Lucas 12, 39-48 – Evangelio comentado por los Padres de la Iglesia

39 Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, velaría y no le dejaría abrir un boquete en casa. 40 Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre». 41 Pedro le dijo: «Señor, ¿dices esta parábola por nosotros o por todos?». 42 Y el Señor dijo: «¿Quién es el administrador fiel y prudente a quien el señor pondrá al frente de su servidumbre para que reparta la ración de alimento a sus horas? 43 Bienaventurado aquel criado a quien su señor, al llegar, lo encuentre portándose así. 44 En verdad os digo que lo pondrá al frente de todos sus bienes. 45 Pero si aquel criado dijere para sus adentros: “Mi señor tarda en llegar”, y empieza a pegarles a los criados y criadas, a comer y beber y emborracharse, 46 vendrá el señor de ese criado el día que no espera y a la hora que no sabe y lo castigará con rigor, y le hará compartir la suerte de los que no son fieles. 47 El criado que, conociendo la voluntad de su señor, no se prepara ni obra de acuerdo con su voluntad, recibirá muchos azotes; 48 pero el que, sin conocerla, ha hecho algo digno de azotes, recibirá menos. Al que mucho se le dio, mucho se le reclamará; al que mucho se le confió, más aún se le pedirá.

Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)

San Gregorio, in Evang hom. 13

39-40. Para sacudir la pereza de nuestro espíritu, el Señor también nos da a conocer los daños exteriores con una comparación. Por esto añade: «Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora iba a venir el ladrón, no dejaría que le horadasen su casa.»

No sabiéndolo el padre de familia, el ladrón entra en la casa. Porque mientras el espíritu duerme abandonando la custodia, llega la muerte de manera imprevista e irrumpe en nuestro interior. Resistiría al ladrón si estuviese despierta. Porque precaviendo la venida del juez, que en secreto arrebata el alma, le saldría al encuentro con el arrepentimiento para no sucumbir impenitente. Quiso el Señor, por tanto, que nos fuese desconocida la última hora, para que no pudiendo preverla, estemos siempre preparándonos para ella.

Teofilato

39-40. Algunos creen que este ladrón es el diablo, la casa el alma y el padre de familia el hombre, pero esta opinión no parece conforme con lo que sigue. La venida del Señor se compara con este ladrón porque viene cuando menos se espera, según lo que dice el Apóstol (1Tes 5,2): “El día del Señor vendrá como el ladrón en la noche”. Por esto se añade aquí: «Vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre.»

41. San Pedro, a quien ya se había confiado la Iglesia, mostrando cuidar de todos pregunta al Señor si esta parábola se refería a todo el mundo. Por esto sigue: «Dijo Pedro: “Señor, ¿dices esta parábola para nosotros o para todos?”»

42-43. La parábola antedicha se refiere en general a todos los fieles; pero oíd lo que os afecta a vosotros, apóstoles y doctores. Os pregunto, pues, ¿qué administrador hay que tenga en sí fidelidad y prudencia? Porque así como en la administración de los bienes se pierden éstos si el administrador no es prudente aunque sea fiel, o no es fiel aunque sea prudente, así también es necesario fidelidad y prudencia en las cosas divinas. He conocido a muchos que, adorando a Dios y siendo fieles, no podían ocuparse con prudencia de asuntos religiosos y no solamente perdían los bienes, sino también las almas, tratando a los pecadores con un celo indiscreto, ya por preceptos inmoderados de penitencia, ya por una mansedumbre inoportuna.

Cualquiera, pues, que se encuentre fiel y prudente, presida a la familia del Señor para darle la medida de trigo en todo tiempo, ya sea por medio de la predicación con que el alma se alimenta, ya por medio del buen ejemplo por el que la vida se endereza.

44. «¿Quién es, pues, el administrador fiel y prudente a quien el señor pondrá al frente de su servidumbre para darles a su tiempo su ración conveniente?» O bien, los pondrá sobre todos sus bienes, no sólo sobre su familia, sino sobre todas las cosas del cielo y de la tierra que someterá a su obediencia, como estuvieron Josué y Elías mandando el primero al sol y el segundo a las nubes, y todos los santos, como amigos de Dios, usan de todo lo que le pertenece. Todo el que practica la virtud y dirige perfectamente a sus siervos -es decir la ira y la concupiscencia-, ofreciéndoles la medida de trigo en todos los tiempos -esto es, de la ira, para que se indignen contra los que aborrecen al Señor y de la concupiscencia, para que usando de la carne en debida forma, la encaminen a Dios- quedará constituido sobre todo lo que Dios tiene y será digno de conocer con plena claridad todas las cosas.

