Lucas 12, 35-38 – Evangelio comentado por los Padres de la Iglesia

35 Tened ceñida vuestra cintura y encendidas las lámparas. 36 Vosotros estad como los hombres que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame. 37 Bienaventurados aquellos criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; en verdad os digo que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y, acercándose, les irá sirviendo. 38 Y, si llega a la segunda vigilia o a la tercera y los encuentra así, bienaventurados ellos.

Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)

Teofilato

35-36 Después que el Señor estableció a su discípulo en la moderación despojándolo de todo cuidado de la vida y del orgullo, lo induce ahora a servir diciendo: “Tened ceñidos vuestros lomos” -es decir estad siempre dispuestos a imitar a vuestro Dios-. “Y antorchas encendidas”, esto es, no viváis entre tinieblas, sino que la luz de la razón os alumbre siempre dándoos a conocer lo que habéis de evitar. Este mundo es una noche, pero tienen ceñidos sus lomos los que llevan una vida práctica o activa. Porque tal es costumbre de los que trabajan, a quienes convienen antorchas ardientes, esto es el don de la discreción, para que puedan conocer en la práctica, no sólo lo que conviene hacer, sino cómo debe hacerse. De otra manera, los hombres caen en el precipicio de la soberbia. Y debe observarse que primero manda ceñir los lomos y después encender las antorchas, porque primero es la acción y después la reflexión, que es la luz del espíritu. Por tanto, estudiemos el modo de ejercer nuestras facultades y entonces tendremos dos antorchas ardientes, a saber: la inhabitación del Espíritu -que nos ilumina brillando en nuestra mente- y la doctrina con la que ilustramos a los demás.

37 Se ceñirá en el sentido de que no dispensará toda la abundancia de sus bienes, sino que la retendrá en una cierta medida. Porque, ¿quién puede recibir a Dios en toda su grandeza? Por esto se dice que los mismos serafines velan sus rostros a causa de la excelencia del resplandor divino ( Is 6). Prosigue: “Y los hará sentar a la mesa”, etc. Así como el que se sienta hace descansar todo su cuerpo, así a su futura venida los santos descansarán totalmente. Aquí no tuvieron descanso corporal, pero allí, hechos sus cuerpos espirituales e incorruptibles, gozarán con sus almas de eterno descanso.

Lo mismo hará cuando vuelva; porque así como ellos lo sirvieron, El los servirá.

38 Puesto que las vigilias son las horas de la noche que provocan el sueño, hemos de entender también que en nuestras vidas hay algunas horas que nos hacen bienaventurados si se nos halla vigilantes. ¿Te ha quitado alguno lo que es tuyo? ¿Se te han muerto tus hijos? ¿Has sido acusado? Pues si en todas estas ocasiones no haces nada en contra de lo que Dios tiene mandado, te encontrará despierto en la segunda y en la tercera vigilia, es decir en el tiempo de la desgracia que sume a las almas débiles en un sueño pernicioso.

San Gregorio, in homil. 13, in Evang

35-36 Ceñimos nuestros lomos cuando reprimimos la lujuria de la carne por la continencia. Porque la lujuria del hombre se encuentra en sus riñones y la de la mujer en el ombligo, aunque se designa por los riñones a la lujuria, por ser el sexo masculino el principal. Pero como no basta no obrar mal, sino que cada cual debe esforzarse por practicar buenas obras, añade: “Y antorchas encendidas en vuestras manos”. Nosotros tenemos las antorchas encendidas en nuestras manos cuando con las buenas obras damos a nuestros prójimos ejemplos brillantes.

Pero aun cuando todo lo hagamos así, falta todavía que pongamos toda nuestra esperanza en la venida de nuestro Redentor. Por esto añade: “Y sed vosotros semejantes a los hombres que esperan a su Señor cuando vuelva de las bodas”, etc. El Señor marchó a las bodas, porque cuando subió al cielo, se incorporó el hombre nuevo a la multitud de los ángeles.

Viene cuando nos llama a juicio, pero llama cuando da a conocer por la fuerza de la enfermedad que la muerte está próxima. Y le abrimos inmediatamente si lo recibimos con amor. No quiere abrir al juez que llama el que teme la muerte del cuerpo y se horroriza de ver a aquel juez a quien se acuerda que despreció. Pero aquel que está seguro por su esperanza y buenas obras, abre inmediatamente al que llama porque cuando conoce que se aproxima el tiempo de la muerte, se alegra por la gloria del premio. Por esto añade: “Bienaventurados aquellos siervos, que hallare velando el Señor, cuando viniere”. Vigila aquel que tiene los ojos de su inteligencia abiertos al aspecto de la luz verdadera, el que obra conforme a lo que cree y el que rechaza de sí las tinieblas de la pereza y de la negligencia.

Se ciñe por la justicia, es decir, se prepara para la retribución.

