Lucas 13,18-21 – Evangelio comentado por los Padres de la Iglesia

18 Decía, pues: «¿A qué es semejante el reino de Dios o a qué lo compararé? 19 Es semejante a un grano de mostaza que un hombre toma y siembra en su huerto; creció, se hizo un árbol y los pájaros del cielo anidaron en sus ramas».
20 Y dijo de nuevo: «¿A qué compararé el reino de Dios? 21 Es semejante a la levadura que una mujer tomó y metió en tres medidas de harina, hasta que todo fermentó».

Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)

San Ambrosio

18-19. Se habla en otro lugar del grano de mostaza comparándolo a la fe. Luego si el reino de Dios y la fe son semejantes al grano de mostaza, la fe es también el reino de los cielos que se encuentra dentro de nosotros (Lc 17). El grano de mostaza es un ser pequeño y simple, pero si se muele manifiesta su fuerza. Y la fe parece sencilla desde luego, pero si es mortificada por la adversidad, en seguida da a conocer la gracia de su virtud. Grano de mostaza son los mártires, tenían olor de fe, pero estaba oculta. Vino la persecución, fueron heridos por la espada y esparcieron por todos los ámbitos del mundo los granos de su martirio.

También el mismo Dios es grano de mostaza. Quiso ser mortificado para que dijésemos: somos buen olor de Cristo (2Cor 2,15). Quiso también ser sembrado, como el grano de mostaza que toma un hombre y lo siembra en su huerto. Jesucristo en un huerto fue preso y sepultado, pero también resucitó en él y se convirtió en árbol. Por lo cual sigue: “Y se hizo grande árbol”. Porque Nuestro Señor es un grano cuando está sepultado en la tierra y árbol cuando se eleva hasta el cielo. Es también árbol que da sombra a todo el mundo. Por lo que sigue: “Y las aves del cielo reposaron en sus ramas”: esto es, las potestades de los cielos y todos los que merecieron volar por sus acciones espirituales. Las ramas son San Pedro y San Pablo, en cuyas enseñanzas se descansa de ciertas cuestiones y los que estábamos lejos volamos a su seno, tomadas las alas de las virtudes a través de las controversias. Por tanto siembra a Cristo en tu huerto. Un huerto es un sitio lleno de flores, en el cual florezca la gracia de tus obras y se exhale el variado perfume de muchas virtudes. Por tanto, donde está Jesucristo allí se encuentra el fruto de la semilla.

20-21. Muchos creen que Jesucristo es la levadura, porque la levadura que se hace de la harina, es de la misma especie que ella, pero tiene mayor fuerza. Así también Jesucristo es igual a sus padres en el cuerpo, pero incomparablemente superior a ellos por su dignidad. Luego, la Iglesia santa figura el tipo de la mujer, de quien se dice: “Que tomó una mujer y la escondió en tres medidas de harina hasta que todo quedase fermentado”.

Nosotros somos la harina de esta mujer, la cual esconde a nuestro Señor en lo interior de nuestra alma, hasta que el calor de la sabiduría celestial fermente nuestros pensamientos más escondidos. Y como dice que la levadura está escondida en tres medidas, parece con razón que debemos creer al Hijo de Dios escondido en la ley, cubierto en los profetas y ultimado en la predicación del Evangelio. Yo, sin embargo, prefiero aceptar lo que el mismo Señor nos ha enseñado: que la levadura es la doctrina espiritual de la Iglesia y la Iglesia santifica al hombre renacido en el cuerpo, en el alma y en el espíritu por la levadura espiritual, cuando estas tres cosas se reúnen con cierto lazo en los deseos, teniendo iguales aspiraciones en su voluntad. Y así, si en esta vida permanecen las tres medidas en una misma levadura hasta que fermenten y se hagan una misma cosa, la comunión de los que aman a Cristo será incorruptible en la vida futura.

Beda

18-19. El hombre es Cristo y el huerto es su Iglesia, que debe ser cultivada por sus doctrinas -cuyo huerto se dice con razón ha recibido el grano de mostaza- porque las gracias que nos ha concedido con el Padre por su divinidad, las ha recibido con nosotros por la humanidad. Creció la predicación del Evangelio y se extendió por todo el mundo. Crece también en el alma de todo creyente, porque ninguno se hace perfecto de pronto. Creciendo, pues, se eleva, no como las hierbas (que se secan pronto), sino a semejanza de los árboles que se elevan mucho. Las ramas de este árbol son sus diferentes dogmas, en los que las almas castas forman su nido y descansan subiendo a lo alto con las alas de sus virtudes.