45-46. Muchas veces por no pensar en nuestra última hora cometemos muchos pecados, porque si pensáramos que el Señor ha de venir y que nuestra vida ha de concluir pronto, pecaríamos menos. Por esto prosigue: «Pero si aquel siervo se dice en su corazón: “Mi señor tarda en venir”, y se pone a golpear a los criados y a las criadas, a comer y a beber y a emborracharse…»

El administrador infiel recibirá muy justamente el castigo de los infieles, porque careció de verdadera fe.

47-48. Aquí el Señor nos da a conocer algo más grande y terrible, puesto que no sólo el administrador infiel quedará privado de la gracia recibida para que nada pueda librarlo de los castigos, sino que más bien la mayor dignidad que alcanzó le servirá de condenación. Por esto sigue: «Aquel siervo que, conociendo la voluntad de su señor, no ha preparado nada ni ha obrado conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes.»

Algunos objetan esto, diciendo: con razón es castigado todo aquel que conociendo la voluntad del Señor, no la sigue. Pero, ¿por qué es castigado el que la desconoce? Porque habiendo podido conocerla no quiso, y por su pereza fue él mismo la causa de su ignorancia.

En seguida el Señor da a conocer por qué la pena que se imponga a los doctores y a los sabios será más intensa cuando dice: «A quien se le dio mucho, se le reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le pedirá más.» A los doctores se concede la gracia de hacer milagros, pero se les confía la de la predicación y la enseñanza. Y no dice que se le pida más en lo que se le ha dado, sino en lo que se le ha confiado o depositado en él. Porque la gracia de la palabra necesita desarrollo y se pide al doctor más de lo que ha recibido. No debe, por tanto, estar ocioso, sino cultivar el talento de la palabra.

Beda

39-41. El Señor advertía dos cosas en esta parábola: primero, que El vendría de pronto; y segundo, que se debía estar preparado para recibirlo. Pero no se manifiesta claramente cuál de estas dos cosas preguntó San Pedro o si preguntó las dos a la vez, ni a quiénes se refería al decir todos cuando preguntó: «Señor, ¿dices esta parábola para nosotros o para todos?» Y por tanto, cuando dice nosotros y todos, es de creer que habla de los apóstoles y de los que se les asemejaban y de los demás fieles, o de los cristianos y los infieles, o de los que van muriendo uno a uno recibiendo de buen o mal grado la venida de su juez y los que, cuando llegue el juicio universal estén aún vivos en la carne. Sería extraño que San Pedro dudase que deben vivir en la sobriedad, la piedad y la justicia los que aguardan la esperanza bienaventurada, o que hubiera de ser imprevisto el juicio de todos y el de cada uno. Por lo que sólo falta decir que, conociendo bien ambas cosas, preguntaba lo que podía ignorar, a saber: si la sublime enseñanza de la vida celestial, por la que había mandado vender los bienes, hacer bolsas que no envejeciesen, tener ceñidos los lomos y vigilar con las antorchas encendidas, se refería a los apóstoles y a sus semejantes, o a todos los que deben salvarse.

42-44. Tanta como sea la diferencia que hay entre los méritos de los que oyen bien y de los que enseñan bien, así será la diferencia de sus premios. Cuando el que ha de venir los encuentre vigilando, los hará sentarse a su mesa. Mas a los que encuentre administrando fiel y prudentemente, los colocará sobre todo lo que posee, es decir sobre todas las alegrías del reino de los cielos. No hará esto para que tengan solos el dominio de ellos, sino para que disfruten de su posesión eterna con mayor abundancia que los demás santos.

45-46. Observa que entre los defectos del siervo malo cuenta el de que cree que su señor tarda en volver; y entre las virtudes del bueno no cuenta que esperó que viniese pronto, sino solamente que le sirvió con fidelidad. Nada hay mejor que soportar con paciencia la ignorancia de lo que no podemos saber y entre tanto trabajemos para que se nos encuentre idóneos.

