conocer a Dios, pero con las obras lo niegan! (Tit 1, 16) Y luego: Si alguno no mira por los suyos, sobre todo por los de su casa, ha negado la fe y es peor que un infiel. (1 Tim 5,8) Y todavía: ¡Huid de la avaricia que es una especie de idolatría! (Col 3, 5).

En consecuencia, siendo tantos los modos que hay de negar a Cristo, manifiesto es que serán otros tantos los que hay de confesarlo, y aun muchos más. Cuidemos, pues, de confesarlo por todos estos modos, a fin de que nosotros a nuestra vez alcancemos en los cielos el honor, por gracia y bondad de nuestro Señor Jesucristo, por el cual y con el cual sea al Padre la gloria, juntamente con el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

San Ignacio de Antioquia, obispo y mártir

Carta: Portadores de Dios y de su templo.

Carta a los Efesios, 3-4, 9.

«Escrito está: ‘Mi casa es casa de oración’» (Lc 19,46).

Os exhorto a caminar según el pensamiento de Dios. Porque Jesucristo, principio indefectible de nuestra vida, es el pensamiento del Padre. Igualmente los obispos, establecidos hasta los extremos de la tierra, forman parte del pensamiento de Jesucristo. Es conveniente, pues, seguir el pensamiento de vuestro obispo. Por otra parte, es lo que ya hacéis. El conjunto de vuestros presbíteros, verdaderamente dignos de Dios, está unido al obispo como las cuerdas los están a la cítara. Así, todos vuestros sentimientos acordes y vuestra caridad en armonía, cantáis a Jesucristo. Que cada uno de vosotros llegue a ser un miembro de vuestro coro para que, viviendo acordes y en armonía y con el tono de Dios, cantéis unidos con una sola voz la alabanzas del Padre, por Jesucristo…

Vosotros sois las piedras del templo del Padre, talladas para el edificio que construye Dios Padre, elevados hasta la cumbre por el instrumento de Jesucristo, que es su cruz, sirviéndoos del Espíritu Santo como cable. Vuestra fe os hace subir a lo alto, y la caridad es el camino que os eleva hasta Dios. Todos vosotros sois compañeros de camino, portadores de Dios y de su templo, portadores de Cristo, llevando los objetos sagrados, adornados totalmente con los preceptos de Jesucristo. Me alegro con vosotros…; me regocijo con vosotros que, viviendo una vida nueva, no amáis más que a Dios solo.

San Francisco de Sales, obispo

Tratado: El verdadero celo.

Tratado del Amor de Dios, X, 14. Tomo V, 215.

«Está escrito: mi casa será casa de oración, pero vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones» (Lc 19,46).

¿En qué consiste, pues, el celo que hemos de tener por la Bondad divina, Teótimo?; su primer oficio ha de consistir en odiar, huir, impedir, detestar, rechazar, combatir si se puede, todo lo que es contrario a Dios, es decir, a su voluntad, a su gloria y a la santificación de su Nombre.

Fíjate en nuestro gran Rey, ¡qué celo le mueve! y ¡cómo emplea la pasión de su alma al servicio de ese santo celo!

No sólo odia la iniquidad, sino que la abomina; se consume de angustia al verla; desfallece su corazón; la persigue, la derroca y la extermina…

Y así, el celo que devoraba el corazón del Salvador, hizo alejarse la irreverencia y profanación que esos vendedores y compradores habían traído al Templo.

En los celos humanos se teme que la cosa amada sea poseída por otro. Pero nuestro celo para con Dios nos hace, por el contrario, temer que no seamos enteramente poseídos por él.

Los celos humanos hacen recelar no ser nosotros suficientemente amados; el celo de Dios causa pena de no amar bastante.

Pero hay personas que piensan que no se tiene bastante celo si no se expresa de modo colérico y creen que no pueden arreglarlo sin estropearlo todo.

Pero es al revés, el verdadero celo casi nunca se muestra colérico; lo mismo que no se aplica el fuego y el hierro al enfermo sino en último extremo, así el celo, no emplea la cólera sino cuando ya no es posible de otra manera.

Beato Juan Taulero, fraile dominico

Sermón: Que nuestro interior se convierta en casa de oración.

Sermón 69.

