Liturgia de las Horas

La Liturgia de las Horas es la oración de la Iglesia que alabando a Dios e intercediendo por los hombres, prolonga en la tierra la función sacerdotal de Cristo.

Ahora bien, la Iglesia la forman todos “aquellos hombres a los que Cristo ha hecho miembros de su Cuerpo, la Iglesia, mediante el sacramento del bautismo”, no únicamente una parte de ellos; por consiguiente, la Liturgia de las Horas “pertenece a todo el cuerpo de la Iglesia”, no sólo a los sacerdotes y religiosos contemplativos, como se ha venido pensando durante los últimos siglos.

La capacitación para tomar parte en esta oración no es, por tanto, consecuencia del sacramento del orden ni de la profesión monástica, sino del bautismo y de la confirmación.

De entre las celebraciones del Oficio Divino destacan especialmente dos: los Laudes, oración de la mañana, y las Vísperas, oración del atardecer. Estas dos celebraciones son como el “quicio” sobre el que gira toda la Liturgia de las Horas. Estas dos son las “horas” principales. Hay además, una celebración pequeña y humilde: la oración antes del descanso nocturno: las Completas.

“Al despertar me saciaré de tu semblante”, los Laudes, oración de la mañana Laudes y Vísperas, en lo que se refiere a la estructura de la celebración, son muy similares. Ambas comienzan con un verso introductorio –”Dios mío, ven en mi auxilio”, su respuesta correspondiente, el “Gloria al Padre” y su respuesta–. Se hace entonces un himno, que de forma poética y también ‘popular’, nos introduce en la celebración, tal y como ocurre en la misa con el canto de entrada.

Los salmos en Laudes son tres. En Laudes tiene mucha importancia el simbolismo de la mañana: la luz que nace. Los Laudes están orientados a la santificación de la mañana, consagrando el día que empieza a Cristo. La Ordenación General de la Liturgia de las Horas, que es el gran documento que la Iglesia nos ofrece como explicación y regulación del Oficio Divino, cita a este respecto un hermosísimo texto de San Basilio: «Al comenzar el día oramos para que los primeros impulsos de la mente y del corazón sean para Dios, y no nos preocupemos de cosa alguna antes de habernos llenado de gozo con el pensamiento en Dios, según está escrito: “Me acordé del Señor y me llené de gozo” (Sal 76, 4), ni empleemos nuestro cuerpo en el trabajo antes de poner por obra lo que fue dicho: “por la mañana escucharás mi voz, por la mañana te expongo mi causa, me acerco y te miro” (Sal. 5, 4-5)».

Esa luz que nace en la mañana es cantada siempre por el primer salmo de Laudes. Allí encontraremos alguna alusión a la aurora, a la luz, a la mañana… Nosotros, al rezar Laudes, aplicamos esa realidad material y la entendemos como un simbolismo de la resurrección de Cristo. Laudes, así, se convierte, cada mañana, en una memoria de la resurrección del Señor, como lo es el domingo en el contexto de la semana.

El segundo salmo no está tomado del libro de los Salmos, sino que es uno de los numerosos cánticos que encontramos en el Antiguo Testamento: piezas en forma de salmo dispersas por los otros libros sagrados, que se insertan aquí en Laudes para ayudarnos en la oración.

El tercer salmo, por otra parte, es siempre un salmo de alabanza, porque esa es la actitud justa al comienzo del día: alabanza y agradecimiento a Dios, que nos ha concedido este día para que podamos alabarle y bendecirle con nuestras obras.

Junto con los salmos, los Laudes nos ofrecen una brevísima proclamación de la Palabra: apenas unos versículos –aunque nada se opone a que se haga una proclamación más extensa, sobre todo en la celebración comunitaria–.

Acabada esa proclamación se hace un cántico: el Benedictus. Es un cántico tomado del Evangelio –en este caso de San Lucas–, y por eso se hace de pie y haciendo al principio de su proclamación la señal de la cruz. Los cánticos evangélicos son solamente tres –Benedictus, Magnificat y Nunc dimittis–, y por eso y por su importancia la Liturgia de las Horas les ha dejado un lugar privilegiado en Laudes, Vísperas y Completas. El Benedictus, cántico de Zacarías, padre de Juan Bautista, canta la venida del Mesías, como bendición de Dios, “sol que nace de lo alto”, por lo que su proclamación en Laudes refuerza el sentido matutino simbólico de la oración.

Las preces servirán para consagrar a Dios el día que comienza y el trabajo que vamos a realizar en él. El Padrenuestro y la oración conclusiva cerrarán una oración que, sencilla en su estructura, es enormemente densa y ciertamente provechosa para quien la reza.

“Suba mi oración como ofrenda de la tarde”, las Vísperas, oración del atardecer

Las Vísperas constituyen la oración de la tarde, o, más propiamente, del atardecer, cuando ya declina el día. La celebración vespertina del Oficio Divino tiene un sentido ante todo de acción de gracias a Dios. Si los Laudes suponían una ofrenda a Dios del día que comenzaba y trabajo que íbamos a realizar en él, las Vísperas se elevan a Dios en acción de gracias por todos los dones que el Señor nos ha concedido a lo largo del día, sabiendo que lo que hemos podido realizar lo hemos hecho con su ayuda.

En Laudes, además, el simbolismo de la luz matutina nos ayudaba a expresar la resurrección del Señor, fundamento de la vida nueva que estamos llamados a vivir a lo largo de toda la jornada. Las Vísperas, por su parte, hacen memoria de la Redención: el sacrificio de Cristo en la cruz ha supuesto para nosotros el perdón de los pecados y la participación en la misma viva de Dios, que nos ha hecho hijos en el Hijo. Esta memoria de la redención se hace en las Vísperas mediante la oración.