En este siervo se da a conocer la condenación de todos los superiores malos, quienes, menospreciando el temor de Dios, no sólo se entregan a la lujuria, sino que también llenan de injurias a los que tienen a sus órdenes. Aquí puede entenderse por maltratar a los siervos y criados el corromper los corazones de los débiles con el mal ejemplo: comer, beber y embriagarse, u ocuparse en los delitos y placeres mundanos que enloquecen al hombre. Acerca de su castigo añade: «Vendrá el señor de aquel siervo el día que no espera (esto es, en la hora del juicio o de la muerte) y en el momento que no sabe, le separará y le señalará su suerte entre los infieles.»

También puede entenderse que lo dividirá separándolo de la comunidad de los fieles y asociándolo a los que nunca pertenecieron a la fe. Por esto prosigue: “Y le dividirá y pondrá su parte con los desleales”, porque el que no se cuida de los suyos y de sus domésticos niega la fe y es peor que el infiel, como dice el Apóstol (1Tim 5,8).

47-48. A veces se da mucho a algunas personas juntamente con el conocimiento de la voluntad de Dios y la facultad de cumplir lo que conocen, pero se encomienda mucho a aquél a quien se confía con su propia salud el cuidado de apacentar al rebaño del Señor. Por tanto, como son dotados de gracias más importantes, si faltan merecen mayor castigo. Y los que, fuera de la culpa original con la que vinieron al mundo, no cometan ningún pecado merecerán la menor de las penas. En cuanto a los demás que cometieron recibirán un castigo tanto más tolerable, cuanto menor fue aquí su iniquidad.

San Cirilo, in Cat. graec. Patr y in Ioan., cap. 10, libro 6

42-44. A los que piensan de una manera recta, conviene lo arduo y sublime de los preceptos santos. A los que todavía no han llegado a este grado de perfección, convienen aquellas cosas que no ofrecen ninguna dificultad, por lo que el Señor usa de un ejemplo muy claro, manifestando que el precepto antes dicho se refiere a los que son admitidos en el rango de sus discípulos (in Cat. graec. Patr ).

«¿Quién es, pues, el administrador fiel y prudente a quien el señor pondrá al frente de su servidumbre para darles a su tiempo su ración conveniente?» Si el servidor fiel y prudente distribuye en tiempo oportuno el alimento a los criados -esto es, los manjares espirituales-, será bienaventurado, como dice el Salvador, porque recibirá los mayores bienes y merecerá los premios debidos a los familiares. Por esto sigue: «Le pondrá al frente de toda su hacienda.» ( in Ioan., cap. 10, libro 6 )

47-48. Aquel hombre de talento que inclinó su voluntad al pecado, en vano pedirá misericordia, porque cometió el pecado sin excusa, separándose de la voluntad divina por su malicia. Pero el hombre rústico e ignorante la implorará de su juez con más razón. Y continúa: «El que no la conoce y hace cosas dignas de azotes, recibirá pocos…» ( in Ioan., cap. 10, libro 6 )

San Ambrosio

42. La forma del precepto anterior es general para todos. Pero el ejemplo que sigue parece que se dirige a los mayordomos -es decir a los sacerdotes-, por lo que continúa: «Respondió el Señor: “¿Quién es, pues, el administrador fiel y prudente a quien el señor pondrá al frente de su servidumbre para darles a su tiempo su ración conveniente?»

San Juan Crisóstomo

42. Aquí pregunta el Señor por el administrador fiel y prudente, no ignorando quién es, sino queriendo manifestar lo extraordinario de la cosa y el mucho mérito de tal administrador. (homil. 78, in Matth)

45-46. El Señor, pues, corrige al que oye, hablando no sólo del premio reservado a los buenos, sino amenazando a los malos con la pena eterna. De aquí prosigue: «Pero si aquel siervo se dice en su corazón: “Mi señor tarda en venir”…» (in Cat. graec. Patr., ex homil. 78, in Matth)

47-48. Todas las cosas no se juzgan del mismo modo en todos, sino que a mayor conocimiento corresponde mayor castigo.(in homil. 27, in Matth)

San Basilio

43. No dice obrando por casualidad, sino así haciendo. Porque no sólo conviene vencer, sino pelear convenientemente, lo que consiste en hacer cada cosa según se nos ha mandado. (in Cat. graec. Patr. ex Asceticis)