20-21. Llama levadura al amor que hace creer y mueve a la mente. La mujer, que es la Iglesia, esconde la levadura del amor en las tres medidas, porque mandó que amemos a Dios de todo corazón, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas. Y esto hasta que fermente todo, es decir hasta que la caridad transforme nuestra alma en su perfección, lo cual empieza aquí pero concluye en la eternidad.

Teofilacto

18-19. Cada hombre que recibe el grano de mostaza, esto es, la predicación evangélica y la siembra en el huerto de su alma, forma un árbol grande que luego produce ramas. Y las aves del cielo, esto es, los que se sobreponen a las cosas de la tierra, descansan en las ramas, es decir en sus vastas contemplaciones. San Pablo recibió la primera enseñanza de Ananías (Hch 9) como pequeño grano de mostaza. Pero plantándolo en su jardín produjo muchas y buenas doctrinas, en las cuales habitan los que tienen pensamientos elevados como San Dionisio, Hieroteo y otros muchos. Después dice que el reino de Dios es semejante a la levadura. Y sigue: “Y otra vez dijo: ¿A qué diré que el reino de Dios es semejante? Es semejante a la levadura”, etc.

20-21. También puede entenderse por esta mujer al alma, y las tres medidas sus tres potencias: la racional, la irascible y la concupiscible. Por tanto, si alguno oculta en estas tres cosas al Verbo de Dios, hará todo esto espiritual, de tal modo que no peque ya la razón contra lo enseñado, ni sea arrastrado por la ira ni por la concupiscencia, sino que se conforme con el Verbo de Dios.

San Cirilo

18-19. El reino de Dios es el Evangelio, por el cual conseguimos poder reinar con Cristo. Del mismo modo que la semilla de la mostaza es más pequeña que la de otras plantas y sin embargo crece tanto que sirve de sombra a muchas aves, así la doctrina saludable se encontraba poco extendida al principio, pero después creció extraordinariamente.

San Agustín, De verb. Dom., serm. 32.

20-21. Las tres medidas de harina pueden representar también al género humano, que fue reparado por los tres hijos de Noé y la mujer que esconde la levadura es la sabiduría de Dios.

San Eusebio, in Cat. graec. Patr

20-21. El Señor llama levadura al Espíritu Santo, como virtud que procede de la semilla, esto es, de la palabra de Dios. Las tres medidas de harina significan el conocimiento del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, que la mujer, esto es, la sabiduría divina y el Espíritu Santo, extienden.

Catecismo de la Iglesia Católica

2659. Aprendemos a orar en ciertos momentos escuchando la Palabra del Señor y participando en su Misterio Pascual; pero, en todo tiempo, en los acontecimientos de cada día, su Espíritu se nos ofrece para que brote la oración. La enseñanza de Jesús sobre la oración a nuestro Padre está en la misma línea que la de la Providencia (cf. Mt 6, 11. 34): el tiempo está en las manos del Padre; lo encontramos en el presente, ni ayer ni mañana, sino hoy: “¡Ojalá oyerais hoy su voz!: No endurezcáis vuestro corazón” (Sal 95, 7-8).

2660. Orar en los acontecimientos de cada día y de cada instante es uno de los secretos del Reino revelados a los “pequeños”, a los servidores de Cristo, a los pobres de las bienaventuranzas. Es justo y bueno orar para que la venida del Reino de justicia y de paz influya en la marcha de la historia, pero también es importante impregnar de oración las humildes situaciones cotidianas. Todas las formas de oración pueden ser la levadura con la que el Señor compara el Reino (cf Lc 13, 20-21).

San Máximo de Turín, obispo

Sermón: Sembrar a Cristo en el corazón.

Serm. 25-26 : PL 57, 509s.

«El Reino de Dios es semejante a un grano de mostaza que un hombre toma y siembra en su huerto» (Lc 13,18-19).

«Un hombre cogió un grano de mostaza y lo echó en su jardín; creció y se hizo un gran árbol, y los pájaros del cielo se cobijaban en sus ramas.» Busquemos a quien se aplica todo esto… Yo creo que la comparación se aplica exactamente a Cristo nuestro Señor el cual, naciendo como un grano en la humildad de la condición humana, al final sube al cielo como un árbol. Cristo, destrozado en su Pasión, es el grano; y llega a ser un árbol en la resurrección. Sí, es también un grano cuando, hambriento, sufre la falta de alimento; es un árbol cuando, con cinco panes, sacia a cinco mil personas (Mt 14,13s). Allí soporta la desnudez de su condición humana, aquí reparte hasta la saciedad por la fuerza de su divinidad.