Se dice que pasando cuando vuelva del juicio a su reino. O bien, el Señor pasa a nosotros después del juicio porque nos eleva de la forma de la humanidad a la contemplación de su divinidad.

38 La primera vela es el primer tiempo de nuestra vida, esto es, la infancia. La segunda, la adolescencia o la juventud. La tercera, la ancianidad. Por tanto, el que no quiso vigilar en la primera vela, vigile en la segunda y el que no quiso vigilar en la segunda, no pierda el remedio de la tercera, para que aquellos que no se hayan convertido en la infancia se conviertan al menos en la juventud o en la ancianidad.

San Cirilo, in Cat. graec. Patr

35-36 El ceñirse los lomos significa la agilidad y prontitud con que debemos sufrir todos los males por el amor de Dios, y la antorcha encendida significa que no debemos permitir el que algunos vivan en las tinieblas de la ignorancia.

Así pues, cuando venga el Señor y encuentre a los suyos despiertos y ceñidos, teniendo la luz en su corazón, entonces los llamará bienaventurados. Prosigue pues: “En verdad os digo que se ceñirá”. En lo que comprendemos que nos retribuirá con lo mismo, porque se ceñirá El mismo con los que están ceñidos.

37 Hará que se sienten como queriendo desahogarlos del cansancio, ofreciéndoles satisfacciones espirituales y poniéndoles delante la mesa espléndida (u opípara) de sus dones.

38 El Señor conoce, pues, la fragilidad humana para caer en el pecado. Pero como es bueno, no nos deja desesperar, sino que más bien se compadece y nos da la penitencia como remedio saludable. Por tanto añade: “Y si viniese en la segunda vela”, etc. Los que velan en las murallas de las ciudades dividen, pues, en tres o cuatro vigilias la noche para que observen las acometidas de los enemigos.

No hace mención de la primera vigilia porque la niñez no es castigada por Dios, sino que merece perdón. Pero la segunda y la tercera edad deben obedecer a Dios y llevar una vida honesta para complacerlo.

Otros padres

35 O también, nos enseña a tener ceñidos los lomos por la continencia del amor de las cosas terrenas y a tener encendidas las antorchas. Esto es, para que todo ello lo hagamos con buen fin y recta intención (San Agustín, De quaest. Evang., lib. 2, cap. 25).

37 Por el acto de sentarse creen algunos que debe entenderse el descanso de muchos trabajos, la vida sin molestias y el trato con Dios en la claridad y en la región de los vivos, cumplido con todo santo afecto y abundante donación de todas sus gracias, lo cual será el complemento de la alegría. Esto es lo que Jesús hará con los que haga sentarse, dándoles el descanso eterno y distribuyéndoles multitud de beneficios.

Por esto sigue: “Y pasando los servirá” (San Dionisio, in epist. 9 ad Titum).

Joseph Ratzinger (Benedicto XVI)

Jesús de Nazaret: Un alma dormida da poder al maligno.

2ª parte

«Estad como quienes aguardan a que su señor vuelva» (Lc 12,36).

Hoy, el llamamiento a la vigilancia aparece con una urgencia muy inmediata. Había sido ya un tema central en el anuncio en Jerusalén, pero apunta anticipadamente a la historia futura del cristianismo. La somnolencia de los discípulos sigue siendo a lo largo de los siglos una ocasión favorable para el poder del mal.

Esta somnolencia es un embotamiento del alma, que no se deja inquietar por toda la injusticia y el sufrimiento que devastan la tierra. Es una insensibilidad que prefiere ignorar todo eso; se tranquiliza pensando que, en el fondo, no es tan grave, y así puede permanecer en la autocomplacencia de la propia existencia satisfecha. Pero esta falta de sensibilidad de las almas, tanto por lo que se refiere a la cercanía de Dios como al poder amenazador del mal, otorga un poder en el mundo al maligno.

Ante nuestros espíritus adormecidos, Tú, Señor dices de Ti mismo: “Me muero de tristeza”. Yo te respondo: ¡Quiero velar contigo!

San Cipriano

Obras: Sacudamos el sueño de nuestra inercia.

«Ceñida la cintura» (Lc 12,35).

De la unidad, 26-27

El Señor pensaba en este nuestro tiempo cuando dijo: “Cuando vendrá el Hijo del hombre ¿encontrará fe en la tierra?” (Lc 18,8). Vemos como se realiza esta profecía. El temor de Dios, la ley de la justicia, la caridad, las buenas obras, ya nadie cree en ellas… todo lo que temería nuestra conciencia, si creyera; no lo teme porque no cree. Porque si creyera, viviría vigilante; y si vigilara, se salvaría.