46. El cuerpo no se divide de modo que una parte sea entregada a los tormentos y la otra perdonada, porque no es racional ni justo que, delinquiendo el todo, sólo la mitad sufra la pena. Ni tampoco el alma puede dividirse, porque está unida totalmente a la conciencia culpable y ha cooperado con el cuerpo a obrar mal. Esta división del alma consiste en su perpetua separación del Espíritu. Ahora, pues, aun cuando la gracia del Espíritu no esté con los que no lo merecen, parece que en cierto modo los asiste esperando su conversión a la salud, hasta que se separare en absoluto del alma. El Espíritu Santo es, pues, tanto el premio de los justos como la primera condenación de los pecadores porque los indignos lo pierden. (in lib. de Spiritu Sancto, cap. 16)

47-48. Pero se dirá: Si éste sufre muchos castigos y aquél pocos, ¿por qué se dice que estos castigos no tendrán fin? Mas téngase en cuenta que aquí se habla, no de la medida de las penas o de su fin, sino de la diferencia entre ellas, porque alguno puede ser digno del fuego eterno más o menos intenso, y del gusano que ha de atormentar siempre con más o menos fuerza. (in Regulis brevioribus, ad interrogat. 267)

San Isidoro in Cat. graec. Patr

42. Se añade también en el tiempo, porque todo beneficio que no se dispensa en tiempo oportuno es infructuoso y no merece tal nombre. Por eso el pan es apetitoso para el hambriento y no lo es para el que está harto.
Hablando del premio de este administrador, dice: «Dichoso aquel siervo a quien su señor, al llegar, encuentre haciéndolo así.»

San Juan Crisóstomo, obispo y doctor de la Iglesia

Homilía: Dos cualidades de un administrador.

Homilía 77 sobre san Mateo.

«Estad a punto» (cf. Lc 12,47).

“Es a la hora que menos pensáis que vendrá el Hijo del hombre.” Jesús dice esto a los discípulos a fin de que no dejen de velar, que estén siempre a punto. Si les dice que vendrá cuando no lo esperarán, es porque quiere inducirlos a practicar la virtud con celo y sin tregua. Es como si les dijera: “Si la gente supiera cuando va a morir, estarían perfectamente preparados para este día”… Pero el momento del fin de nuestra vida es un secreto que escapa a cada hombre…

Por eso el Señor exige a su servidor, dos cualidades: que sea fiel, a fin de que no se atribuya nada de lo que pertenece a su señor, y que sea sensato, para administrar convenientemente todo lo que se le ha confiado. Así pues, nos son necesarias estas dos cualidades para estar a punto a la llegada del Señor… Porque mirad lo que pasa por el hecho de no conocer el día de nuestro encuentro con él: uno se dice: “Mi amo tarda en llegar”. El servidor fiel y sensato no piensa así. Desdichado, bajo pretexto de que tu Amo tarda ¿piensas que no va a venir ya? Su llegada es totalmente cierta. ¿Por qué, pues, no permaneces en tu puesto? No, el Señor no tarda en venir; su retraso no está más que en la imaginación del mal servidor.

San Fulgencio de Ruspe

Sermón: Somos propiedad de Cristo.

Sermón 1: CCL 91A, 889.

«¿Quién es el administrador fiel y prudente» (Lc 12,42).

Para precisar el papel que deben desempeñar los servidores que él ha puesto a la cabeza de su pueblo, el Señor dice esta frase que trae el Evangelio: «¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración a sus horas? Dichoso el criado a quien su amo al llegar lo encuentre portándose así». ¿Quién es este amo, hermanos míos? Sin duda alguna es Cristo que dijo a sus discípulos: «Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y hacéis bien porque lo soy» (Jn 13,13). ¿Y cuál es la gente de la casa de este amo? Evidentemente que es la que el mismo Señor ha rescatado de las manos del enemigo y que ha hecho de ella su propiedad. Esta gente de la casa es la Iglesia santa y universal que se extiende por el mundo con maravillosa fecundidad y se gloria de ser rescatada al precio de la sangre del Señor…