En el Antiguo Testamento la oración de la tarde tiene mucha importancia. El judío piadoso, como nos recuerdan los salmos, se une a la oración del Templo de Jerusalén, para que su oración suba a Dios como ese incienso que allí se ofrece: “el alzar de mis manos suba a ti como el incienso de la tarde”.

Este simbolismo de la oración de la tarde lo vemos cumplido, como hemos dicho, en la ofrenda de Cristo en la cruz, donde Él alzó las manos por la salvación del mundo, como fue anunciado por Jesús a sus discípulos la tarde anterior, cuando instituyó la Eucaristía como memorial de su sacrificio.

La Iglesia ha orado desde el principio en acción de gracias por la tarde. Tanto es así que el himno más antiguo que conservamos, datable en el siglo I de nuestra era, es un canto vespertino, que, al introducir en la asamblea la luz, necesaria para desarrollar la celebración, se da cuenta de que esa luz simboliza a Cristo mismo, y a Él canta con gozo, dándole gracias: “Oh luz gozosa de la santa gloria del Padre celeste inmortal, santo y feliz Jesucristo. Al llegar el ocaso del sol, contemplando la luz de la tarde, cantamos al Padre y al Hijo y al Espíritu de Dios. Tú eres digno de ser alabado siempre por santas voces. Hijo de Dios, que nos diste la vida, el mundo entero te glorificará”. A todos nos suena la letra, porque lo hemos cantado muchas veces con la música que le puso el músico francés Lucien Deiss.

Respecto a la estructura de la celebración, es muy similar a Laudes, con la salvedad de que lo que en Laudes está tomado del Antiguo Testamento en Vísperas está tomado del Nuevo, como queriendo expresar el cumplimiento del designio amoroso de Dios en Jesucristo.

Los dos primeros salmos son apropiados para esa acción de gracias que es lo fundamental en Vísperas. Puede ser también un salmo dividido en dos. El cántico ocupa el tercer lugar en la salmodia, y está tomado de las cartas del Nuevo Testamento. El cántico evangélico es el Magnificat, donde la Virgen María expresa esa acción gracias por la obra de Dios.

Vísperas es una oración especialmente adecuada para su celebración comunitaria con participación del pueblo. En muchas parroquias ya se hace, por ejemplo en los jueves o los domingos, y es una práctica que se ha de fomentar y extender, para ir haciendo de la Liturgia de las Horas, verdaderamente, oración del Pueblo de Dios.

“Protégenos mientras dormimos, para que velemos con Cristo y descansemos en paz”, Completas

Antes del descanso nocturno se rezan las Completas. Es, por tanto, la última oración del día. Su estructura es muy simple: se abren con el versículo “Dios mío, en mi auxilio”. Antes de rezar el himno se hace el examen de conciencia. Se trata de examinar, a la luz de la fe, el día que ha transcurrido, pidiendo perdón a Dios especialmente por lo que el pecado no nos ha dejado hacer.

En el rezo individual, el examen de conciencia se hace en un momento más o menos prolongado de silencio. Cuando las Completas de rezan comunitariamente se utiliza uno de los formularios del acto penitencial de la Misa, es decir: o bien el “Yo confieso”, o la letanía “Señor, ten misericordia de nosotros…” o las aclamaciones a Cristo: “Señor, ten piedad”, introducidas por breves frases, llamadas “tropos”. En cualquier caso, no debe faltar un tiempo de silencio oportuno que nos permita entrar en un diálogo con Dios, examinando nuestra conciencia a la luz de su Palabra.

Acabado el examen de conciencia se hace el himno. Como en las demás celebraciones, después del himno viene la salmodia. En Completas se reza un único salmo –o dos muy breves, en el caso de los miércoles y de los sábados.

Las Completas tienen un ciclo semanal: cada semana se repiten los mismos salmos. Hay salmos para cada día de la semana, incluyendo las primeras Vísperas del domingo –en la noche del sábado al domingo– y las segundas Vísperas. En el caso de las solemnidades se rezan también esos mismos salmos, porque las solemnidades tienen, como el caso del domingo, primeras y segundas Vísperas, es decir, comienzan en la tarde del día anterior.

¿Qué salmos se han elegido para la Completas? Fundamentalmente salmos que hablan de la confianza en el Señor, especialmente en medio de las dificultades, de las tinieblas. Al día siguiente, con el alba, la oración de Laudes cantará, como recordaremos, la alabanza de la luz que rompe esas tinieblas. Pero ahora, en medio de la noche, antes del descanso nocturno, siendo las tinieblas un poderoso signo de todo lo que nos aparta de Dios, rezamos confiados y pedimos al Señor que permanezca junto a nosotros.

Las Completas son una oración que muchos recitan de memoria. En este caso se puede utilizar siempre la salmodia del domingo.

Después del salmo –o de los dos breves salmos– viene una lectura brevísima, un responsorio que es siempre el mismo –”A tus manos, Señor encomiendo mi espíritu. Tú, el Dios leal, me librarás”–, que redunda en el tema del abandono confiado en Dios, y el cántico evangélico, que en el caso de las completas es el cántico del anciano Simeón, que reza a Dios cuando ha podido tener en sus manos al Niño Jesús, colmando así el anhelo de toda su vida. Es el cántico del Nunc dimittis: “Ahora, Señor, según tu promesa…”.

Las Completas concluyen con la oración final y con la bendición: “El Señor todopoderoso nos conceda una noche tranquila y una muerte santa”, que se hace incluso aunque se reciten las Completas individualmente.

La última oración del día se vuelve hacia la Virgen María, recitándose una de las cuatro antífonas marianas que propone el Oficio de Completas, concluyendo así, con la intercesión de María, un día que, ayudados por la oración, ha podido transcurrir en la presencia del Señor.

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