Diré que el Señor es grano cuando es golpeado, despreciado, injuriado; es árbol cuando devuelve la vista a los ciegos, resucita a los muertos y perdona los pecados. Él mismo reconoce que es grano: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere…» (Jn 12,24)

A propósito de eso que dice el Evangelio: «Un hombre toma y siembra en su huerto», ¿quién os parece que es este hombre que sembró el grano que había recibido, un grano de mostaza, en su pequeño huerto? Yo pienso que se trata del hombre de quien dice el Evangelio: «Había un hombre llamado José, miembro del Consejo, natural de Arimatea… Se presentó a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús y, después de descolgarle, le envolvió en una sábana y le puso en un sepulcro excavado en la roca en el que nadie había sido puesto todavía» (Lc 23,50-53). Esta es la razón por la que la Escritura dice: «Un hombre la tomó y la escondió en su huerto». En el huerto de José se mezclaban los perfumes de diversas flores, pero nadie había sembrado en él semejante grano. El huerto espiritual de su alma estaba perfumado con el perfume de sus virtudes, pero Cristo embalsamado aún no había sido depositado en él. Enterrando en el monumento de su huerto al Salvador, le acogió más profundamente en el hueco de su corazón.

San Ambrosio, obispo

Comentario: Comprender el signo del grano de mostaza.

Comentario sobre el evangelio de Lucas, 7, 176-180; SC 52..

«¿A qué compararé el reino de Dios?» (Lc 13,20).

Veamos por qué el Reino de los cielos se compara con un grano de mostaza, recuerdo otro pasaje refiriéndose a este; el grano de mostaza se compara a la fe, cuando el Señor dijo: “Si tuvierais fe como un grano de mostaza, le diríais a la montaña: ve y pósate en el mar» (Mt 17,20)… Si el Reino de los cielos es como un grano de mostaza y la fe también como un grano de mostaza, la fe es ciertamente el Reino de los cielos y el Reino de los cielos es la fe. Tener fe, es tener el Reino de los cielos… Por ello Pedro, que tenía realmente fe, recibió las llaves del Reino de los cielos para abrirlo también a otros (Mt 16,19).

Apreciemos ahora cuál es el alcance de la comparación. Esa semilla es sin duda una cosa común y simple, pero si se tritura, extiende su fuerza. De igual modo, la fe parece simple a primera vista, pero visitada por la adversidad, expande su fuerza… Granos de mostaza, nuestros mártires Félix, Nabor y Víctor: tenían el perfume de la fe, pero lo ignoraban. Cuando llegó la persecución, depusieron las armas, ofrecieron su cuello y, sacrificados por la espada, extendieron la belleza de su martirio «hasta los confines de la tierra» (Sal. 18,5)…

El mismo Señor, es un grano de mostaza: mientras no fue agredido, el pueblo no lo conocía; eligió ser triturado…; eligió ser apresado, si bien Pedro dijo: “Las multitudes te apretujan» (Lc 8,45); optó por ser sembrado, como el grano «que alguien compra para sembrar en su jardín». Porque es en un jardín, donde Cristo ha sido plantado y enterrado; si creció en dicho jardín, también en él resucitará…

Por lo tanto también vosotros, sembrad a Cristo en vuestro jardín… Sembrad al Señor Jesús: él es grano cuando se le siembra, árbol cuando resucita, árbol que cubre a todo el mundo; es grano cuando es sembrado en la tierra, árbol cuando se eleva al cielo.

San Juan Crisóstomo, obispo y doctor de la Iglesia

Homilía: Comprender el signo de la levadura.

Homilías sobre el evangelio de Mateo, n. 46, 2.

«El Reino de Dios es semejante a la levadura» (Lc 13,21).

El Señor propone la parábola de la levadura. “Lo mismo que la levadura comunica su fuerza invisible a toda la masa, también la fuerza del Evangelio transformará el mundo entero gracias al ministerio de mis apóstoles… No me digas: “¿Qué podemos hacer, nosotros doce miserables pecadores, frente al mundo entero?” Precisamente ésta es la enorme diferencia entre causa y efecto, la victoria de un puñado de hombres frente a la multitud, que demostrará el esplendor de vuestro poder. ¿No es enterrando la levadura en la masa, ‘escondiéndola’, lo que según el Evangelio, transforma toda la masa? Así, también vosotros, apóstoles míos, mezclándoos con la masa de los pueblos, es como la penetraréis de vuestro espíritu y como triunfaréis sobre vuestros adversarios.