«Cada día subía al templo para enseñar al pueblo» (Lc 19,47)

Nuestro Señor mismo nos enseña lo que debemos hacer para que nuestro interior se convierta en una casa de oración, porque el hombre es verdaderamente un templo consagrado a Dios. Primero debemos echar de él a todos los vendedores, es decir, las imágenes y representaciones de los bienes creados y todo lo que significa satisfacción en las criaturas y gozos de la voluntad propia. Luego, hay que limpiar y purificar el templo con lágrimas. No todos los templos son santos por el mero hecho de ser casas habitables. Es Dios quien los santifica.

Aquí se trata del templo amado por Dios, donde Dios se manifiesta de verdad si está purificado. ¿Cómo podría Dios morar en el alma si no ha puesto su pensamiento, por breve que sea, en Dios? ¿No será porque está abarrotada de otras cosas?

Maestro Eckart, dominico

Sermón: Traficar con Dios.

Sermón sobre Mt 21,12.

«Entró en el templo y se puso a echar a los vendedores» (Lc 19,45)

“¡Quitad esto de aquí!” dice Jesús a los vendedores (Jn 2, 16). Son “vendedores del Templo” los que, aún guardándose de cometer pecados más groseros, les gustaría ser gente de bien, hacen buenas obras, pero todo para que Nuestro Señor les dé, a cambio, otra cosa. Quieren que Dios les dé a cambio lo que les gusta; quieren traficar con Nuestro Señor. Pero es un error buscar hacer un comercio semejante. Porque, aunque dieran todo lo que hacen y todo lo que tienen, aunque lo sacrificaran todo por Dios, el Señor no estaría obligado a darles o a hacer lo que fuere, a menos que él lo quisiera gratuitamente, totalmente a su placer. Lo que son, lo son por Dios; lo que tienen, les viene dado por Dios y no de sí mismos…

Por otra parte, ¿cómo reaccionarían ellos, por iniciativa propia cuando Cristo dice: “Sin mí nada podéis hacer?” (Jn 15,5); Es ser completamente insensato querer comerciar así con Jesús, es no saber nada de la verdad. Por eso nuestro Señor echa fuera a los vendedores del Templo. La luz y las tinieblas no pueden habitar juntas en el mismo lugar; pues Dios es luz, es verdad y luz en sí mismo. Cuando entra, pues, en el templo echa fuera de él a la ignorancia; la Verdad no soporta cualquier espíritu mercantil.

Porque Dios no busca su propio bien; en todo es desprendido y libre, todo lo hace por verdadero amor. Es así como actúa el hombre que está unido a Dios; también él es, por gracia de Dios, desprendido y libre en todos sus actos; no los hace más que para honrar a Dios y no buscando su propio bien – o más bien los lleva a cabo en él. Si quieres, pues, ser totalmente desprendido de mercantilismo espiritual, hazlo todo para gloria y alabanza de Dios, sin pedir nada a cambio. Es entonces que tus obras serán espirituales, divinas; Dios está en ellas solo, solo a su vista.

Balaï, obispo

Oración: Que el templo interior sea tan bello como el de piedras.

Oración para la dedicación de una iglesia (Liturgia siríaca)..

«Entró en el templo» (Lc 19,45).

Cuando tres están reunidos en tu nombre (Mt 18,20) forman ya una iglesia. Guarda a los millares aquí congregados: sus corazones ya habían preparado un santuario antes que nuestras manos construyeran éste para gloria de tu nombre. Que el templo interior sea tan bello como el de piedras. Dígnate habitar tanto en el uno como en el otro; tanto nuestros corazones como sus piedras está marcados con tu nombre.

La omnipotencia de Dios se hubiera podido levantar cómodamente, no más que tal como él con un gesto, ha dado existencia al universo. Pero Dios ha construido al hombre a fin de que el hombre construyera unas mansiones para él. ¡Bendita sea su clemencia que tanto nos ha amado! Él es infinito; nosotros somos limitados. Él ha construido para nosotros el mundo; nosotros le construimos una casa. Es admirable que el hombre pueda construir una morada al Todopoderoso presente en todo, a quien nada se le puede escapar.

Habita en medio de nosotros con ternura; nos atrae con vínculos de amor; se queda entre nosotros y nos llama para que escojamos el camino del cielo para habitar con él. Él dejó su morada y se escogió la Iglesia para que abandonemos nuestra morada y escojamos el paraíso. Dios habita entre los hombres para que los hombres encuentren a Dios.