Si nos preguntamos por esta medida de trigo, san Pablo nos dice: «Es la medida de la fe que Dios os ha otorgado» (Rm 12,3). Lo que Cristo llama medida de trigo, Pablo dice medida de la fe, para enseñarnos que no hay otro trigo espiritual que el venerable misterio de la fe cristiana. Esta medida de trigo os la damos en nombre del Señor cada vez que, iluminados por el don espiritual de la gracia, os hablamos según la regla de la verdadera fe. Esta medida, la recibís por los administradores del Señor cada día que escucháis de boca de sus servidores la palabra de verdad. Que sea nuestro alimento esta medida de trigo que Dios nos distribuye. Sea el alimento de nuestra buena conducta para llegar a la recompensa de la vida eterna. Creamos en el que se da a sí mismo como alimento a nosotros para que no desfallezcamos en el camino, y que se reserva como nuestra recompensa para que encontremos el gozo en la patria. Creamos y esperemos en él; amémosle sobre todo y en todo. Porque Cristo es nuestro alimento y será nuestra recompensa. Cristo es el alimento y el consuelo de los viajeros en el camino; saciedad y exultación de los bienaventurados en su descanso.

Más, ¿quién es el administrador fiel y prudente? El apóstol Pablo nos lo enseña cuando, hablando de él mismo y de sus compañeros, dice: «Que la gente sólo vea en nosotros servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora, en un administrador lo que se busca es que sea fiel» (1Co 4,1-2). Y para que nadie de entre nosotros piense que sólo los apóstoles han llegado a ser administradores o para que un servidor perezoso e infiel no abandone el combate espiritual y se ponga a dormir, el santo apóstol da a entender que también los obispos son administradores: «Porque el obispo, siendo administrador de Dios, tiene que ser intachable» (Tt 1,7). Somos, pues, los servidores del Padre de familia, los administradores del Señor, y hemos recibido la ración de trigo para distribuirla entre vosotros.

Beato Guerrico de Igny

Sermón: Su llegada es segura, el momento, incierto.

Sermón 3º para Adviento, 1: SC 166.

«Pero si el criado dice ‘Mi señor tarda en llegar…’» (Lc 12,45).

“Israel, prepárate al encuentro del Señor, que viene”(cf Am 4,12). Y vosotros también, hermanos míos, “estad preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora que menos penséis”.Nada más seguro que su llegada, pero también nada más incierto que el momento de esta llegada. En efecto, nos incumbe tan poco conocer los tiempos o los momentos que el Padre, en su omnipotencia, ha fijado, que hasta los mismos ángeles que lo rodean, desconocen el día y la hora (Hch 1,7; Mt 24,36). Es cierto que nuestro último día llegará; pero cuándo, dónde y cómo, nos es muy incierto; solo sabemos lo que les dijo a nuestros antepasados, que “ante los ancianos está en el umbral, mientras que ante los jóvenes se mantiene al acecho” (Bernardo)…

No haría falta que este día nos cogiera de improviso, sin preparar, como un ladrón durante la noche… Que el temor, estando alerta, nos mantenga siempre preparados, hasta que la seguridad suceda al temor, y no el temor a la seguridad. “Estaré vigilante, dice el Sabio, con el fin de guardarme de toda culpa”(Sal 17,24), no pudiendo evitar la muerte. Sabe, en efecto, que “el justo, aunque muera prematuramente, encontrará el descanso” (Sb 4,7); mucho más, triunfarán de la muerte, aquellos que no fueron esclavos del pecado durante su vida. Qué bello es, hermanos míos, qué felicidad, no sólo estar fuera de peligro ante la muerte, sino además triunfar con gloria, fuerte testimonio de su conciencia.

San Juan Pablo II, papa

Homilía (17-11-1980): La misión del pastor es defender del lobo.

Viaje Apostólico a la República Federal de Alemania.
Misa para los sacerdotes, diáconos y seminaristas.
Catedral de Fulda (17-11-1980).

«El criado que conociendo la voluntad de Dios no obra de acuerdo con ella» (cf. Lc 12,47).

El ministerio del Pastor atento y vigilante comporta también abrir los ojos a todo lo que es bueno y justo, a todo lo verdadero y lo hermoso, pero igualmente a todo lo que de difícil y doloroso hay en la vida del hombre para estar cercano a él y solidarizarse con él, en total disponibilidad y amor hasta la entrega de la vida (cf. Jn 10, 11).