Despertémonos, pues, hermanos muy amados, tanto como seamos capaces. Sacudamos el sueño de nuestra inercia. Estemos atentos a observar y practicar los preceptos del Señor. Seamos tal como él nos ha prescrito ser cuando ha dicho: “Permaneced en actitud de servicio y conservad encendidas vuestras lámparas. Sed como los que esperan la llegada de su amo a su regreso de bodas para abrirle la puerta en cuanto llegue y llame a la puerta. Dichosos los siervos que a su llegada, el amo los encontrará en vela”.

Sí, permanezcamos en actitud de servicio, por miedo a que cuando venga el día de salida, no nos encuentre preocupados y enredados. Que nuestra luz brille y resplandezca en buenas obras, que nos conduzca de la noche del mundo a la luz de la caridad eterna. Esperemos con solicitud y prudencia la llegada repentina del Señor a fin de que, cuando llame a la puerta, nuestra fe esté despierta para recibir del Señor la recompensa de su vigilancia. Si observamos estos mandatos, si conservamos estas advertencias y estos preceptos, las astucias engañosas del Acusador no nos abatirán durante nuestro sueño. Sino que, reconocidos como siervos vigilantes, reinaremos con Cristo triunfante.

San Ambrosio, obispo y doctor de la Iglesia

Sermón: Cristo permanece fuera si cierras la puertas del alma.

Sermón 12 sobre el salmo 118; CSEL 62, 258.

«Para abrirle, apenas venga y llame» (Lc 12,36b).

El Dios Verbo sacude al perezoso y despierta al dormilón. En efecto, el que viene a llamar a la puerta viene siempre para entrar. Pero depende de nosotros si no siempre entra y si no siempre se queda con nosotros. Que tu puerta esté siempre abierta al que viene; abre tu alma, ensancha la capacidad de tu espíritu, y así descubrirás las riquezas de la simplicidad, los tesoros de la paz, la suavidad de la gracia. Dilata tu corazón; corre al encuentro del sol de la luz eterna que «ilumina a todo hombre» (Jn 1,9). Es cierto que esta luz verdadera luce para todos; pero si alguno cierra sus ventanas, él mismo se privará de la luz eterna.

Así, también Cristo permanece fuera si tú cierras la puerta de tu alma. Ciertamente que él podría entrar, pero no quiere introducirse a la fuerza, no quiere forzar a los que lo rechazan. Nacido de la Virgen, salido de su seno, irradia todo el universo para resplandecer para todos. Los que desean recibir la luz que brilla con esplendor perpetuo, le abren; ninguna noche vendrá a apagar la luz. En efecto, el sol que vemos todos los días cede el lugar a las tinieblas de la noche; pero el Sol de justicia (Ml 3,20) no conoce el ocaso, porque la Sabiduría no es vencida por el mal.

Isaac el Sirio, monje

Sermón: La oración nocturna tiene un gran poder.

Sermones ascéticos.

«Tened encendidas las lámparas» (Lc 12,35).

La oración hecha durante la noche tiene un gran poder, mayor que la que se hace durante el día. Es por eso que todos los santos han tenido la costumbre de orar de noche, combatiendo el amodorramiento del cuerpo y la dulzura del sueño, sobreponiéndose a su naturaleza corporal. El mismo profeta decía: «Estoy agotado de gemir: de noche lloro sobre el lecho, riego mi cama con lágrimas» (Sal 6,7) mientras suspiraba desde lo hondo de su corazón con una plegaria apasionada. Y en otra parte dice: «Me levanto a medianoche a darte gracias por tus justos juicios.» (Sal 118, 62). Por cada una de las peticiones que los santos querían dirigir a Dios con fuerza, se armaban con la oración durante la noche y así recibían lo que pedían.

El mismo Satanás nada teme tanto como la oración que se hace durante las vigilias. Aunque estén acompañadas de distracciones, no dejan de dar fruto, a no ser que se pida lo que no es conveniente. Por eso entabla severos combates contra los que velan para hacerles desdecir, tanto como sea posible, de esta práctica, sobre todo si se mantienen perseverantes. Pero los que se ven fortificados contra estas astucias perniciosas y han saboreado los dones de Dios concedidos durante las vigilias, y han experimentado personalmente la grandeza de la ayuda que Dios les concede, le desprecian enteramente a él y a todas sus estratagemas.

San Gregorio de Nisa, obispo

Homilía: Liberarnos del sopor y el espejismo.

Homilía sobre el Cantar de los Cantares, n°11, 1 : PG 44, 996.

«Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas» (Lc 12,35).