San Agustín, obispo y doctor de la Iglesia

Sermón: El verdadero templo no será jamás destruido.

Sermón sobre el salmo 130, 3.

«El pueblo entero estaba pendiente de sus labios» (Lc 19,48)

Oramos en el templo de Dios cuando oramos en la paz de la Iglesia, en la unidad del Cuerpo de Cristo, porque el Cuerpo de Cristo está constituido por la multitud de creyentes repartidos por toda la tierra… Para ser escuchado es en este templo que se debe orar «en espíritu y en verdad» (Jn 4,23), y no en el Templo material de Jerusalén. Éste no era más que la «sombra de lo venidero» (Col 2,17), por eso quedó hecho una ruina… Este templo que cayó no podía ser la casa de oración de la que se había dicho: «Mi casa se llamará casa de oración para todos los pueblos» (Mc 11,17; Is 56,7).

¿Es que, en realidad, los que quisieron hacer de ella «una cueva de bandidos» fueron la causa de su caída? De la misa manera que los que en la Iglesia llevan una vida desordenada, los que, tanto como pueden, buscan hacer de la casa de Dios una cueva de bandidos, éstos no van a derrumbar ese templo. Tiempo vendrá en que serán echados fuera con el látigo de sus pecados. Esta asamblea de fieles, templo de Dios y Cuerpo de Cristo, no tiene sino una sola voz y canta como un solo hombre… Si queremos, esta voz es la nuestra; si queremos, al oír cantar, cantamos también en nuestro corazón.

Francisco, papa.

Catequesis: ¿Dónde podemos encontrar a Dios?.

Audiencia general del 26-06-2013.

«El pueblo entero quedó pendiente de sus labios» (Lc 19,48)

Quisiera hoy aludir brevemente a otra imagen que nos ayuda a ilustrar el misterio de la Iglesia: el templo (cf. Conc. Ecum. Vat. II, const. dogm. Lumen gentium, 6)… En Jerusalén, el gran Templo de Salomón era el lugar del encuentro con Dios en la oración; en el interior del Templo estaba el Arca de la alianza…, un recuerdo del hecho de que Dios había estado siempre dentro de la historia de su pueblo… también nosotros, cuando vamos al templo, debemos recordar esta historia, cada uno de nosotros nuestra historia, cómo me encontró Jesús, cómo Jesús caminó conmigo, cómo Jesús me ama y me bendice.

Lo que estaba prefigurado en el antiguo Templo, está realizado, por el poder del Espíritu Santo, en la Iglesia: la Iglesia es la “casa de Dios”, el lugar de su presencia, donde podemos hallar y encontrar al Señor; la Iglesia es el Templo en el que habita el Espíritu Santo que la anima, la guía y la sostiene. Si nos preguntamos: ¿dónde podemos encontrar a Dios? ¿Dónde podemos entrar en comunión con Él a través de Cristo? ¿Dónde podemos encontrar la luz del Espíritu Santo que ilumine nuestra vida? La respuesta es: en el pueblo de Dios, entre nosotros, que somos Iglesia…

Y es el Espíritu Santo, con sus dones, quien traza la variedad. Esto es importante: ¿qué hace el Espíritu Santo entre nosotros? Él traza la variedad que es la riqueza en la Iglesia y une todo y a todos, de forma que se construya un templo espiritual, en el que no ofrecemos sacrificios materiales, sino a nosotros mismos, nuestra vida (cf. 1 P 2, 4-5). La Iglesia no es un entramado de cosas y de intereses, sino que es el Templo del Espíritu Santo, el Templo en el que Dios actúa, el Templo del Espíritu Santo, el Templo en el que Dios actúa, el Templo en el que cada uno de nosotros, con el don del Bautismo, es piedra viva… ¡todos somos necesarios para construir este Templo! Nadie es secundario. Nadie es el más importante en la Iglesia; todos somos iguales a los ojos de Dios. Alguno de vosotros podría decir: «Oiga, señor Papa, usted no es igual a nosotros». Sí: soy como uno de vosotros, todos somos iguales, ¡somos hermanos! Nadie es anónimo: todos formamos y construimos la Iglesia.

Texto extraído de http://www.deiverbum.org

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