El ministerio vigilante del Pastor comprende además la disposición para defender del lobo sanguinario —como en la parábola del buen pastor— o del ladrón para impedir que pueda saquear la casa (cf. Lc 12, 39). Con esto no quiero decir que el Pastor ha de contemplar a su rebaño con mirada de dureza inmisericorde y de total desconfianza, por el contrario, hablo del Pastor que quiere liberar del pecado y de la culpa por medio del ofrecimiento de la conciliación, que ofrece a los hombres sobre todo el sacramento de la reconciliación, el sacramento de la penitencia. “En nombre de Cristo” puede y debe el sacerdote gritar a un mundo que parece irreconciliado e irreconciliable;. “Reconciliaos con Dios”. (2 Cor 5, 20). Así mostramos a los hombres el corazón de Dios, del Padre, y somos imágenes de Cristo, él Buen Pastor. Nuestra vida entera debe convertirse en signo e instrumento de la reconciliación, en “sacramento” de la unión entre Dios y los hombres.

Juntamente conmigo deberéis reconocer con dolorida preocupación que la recepción personal del sacramento de la penitencia ha disminuido fuertemente en vuestras comunidades durante los últimos años. De corazón os ruego y os exhorto a hacer lo posible para que todos los bautizados vuelvan a la práctica frecuente del sacramento de la penitencia a través de la confesión personal. A esto han de llevar las celebraciones penitenciales, que tan importante papel asumen en la praxis penitencial de la Iglesia, pero que en circunstancias normales no pueden sustituir la recepción privada del sacramento de la penitencia. Procurad también vosotros recibir regularmente el sacramento de la penitencia.

Don y Misterio: ¿Qué significa ser sacerdote?

«Don y Misterio» (1996), capítulo 8.

¿Quién es el sacerdote? (cf. Lc 12,42).

¿Qué significa ser sacerdote? Según San Pablo significa ante todo ser administrador de los misterios de Dios: “servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios”. Ahora bien, lo que en fin de cuentas se exige de los administradores es que sean fieles” (1 Co 4, 1-2). La palabra “administrador” no puede ser sustituida por ninguna otra. Está basada profundamente en el Evangelio: recuérdese la parábola del administrador fiel y del infiel (cf.Lc 12, 41-48). El administrador no es el propietario, sino aquel a quien el propietario confía sus bienes para que los gestione con justicia y responsabilidad. Precisamente por eso el sacerdote recibe de Cristo los bienes de la salvación para distribuirlos debidamente entre las personas a las cuales es enviado. Se trata de los bienes de la fe. El sacerdote, por tanto, es el hombre de la palabra de Dios, el hombre del sacramento, el hombre del “misterio de la fe”. Por medio de la fe accede a los bienes invisibles que constituyen la herencia de la Redención del mundo llevada a cabo por el Hijo de Dios. Nadie puede considerarse “propietario” de estos bienes. Todos somos sus destinatarios. El sacerdote, sin embargo, tiene la tarea de administrarlos en virtud de lo que Cristo ha establecido.

Santa Teresa de Calcuta, fundadora de las Hermanas Misioneras de la Caridad

Obras: Algo bello para Dios.

“Algo bello para Dios”, p. 73.

«Bienaventurado aquel que cuando llegue su dueño, lo encuentre en su trabajo» (cf. Lc 12,43).

Señor muy amado, haz que pueda verte hoy y cada día en la persona de tus enfermos y, cuidándolos, servirte. Si te escondes bajo la figura desagradable del colérico, del descontento, del arrogante, haces que todavía pueda reconocerte y decir: “Jesús, tú mi paciente, qué dulce es servirte”.

Señor, dame esta fe que ve con claridad, y entonces mi tarea jamás será monótona, siempre me brotará la alegría cuando me preste a los caprichos y responda a los deseos de todos los pobres que sufren…

Mi Dios, ya que eres mi Jesús paciente, dígnate ser también para mí un Jesús de paciencia, indulgente con mis faltas y que tiene en cuenta la intención, porque es quererte y servirte, querer y servir a cada uno de tus enfermos. Señor, aumenta mi fe (Lc 17,5), bendice mis esfuerzos y mi tarea, ahora y para siempre.

Beato John Henry Newman

Escritos: Amar, creer, pero también velar.