La levadura, desapareciendo en la masa, no pierde su fuerza; al contrario, cambia la naturaleza de toda la masa. De la misma manera, vuestra predicación cambiará a todos los pueblos. Por tanto, confiad “… Es Cristo el que da fuerza a esta levadura…” No le reprochéis, pues, el reducido número de sus discípulos: es la fuerza del mensaje lo que es grande… Basta una chispa para convertir en un incendio algunos pedazos de bosque seco, que rápidamente inflamarán a su alrededor todo el bosque verde.

Homilía: Ser levadura en la masa

Homilías sobre los Hechos de los Apóstoles, n. 20.

«El reino es semejante a la levadura que una mujer tomó y metió en tres medidas de harina, hasta que todo fermentó» (Lc 13,21).

Nada hay más frío que un cristiano que no se preocupe de la salvación de los demás. No puedes excusarte con la pobreza, pues aquella viuda que echó dos monedas de cobre te acusará. Y Pedro decía: No tengo plata ni oro. El mismo Pablo era tan pobre que frecuentemente pasaba hambre y carecía del alimento necesario.

No puedes aducir tu baja condición, pues aquéllos eran también humildes, nacidos de baja condición. Tampoco vale el afirmar que no tienes conocimientos, pues tampoco ellos los tenían. Ni te escudes detrás de tu debilidad física, pues también Timoteo era débil y sufría frecuentemente de enfermedades. Todos pueden ayudar al prójimo con tal que cumplan con lo que les corresponde.

¿No veis los árboles infructuosos, cómo son con frecuencia sólidos, hermosos, altos, grandiosos y esbeltos? Pero, si tuviéramos un huerto, preferiríamos tener granados y olivos fructíferos antes que esos árboles; esos árboles pueden causar placer, pero no son útiles, e incluso, si tienen alguna utilidad, es muy pequeña. Semejantes son aquellos que sólo se preocupan de sí mismos…

¿Cómo, me pregunto, puede ser cristiano el que obra de esta forma? Si el fermento mezclado con la harina no transforma toda la masa, ¿acaso se trata de un fermento genuino? Y, también, si acercando un perfume no esparce olor, ¿acaso llamaríamos a esto perfume?
No digas: “No puedo influir en los demás”, pues si eres cristiano de verdad es imposible que no lo puedas hacer… No digas que es una cosa imposible; lo contrario es imposible….No puede ocultarse la luz de los cristianos, no puede ocultarse una lámpara tan brillante.

Balduino de Ford, obispo

Obras: Las fuerzas que nos da Cristo.

El sacramento del altar, II, 3 ; PL 204, 691.

«Dichoso el que participará del banquete en el Reino de Dios» (cf. Lc 13,18).

Dice el salmista: «El pan da fuerzas al corazón del hombre y el vino le alegra el corazón» (Sal 103, 15). Para los que creen en él, Cristo es alimento y bebida, pan y vino. Es pan cuando nos da fuerza y firmeza, según lo que dice Pedro: «Tras un breve padecer, el mismo Dios de toda gracia que os ha llamado como cristianos a su eterna gloria os restablecerá, os afianzará, os robustecerá» (1P 5,10). Es bebida y vino cuando alegra, según dice el salmista: «Alegra el alma de tu siervo pues levanto mi alma hacia ti, Señor» (Sal 85,4).

Todo lo que en nosotros es sólido, firme, alegre y gozoso para cumplir los mandamientos de Dios, soportar los males, actuar según la obediencia, defender la justicia, todo esto es fuerza que nos da este pan o gozo que nos produce este vino. ¡Dichosos aquellos cuya actuar es sólido y gozoso! Y puesto que nadie lo puede por sí mismo, dichosos son los que desean ávidamente vivir según lo que es justo y honesto y ser en todas estas cosas fortificados y gozosos gracias a aquel que dice: «Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia» (Mt 5,6). Si desde ahora Cristo es pan y bebida para la fuerza y gozo de los justos ¿cuánto más lo será en la vida futura cuando se dará sin medida a los justos?

 

 

Deja una respuesta