El Verbo nos invita a sacudir de los ojos de nuestra alma el pesado sopor y a liberar nuestro espíritu de todo espejismo, para no apartarnos de las realidades verdaderas que nos atan a lo que no tiene consistencia. Por esto, el Señor nos sugiere el pensamiento de la vigilancia, diciendo: “Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas.”…El sentido de esos símbolos está bien claro. Aquel que se ciñe con la moderación, vive en la luz de una conciencia pura, porque la confianza filial ilumina su vida como una lámpara. Iluminada por la verdad, su alma queda libre del sueño de las ilusiones, porque ninguna fantasía vana lo engaña. Si guardamos esto, según las indicaciones del Verbo, entramos en una vida similar a la de los ángeles… Ellos, en efecto, esperan al Señor cuando vuelva de la boda y están sentados en la puerta del cielo con los ojos vigilantes, para que el Rey de la gloria (Sal. 23,7) pueda pasar de nuevo cuando vuelva de la boda y entre en la bienaventuranza que está por encima de todos los cielos de donde “sale como el esposo de su alcoba” (Sal. 19,6).

Él, por el baño sacramental de la regeneración, se ha unido a nuestra naturaleza humana que se había prostituido con los ídolos y la ha restituido a su incorruptibilidad virginal. Se han consumado las bodas ya que la Iglesia ha sido esposada por el Verbo… e introducida en la alcoba nupcial de los misterios. Los ángeles esperan la vuelta del Rey de la gloria en la bienaventuranza que le es connatural.

Por esto dice el texto que nuestra vida tiene que ser semejante a la de los ángeles, para que, como ellos, nosotros vivamos alejados del vicio y de la ilusión, para estar prontos en acoger la llegada del Señor, y que, vigilando en la puerta de nuestra morada, aguardemos su venida para abrir así que llame.

San Bernardo, monje cisterciense y doctor de la Iglesia

Sermón: ¿En qué disposición quiere encontrarnos Dios?

Sermón sobre el cántico nº 17, 2.

«Velar en el Espíritu Santo» (cf. Lc 12,37s).

En otro tiempo, cuando el profeta Eliseo supo que su maestro Elías iba a morir, le pidió la gracia de obtener dos partes de su espíritu; pero esto solo era posible si alcanzaba a ver el momento en que Elías era arrebatado (2R 2,9-10)… Esta historia ha sido escrita también para nosotros. Debemos estar vigilantes y atentos a la obra de la salvación que se cumple en nosotros, porque el Espíritu Santo realiza continuamente su obra en lo más hondo de nosotros, con una sutileza admirable y sublime delicadeza. Si no queremos perder esta doble parte de espíritu que solicitaba Eliseo, que esta unción, que nos lo enseña todo, jamás nos sea quitada sin que seamos conscientes de ello, y que jamás su llegada nos coja de improviso. Se trata tener la mirada siempre al acecho y un gran corazón abierto para recibir esta generosa bendición del Señor.

¿En qué disposición nos quiere encontrar el Espíritu? “Seamos semejantes a aquellos empleados que esperaban a su señor al regreso de las bodas”. Jamás quedan las manos vacías de la mesa del cielo y de todas las alegrías que prodiga. Debemos pues velar, y velar a todas horas, porque nunca sabemos a qué hora el Espíritu va a venir, ni a qué hora se irá de nuevo. El Espíritu va y viene(Jn 3,8); si gracias a él permanecemos en pie, cuando se retira, inevitablemente caemos, pero sin estrellarnos, porque el Señor nos sostiene de la mano. Y el Espíritu no deja de hacer vivir esta alternancia de presencia y de ausencia a los que son espirituales, o más bien a aquellos a los que tiene la intención de hacer espirituales. Por eso que los visita al amanecer y después de repente los pone a prueba.

San Maximiliano María Kolbe, franciscano, mártir

Conferencia: ¿Cómo vencer la debilidad del alma?

Conferencia del 13-12-1941.

«Mantened encendidas vuestras lámparas» (Lc 12,35).

¿Qué hay que hacer para vencer la debilidad del alma? Hay dos medios para conseguirlo: La oración y el menosprecio de sí mismo. El Señor Jesús nos recomienda estar en vela. Es necesario vigilar si queremos mantener puro nuestro corazón, pero es necesario mantener la paz a fin de que nuestro corazón quede afectado. Porque puede estar afectado por cosas buenas o por cosas malas, ya sea desde el interior o desde el exterior. Es necesario, pues, estar alerta.

Ordinariamente la inspiración de Dios es una gracia discreta: no hay que rechazarla…; si nuestro corazón no está atento, la gracia se retira. La inspiración divina es muy precisa; de la misma manera que el escritor dirige su pluma, así la gracia de Dios dirige al alma. Procuremos pues, llegar a un mayor recogimiento interior.

El Señor quiere que tengamos el deseo de amarle. El alma que permanece vigilante se da cuenta cuando cae y que, por ella misma, no puede llegar a vencerse; por eso siente necesidad de la oración. La súplica está fundada en que, por nosotros mismos, no podemos nada, pero Dios lo puede todo. La oración es necesaria para obtener la luz y la fuerza.

 

 

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