«Estad preparados» (Lc 12,40).

PPS, t. 4, n. 22

Nuestro Señor nos ha hecho esta advertencia en el momento en que estaba a punto de dejar este mundo, por lo menos de dejarlo visiblemente. Preveía los cientos de años que podían transcurrir antes de su retorno. El conocía su propio destino, el del Padre; dejar gradualmente este mundo y su propio curso, retirando poco a poco las prendas de su presencia misericordiosa. Preveía el olvido en que caería, incluso entre sus discípulos…Preveía el estado del mundo y de la Iglesia tal como los vemos hoy, donde su ausencia prolongada ha hecho creer que ya no volvería nunca más…

Hoy, nos susurra al oído con gran misericordia que no nos fiemos de aquello que vemos, que no participemos en la incredulidad general, que no nos dejemos arrastrar por el mundo, sino de «velar y orar en todo tiempo» (Lc 21,36) y de esperar su venida. Este aviso misericordioso tendría que estar siempre en nuestro corazón por ser tan necesario, solemne y urgente.

Nuestro Señor había anunciado su primera venida; y sin embargo, fue una sorpresa cuando apareció. Volverá de modo más imprevisto aun en su segunda venida, sorprenderá a los hombres, pues no ha dicho nada sobre el espacio de tiempo que media antes de su vuelta y nos encomienda la vigilancia y la guarda de la fe y del amor. .. No debemos sólo creer sino velar; no sólo amar sino velar; no sólo obedecer sino velar. Velar ¿por qué? Por el gran acontecimiento de la venida de Cristo. Nos parece un deber particular esta invitación a velar, no sólo creer, temer, amar y obedecer, sino también velar; velar por Cristo, velar con Cristo.

Escritos: Cristo está siempre a nuestro alcance

«A la hora que menos penséis vendrá el Hijo del hombre» (Lc 12,40).

«Waiting for Christ»: PPS, t. 6, n. 17

«Mira que vengo como un ladrón. Dichoso el que esté en vela y conserve sus vestidos» dice el Señor (Ap 16,15)… Cuando Cristo dice que su venida está próxima y sin embargo, vendrá súbitamente, de manera inesperada, dice que para nosotros esta espera parecerá larga… ¿Cómo es que el cristianismo falla continuamente, y sin embargo dura? Es un hecho que Dios lo sabe y lo quiere así; no es una paradoja afirmar que el tiempo de la Iglesia ha durado cerca de dos mil años, que puede durar todavía mucho tiempo, y que, a pesar de todo, camina hacia su fin e incluso que puede acabar cualquier día. Y el Señor quiere que permanezcamos con todo nuestro ser con la mirada puesta en la inminencia de su retorno; se trata de vivir como si eso que puede llegar no sabemos cuando, debiera llegar en nuestros días.

Antes de la venida de Cristo, el tiempo se sucedía de otra manera: el Salvador tenía que llegar y traernos el fin de ése; Cristo avanzaba hacia este fin. Se sucedían las revelaciones…; el tiempo era medido según la palabra de los profetas que se sucedían… El pueblo de la Alianza no debía esperarlo inmediatamente, sino después de su estancia en Canaán y la cautividad de Egipto, después del éxodo por el desierto, los jueces y los reyes, al final de los plazos fijados para introducirle en este mundo. Se reconocían esos plazos fijados, y las revelaciones sucesivas llenaban ese tiempo de espera.

Pero una vez hubo venido Cristo, como Hijo en su propia casa, con su Evangelio perfecto, ya nada queda para acabar si no es la reunión de sus Cristos. No se puede revelar ninguna doctrina más perfecta. Ha aparecido la luz y la vida de los hombres; Cristo ha muerto y resucitado. Ya no queda nada por hacer…; estamos, pues, al final de los tiempos. Así, aunque un cierto intervalo de tiempo debe haber entre la primera y la última venida de Cristo, desde ese momento el tiempo ya no cuenta para nada… Ya no marcha hacia su fin, sino que más bien caminan juntos sin cesar, siempre tan cerca de ella como si él tendiera hacia ella… Cristo, pues, está siempre a nuestro alcance, tan cerca de ella hoy como hace dieciocho siglos, y no más cerca que entonces, e incluso no más cerca que cuando él vendrá.

 

 

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